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En el territorio fronterizo donde se encuentran las tres grandes formas de conocimiento (ciencia, arte y revelación) florecen jugosas contradicciones. Basta pronunciar las palabras el ombligo de Adán para caer en la cuenta de una de ellas. Dios dicta la escena en el Génesis (revelación), Miguel Ángel la pinta en el techo de la Capilla Sixtina (arte) y así aparece Adán luciendo su ombligo, una cicatriz inevitable en todo humano nacido de madre (ciencia).
El encargo es directo de Julio II a Miguel Ángel y quizá el artista llegara a murmurar una consulta al Papa sobre tan incómodo detalle: ¿lo pinto o no lo pinto? Y lo pintó. Pero la revelación divina no es compatible con su decisión de glorificar la belleza del cuerpo humano. Estamos en pleno Renacimiento, tiempos de sabios interdisciplinarios como Leonardo da Vinci, que fue pintor, escultor, científico, músico, arquitecto, ingeniero, filósofo, inventor, matemático… ¿Hubiera pintado Leonardo el ombligo? Pues también, probablemente. El mito de Adán y Eva es recurrente en la historia de la pintura, pero todos apuestan por el ombligo en flagrante contradicción con el Génesis: el renacentista alemán Albert Durero (1471-1528), el flamenco Hugo van der Goes (1440-1482), el pintor de la escuela veneciana Palma Vecchio (1480-1528), el precursor del barroco y manierista Jacopo Robusti Tintoretto (1518-1594); el holandés Martin van Heemskerck (1496-1574), el español Salvador Viniegra (1862-1902), el francés Claude Marie Dubufe (1790-1864), el ilustrador bíblico (!!) Jaques Joseph Tissot (1836-1902), el colombiano Fernando Botero (1932)... No hay excepciones significativas: Adán y Eva muestran ostentosamente sus ombligos a través de todas las épocas, culturas y tendencias.
¿Cuestión banal o relevante paradoja? ¿Merece la pena dedicar un segundo más a este asunto? La discusión entre teólogos se dilata durante siglos, pero los artistas no esperan para tomar partido, ni siquiera esperan a Darwin. La opción de Adán y Eva sin ombligo es inaceptable para el arte porque un cuerpo humano sin ombligo es levemente monstruoso, indigno representante de la humanidad entera. Pero la ausencia de ombligo inquieta también a los teólogos ¡y por similares razones!: un primer humano sin ombligo evoca la imperfección, un detalle que salpica el prestigio de perfección atribuido al Creador.
La segunda opción es la universalmente adoptada: pintamos el ombligo, vale, pero ¿cómo hacer la vista gorda ante tamaño desafío a la inteligencia? Las justificaciones disponibles son a cual más hilarante: el primer humano fue creado con ombligo a) como una licencia estética (para no desentonar con el resto de la humanidad), b) para poner a prueba nuestra fe (es lo que piensan algunos creacionistas ante la evidencia del registro fósil), c) para medir nuestro margen de tolerancia frente a lo irracional... Sin embargo cualquiera de estas alternativas equivale a admitir que el Creador miente o bromea. Por lo tanto, la opción de Adán y Eva provistos de ombligo también es inaceptable desde el punto de vista teológico. Ahora bien, si no se puede aceptar el ombligo ni se puede aceptar el no ombligo, siempre queda la gödeliana alternativa de aceptar su indecidibilidad: la presencia del ombligo insinúa su ausencia y la ausencia del ombligo sugiere su presencia. No se trata de que el ombligo no esté ahí sino de que no se vea si está o no está. Esta solución se logra con una postura más o menos forzada del cuerpo o con ramas u hojas que, casual y causalmente, caen sobre la zona donde debería estar el ombligo. Después de todo tal es el socorrido recurso que usan algunos cursis para ocultar los genitales (a pesar de que en este caso nadie dude de que están allí). Pero esta tercera opción no deja de ser una solución innoble para un noble problema. El arte cumple aquí con la tarea de representar, de modo que representar la no representación también supone una contradicción artística.
En síntesis, la presencia del ombligo de Adán en el arte plantea un singular desafío lógico: no vale A, no vale no A y tampoco vale ni A ni no A. Estamos atrapados: pintar a Adán con ombligo es contradecir la revelación, pintar a Adán sin ombligo es contradecir la ciencia y pintar a Adán con el ombligo oculto es contradecir el arte. El mito de Adán y Eva no logra zafarse pues de alguna clase de contradicción y nos obliga a elegir entre contradecir la ciencia, contradecir la revelación o contradecir el arte, fastidioso trilema. Los artistas han optado por salvar la coherencia de la ciencia y del arte en detrimento de la coherencia de la religión, curiosamente, aunque se diría que con el alivio cómplice y secreto de esta última. Después de todo, el conocimiento revelado nunca ha presumido de coherencia y para eso está el misterio. Sin embargo sorprende que el arte se haya aferrado a una solución única y que se le hayan pasado los siglos sin ver, en el ombligo de Adán y Eva, una oportunidad impagable para la originalidad, la innovación del lenguaje y la ironía.
Jorge Wagensberg,
El ombligo de Adán, Babelia. El País, 31/08/2013