“Tenemos tendencia a creernos la información si le damos autoridad al medio”, incide Luis Miguel Martínez Otero, neurocientífico que en los últimos tiempos ha desarrollado una línea de investigación sobre cómo tomamos decisiones de tipo moral. “Antes, la prensa escrita tenía un nivel de autoridad muy alto”, explica en conversación telefónica este investigador miembro del
Instituto de Neurociencias de Alicante (CSIC-Universidad Miguel Hernández), “tendíamos a creer lo que publicaban”.
Ahora, la cosa ha cambiado. En un panorama en el que han proliferado las fuentes desde las que recibimos la información, nos creemos mucho más aquellas cosas que confirman nuestras creencias. Es el llamado sesgo de confirmación: abrazamos con entusiasmo aquello que está en sintonía con nuestras ideas y rechazamos aquello que las contradice.
Martínez Otero intenta explicar cómo funciona nuestro cerebro. En realidad, dice, lo que ocurre es que hay dos modos de procesar información. Uno, muy rápido, en que se cree. Y otro, más lógico, en el que entra en juego la duda. Normalmente, todos pasamos directamente a esta segunda fase. Y es entonces cuando aparece el sesgo de confirmación, que borra nuestra parte analítica: nuestras ideas, nuestras creencias y las emociones toman el mando.
Tiene sentido, además, en términos evolutivos. Si a priori lo primero que hiciésemos fuera dudar de todo, la vida sería un infierno. No tenemos tiempo ni recursos para procesarlo todo con un análisis lógico. Es más, estamos preparados para actuar de manera muy rápida, inconscientemente (para escapar del peligro, por ejemplo).
El
sesgo de confirmación se ha exacerbado de manera notable con las redes sociales. “Twitter y Facebook están revolucionando la manera en que transmitimos y procesamos información”, prosigue Martínez Otero. “Hace que accedamos a aquella que confirma nuestra visión del mundo. Nos estamos yendo a los extremos”. Es la polarización, que tanto debate genera y que muchos describen como un fenómeno que contribuye a alimentar populismos y a desestabilizar la placidez rotatoria, bipartidista y estable de múltiples democracias occidentales.
Además, opera el
sentido de pertenencia al grupo. Los psicólogos están estudiando este fenómeno que hace que la necesidad de validar nuestra identidad pese más que la propia fiabilidad de las informaciones a las que tenemos acceso. Es el llamado cerebro partidista. Los investigadores Jay J. Van Bavel y Andrea Pereira publicaron en marzo de 2018 un trabajo (
El">[https:] cerebro partidista: un modelo de creencia política basado en la identidad) en el cual explican cómo la identificación con los partidos políticos puede sesgar nuestro procesamiento de la información.
Esa polarización en la que nos hallamos instalados se apoya en otro fenómeno que los expertos están investigando. Es el de
las cámaras de eco —
echo chambers—: somos proclives a transmitir aquellas noticias que reafirman nuestros valores y nos convertimos en pequeños altavoces que distribuyen información que alimenta aún más la polarización. Cuando las creencias están por encima del celo en averiguar si la fuente de la que procede una información es fiable, el campo queda abonado para la distribución de las llamadas noticias falsas. Un fenómeno este que se ve reforzado por el llamado
ilusory truth effect, el
efecto de verdad ilusoria, investigado por los psicólogos desde los años setenta: cuantas más veces escuchamos o leemos algo, más nos inclinamos a creérnoslo. Un estudio del Europe’s Journal of Psychology realizado en 2012 concluía que la exposición a noticias falsas incrementa la percepción de que son verdaderas o, al menos, plausibles. Y
otro trabajo científico elaborado en 2017, firmado por Gordon Pennycook, Tyrone D. Cannon y David G. Rand al hilo de las fake news y su influencia en las elecciones en que venció Donald Trump, incide en la misma línea: la segunda vez que escuchamos una información resulta más creíble que la primera.
Joseba Elola,
¿Somos crédulos o desconfiados?, El País 14/06/2018
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