El transhumanismo es un proyecto cultural que promueve una línea de investigación tecnológica basado en dos hipótesis: la primera es que el humanismo tradicional, que pretendía la educación de la humanidad a través de la cultura para sacarla de la barbarie y civilizarla, ha fracasado pues los orígenes de los males de la sociedad están en que la naturaleza humana está mal diseñada por la evolución. La segunda es aún más audaz que la anterior. Afirma que la tecnología podría ayudar a resolver los problemas que el humanismo ha sido incapaz de resolver.
Bajo estos supuestos, el transhumanismo apoya líneas de investigación que promueven lo que denomina mejoramiento humano. Para calibrar el alcance de este proyecto deberíamos recordar que el humanismo también era un proyecto tecnológico y no solamente hermenéutico o filológico. La tecnología del humanismo, acertada o equivocada, perseguía hacer del planeta Tierra un hogar para la humanidad, un mundo artificial que la protegiese de los avatares ciegos del destino y la naturaleza. El humanismo inspiró (y se inspiró siempre en) una concepción muy clara de la medicina: estaba orientada a restaurar y reparar terapéuticamente las capacidades humanas, es decir, de la condición humana en su mejor expresión. Por el contrario, el transhumanismo propone técnicas para trascender la condición humana en sus límites biológicos y culturales.
Son muchas las respuestas a estas pretensiones que tienen un carácter moral. Se argumenta que las trayectorias de mejora humana son parte del sueño de dominio de la naturaleza, que son un peligro para la autonomía personal y otros muchos argumentos que no desarrollaré aquí. No digo que estas respuestas estén equivocadas, pero me parece que no son muy productivas básicamente por dos razones: la primera es que el transhumanismo ha conseguido anclarse en deseos profundos y extendidos. Cuánta gente que se observa con problemas de temperamento o fisiológicos no culpa (preconscientemente) a sus padres por haberles dejado esta herencia genética. Cuánta gente sueña con que sus hijos sean mejores que los padres y madres en características físicas e intelectuales. Cuánta gente paga técnicas fuera de los sistemas terapéuticos para mejorar su aspecto. La hegemonía transhumanista del término y concepto de "mejora" es su mayor arma, a la que no se puede responder solamente con argumentos morales condenados a ser hipócritamente asentidos y ocultamente rechazados.
En segundo lugar, la respuesta moral generalmente se asienta sobre un concepto esencialista de la naturaleza humana, como si nuestras características y lo que llamamos "dones" no hubiesen sufrido cambios culturales. Qué se considere "mejora" depende de qué es lo que se considere características buenas y malas. Y estas características están cargadas ideológicamente: están cargadas de estereotipos raciales y de prejuicios psicológicos. Cuán sorprendente e indignantes son los modelos humanos que presenta la publicidad y la cultura de masas: cuerpos perfectos y diseños de superhétores que una mirada un poco atenta descubre rápidamente como sociópatas peligrosos que sin embargo son admitidos como modelos ideales de persona.
Antes, después, paralelamente a, de los argumentos morales debe estar el debate ideológico y político sobre qué se esconde tras el término "mejora". Pensar que la deliberación de virtudes y vicios nos ayudará sin haber desvelado los estereotipos que esconde la búsqueda de la "inteligencia" o de cánones de belleza y salud es haber caído ya en la trampa transhumanista. Por eso la industria de la mejora se realimenta de las críticas morales y crece pese o gracias a ellas, sabiendo que lo único que hacen es reforzar el deseo profundo de "mejora", un deseo que ya se han encargado de activar mediante la tecnología de los sueños, que es la verdadera tecnología transhumanista.
Fernando Broncano,
La trampa moral transhumanista, El laberinto de la identidad 15/09/2019
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