Para
Rancière, la democracia no es ningún régimen de gobierno, sino la manifestación contingente y por lo tanto históricamente cambiante del principio igualitario. Es más, no hay traducción institucional posible de este momento disruptivo. Por eso, no se ha unido al coro de voces que clamen críticamente contra el término "democracia" en nombre de la brecha entre la democracia formal y las realidades de explotación que esta encubre hoy. Lo que propone
Rancière es distinto. No se trata de deshacerse del significante "democracia", sino de hacer políticamente operativa su eficacia simbólica, producir efectos con ella. Se pueden buscar diversas fechas de inscripción del momento político democrático, como, por ejemplo, las revoluciones. pero no entenderlas como origen de un desarrollo lineal que legitime las actuales democracias, sino como manifestaciones contingentes del principio de igualdad que ha animado siempre el movimiento revolucionario que recama "democracia", una capacidad política para el demos. "La historia democrática, dice
Rancière, es el "tipo de historicidad que está definido por el hecho de que cualquiera puede verse atravesado por palabras como 'libertad', 'igualdad' y 'fraternidad', una vida colectiva impregnada por significantes colectivos, palabras cuya fuerza hay que activar una y otra vez.
Alicia García Ruiz,
Impedir que el mundo se deshaga, Los libros de la catarata, Madrid 2016