Llegados a este punto hay que reparar, aunque sea someramente, en la filosofía del herético judío
Baruch Spinoza, filósofo de ese mismo decisivo siglo XVII para la institucionalización definitiva de lo que hoy todos reconocemos como ciencia. «Deus sive substantia sive natura» es la frase que resume su tesis ontológica; es decir, la realidad es una, la naturaleza, cuya existencia no requiere de justificación al ser necesaria, por lo que ciertamente merece la consideración de Dios. Monumental herejía que le costó la expulsión de su comunidad religiosa de Amsterdam, porque, ya fuese según el criterio judío, cristiano o musulmán, Dios es trascendente al mundo, que es creación suya; vale decir: Dios es la causa y la naturaleza, su efecto. Ahora bien, para la ciencia sólo hay naturaleza, sólo causas inmanentes. Esto lo supo ver
Spinoza en el momento de máxima efervescencia de la revolución científica. Recordemos estas sus palabras extraídas de su Ética demostrada según el orden geométrico:
Mas para mostrar ahora que la naturaleza no tiene fin alguno prefijado, y que todas las causas finales son, sencillamente, ficciones humanas, no harán falta muchas palabras (...) Sin embargo, añadiré aún que esta doctrina acerca del fin trastorna por completo la naturaleza, pues considera como efecto lo que en realidad es causa, y viceversa.
No es de extrañar que
Spinoza fuese el filósofo preferido de
Albert Einstein, y que la famosa sentencia de éste asegurando que Dios no juega a los dados en su célebre polémica con
Niels Bohr a cuenta de las implicaciones filosóficas de la mecánica cuántica no quebrante en absoluto el principio del racionalismo ateo.
Así se enfrentan los científicos, en tanto que científicos, es decir, en tanto que miembros de una institución, de una estructura construida históricamente y conformada según unas pautas ideales (entre ellas el archimentado método científico), a su tarea de construcción de un conocimiento objetivo, indagando las causas naturales. Es una exigencia de la institución a quienes quieren formar parte de ella que su forma de afrontar el conocimiento de la realidad no debe contar con entes sobrenaturales que no pueden ser objeto de falsación (recordemos: criterio de demarcación definidio por
Karl Popper para diferenciar taxativamente entre ciencia y pseudociencia).
José María Agüera Lorente,
¿Es atea la ciencia?, Filosofía en red 07/05/2017
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