Entre las incógnitas de nuestro tiempo, se cuenta la relevancia de la línea divisoria izquierda/derecha para explicar el comportamiento de los electores y las estrategias de los partidos; partidos que buscan tanto el voto popular como competir eficazmente contra otros partidos. Se ha convertido en un lugar común afirmar que la separación entre izquierda y derecha está siendo reemplazada por otro eje que distingue a los globalistas (o cosmopolitas) de los nacionalistas (o soberanistas): unos serían partidarios de sociedades abiertas que comparten soberanía a través de organizaciones o tratados multilaterales y defenderían una política migratoria generosa que acepta la hibridación cultural; otros prefieren las sociedades cerradas que recuperan su soberanía a fin de preservar su identidad cultural y cerrar sus fronteras a la inmigración. De acuerdo con la terminología de
David Goodhart, liberal reconvertido en comunitarista, los primeros hablan desde cualquier sitio y los segundos desde algún sitio: los enraizados reprochan a los desenraizados −en frase de Theresa May− que no se puede ser ciudadano de ninguna parte. Nada nuevo: la distinción remite a la dicotomía entre
Gesellschaft (sociedad) y
Gemeinschaft (comunidad) formulada por el sociólogo alemán
Ferdinand Tönnies y empleada también, en respuesta a este último, por
Max Weber.
Su reaparición se explica por el efecto psicopolítico de la Gran Recesión y su reflejo en los sistemas de partidos occidentales. (...)
... cuando un votante se retrata a sí mismo dentro del continuo ideológico nos está diciendo cuál es la naturaleza de sus afectos políticos y en la mayor parte de los casos eso nos permitirá saber a qué partido votará con mayor probabilidad. Pero eso no nos dirá lo que piensa y, por tanto, su adscripción adquirirá un cierto valor tautológico: un 6 es un 6 es un 6. Por añadidura, eso tampoco nos permitirá anticipar cuál será su trayectoria allí donde se produzca un corrimiento de tierras como el experimentado en los últimos años: ¿adónde acude un votante socialdemócrata en Francia? ¿A Macron, a Hamon, a Mélenchon? ¿Y cómo ha de tomarse un conservador thatcheriano el giro intervencionista de Theresa May? Es capital, claro, el papel prescriptor de los líderes políticos, capaces incluso de crear su propio electorado: Podemos y Ciudadanos son un buen ejemplo. Pero si los contenidos de izquierda y derecha son contingentes, porque dependen de la coyuntura política y de los liderazgos emergentes en momentos de cambio, el eje izquierda/derecha tendrá como principal utilidad la de señalarnos dónde laten las emociones del votante y no cuáles son sus ideas. No es nada extraño, pues las ideologías son también −¿sobre todo?− emociones. Pero queda entonces en el aire la pregunta sobre el valor prescriptivo de esa línea divisoria.
Dicho esto, quizá lo más razonable sea concluir que ninguno de esos ejes desplaza al otro, sino que lo suplementa y complica. (...)
Ciertamente, es tal el arraigo afectivo y simbólico de la dicotomía izquierda/derecha que hablar de su obsolescencia resulta prematuro. Por el contrario, es todavía dominante: la mayoría de los ciudadanos sigue poniéndose esas gafas para mirar al mundo y nutrir una identidad cuya tribu rival queda así bien definida: ya dijo Hitchcock que cuanto mejor es el malo, mejor es también la película. Pero eso no es razón para desdeñar la importancia que ha cobrado en los últimos años el eje globalismo/soberanismo, como vienen a demostrar las crisis internas en los partidos socialdemócratas y la reconfiguración de los sistemas de partido provocada por la irrupción del populismo. Ni, por tanto, para reconocer las limitaciones inevitables que aquejan a una distinción algo tosca que por momentos parece más basada en los sentimientos que en las razones.
Manuel Arias Maldonado,
¿Más allá de la izquierda y la derecha?, Revista de Libros 24/05/2017
[www.revistadelibros.com]