by Rick Beck |
Cabe la posibilidad de confundir la fijación con la coherencia y la pasividad con la firmeza de la posición adoptada. De permitirnos algunos arranques, únicamente cabrían los orientados a un anclaje mayor del asentamiento. Las mejores fuerzas quedarían empeñadas en atornillar lo que ya creemos, sin replanteamientos, desde la suposición, no siempre explícita, de que no tiene por sí mismo la consistencia suficiente para afrontar un contratiempo o para hacer valer sus buenas razones.
Si incluso la quietud es una forma de movimiento, como Aristóteles explica, eso no significa la fijación en el reposo. Amparados en una mal entendida estabilidad, necesitaríamos considerar una vez más lo que Heráclito nos señala: “Cambiando descansa”, “cambiando se descansa”. Precisamente por ello, la fijación nos produce no solo una artrosis del pensar, sino asimismo un profundo cansancio.
La astucia de la fijación consiste en procurar aparentes modificaciones para lograr de nuevo una postura cómoda. Casi sería suficiente con buscar otra colocación para, con pequeños ajustes, proseguir bien instalados y acomodados. No es el manido y tópico cambiar para que nada cambie, es sencillamente el no cambiar.
El asunto no resultaría especialmente preocupante, solo algo aburrido y desalentador, si conjuntamente fijados, aguardáramos a la par el advenimiento de las mejoras y de las novedades. Pero cabe considerar quién nos las procuraría. Y en caso de no buscarlas, ni de precisarlas, conviene no olvidar que hay quienes las necesitan, y con urgencia. Y precisamente por ello encuentran menos divertida la fijación. Ángel Gabilondo, Ni un paso, El salto del Ángel, 25/11/2014