Tal vez a estas alturas lo que deberíamos plantearnos, más que el escándalo que supone que los medios de comunicación públicos (con la impagable ayuda de algunos privados, regados con generosas subvenciones) se lanzaran, de manera desatada, a la intoxicación, es el hecho de que exista un sector no pequeño de la ciudadanía catalana que recibe complacida y sin el menor atisbo de crítica tales mensajes.
A fin de cuentas, el modo en el que cada cual gusta de caracterizarse a sí mismo tiene un valor francamente relativo. ¿O es que alguno de los fanáticos que ustedes puedan conocer admite que lo es? Los que yo encuentro a mi alrededor más bien presumen, incluso ostentosamente, de su lucidez. Quizá la clave del asunto radique en que lo que define al fanatismo no es el completo abandono de la razón, como con demasiada frecuencia se tiende a creer, sino un uso perverso y torcido de la misma.
Manuel Cruz,
Credulidad culpable, El País 01/11/2017
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