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Anaximandre |
Epopeya y filosofía naturalista se nutren de una misma concepción del ser. La idea de una legalidad universal se expresa con mayor nitidez aún en el célebre fragmento de Anaximandro: “Las cosas tiene que cumplir la pena y sufrir la expiación que se deben recíprocamente por su injusticia, según los decretos del Tiempo”. No se trata de una anticipación a la concepción científica de la naturaleza, con sus leyes de causa y efecto, sino de una visión del ser como un cosmos no sin semejanza con el mundo político de Solón, regido por la justicia. (Werner Jaeger, La teología de los primeros filósofos griegos, FCE, México, 1952). Tanto la justicia política como la cósmica no son propiamente leyes que están sobre la naturaleza de las cosas, sino que las cosas mismas en su mutuo movimiento, en su engendrarse y entreverarse, son los que producen la justicia. Así, ésta se identifica con el orden cósmico, con el movimiento natural del ser y con el movimiento político de la ciudad y su libre juego de intereses y pasiones, cada uno castigando los excesos del otro. Una vez más justicia y orden son categorías del ser. Y su otro nombre, se me ocurre, es armonía, movimiento o danza concertada tanto como choque rítmico de contrarios.
El mundo de los héroes y de los dioses no es distinto del de los hombres: es un cosmos, un todo viviente en el que el movimiento de llama justicia, orden, destino. El nacer y el morir son las dos notas extremas de este concierto o armonía viviente y entre ambas aparece la figura peligrosa del hombre. Peligrosa porque en él confluyen los dos mundos. Por eso es fácil víctima de la hybris, que es el pecado por excelencia contra la salud política y cósmica (…). El ostracismo es una medida de higiene pública; la destrucción del héroe que se excede y va más allá de las normas, un remedio para restablecer la salud cósmica. (…) Cada vez que rompamos la mesura herimos al cosmos entero. Sobre este modelo armónico se edifica la constitución política de las ciudades, la vida social tanto como la individual, y en él se funda la tragedia. Toda la historia de la cultura griega puede verse como su desarrollo. En la sentencia de Anaximandro –las cosas expían sus propios excesos- ya está en germen la visión polémica del ser de Heráclito: el universo está en tensión, como la cuerda del rco o las de la lira. El mundo “cambiando, reposa”. Pero Heráclito no sólo concibe el ser como devenir –idea en cierto modo implícita ya en la concepción épica- sino que hace del hombre el lugar de encuentro de la guerra cósmica. (págs.. 201-203)
Octavio Paz, La casa de la presencia. El arco y la lira. El mundo heroico. Obras Completas, Círculo de lectores, Barna 1991