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Isaiah Berlin |
Libertad: ¿quién podría ponerle objeciones? Y sin embargo, esta palabra se usa hoy para justificar mil formas de explotación. A lo largo y ancho de la prensa de derechas y la blogosfera, entre gabinetes de expertos y gobiernos, la palabra disculpa cualquier ataque contra la vida de los pobres, toda forma de desigualdad e intrusión a la que nos somete el 1%. ¿Cómo se convirtió el libertarismo, antaño noble impulso, en sinónimo de injusticia?
En nombre de la libertad – libertad respecto a la regulación – se permitió a los bancos destrozar la economía. En nombre de la libertad se recortan los impuestos a los ricos. En nombre de la libertad, las empresas cabildean para deshacerse del salario mínimo y elevar el número de horas de trabajo. Siguiendo la misma causa, las aseguradoras norteamericanas presionan al Congreso para desbaratar una atención sanitaria pública eficaz; el gobierno hace pedazos nuestras leyes de planificación,
[1] los grandes negocios deshacen la biosfera. Es esta la libertad de los poderosos para explotar a los débiles, de los ricos para explotar a los pobres.
El libertarismo de derechas reconoce pocas cortapisas legítimas al poder de actuar, sin que importen qué consecuencias tenga en la vida de los demás. En el Reino Unido lo promueven con energía grupos como la TaxPayers’ Alliance, el Adam Smith Institute o el Institute of Economic Affairs and Policy Exchange
[2]. Su concepción de la libertad no me parece a mí otra cosa que una justificación de la codicia.
De modo que ¿por qué hemos tardado tanto en poner en tela de juicio este concepto de libertad? Creo que una de las razones es la siguiente: el gran conflicto político de nuestra época – entre los
neocon y los millonarios y grandes empresas de un lado y quienes hacen campaña por la justicia social y los ambientalistas del otro ha sido erróneamente caracterizado como un choque entre libertades negativas y positivas.
Estas libertades las definió con máxima claridad
Isaiah Berlin en su ensayo de 1958,
Dos conceptos de libertad [3]. Es una hermosa obra: leerla es como escuchar una pieza musical de sublime factura. Trataré de no desfigurarla demasiado.
Dicho mal y pronto, la libertad negativa es la libertad de ser y actuar sin interferencias de otras personas. La libertad positiva es la libertad respecto a los impedimentos: es el poder que se
gana transcendiendo coacciones sociales o psicológicas.
Berlín explicaba cómo las tiranías habían abusado de la libertad positiva, sobre todo la Unión Soviética. Retrató su brutal modo de gobernar como una potenciación de la gente que podía alcanzar una libertad superior subordinándose a una sola voluntad colectiva.
Los libertarios de derechas aducen que los verdes y quienes hacen campaña por la justicia social son comunistas encubiertos que intentan resucitar concepciones soviéticas de libertad positiva. En realidad, la batalla consiste principalmente en un choque entre libertades negativas.
Como apuntó
Berlin, “ninguna actividad del hombre es tan completamente privada como para no obstruir nunca la libertad de los otros de algún modo. ‘La libertad del pez grande es la muerte del pequeño ’”. Por eso, sostenía, hay que recortar a veces la libertad de algunas personas “para asegurar las libertad de otros” Dicho de otro modo, tu libertad de agitar el puño termina donde empieza mi nariz. La libertad negativa de que no nos hinchen de un puñetazo las narices es la libertad para cuya defensa existen las campañas de los verdes y la justicia social, ejemplificadas en el movimiento de “Ocupemos”.
Berlin demuestra también que la libertad puede entrometerse en otros valores, tales como la justicia, la igualdad o la felicidad humana. “Si la libertad mía o de mi clase o nación depende del sufrimiento de una serie de seres humanos, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral”. Se sigue que el Estado debería imponer restricciones legales a las libertades que se inmiscuyen en la libertad de otras personas, o a las libertades que entran en conflicto con la justicia y la humanidad.
Estos conflictos de libertad negativa quedaron resumidos en uno de los mayors poemas del siglo XIX, que podría considerarse como documento fundacional del ambientalismo británico. En
The Fallen Elm, [
El olmo caído],
John Clare [1793-1864, gran poeta romántico y pastoral inglés]describe la tala, supuestamente por el dueño del terreno, de un árbol muy querido que crecía detrás de su casa
[4]. “Ese egoísta te vio en el camino de la libertad/Y así tu vieja sombra debe ser tirana./Ya oíste al truhán , que abusa de quien puede,/berrear sobre la libertad y oprimir luego a los libres”.
El propietario estaba ejerciendo su libertad de cortar el árbol., y al hacerlo se inmiscuía en la libertad de
Clare de disfrutar del árbol cuya existencia enriquecía su vida. El terrateniente justifica su destrucción al caracterizar el árbol como un impedimento a su libertad: libertad la suya, que equipara a la libertad general de la humanidad. Sin la implicación del Estado (que hoy podría adoptar la forma de una orden para conservar el árbol), el hombre poderoso podía pisotear los deleites del hombre sin poder.
Clare compara la tala del árbol con otras intrusiones en su libertad. “Tal fue tu ruina, olmo que hacías música,/derecho a la libertad era el herirte:/Como a ti te pasó, así abrumarían ellos/en nombre de la libertad , la poca que es mía ”.
Pero los libertarios de derecha no reconocen este conflicto. Hablan, como el terrateniente de
Clare, como si la misma libertad afectara a todo el mundo de la misma forma. Afirman su libertad de contaminar, explotar, incluso – entre los chiflados por las armas – de matar, como si fueran derechos humanos fundamentales. Califican cualquier intento de imponerles restricciones como tiranía. Se niegan a ver que existe un choque entre la libertad del pez grande y la del pez pequeño.
La semana pasada, en un canal de radio de la Red llamado The Fifth Column [La quinta columna]
[5] debatí sobre el cambio climático con Claire Fox, del Institute of Ideas, uno de los grupos libertarios de derechas que surgieron de las cenizas del Partido Comunista Revolucionario
[6]. Claire Fox es una interrogadora temida en el programa The Moral Maze [El laberinto moral] de la BBC. Sin embargo, cuando le hice una pregunta sencilla – “¿acepta usted que las libertades de algunas personas se inmiscuyen en las libertades de otras?” – vi cómo una ideología se hacía trizas igual que un parabrisas. Recurrí al ejemplo de una planta de fundición de plomo que había visitado en 2000, cuya libertad de contaminar significa abreviar la vida de sus vecinos
[7]. ¿No deberíamos sin duda regular la planta con el fin de aumentar las libertades negativas – libertad de no ser contaminados, libertad de no ser envenenados – de sus vecinos? Trató de contestarla varias veces, pero no se le ocurrió nada coherente que no la lanzase contra el espejo de su filosofía.
El libertarismo moderno es el disfraz adoptado por quienes desean poder explotar sin restricciones. Pretende que es únicamente el Estado el que se inmiscuye en nuestras libertades. Ignora el papel de los bancos, de las grandes empresas y los ricos en hacernos menos libres. Niega la necesidad del Estado de ponerles coto con el fin de proteger las libertades de la gente más débil. Esta miope filosofía bastardeada es una estafa cuyos promotores intentan tomar a contrapié la justicia lanzándola contra la libertad. Por estos medios han convertido la “libertad” en un instrumento de opresión.
Notas del autor (referencias):[1]. [www.monbiot.com] [2]. [www.monbiot.com] [3]. [www.wiso.uni-hamburg.de] [4]. [www.poemhunter.com] [5]. [www.thefifthcolumn.co.uk] [6]. [www.monbiot.com] [7].
[www.monbiot.com] George Monbiot,
Cómo se convirtió la libertad en tiranía, Sin Permiso, 24/12/2011/The Guardian, 20/12/2011