Una interpretación que tiene sus raíces en las polémicas positivistas del siglo XIX, pretende que la Edad Media eliminó todos los descubrimientos científicos de la antigüedad clásica para no contradecir la letra de las sagradas escrituras. Es cierto que algunos autores patrísticos intentaron dar una lectura absolutamente literal de la Escritura allí donde ésta dice que el mundo está hecho como un tabernáculo. Por ejemplo, en el siglo IV
Lactancio (en sus
Institutiones divinae), partiendo de esa base, se oponía a las teorías paganas de la redondez de la Tierra, amén de que no podía aceptar la idea de que existieran Antípodas donde los hombres caminaran con la cabeza al revés. E ideas análogas había sostenido
Cosma Indicopleuste, un geógrafo bizantino del siglo VI, que en su
Topografía Cristiana, siempre pensando en el tabernáculo bíblico, había descrito en forma precisa un cosmos de forma cúbica, con un arco dominando el suelo plano de la Tierra.
Ahora bien, que la Tierra era esférica, excepto algunos presocráticos, los griegos ya lo sabían desde los tiempos de
Pitágoras, quien la consideraba esférica por razones místico-matemáticas. Naturalmente, lo sabía
Ptolomeo, que había dividido el globo, pero ya lo habían comprendido
Parménides,
Eudoxo,
Platón,
Aristóteles,
Euclides,
Arquímedes y obviamente
Erastótenes, que en el siglo tercero antes de Cristo había calculado con una buena aproximación la longitud del meridiano terrestre.
No obstante, se ha sostenido (incluso historiadores de la ciencia serios) que el Medioevo había olvidado esa noción antigua, y esa idea prendió hasta en el hombre común, tanto es así que aún hoy, si le preguntamos a una persona, incluso culta, qué quería demostrar Cristóbal Colón cuando pretendía llegar al levante por el poniente, y qué se obstinaban en negar los doctos de Salamanca, la respuesta, en la mayoría de los casos, será que Colón consideraba que la Tierra era redonda, mientras que los doctos de Salamanca pensaban que la Tierra era plana y que después de un breve trayecto las tres carabelas se precipitarían al abismo cósmico.
En realidad, a
Lactancio nadie le había prestado demasiada atención, empezando por
San Agustín, que da a entender, a través de varias alusiones, que consideraba la Tierra esférica. Eventualmente,
Agustín manifestaba serias dudas en cuanto a la posibilidad de que pudieran vivir seres humanos en las presuntas antípodas. Pero el hecho de que se discutiera sobre las antípodas es señal de que se estaba discutiendo sobre un modelo de Tierra esférica.
En cuanto a
Cosma, su libro estaba escrito en griego, una lengua que la Edad Media cristiana había olvidado, y fue traducido al latín recién en 1706. Ningún autor medieval lo conocía.
En el siglo VII después de Cristo,
Isidoro de Sevilla (que no era precisamente un modelo de exactitud científica) calculaba la longitud del Ecuador en ochenta mil estadios. Alguien que habla de círculo ecuatorial evidentemente supone que la tierra es esférica.
También un estudiante de secundario puede deducir fácilmente que, si
Dante entra en el embudo infernal y sale por el otro lado viendo estrellas desconocidas a los pies de la montaña del Purgatorio, significa que sabía perfectamente que la tierra era esférica. Pero lo mismo habían opinado
Orígenes y
Ambrosio,
Beda,
Alberto Magno y T
omás de Aquino,
Ruggero Bacone,
Giovanni di Sacrobosco, por citar solamente a algunos. La materia de la disputa en tiempos de Colón era que los doctos de Salamanca habían hecho cálculos más precisos que él y consideraban que la Tierra, redondísima, era más grande de lo que creía el genovés, y por ende era insensato tratar de circunnavegarla. Es obvio que ni Colón ni los doctos de Salamanca sospechaban que entre Europa y Asia había otro continente.
Sin embargo, justamente en los manuscritos de
Isidoro aparecía el llamado mapa-T, donde la parte superior representa a Asia, arriba, porque en Asia estaba según la leyenda el Paraíso terrenal, la barra horizontal representa de un lado el Mar Negro y del otro el Nilo, la vertical el Mediterráneo, de tal modo que el cuarto de círculo a la izquierda representa a Europa y el de la derecha a Africa. Todo alrededor está el gran círculo del Océano. Naturalmente los mapas-T son bidimensionales, pero no está probado que una representación bidimensional de la Tierra implique que se la considera plana, de lo contrario también nuestros atlas actuales creerían en una Tierra plana. Se trataba de una forma convencional de proyección cartográfica y se consideraba inútil representar la otra cara del globo, desconocida para todos y probablemente inhabitada e inhabitable, así como hoy nosotros no representamos la otra cara de la Luna, de la que no sabemos nada.
Por último, la Edad Media fue un tiempo de grandes viajes, pero, con los caminos deteriorados, las selvas que había que cruzar y los brazos de mar que era necesario superar, no había posibilidad de dibujar mapas adecuados. Eran puramente indicativos. Generalmente, lo que más preocupaba al autor no era explicar cómo se llega a Jerusalén, sino representar a Jerusalén en el centro de la tierra.
Finalmente, tratemos de pensar en el mapa de las líneas ferroviarias que ofrece cualquier horario en venta en los kioscos. De esa serie de nodos, absolutamente claros si debemos tomar un tren de Milán a Livorno (y averiguar que tendremos que pasar por Génova), nadie podría extrapolar con exactitud la forma de Italia. La forma exacta de Italia no le interesa a quien debe ir a la estación (...).
Ahora veamos esa imagen del Beato Angelico en la catedral de Orvieto. El globo (generalmente símbolo del poder soberano) que sostiene Jesús en la mano representa un Mapa-T invertido. Si seguimos la mirada de Jesús, vemos que está mirando el mundo y por ende el mundo está representado como lo ve él desde lo alto y no como lo vemos nosotros, y por ende, dado vuelta. Si en la cara de un globo aparece un mapa-T quiere decir que se lo entendía como representación bidimensional de una esfera.
Umberto Eco,
La redondez de la Tierra en el Medioevo, Traducción de Cristina Sardoy
(c) La Reppublica y Clarin, 28-02-2009