Thomas S. Kuhn |
No sorprendentemente, en La estructura, Kuhn, formado como físico y con un doctorado bajo la dirección de John van Vleck, premio Nobel de Física en 1977, ejemplificó su discurso en primer lugar en la física, y luego en los grandes nombres de otras ciencias (Lavoisier, Lyell, Darwin), siendo la tecnología y las matemáticas las grandes ausentes de sus consideraciones. Y también, por supuesto, las disciplinas “no científicas”. Sin embargo, como suele suceder, el paso del tiempo cambió algo, si no mucho, la situación, las ideas. Comenzando por el propio Kuhn. Recuerdo, en este sentido, que cuando en diciembre de 1978 Kuhn presentó —fue la única vez que asistí a una conferencia suya— en la New York Academy of Sciences su entonces nuevo libro, The Quantum Discontinuity, lo primero que dijo fue: “Soy Tom Kuhn y, como podrán comprobar, en mi libro no aparece ni una sola vez la palabra paradigma”. A pesar de su indudable atractivo, el modelo del crecimiento científico descrito en La estructura apenas aparece en las reconstrucciones más minuciosas que han producido los historiadores de la ciencia en las últimas décadas. Parece, además, que paradigmas diferentes no son inconmensurables, que pueden convivir, entablando en ocasiones diálogos fructíferos, como en esencia defendió el sucesor de Popper en la London School of Economics, Imre Lakatos, con sus “programas de investigación científica”. En este punto, podría mencionar ejemplos procedentes de la ciencia (Newton versus Descartes, acciones a distancia frente a campos), pero mejor, para mostrar que la noción de paradigma ha traspasado fronteras disciplinares, referirme a una discusión que tiene relevancia actual, la del enfrentamiento entre los modelos económicos de John Maynard Keynes y Friedrich Hayek, un enfrentamiento, pero también un diálogo, que se recoge en un libro magnífico de Nicholas Wapshott, Keynes-Hayek. The clash that defined modern Economics. De la importancia de ese debate da idea lo que Tony Judt manifestó en Pensar el siglo XX (Taurus, 2012): “Los tres cuartos de siglo que siguieron al colapso de Austria de la década de 1930 pueden considerarse como un duelo entre Keynes y Hayek. Keynes comienza con la observación de que bajo unas condiciones económicas de incertidumbre sería imprudente suponer unos resultados estables, y por tanto sería mejor diseñar formas de intervenir a fin de conseguirlos. Hayek, que escribe conscientemente en contra de Keynes y desde la experiencia austriaca, argumenta en su Camino de servidumbre (1945) que la intervención —la planificación, por benevolente o bienintencionada que sea independientemente del contexto político— termina mal”.
Y en este punto vuelvo al comienzo.
Si el presente “modelo” político —el europeo, se supone— debe ser sustituido, tendremos que disponer de otro, de otro paradigma, porque los saltos al vacío son más que peligrosos, son imprevisibles. Independientemente de sus limitaciones, el modelo kuhniano puede tener alguna relevancia en el mundo de la política actual. Léase si no lo que escribió hace poco Juan Luis Cebrián (Los retos de la globalización, Claves de la razón práctica, abril de 2012): “Conviene insistir en que no nos encontramos solo ante una crisis, sino ante un cambio estructural, un nuevo paradigma cuyo fundamento es la pérdida de influencia y de prestigio de Occidente”. El periodo de “ciencia normal”, el desarrollo del modelo europeo en el que crecimos se está agotando, o se ha agotado ya. Son múltiples las “anomalías” del sistema, que se manifiestan de formas diferentes, desde “los indignados” hasta las “preferentes”, pasando por los desahucios o la privatización de servicios públicos. El problema para Europa es encontrar un nuevo paradigma, que conjugue los pilares ilustrados sobre los que se edificó con un mundo radicalmente diferente de aquel en el que prosperó.
José Manuel Sánchez Ron, En busca de un nuevo paradigma científico, Babelia. El País, 09/02/2012