Recientemente un amigo, que lee este Cuaderno, me comentaba que yo debía dejar de hablar tanto de filosofías y dedicarme a la ciencia en sí y a su historia. Mi primera reacción fue preguntarle si esta recomendación era porque mis escritos, que tampoco pretenden ser más que una incitación, no le parecían interesantes. Su respuesta consiguió sorprenderme:
- No, amigo mío, es que temo por tu seguridad; los que se dedican a la filosofía acaban siempre mal.
- Y, ¿cómo es eso? ¿Es acaso la filosofía una profesión de riesgo?
- Juzga tu mismo. El primer filósofo importante del que tenemos noticia cierta, Sócrates, fue condenado a muerte por el gobierno de Atenas por, entre otras cosas, corromper a la juventud. Como él mismo se administró la cicuta desoyendo todos los planes, algunos muy factibles, para huir y librarse del castigo, podemos considerar que se suicidó allá por el 399 antes de la era común (a.e.c.). Pero ese no es más que un ejemplo de una larga tradición que ilustra perfectamente los perjuicios que para la consideración de la propia vida tiene el filosofar. Así, en las brumas de la leyenda tenemos a Empédocles que saltó al Etna en el 435 a.e.c. Isócrates se dejó morir de hambre en el 338 a.e.c. Zenón de Citio se rompió un dedo del pie, y eso no tendría nada de extraño sino fuera porque su reacción, como buen estoico, fue contener la respiración hasta que murió en el 262 a.e.c. poco más o menos. En el 52 a.e.c. Lucrecio tomó una poción de amor (toda natural, como hacían los antiguos) y le produjo tal efecto que en su locura acabó suicidándose. Ya que estamos con los romanos no podemos olvidar a Séneca, que prefirió suicidarse tras caer en desgracia con Nerón en el 65 e.c. Y así podría seguir hasta Año Nuevo.
- Va hombre, esos son sólo unos cuantos ejemplos de la antigüedad…
- ¡Antigüedad! Bueno, pues como eres tan aficionado al XVII retomaremos la historia por ahí e iremos recortando por no hacerla muy larga. En 1640 Uriel da Costa, tras recibir una soberana paliza de un grupo religioso al que presuntamente había ofendido diciendo lo que pensaba, se fue a su casa y se pegó un tiro. William Jevons prefirió ahogarse en su bañera en 1882. Otto Weininger también se pegó un tiro (1903), Ludwig Boltzmann se ahorcó (1906), y Paul Lafargue llegó a un acuerdo de suicidio con su esposa, Laura Marx, en 1911. Y seguimos, Stanislaw Witkiewicz también llegó a un acuerdo de suicidio usando pastillas con una amiga tras la invasión soviética de Polonia en 1939, aunque ella (no filósofa) sobrevivió. Walter Benjamin viendo que no podría escapar de los nazis se suicidó en la frontera franco-española en 1940. Simone Weil se dejó morir de hambre en 1943 no se sabe muy bien si en solidaridad con las víctimas de la guerra o por haber leído a Schopenhauer. En el otro bando, la filosofía también hacía estragos: Ernst Bergmann se suicidó cuando los aliados entraron en Leipzig en 1945.
- Pero, ¿ese no era el que decía que Hitler era el mesías…?
- No me interrumpas, que esto sigue. En 1954 Alan Turing murió a lo Blancanieves mordiendo una manzana envenenada.
- Ni me parece bien la insinuación, ni está claro que fuese un suicidio…
- El caso es que estaba vivo, sano, no era viejo, había flirteado con la filosofía y se murió, ¿no? Pues eso. Bueno, sigo. Tu amigo Kurt Gödel, el platónico, también se dejó morir de hambre por temor a que lo envenenaran en 1978. Evald Ilyenkov también se suicidó en 1979, el mismo año en que Nicos Poulantzas se tiraba por la ventana de un piso veinte del edificio en el que vivía. En 1983 Arthur Koestler llegaba a un acuerdo de suicidio con pastillas con su compañera, y a ella debía gustarle la filosofía más de la cuenta, porque murieron los dos. En 1994 David Stove se ahorcó, Sarah Kofman esperó al cumpleaños de Nietzsche para hacer lo propio y Guy Debord prefirió pegarse un tiro. Y por no hacerlo demasiado largo nombraré a uno que tienes leído, Gilles Deleuze, que se tiró por la ventana al año siguiente. ¡Ah, bueno! Se me olvidaba otro pacto de suicidio, el de André Gorz y su mujer, que se pusieron inyecciones letales en 2007.
- ¡Qué barbaridad!
- Y eso no es todo. El quitarse la vida uno mismo es sólo uno de los efectos de la filosofía. El otro es que te quieran matar, ya sean gobiernos, turbamultas o particulares.
- ¡Pero eso cómo va a ser!
- ¿Que no? Te haré una lista breve. Empecemos con Hipatia, a la que mató una turbamulta de cristianos en el 415. En el 526 Teodorico mandó estrangular a Boecio, a Sigerio de Brabante lo apuñaló su secretario con una pluma sobre el 1277, aunque si hubiésemos de creer a Dante, realmente se suicidó. En 1415 el cristianísimo y catolicísimo Consejo de Constanza mandó quemar vivo a Jan Hus. A Tomás Moro le cortó la cabeza una orden del anglicano reciente Enrique VIII en 1535. El capitán de la prisión otomana en la que estaba prisionero Girolamo Maggi ordenó estrangularle en 1572, el mismo año en que Pierre de la Ramée estaba en París el día de San Bartolomé, y como su filosofía le había hecho hacerse protestante en la católica Francia, fue asesinado junto a de miles de otros protestantes. Que a Giordano Bruno en 1600 y a Lucilio Vanini en 1619 los mandó quemar la Inquisición, ya lo sabes. A Algernon Sidney lo mandó ejecutar Carlos II de Inglaterra por traición en 1683. El Marqués de Condorcet murió misteriosamente en prisión en 1794.
- Es que estás considerando unos tiempos…
- Nada, nada, siglo XX para el caballero. A Moritz Schlick lo asesinó un estudiante perturbado en 1936. Gustav Shpet fue ejecutado en 1937 por actividades antisoviéticas, el mismo año en que Antonio Gramsci moría en la prisión en la que lo mantenía Mussolini. A León Trotsky lo mandó matar Stalin en 1940. En 1941 los nazis mataron a Kurt Grellin, en 1944 los partisanos comunistas mataron a Giovanni Gentile y en 1945 los nazis colgaron a Dietrich Bonhoeffer. También en 1945 moría en prisión Miki Kiyoshi, encarcelado porque su ética le había llevado a ayudar a un amigo a escapar. A Mohandas Gandhi lo mataron de un tiro en 1948. Y te dejo para el final un matemático metido a filósofo: a Richard Montague lo estrangularon para robarle en 1971. ¿Qué?¿Qué me dices?
- Curioso, muy curioso, sí.
- ¿Es peligrosa o no es peligrosa la filosofía?
- No más que otras actividades intelectuales.
- Pero, ¿qué me dices de todos estos ejemplos?
- Pues que son una muestra de lo que pasa cuando se tiene una memoria como la tuya y es lo mismo que explica que la gente use menos un medio de locomoción después de un accidente grave, por ejemplo.
- Ya estás con tus cosas, ¿de qué me estás hablando?
- Vamos a ver, ¿tú sabes lo que es la heurística de la disponibilidad?
Nota1: la recopilación de las causas de la muerte de los filósofos es una tradición bien asentada. Véase a título de ejemplo esta página de D.H. Mellor, profesor emérito de filosofía de la Universidad de Cambridge.