Durante los últimos años, la denominada economía digital no ha parado de crecer en base a la expansión de las posibilidades y oportunidades de negocio que ofrece la combinación de Internet y la globalización. Además, con la popularización de los dispositivos móviles se han creado nuevos mercados a los que difícilmente se podría haber llegado empleando los canales tradicionales. Este sector parece ajeno a la crisis económica que ha lastrado buena parte de las economías occidentales durante este periodo. Más bien todo lo contrario, ya que han sonado varias alarmas relacionadas con la falta de profesionales cualificados para asumir las nuevas profesiones digitales
que empiezan a ser cada vez más demandadas.
Pero durante estos años también se han alzado varias voces alertando del aumento de la desigualdad que parece que impulsa el fenómeno “Silicon Valley”. Si bien muchas veces este debate se aparca a un lado, ya que parece que el único objetivo a perseguir es el progreso en forma de innovación, lo cierto es que
los datos al respecto empiezan a ser preocupantes. La obstinación por
la innovación como leitmotiv parece que nos ha hecho perder perspectiva de la situación en la que nos encontramos.
Una sola compañía de esta economía digital como
Facebook tiene un valor bursátil mayor que varias empresas de la “economía real” como Daimler, Siemens y BMW juntas. A este hecho se une que estas tres empresas (al igual que otras empresas manufactureras germanas) generan un impacto en el mercado de trabajo mucho mayor que las empresas digitales americanas. Podríamos preguntarnos cómo hemos llegado a esta situación y si es deseable o no, aunque quizás es más interesante preguntarnos qué es lo que hace diferentes a estas compañías, ya que nos ayudará a entender por qué los flujos de capital están migrando hacia estas organizaciones y no a otras. Esto es algo que han intentado hacer economistas de Stanford en un curso que intentaba explicar
cuáles son las diferencias entre las empresas industriales y las nuevas organizaciones digitales que han venido apareciendo últimamente. Una tabla comparativa de las principales diferencias de las viejas y nuevas empresas nos da una idea de “por donde pueden ir los tiros”. Automatización del trabajo manual, descentralización de los centros de mando y decisión, agilidad en la gestión y uso intensivo de las TIC son algunas de las características de este nuevo tipo de empresas. Particularidades que los lectores ya habrán escuchado de alguna manera en
posts previos de este blog y que caracterizan a este nuevo tipo de organizaciones.
Figura 2
Fuente: Medium
Pero no quiero adentrarme en estos aspectos de la economía digital, sino avanzar en el título del post y el cuál está íntimamente relacionado con este modus operandi que caracteriza a las empresas digitales. Si bien en la economía tradicional estamos acostumbrados a que diversas empresas compitan en un mercado dado en base al precio, atención al cliente, etc. En la economía digital este paradigma no es del todo similar. Sabemos que para que una compañía funcione debe tener un producto o servicio que posea un valor y este sea percibido por el cliente final. Pero en la economía digital esto tiene importancia después de que se ha generado una audiencia y una cuota de usuarios que utilizan el servicio que se quiere comercializar. Sólo cuando se ha conseguido esto, la empresa comienza a tener un plan de negocio validable. El modelo de negocio que subyace en este planteamiento es el que Tim O´Reilly ya planteó en su famoso artículo como “
Web as Platform” y que no es otro que el de la plataforma.
En la economía digital el ganador se lo lleva todo. No puede haber dos Uber, dos Airbnb o dos Facebook, ya que no hay sitio para más que una plataforma predominante. Sí que puede haber sitio para otros actores, pero no para una plataforma que englobe la oferta y la demanda mayoritarias. Esto en la economía real normalmente se suele denominar como monopolio o “posición dominante en el mercado”, lo cual normalmente ha desembocado en procesos jurídicos que suelen penalizar estas prácticas y obligan a desmembrar estas organizaciones. Quizás el caso más recordado sea el de
Microsoft pero ha habido varios precedentes bastante famosos.
Esta lógica de la plataforma es la que espolea la denominada economía colaborativa y que en muchos casos supone realmente una especie de hipercapitalismo digital. Uber o Task Rabbit quizás sean algunos de los ejemplos más significativos. Plataformas de intermediación de servicios que establecen filtros y un sistema de recomendaciones como garantes de la calidad del servicio y su adecuación a las necesidades del usuario final. Sin embargo, no promueven ningún tipo de beneficio social o de cobertura a los miles de usuarios que realizan sus actividades laborales en esta plataforma. Promueven flexibilidad laboral e igualdad de oportunidades pero no protección social. Lo cual claramente nos lleva a una situación en la que el factor trabajo tiene una importancia mucho menor en comparación con el capital. Prácticamente en este tipo de empresas de economía colaborativa asistimos a una subcontratación y degradación del trabajo en favor del capital. Algo que
Thomas Piketty ha demostrado brillantemente que viene sucediendo desde mediados del siglo XX en la economía real.
Frente a este paradigma neoliberalista algunos autores como Trebor Scholz han apuntado hacia la idea del “
Platform Cooperativism” como una solución que permita recuperar los medios de producción y que esta vez se han vuelto digitales. Además, este espacio digital mediatiza tanto la esfera laboral como la social, con lo cual prácticamente todo se ha vuelto trabajo según palabras de Trebor, aunque no en el sentido de
cómo es el trabajo en el imaginario colectivo. La idea del “
procomún digital” es otra de las alternativas a este paradigma de capitalismo con anabolizantes y que han permitido el desarrollo de multitud de iniciativas sociales en la Web como Wikipedia. Como nos recuerda Mayo Fuster,
muchas veces en el espacio digital hay producción social pero no economía social. Algo que muchas veces no es percibido y que es foco de una mayor desigualdad donde el propietario de la plataforma se aprovecha de los rendimientos del trabajo de los diversos usuarios.
Por ello, no es de extrañar que propuestas en la línea de una
renta general básica también hayan crecido con fuerza. Ante la mayor importancia del capital en la economía digital y el empuje de una
Cuarta Revolución Industrial, las sombras se ciernen
sobre un desempleo industrial masivo que pueda hacer trizas lo que conocemos como “estado del bienestar”. Un tema sobre el que también
he reflexionado en este blog anteriormente y que claramente va a generar una mayor atención progresivamente.
Quizás es pronto para poder responder a la pregunta que inspiraba el título de este post pero lo que parece claro es que estas multinacionales digitales juegan con ventaja en el actual escenario socio-económico y legal. Se aprovechan de las ventajas que proporciona el espacio digital a la hora de expandirse y comercializar sus servicios sin tener que realizar ingentes desembolsos de capital. Ello les permite actuar en un buen número de países con unos costes realmente contenidos y abonar cantidades ridículas en concepto de impuestos. Muchas veces en paraísos fiscales o países con condiciones muy favorables, socavando en muchos casos actividades económicas nacionales. Aquí está claro que el derecho internacional debe progresar ya que en muchos casos los vacíos legales posibilitan un colonialismo digital que incide directamente en la brecha digital que hay entre diversos países. Un problema silencioso pero ensordecedor al mismo tiempo.
Raúl Tabarés,
¿La Economía Digital promueve la desigualdad?, SSociólogos 26/06/2016