El Roto |
¿Qué responderías si un extraño te preguntase: "¿cuál es tu patria?, ¿dónde está?". No excluyo que haya gente que tenga una respuesta rápida a las dos preguntas, pero me atrevo a pensar que en la España contemporánea la gente entre la que me siento cómodo tardaría un rato en responder a la pregunta, e incluso algunos responderían con otra pregunta sobre qué significa "patria" o algo parecido. No serían pocos los que diesen una respuesta "cosmopolita" como "mi patria es el lenguaje", "mi patria es la humanidad" " mi patria es la constitución" y otras expresiones parecidas.
Una de las más profundas transformaciones que ha producido la globalización que nos trajo el siglo pasado ha sido la transformación de los afectos en los que se habían apoyado las patrias decimonónicas: un pueblo, una lengua, un territorio, un estado. Estas condiciones han pasado a la historia cultural. Lenguas múltiples, culturas diversas, territorios en conflicto, estados difusos entrelazados por las grandes convergencias (Unión Europea, OTAN,...). Las partes reales e imaginarias de la identidad patria han comenzado a predominar sobre las bases más o menos históricamente justificables bajo el rubro de "patria".
Ya interesan poco las respuestas decimonónicas en las que nadie quiere sentirse categorizado. Pongamos por caso, el imperialismo del término "España" que quiso aprovechar el franquismo de charanga y pandereta ya no es presentable salvo para mi vecino de arriba que me castiga todas las mañanas con un disco de canciones falangistas. Tampoco las respuestas excluyentes de las nacionalidades históricas: ni en Euskadi ni en Cataluña, nadie querría ser asociado con el concepto romántico que ya sólo produce chistes y monólogos de comedia. Se acepta en general una concepción más abierta y difusa de la frontera patria. Lo que queda es una zona nueva inexplorada donde los sentimientos, la percepción de la historia y las estructuras objetivas del ser y el pertenecer se desvelan inestables, paradójicamente más tensos entre la fuerza de los afectos y la inefabilidad de los discursos.
Los nacionalismos de ahora se han adentrado en un territorio aún si cabe mucho más imaginario: "¿cómo nos imaginan?", "¿cómo nos tratan?", "¿qué piensan de nosotros?", "¿por qué nos odian?", "ellos son los atrasados" etcétera. Las formas explícitas e implícitas de nacionalismo navegan en las aguas turbulentas de la dinámica cultural, social y económica. Sería muy interesante investigar sobre las fronteras entre ellos y nosotros en los distintos territorios. Saber las respuestas a la pregunta de quiénes son ellos y quiénes nosotros en Sevilla, Vigo, Salamanca, Vich, Eibar, Mahon o Pamplona, nos daría una topografía horizontal invaluable. Hacerlo, además, por sectores de capital económico y cultural, nos proporcionaría una información imprescindible para entendernos. El conocer quiénes son los sectores que se imaginan a uno u otro lado de las fronteras o cosmopolitismos nos permitiría también levantar un alzado de la ruina en la que se ha convertido este país y que ha roto los hilos que enlazaban las diversidades de este pueblo.
No solo pienso en los nacionalismos explícitos catalán y vasco, sino en los mucho más sutiles y, sin embargo mucho más efectivos, andaluz, castellano y gallego. Están formados por redes de afectos, argumentos y estadísticas, estigmas percibidos y relatos reiterados. Son gritos que vienen de las profundidades de un tiempo histórico largo que tiene peores pronósticos de cura que la que podrían facilitar los consensos meramente legales en la forma de arreglos constitucionales.
Reconocer la pluralidad de las españas es tan difícil, quizá mucho más, que reconocer la diversidad y labilidad de las fronteras de lo orgánico, social y cultural: géneros y diversidades funcionales puede que sean reconocidas en lo políticamente correcto. Las diversidades funcionales del concepto de patria tardarán aún mucho más en ser admitidas que las que están tardando las diversidades de la condición humana. Cuando alguien dice "mi patria es...." no siempre es capaz de situarse en una topografía cada vez más confusa de identidades que, por otra parte, son el material más maleable para la manipulación política. En realidad está levantando un muro imaginario donde cree que su identidad (ortodoxa o disidente) se encuentra a salvo. Lástima que cada vez necesite más de alambres emocionales.
Seguramente me equivoco, pero no acabo de ver las diferencias entre los nacionalistas catalanes y el PSOE andaluz, que usan los mismos recursos subpersonales para formar discursos de exclusión.
Fernando Broncano, Residuos de identidad, El laberinto de la identidad 22/12/2015