En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
Ya ve usted, Don Jaime, casi soy tan viejo como cuando usted me miraba con esos ojos de sátiro católico y de cura exclaustrado. (¿por qué todos los de la gauche divine teníais ojos de cura maligno?). Y ese poema suyo sigue teniendo mucho que ver mi ideal de vida. No he conseguido aún no leer, ni escribir. Pago cuentas pero (aunque de momento sea un secreto entre yo y mi neurólogo) ya vivo entre las ruínas de mi inteligencia.
Cada vez que Júlia y yo vamos a Atenas (jamás en verano) invocamos su nombre en la calle Pandrossou. Sabemos que le gustaría, como a ella y a mi con diecisiete años nos gustaba escucharle a usted o a Eugenio Trías.
En agosto nos vemos en cualquier esquina de Salónica, Don Jaime.