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No es que esté obsesionado con el pensamiento de la muerte; pero siempre me ha extrañado el hecho de que el pensamiento de la muerte ayude a vivir mejor. Vivir como si viviéramos nuestro último día, nuestra última hora. Una actitud así exige una total conversión de la atención. No proyectarse más en el porvenir, sino considerar en sí misma y por sí misma la acción que hacemos, no mirar más el mundo como el simple marco de nuestra acción, sino mirarlo en sí mismo y por sí mismo. Esta actitud tiene a la vez un valor existencial y un valor ético. Permite en primer lugar tomar conciencia del valor infinito del momento presente, del valor infinito de los momentos de hoy, pero también de los momentos de mañana que acogeremos con gratitud como una suerte inesperada. Pero permite también tomar conciencia de la seriedad de cada momento en la vida. Hacer lo que hacemos habitualmente, pero no como habitualmente lo hacemos sino, por el contrario, como si lo hiciéramos por primera vez, descubriendo todo lo que esta acción implica para que esté bien hecha. (…) Así podemos dar un valor en cierto sentido absoluto a cada instante de la vida, por banal que sea, por humilde que sea. Lo que importa no es lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. El pensamiento de la muerte me conducía así a este ejercicio de concentración en el presente, que recomiendan tanto los epicúreos como los estoicos.
Hay que precisar en primer lugar que esta concentración en el presente implica una doble liberación: del peso del pasado y del temor por el porvenir. Esto no quiere decir que la vida se vuelva en cierto modo instantánea, sin que se unan en el presente lo que ha sido y lo que será. Pero, precisamente, esta concentración en el presente es una concentración en lo que realmente podemos hacer: ya no podemos cambiar nada del pasado, tampoco podemos actuar sobre lo que todavía no es. El presente es el único momento en que podemos actuar. La concentración en el presente es, así, una exigencia de la acción. El presente no es aquí un instante matemático e infinitesimal sino, por ejemplo, la duración en la que ejercemos la acción, la duración de la frase que pronunciamos, del movimiento que ejecutamos, o de la melodía que escuchamos. (239-240)
Tan sólo el presente es nuestra felicidad. Pierre Hadot,
La filosofía como forma de vida. Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, Alpha Decay, Barna 2009