Así pues, si “invertir el platonismo” significase darle la vuelta a Platóny declarar superior a la actividad instrumental sobre el uso libre y, por tanto, a la apariencia sobre la esencia, tal parece que la verdadera inversión del platonismo habría sido la modernidad, sobre cuya filosofía de la historia (en la cual la acción queda reducida a lo que Platón llamaría “producción”) ya hemos dicho algo en las páginas precedentes (vegeu els temps están canviant). Es más, no se trataría únicamente de la filosofía moderna de la historia sino de la filosofía moderna toute courte, pues es de sobra sabido que ésta se caracteriza por un “giro copernicano” que implica la renuncia a la “cosa-en-sí” (y, por tanto, aquella esenciaque Platón llamaba a veces “idea” y que carece de especificaciones de espacio y de tiempo) como un residuo incognoscible y la “reducción” de la “cosidad” de las cosas a aquellos requisitos que permiten hacer de ellas objetos de conocimiento para un sujeto finito; sujeto que, desde luego, mira la naturaleza desde una perspectiva instrumental y que sólo puede conocer de ella su apariencia, es decir, los fenómenos (término que conserva incluso la raíz griega de la “apariencia”). Esta “traducción” de las cosas al lenguaje de los fenómenos, y la consiguiente restricción crítica del uso de los vocablos más característicos de la tradición metafísica como “esencia”, “substancia”, etcétera (que no deben utilizarse ahora sin precauciones en la medida en que pretendan referirse a la mentada “cosa-en-sí” que rebasa las condiciones subjetivas de posibilidad del conocimiento teórico), es el presupuesto mismo de la filosofía moderna autoconcebida como crítica. (pág. 103)
José Luis Pardo, Eso no es música, Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, Barna 2007