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El Roto |
La heterogeneidad cultural se está convirtiendo a marchas forzadas en rasgo inamovible y ciertamente endémico del modo urbano de cohabitación humana, pero la toma de conciencia de esta perspectiva no resulta fácil, y la primera respuesta siempre es de negación, o bien de rechazo firme, enfático y belicoso.
La intolerancia, sugiere
Eco, precede a cualquier doctrina. En este sentido la intolerancia tiene raíces biológicas, se manifiesta entre los animales en forma de territorialidad y se basa en reacciones emocionales que son a menudo superficiales: no podemos soportar a quienes son distintos de nosotros, porque tienen la piel de un color distinto; porque hablan un idioma que no entendemos; porque comen ranas, perros, monos, cerdos o ajo; porque se tatúan... (...)
Seguimos contando con unos instrumentos diseñados en el pasado para promover la autonomía, la independencia y la soberanía, cuando lo que necesitamos es hacer frente (¡una tarea imposible en sí misma!) a los dolores de cabeza surgidos de la situación ya presente de interdependencia, erosión y disolución de la autonomía y la soberanía territoriales. (...)
Se pueden concebir muchas formas legítimas, aunque condensadas y simplificadas, de recapitular la historia de la humanidad; una de ellas es la crónica de la extensión a veces gradual y a veces abrupta del «nosotros», empezando por las hordas de cazadores-recolectores (que, de acuerdo con los paleontólogos, no pudieron haber incluido a más de 150 miembros), pasando por las «totalidades imaginadas» de las tribus y los imperios, y hasta llegar a las naciones-Estado o «súper-Estados» contemporáneos, con sus federaciones o coaliciones. Ninguna de las formaciones políticas existentes, sin embargo, alcanza un estándar genuinamente «cosmopolita»; todas ellas ponen un «nosotros» frente a un «ellos». Cada miembro de esa oposición combina una función unificadora o integrante con otra divisoria o separadora; ciertamente, cada uno puede llevar a cabo una de esas dos funciones asignadas, a base y por medio de desentenderse del otro.
Esta división de los humanos entre «nosotros» y «ellos» —su yuxtaposición y antagonismo— ha sido un rasgo inseparable del modo humano de estar-en-el-mundo durante toda la historia de la especie. El «nosotros» y el «ellos» se relacionan entre sí igual que la cara y la cruz, las dos caras de la misma moneda, y una moneda con una sola cara es un oxímoron, una contradicción en sí misma.
Zygmunt Bauman,
Síntomas en busca de objeto y nombre, El País 26/0472017
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