En cierta medida, la ética del diálogo que es, en
Platón, el ejercicio espiritual por excelencia, se vincula con otro procedimiento fundamental: la sublimación del amor. Según el mito de la preexistencia de las almas, el alma vio, cuando aún no había descendido al cuerpo, las Formas, las Normas trascendentes. Al caer en el mundo sensible las olvidó, y ya ni siquiera puede reconocerlas intuitivamente en las imágenes que encontrará en el mundo sensible. Pero sólo la Forma de la belleza tiene el privilegio de aparecer todavía en esas imágenes de ella misma que son los cuerpos bellos. La emoción amorosa que el alma siente ante tan bello cuerpo es provocada por el recuerdo inconsciente de la visión que tuvo de la belleza trascendente en su existencia anterior. Cuando el alma experimenta el más humilde amor terrestre, es esta belleza trascendente la que la atrae. Aquí encontramos el estado del filósofo del que hablaba el
Banquete, estado de extrañeza, de contradicción, de desequilibrio interior, pues el que ama está desgarrado entre su deseo de unirse carnalmente al objeto amado y su impulso hacia la belleza trascendente que lo atrae a través del objeto amado. El filósofo se esforzará pues por sublimar su amor, intentando mejorar el objeto de su amor. Su amor, como lo dice el
Banquete, le dará esa fecundidad espiritual que se manifestará en la práctica del discurso filosófico. Podemos descubrir aquí en
Platón la presencia de un elemento irreductible a la racionalidad discursiva, heredado de
Sócrates, el poder educador de la presencia amorosa: "No aprendemos más que de quien amamos” (
Goethe,
Conversaciones con Eckermann, 12 de mayo de 1825)
Por otro lado, bajo el efecto de la atracción inconsciente de la Forma de la belleza, la experiencia del amor, dice Diotima en el
Banquete, se elevará de la belleza que está en los cuerpos a la que está en las almas, luego en las acciones y en las ciencias, hasta la súbita visión de una belleza maravillosa y eterna, visión que es análoga a aquella de la que goza el iniciado en los misterios de Eleusis, visión que supera toda enunciación, todo discurso, mas engendra en el alma la virtud. La filosofía se vuelve entonces la experiencia vivida de una presencia. De la experiencia de la presencia del ser amado nos elevamos a la experiencia de una presencia trascendente.
Decíamos antes que la ciencia, en
Platón, nunca es pura mente teórica: es transformación del ser, es virtud, Y podemos decir ahora que también es afectividad. Sería posible aplicar a
Platón la fórmula de
Whitehead: "El concepto siempre está revestido de emoción". La ciencia, hasta la geometría, es un conocimiento que compromete la totalidad del alma, que siempre está vinculada con Eros, con e! deseo, con el impulso y con la elección. "La noción de conocimiento puro, es decir, de puro entendimiento, decía también
Whitehead, es totalmente ajena al pensamiento de
Platón. La época de los profesores aún no había llegado." (
A. Parmentier,
La philosophie de Whitehead et le problème de Dieu, Paris 1968) (82-83)
La filosofía como modo de vida.
Pierre Hadot,
¿Qué es la filosofía antigua?. Fondo de Cultura Económica, México 1998