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Ya en sus primeras obras había señalado la necesidad de formular una “utopía liberal”: “Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no parezca ni una defensa de las cosas tal y como son ni una especie de socialismo diluido, sino un radicalismo verdaderamente liberal” (cursivas nuestras, Hayek, 2005, p. 97). Este orden sería absolutamente diferente de cualquier tipo de socialismo; sería verdaderamente liberal puesto que en este el mercado no sufriría ninguna forma de interferencia, especialmente de los sindicatos. Este orden debería ser estable o definitivo, por ello es una concepción utópica y completamente distinta al orden político actual.
Hayek propone que esta utopía democrática se realice mediante un específico sistema institucional: “Para alcanzar su objetivo en un sistema democrático, la separación de los poderes precisa de dos asambleas distintas, con funciones diferentes e independientes una de la otra” (Hayek, 2007c, p. 135). Debería haber un parlamento bicameral, en el cual una de las cámaras se asemejaría a las actuales cámaras de representantes de los sistemas parlamentarios, formadas por representantes elegidos por los ciudadanos. Esta cámara nombraría a un primer ministro quien, con su gabinete, ejercería el poder ejecutivo, gobernando y haciendo cumplir las leyes. Sin embargo, estos parlamentarios no tendrían ninguna función legislativa.
La función legislativa radicaría exclusivamente en la otra cámara: “La asamblea legislativa debería ocuparse de la opinión de lo que es justo y no de la voluntad acerca de objetivos particulares de gobierno” (Hayek, 2007c). Y en otro texto aduce: “La auténtica tarea legislativa exige que dejando al margen los intereses de las distintas personas y grupos involucrados, se intente recoger la opinión general en cuanto a cuáles sean en cada momento los tipos de comportamiento que procede considerar aceptables o rechazables” (Hayek, 1982c, vol. III, p. 196).
Los miembros de la cámara legislativa no podrían pertenecer ni tampoco haber pertenecido a un partido político. Para asegurar su independencia, ejercerían su cargo por quince años y no serían reelegibles. Los ciudadanos mediante su voto elegirían a estos legisladores, quienes deben poseer requisitos especiales. En primer lugar, ser personas que han triunfado en la vida, que fueron los “primeros de la clase”; los que han “demostrado su valía en la vida ordinaria y que tendrían que dejar sus propios asuntos personales por un cargo honorífico para el resto de sus vidas” (Hayek, 2007c). “Personas que, en el desarrollo del cotidiano quehacer, hayan alcanzado una buen reputación, que en su vida privada hubiesen puesto suficientemente de relieve su nivel de competencia” (Hayek, 1982c, p. 198). Sería necesario, entonces, crear un registro de ciudadanos que cumplen estos requisitos y que desearan ser candidatos a legisladores:
Aquí necesitamos una “muestra representativa” del pueblo, y posiblemente de hombres y mujeres particularmente apreciados por su probidad y sentido común, y no delegados encargados de promover los intereses particulares de sus electores. (Hayek, 1982c, p. 136)
Solamente esta cámara legislativa, esta “asamblea de sabios”, como la llama Hayek, podría actuar de acuerdo con el interés general. “Cuando se trata del verdadero interés público se precisa una asamblea que represente no los intereses, sino la opinión de lo que es justo” (Hayek, 1982c). Este sería un modelo democrático en el que solo los miembros de una minoría de poder podrían ser elegidos como representantes del principal poder del Estado; es decir, un sistema censitario. Hayek es consciente que este diseño institucional difiere de lo que se llama democracia: “sugiero que deberíamos llamar a dicho sistema demarquía, un sistema en que el demos no tendría poder bruto” (Hayek 2007c, p. 95).
Según Hayek, solo las personas exitosas que hayan triunfado en el mercado, que hayan mostrado mediante su éxito “su valía en la vida ordinaria” y un alto nivel de competencia, poseen el saber necesario para legislar. Esta creencia se funda en su teoría de las masas y las elites. Hace suya la postura de Schumpeter que rechaza el principio de la igualdad básica de los seres humanos, y asevera que la mayoría está movida por impulsos inmediatos y es incapaz de una acción reflexiva (Schumpeter, 1983).
Las elites, en cambio, son la minoría que posee en plenitud las capacidades intelectuales y de carácter personal de que carecen las masas, y, por tanto, manifiestan una gran capacidad de adaptación al mercado que se manifiesta en su éxito económico (Schumpeter, 1983). Así, el saber político par excellencees el económico. Hayek cree que esta propuesta institucional aseguraría la plena realización del Estado de derecho pues la legislación que se dictase estaría exenta de toda excepcionalidad basada en el mito de la justicia social y estimularía la competencia económica. Esto generaría, necesariamente, el bienestar de todos. Asimismo, se produciría la definitiva subordinación de la política al mercado, evitando completamente el riesgo de la democracia ilimitada. Este modelo democrático se funda en el supuesto de la tendencia espontánea al equilibrio de los factores del mercado que no ha sido probado y que, quizá, no sea posible demostrar, como dice Hinkelammert (1970, cap. A.1.3; 2000, cap. 2).
Jorge Vergara Estevez, Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 215-218