En las sociedades contemporáneas ha cambiado el contexto informativo; mejor dicho, ha sido sustituido por un entorno publicitario. La industria digital generó un ecosistema de comunicación al servicio de la persuasión y no de la información. Los algoritmos no las distinguen. Hacen visibles y diseminan las noticias que se parecen más a los anuncios. Y premian los anuncios-noticias más efectistas y escandalosos.
Antes recibíamos la propaganda rodeada de noticias. Ahora, nos inundan con propaganda. Desbordados por el flujo publicitario recibimos “noticias” y “promociones”, sin percibir la diferencia. Antes, identificábamos la información porque tenía un formato distinto. Ahora la inmensa mayoría de la comunicación digital está formateada y canalizada con una estrategia publicitaria. Al fin y al cabo, era el objetivo que buscaban las redes comerciales.
Las noticias falsas aprovechan la manipulación sobre la que se asienta el negocio de la industria digital. Convierte la información personal en publicidad. Rentabiliza la credibilidad de nuestros círculos sociales. Nos anima a formatear los selfies y “eventos” de nuestras biografías como si fuesen infopromociones de una estrella o el book de fotos de una
celebritie. Todos creamos noticias basura, pero solo unos cuantos pueden vincularlas a una candidatura electoral. Los algoritmos las extienden y dan credibilidad. Están programados para hacerlo. Pero con dinero, funcionan mejor.
¿Con qué principios gestiona Facebook los contenidos que publicamos y compartimos? Toma decisiones trascendentales para la calidad del debate público. Y no es la plataforma neutral que afirma. ¿Ignora que es la referencia con la que millones de personas toman decisiones vitales para ellos y para la democracia? Consultamos las redes hasta para medicarnos y votar; para cuidar la salud física y la de nuestras libertades. Porque somos personas y ciudadanos. Ni más ni menos, también en la Red. Pero para Facebook apenas representamos datos comerciales. No le importan nuestras intenciones ni necesidades.
Cuando Facebook Noticias nos envía ciertas “informaciones”, puede que sean —en contra de lo que dice la plataforma— las que menos nos “interesan”. Consultar, publicar o compartir determinados mensajes no significa que estemos de acuerdo con ellos. A lo mejor manifestamos lo mucho que nos disgustan. Y, encima, los estudios afirman que no hemos leído más del 70% de las noticias que compartimos. Difícilmente sabemos si son verdaderas o ciertas. Las intercambiamos para darnos lustre: hacernos los enterados y transmitir la impresión de que estamos al tanto.
Las redes (como la vida misma) están llenas de gente inmadura que hacen el trol. Incordian para cobrar visibilidad. Se mueven por placeres inmediatos y lanzan exabruptos primarios. Pero
los algoritmos los tratan con más consideración. Les promocionan más que a la gente respetuosa y comprometida con la verdad. Cuando los algoritmos incorporan la inteligencia artificial, las cosas empeoran, porque “aprenden” de los troles y los favorecen. Entonces, crean una realidad más artificial que inteligente. Resulta nociva en términos sociales. Son algoritmos basura. Fabrican realidad basura: barata de generar y fácil de extender.
Gran parte de las noticias falsas fueron viralizadas por robots. Crean contenido e interactúan con los usuarios en las redes. Desempeñan lo que se conoce como propaganda computerizada. Difunden desinformación sobre candidatos opositores. Los “bots” sirven de amplificadores, resultan baratos y sencillos de poner a trabajar.
Cambian constantemente, para evitar ser desactivados. Y pueden irradiar contenidos manipuladores en períodos clave.
Los algoritmos de las redes resultan deficientes e insuficientes para una democracia. La clave reside en para qué se utilizan. Y el uso los convierte en algoritmos basura. De hecho, esas fórmulas matemáticas condensan un modo de entender el mundo, resumen una ideología. El concepto de “Trending topics or news” (asuntos o noticias de moda, viralizados por Facebook y Twitter) es una basura. No pasa un mínimo control de calidad. La mayoría de los usuarios ni siquiera leen lo que comparten. Lo comparten sin verificarlo. Y muchas veces son reemplazados por máquinas.
Las noticias falsas explotan nuestra tendencia al fanatismo, la irracionalidad o el sectarismo. Por supuesto que la ciudadanía tiene responsabilidad de la comunicación infotóxica que consume. Pero actúa en un contexto que desconoce y donde los algoritmos priman los rasgos psicológicos más nocivos. Incrementan la demanda inconsciente y los reenvíos automáticos de rumores llamativos no contrastados.
Víctor Sampedro,
Noticias falsas: algoritmos, Público 23/11/2018
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