Rawls define las sociedades como «una empresa cooperativa para el mutuo provecho», por lo que la primera pregunta que debería plantearse cualquier filósofo político es qué principios de justicia elegirían unos ciudadanos perfectamente imparciales para su sociedad. Elaborando sobre la tradición contractualista de
Hobbes,
Locke y
Kant,
Rawls diseña un ingenioso
ejercicio mental por el que los ciudadanos se ven obligados a adoptar los principios de justicia que informarán las instituciones básicas del Estado sin conocer si son ricos o pobres, ateos o creyentes, de izquierdas o de derechas: eligen tras un
velo de ignorancia. El experimento mental que nos propone
Rawls modela a todos los individuos como iguales al hacer que desconozcan su origen social y sus talentos naturales, que, al ser factores que escapan a nuestro control –nadie elige nacer en la familia Botín o en una familia pobre, de la misma forma que nadie elige nacer con el talento de Messi para jugar al fútbol o con una minusvalía física–, no pueden emplearse como razones para la justificación de las desigualdades sociales. Al impedir que las circunstancias que escapan a nuestro control determinen nuestras expectativas en la vida, la noción socialdemócrata de la justicia social encuentra un encaje natural en el igualitarismo del bienestar que se extiende a partir de 1945.
Borja Barragué,
Jugamos como nunca y perdimos como siempre: un balance de la izquierda, Revista de Libros 08/10/2018
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