En principio, se suele contraponer el plano de los sentidos, el de la percepción, al intelecto. Por un lado la sensibilidad, por otro la cabeza. Aunque sobre esto ha habido muchas polémicas. El racionalismo, sobre todo
Descartes, cree que entre sensibilidad y pensamiento no hay una diferencia irreductible, sino más bien de grado. La percepción entregaría de modo "confuso" lo que el pensamiento capta de modo "claro y distinto". El empirismo de
Hume, sin embargo, piensa que los sentidos son irrebasables. Según él la percepción nos rodea por doquier, es el origen indiscutible y la prueba final de cualquier idea. Aunque cree que existe una
forma a priori de la sensibilidad,
Kant sigue en parte al empirismo, pensando que la sensibilidad, una percepción en la que somos básicamente pasivos, es insuperable.
Nada llega a la cabeza sin antes pasar por los sentidos, decía
Leibniz. En este aspecto, la percepción es lo
primero, pues el día comienza, recomienza una y otra vez, con ella. Primero siento, con los sentidos internos o externos, y después viene el pensamiento. Aquello que de ningún modo sentimos, no tiene ninguna vía de entrada al pensamiento. Incluso la conocida pregunta "¿Qué ruido hace un árbol al caer en el fondo de la selva, cuando nadie lo escucha?", para poder ser pensada, exige ser sentida, que adquiera una imagen en los sentidos. Además, la percepción es siempre relación con algo
singular: este paisaje, esta habitación, estas palabras. Siempre percibimos formas, dice la escuela de la Gestalt. Hasta en las nubes, en una pared, encontraremos formas reconocibles, acabadas, singulares. Si nos rodea la oscuridad, tenemos que buscar formas en ella, lo cual puede llegar a ser terrorífico.
El concepto es general, abstracto, universal: "separa y retiene", extrae unos rasgos comunes a un grupo de objetos y prescinde de lo particular, lo individual en cada uno de ellos. En este sentido, se suele decir que en el concepto hay una pérdida, pues la compleja riqueza de lo percibido como forma singular es abandonada por un concepto que selecciona sólo ciertos aspectos. Finalmente, la percepción es lo encontrado, lo que sale al encuentro. Es
dada, frente al concepto, que es siempre construido, adquirido. Esto no ocurre en la percepción, aunque también ella, por supuesto, sea modificable por un aprendizaje.
Por otra parte, ya lo sabemos, percibir es siempre aprehender una totalidad de sentido. Percibimos
inmediatamente sentido (un camión pesado sube la cuesta), no sensaciones "sueltas" a las que
después añadimos un sentido. Después puede suceder cualquier cosa (que olvidemos, que le demos vueltas y vueltas a lo percibido), pero la compleja singularidad de lo vivido sigue ahí, desde el comienzo. Por eso se dice que a veces tardamos años en saber lo que hemos vivido en un minuto. Por ejemplo, en sus distintas obras, Joyce retoca una y otra vez una sensación o momento pasado, que con frecuencia tarda años en adquirir una forma definitiva.
En el pensamiento conceptual hay una pérdida. Pero existe un pensamiento distinto; no por conceptos, sino por afectos, por
perceptos. La poesía es el ejemplo más acabado. Si sentimos que está pasando un segundo del mundo, sólo podemos conservarlo al precio de empaparnos, de volvernos él mismo: "El bosque de la montaña está lleno de luz./ La cresta arbórea, al rojo dorada" (
E. Pound). Existe aquí una especie de universalidad de lo singular: una tormenta, una tarde de verano, la araña tejiendo su tela a la luz de la luna... Y tal vez sólo un Velázquez, un Machado, un John Cage son capaces de captar ese espíritu de lo real, ese absoluto local, esa revelación de las apariencias. Hay una suerte de universalidad de lo singular, el llamado
uno de la discontinuidad, y por eso lo percibido vuelve continuamente en nuestra memoria, tardando años en fijarse lo que hemos vivido durante segundos. Siguiendo a momentos del pensamiento japonés, Deleuze llega a decir: "Toda una vida basta apenas para una sola brizna de hierba".
En este aspecto, la teoría asociacionista de la percepción es completamente ingenua, de ahí que el arte y la psicología opten mayoritariamente por la teoría de la Gestalt. Al insistir en que percibimos
inmediatamente una forma, un todo cualitativo no descomponible, explica mejor la escandalosa ambigüedad, la subjetividad de la percepción. No solamente las ilusiones ópticas, sino el hecho de que dos personas no vean exactamente la misma película, no perciban jamás el mismo mensaje. En la percepción ya hay concepto, aunque sea elemental o inconsciente, y es éste el que organiza y selecciona la percepción, arrancando del caos sensitivo un orden determinado. Antes de lo cuantitativo está lo cualitativo.
Percibimos inmediatamente sentido porque hay un modo elemental de concepto, una implicación activa del sujeto en la percepción. No existe un percibir objetivo sobre el cual, después, se asiente la subjetividad. Ésta guía de antemano lo percibido, selecciona, excluye, ordena... Existe un pensamiento implícito en los sentidos, que no tienen nada de puramente "físicos". Por eso la percepción es tan escandalosamente distinta según el observador, sus intereses, sus expectativas, su grado de atención, su estado de ánimo. En otras palabras, lo "significativo" (mi idea de las cosas, mis prejuicios, mis deseos) va por delante y guía de antemano. También la
piedad por lo pequeño, la sensibilidad hacia el detalle, así como la imaginación, cambian la sensibilidad. ¿Cómo percibe una infancia frágil y rodeada de misterios, cómo percibe una niña que puede decir: "Las estrellas existen para que la luna no esté sola"?
Sería un error creer que el hombre percibe, o que el pintor trabaja, desde una superficie blanca y virgen. La superficie está ya por entero investida virtualmente mediante toda clase de clichés con los que el hombre tendrá que luchar o reconciliarse. En ningún caso se da en la percepción nada parecido a una
tabula rasa según la cual el sujeto se parecería a un recipiente pasivo y vacío que se rellenaría con datos externos que después han de ser interpretados. La interpretación, en cierto modo, va por delante, encauzando lo percibido. Obviamente, aprovechando esto, los medios audiovisuales intentan poner al espectador en un estado de completa pasividad receptiva, para que así el consumidor de
perceptos sea rellenado por los que dirigen el sistema informativo. Pero esto no siempre se consigue.
De cualquier modo, en la percepción (de una persona, de una pieza musical, de una situación) se proyecta nuestra personalidad, nuestra concepción del mundo. En este sentido, la percepción nunca es inocente. Fijémonos en esta frase, que la dirección del Metro de Madrid puso en los paneles electrónicos y en los altavoces de todas las estaciones después de la fecha fatídica del 11 de Marzo: "
Juntos por la seguridad. Por su seguridad, mantenga sus bolsos de mano y pertenencias debidamente controladas. Gracias por su colaboración". ¿Qué sentido se percibe en este mensaje, que juega, como tantos anuncios, con el equívoco del lenguaje y el contexto? ¿En qué sentidos este mensaje es eficaz social, política o policialmente?7 Evidentemente, se trataba de mantener la normalidad, de no alarmar, de no hacer explícita la sensación de que tomar el metro es peligroso. Al mismo tiempo, era preciso dar la sensación de que las autoridades estaban vigilantes, protegiendo a los ciudadanos.
Percibir es excluir, forzar, seleccionar, apartar, decidir. Los sentidos están guiados por el
perspectivismo (
Nietzsche) de la vida, por sus
a priori, sus prejuicios de partida. En este aspecto la vida, en su raíz, no es democrática, no es "plural", pues de antemano distorsiona, deforma las cosas con el dictado que corresponde a la fuerza del individuo. Es posible incluso que la vida esté asentada más bien en una violencia originaria, en una elemental voluntad de poder. En algún lugar,
Nietzsche comenta: "(...) gracias solamente a que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto
artísticamente creador, vive con alguna calma, seguridad y consecuencia".
Así pues, afortunadamente, el modelo del ordenador no nos sirve de nada. La información, con unos "datos" de partida que el sujeto "procesa" después, no sirve para explicar nada de la percepción. Habría que ver incluso si este modelo explica esa franja horaria en que el sujeto está conectado a la información. Al fin y al cabo, según mi humor, mi atención o mi interés, atiendo a tal o cual aspecto del telediario o del periódico. Como dice
Baudrillard, el modelo del ordenador, que parte de datos que después el sujeto procesa, es deudor de la
interpasividad del consumidor, de la lógica un consumo informativo que requiere un público cautivo. Pero la percepción no es eso, sobre todo en los momentos en que el individuo no está conectado a las pantallas.
Percibir no es sólo procesar información. No hay "datos" iniciales, un primer plano solamente informativo, pues en toda percepción (hasta en la del científico), la imaginación, la creación, el prejuicio, la distorsión van por delante. Se ha recordado con frecuencia que ni siquiera la información es neutral, sino un sistema de órdenes más o menos encubierto: "Y ahora, deportes"; o bien: "Antes de la información internacional, unos minutos de publicidad". Evidentemente, el mecanismo de la información intenta manipular la percepción, pero no siempre lo consigue. Si lo consigue, lo hace violentando la percepción, forzándola con el impacto y la manipulación del espectáculo, con ese típico "sensacionalismo" de los medios. Y en este punto, por razones políticas y humanas, no deberíamos convertir la necesidad en virtud. Si estamos coaccionados por la manipulación informativa, no deberíamos además admitirlo como natural, convertirlo en norma, en ley. Lo normal sería que el sujeto se hiciese cargo de sus percepciones, de elegir hacia dónde mira, qué escucha, dónde pone el acento. Nada parecido a ningún ordenador, por complejo que sea.
En este aspecto la psicología con frecuencia se despista, utilizando preferentemente un modelo asociacionista y mecánico o, como máximo, un modelo cognitivo. Según éste, primero existen unos datos objetivos externos, agrupados, seleccionados y servidos por alguien o algo. Ahora bien, ¿qué programador nos sirve los datos fuera de los momentos informativos, el mundo, Dios como especialista total en el entretenimiento? Según este modelo viene después un papel activo del sujeto que consiste en "procesar", pero
subordinado a unos datos iniciales que vienen servidos, precocinados. No es así en la vida cotidiana, pues el "procesamiento" es lo primero, seleccionando cuáles son los datos significativos, en qué hacemos hincapié y en qué no. Incluso en los momentos de conexión informativa es el sujeto, o debería serlo, quien selecciona la cadena, los registros y aspectos a los que atiende, los bordes y esquinas significativas.
Además, puestos a buscar modelos, el ordenador no sería tal vez el mejor, la tecnología más puntera. Como siempre espera los datos de otro, el ordenador es "estúpido", según expresión del jugador de ajedrez Kasparov, cuando se enfrentó a la carísima máquina
Deep blue. Con respecto a esto,
Leibniz, inventor del cálculo infinitesimal y muy atento a los avances técnicos de su tiempo, decía: la diferencia entre una "máquina natural" (nube, árbol, animal) y un "ingenio construido" es que la primera es "máquina hasta en sus más mínimas partes". Por el contrario, el ingenio construido, el ordenador, es máquina de un modo limitado, pues está programada, envuelta por un material inerte y esperando las órdenes de algo externo.
Ignacio Castro Rey,
¿En qué piensan los sentidos?, fronteraD, 20/04/2013