No serían posibles muchos de los movimientos de la nueva forma política basada en la polarización sin el uso estructural de teorías de la conspiración. Aunque siempre han existido, actualmente se ha instalado un estilo conspiranoico que recorre la esfera pública. Es un efecto de la extensión del fenómeno de la “postverdad”, que he definido como “indiferencia a los hechos”. La teoría de la conspiración coloniza un modo de ser de la mente humana que es la atribución intencional por defecto a los hechos que no se interpretan fácilmente. Las religiones nacieron de esta capacidad: atribuir el destino temido a la acción intencional de poderosas fuerzas divinas. Los niños atribuyen intenciones a múltiples hechos físicos que no entienden. En general, la teoría de la conspiración es una suerte de argumento a la mejor explicación cuando no se tienen datos para conocer las causas de algo. Esta actitud natural es fácilmente colonizable por cualquier medio poderoso de propaganda. Goebbels fue uno de los genios (malos) que comprendió el poder de la colonización de la credulidad humana.
¿Cómo evitar las teorías de la conspiración y al mismo tiempo no cejar en la voluntad de desvelar las maquinaciones del poder contra la voluntad de los pueblos? La ciencia ha sido una de las grandes conquistas de la humanidad contra las atribuciones de intencionalidad a la naturaleza. Hoy necesitamos un sistema de investigación similar referido a las estructuras sociales. La prensa, la investigación social y los movimientos sociales y políticos necesitan transformar los vicios en virtudes epistémicas. Desarrollar programas de investigación de los hechos que al tiempo que admiten las conspiraciones como hipótesis lo hagan con el escepticismo del investigador que examina con cuidado las fuentes y los datos para impedir que su credulidad sea instrumentalizada.
Fernando Broncano,
Teoría de la conspiración, El laberinto de la identidad 09/09/2018