Pobre de aquel que veaque lo que nos une es la defensa, el miedo.
Claudio Rodríguez,
Conjuros
Si uno desciende a la raíz del miedo, se ve de niño ante el perro que se abalanza ladrando por el campo, adherido a la masa que camina junto a las patos de los nerviosos caballos de la policía, o imagina la irrupción nocturna de un grupo de asaltantes enloquecidos en casa. Por el lado del orden tanto como del caos, el hombre se las arregla para multiplicar el efecto intimidatorio de la emboscada animal.
Deleuze y
Guattari contaban que el niño canturrea para crearse un territorio en la oscuridad. A mí la oscuridad no me da miedo, al contrario, siempre me ha provocado alivio. El miedo surge de la presencia indeseada. Catherine François me transmitió su particular oración infantil: "por favor, Dios mío,
no te me aparezcas". Al contrario que los patriarcas, que clamaban por contemplar Su divino rostro.
Como animal asumo el riesgo de la emboscada, como humano convivo con el peligro de la vida irracional. Mas no puedo soportar la idea de que un semejante se crea con razones para imponer el miedo. La violencia razonada me resulta intolerable.
El miedo es un negocio rentable desde la noche de los tiempos: la aldea neolítica rindió tributo a la horda armada de metal, la tribu atesoró la memoria del fuego incontrolado. En la lógica de la guerra, el anticipar por los medios más salvajes el terror del enemigo ahorra muchos esfuerzos.
Cristianos y moriscos rivalizaron por dejar la huella más cruel imaginable durante la guerra de las Alpujarras. Tras practicar a gran escala en Bielorrusia y en sus laboratorios del horror, los nazis quemaron mujeres y niños vivos en los pueblos del Lemosín. Para justificar su invasión de la tierra prometida, Israel hace gala de su potencial de exterminio. El Califato del terror se funda en una tradición interétnica.
La célula primaria de la sociedad se disuelve cuando atendemos al dicho que hace poco oí recitar al prestigioso actor centroeuropeo Klaus Maria Brandauer: "Haz daño a los tuyos para que te teman los demás". Eso explica que Franco, fortalecido con armamento alemán e italiano, se declarase abiertamente capaz de eliminar a media España. El miedo es el mecanismo más básico del poder.
Con la sociedad mediática, el terror se ha convertido en negocio planetario. Algunos excluidos de la corriente principal de la información y del dinero han comprendido que la lógica de la guerra mejora mucho con las técnicas de
marketing. A todo miserable que se sienta capaz de hacer daño deliberado, la comunicación en tiempo real le proporciona poder inmediato sobre muchas almas.
La rentabilidad del terror recuerda al capital que se autoaniquila en el límite del crecimiento especulativo. Metáfora del destino del planeta, ciento cincuenta viajeros impotentes en un vuelo
low cost que se va a estrellar contra los Alpes, por decisión suicida de un copiloto deseoso de rematar con final épico el sueño de volar. Cuesta no percibirlo como el último avatar del idealismo.
Da igual que sea usted un joven psicópata aislado, miembro de un grupo fanático o un representante del Estado más solvente: la sociedad mediática y las nuevas tecnologías están enteramente a su servicio. En este extremo las causas eficientes del miedo humano se igualan. Eso da más miedo que la emboscada animal originaria. Es como si hubiéramos elevado la descarga cerval al absoluto.
Pero me van a permitir los escenógrafos del
Mare Nostrum ensangrentado, junto con todos aquellos a quienes se les apareció la virgen, que hoy apague la tele, que no atienda más a las tertulias, que ni mire de reojo los titulares al pasar junto al kiosco de periódicos. Vuelvo con mi retornelo infantil a la noche de los tiempos.
La noche oscura no necesita cantares y se beneficia del silencio, si no ronda un ser divino con ganas de convertirse en icono monetario: "in God we trust". Hacen falta ganas, sin embargo, para elevar y sostener el canto a plena luz del día, caminando a solas por el pinar amanecido del poeta Claudio Rodríguez.
Debería producirnos respeto, por valientes que seamos -y debemos serlo- el momento sagrado en que los verbos de poder se hacen pragmáticos y se arriesgan a jugar con las reglas del adversario. Porque el adversario no es otro que el mercado del miedo.
Sé que el poder corrompe inexorablemente, que algunos verbos tenderán de nuevo a hacerse sustantivos. En consecuencia, temo que mis jóvenes conciudadanos de corazón valiente e inteligencia generosa, que representan la transformación de todo un país, le tomen gusto al
marketing mediático.
Y así, en lugar de eslogan, me sumo al coro con las palabras del poeta zamorano:
¿Dónde el amor, dónde el valor, sí, dónde
la compañía? Viajero,
sigue cantando la amistad dichosa
por el pinar amaneciente. (...)
Tú, nunca
digas por estas tierras
que hay poco amor y mucho miedo siempre.
Santiago Auserón,
El mercado del miedo, jot down (smart) nº 19, abril 2017