Experimento mental propuesto por
Robert Nozick en su libro
Anarquía, Estado y utopía, escrito en 1974. Es un texto político, y el experimento se da en un contexto de discusión sobre la validez de las tesis del utilitarismo y el hedonismo, en relación con el trato (o maltrato) humano hacia los animales.
La máquina de experiencias.
Es un experimento mental que
Nozick describe en
Anarquía, Estado y utopía (págs. 53-56 de la edición castellana de FCE, de 1988, que corre en pdf por la red, por ejemplo en este
enlace, que permite descargar el archivo sin problemas), mediante el cual pretende refutar el hedonismo ético de
Epicuro y el
utilitarismo. Estas teorías sostienen que actuamos en busca del placer y la felicidad [en realidad ésta es una forma muy simplista de definir el hedonismo ético clásico, e incluso el utilitarismo moderno]. Este idea de la maquina de experiencias se formula en el contexto de la discusión de
Nozick con el utilitarismo, y en relación con el problema del trato (o maltrato) que reciben los animales por parte de los humanos, y la cuestión de si debería haber restricciones sobre este trato en virtud de las experiencias de los animales, es decir, en qué sentido podemos decir que los animales tienen experiencias.
Nozick imagina una máquina que permite sentir experiencias placenteras, lo que hoy llamaríamos una simulación en realidad virtual, pero a nivel mental. Tal y como lo describe, se trataría de una cámara de cavitación donde reposa un sujeto aislado, flotando, y conectado a unos electrodos que le proporcionan las experiencias que desee tener, a demanda. Los ejemplos que
Nozick aporta no son de orden carnal, sino espiritual (esos mismos placeres superiores según
Epicuro y
Stuart Mill): "neurólogos fabulosos podrían estimular nuestro cerebro de tal modo que pensáramos y sintiéramos que estábamos escribiendo una gran novela, haciendo amigos o leyendo un libro interesante", describe
Nozick (cosa que explica que los filósofos, sobre todo si son catedráticos, no sean invitados a demasiadas fiestas). Incluso baraja la posibilidad de quedarse conectado allí durante un largo período de tiempo, con una biblioteca de experiencias programadas, de manera que durante ese tiempo el sujeto no podría advertir que está teniendo una experiencia simulada que parece real, y que es indudablemente mejor que la real.
Según el hedonismo (en ese sentido básico que presenta
Nozick), sería inevitable entrar en ella y querer permanecer en ella. La pregunta de
Nozick es determinante: si pudiéramos elegir tal cosa, ¿entraríamos en esa máquina?
Nozick defiende que no:
- Porque "queremos hacer ciertas cosas, no sólo tener la experiencia de hacerlas", es decir, queremos llevar a cabo acciones porque deseamos tener la experiencia de actuar, además de tener la experiencia del mientras tanto y de los resultados de tales acciones, a pesar de arriesgarnos a elegir y errar.
- Porque hay una diferencia radical entre tener experiencias y ser una persona. A pesar de que podemos admitir que nada de los que somos deja de tener alguna relación con nuestras experiencias, parece también evidente que nos importa más lo que somos, por alguna razón. Por otro lado, podemos imaginar máquinas que consigan satisfacer nuestro deseo de ser de una determinada manera, que nos conviertan en cualquier tipo de persona que nos gustaría ser. Pero tampoco aceptaríamos, dice Nozick, no sólo porque "las experiencias de uno se encuentran desconectadas de lo que no es", sino porque, además, queremos actuar y conseguir resultados. E incluso aunque podamos imaginar una nueva máquina de resultado, tampoco ésta sería satisfactoria, sencillamente porque preferimos vivir nuestras vidas en contacto con la realidad, mientras que estas máquinas parecen vivir ellas nuestras vidas por nosotros. Y vivir en contacto con la realidad (actuar para tener experiencias), es decir, ser, es algo que las máquinas no pueden hacer por nosotros.
- Porque entrar en esa máquina, desde fuera, parece una limitación, dado que las experiencias que recibiremos han sido fabricadas y no nos proporcionan un contacto efectivo con la realidad o con lo que creemos que es una realidad más profunda (eso que subyace a las experiencias).
Se podría alegar que estas razones son válidas sólo antes de entrar en la máquina, porque una vez dentro la sensación de estar en contacto con la realidad sería plena, como muestra el experimento mental de
Hilary Putnam, el conocido cerebro en la cubeta. En este caso, el sujeto de las experiencias no ha entrado voluntariamente en el juego. Si descubre que está allí, en la máquina, o en la cubeta, querría salir porque nadie quiere, a menos que sea un idiota, llevar una existencia vicaria, una vida programada por otros, por cuenta de otros.
Pero esto no ocurre si el sujeto no puede distinguir la diferencia entre dentro y fuera de la cubeta. Por eso
Putnam pregunta: ¿está usted seguro de no ser un cerebro en una cubeta? Por eso se pregunta Descartes: ¿estaré soñando, o siendo víctima de los engaños de ese genio maligno? En realidad, siempre estamos dentro de algo, es decir, podríamos decir que nuestro cerebro es una máquina de experiencias, y en él creemos que estamos conectados con una realidad externa. Nuestro cerebro es como una máquina de experiencias programada para que tengamos la sensación de ser un yo que tiene experiencias en un tiempo y un espacio, de los que no puede salir. ¿Alguien podría convencernos de que estamos en una cubeta? Volvamos al mito de la caverna, veamos como nadie cree al que regresa del exterior, igual que Morfeo, en Matrix, que apenas tiene crédito ante Neo, salvo que Neo tiene la sensación de que algo no cuadra y finalmente toma la pastilla roja.
Ciertamente, nuestra única conexión con la realidad es también una experiencia, una experiencia interna: la de nuestro sujeto teniendo experiencias que suponemos externas (pero que podrían ser internas, como los sueños). Tenemos la sensación de ser eso, los receptores pasivos de un cúmulo de experiencias, incluyendo nuestras acciones, que retenemos en nuestra memoria (ya sabemos que frágil y poco fiable). Si somos alguna cosa es eso, consciencia de ser sujetos, dentro o fuera de algo. Pero, como demuestra Searle mediante el experimento de la habitación china, a diferencia de las máquinas de Nozick, nuestro cerebro es capaz de generar eso que llamamos consciencia, aunque sea engañada (por una máquina que tiene el mismo nivel de consciencia que una lavadora).
Algunos antecedentes y secuelas
Una búsqueda de antecedentes da para mucho, sólo doy cuenta de los que conozco:
Huxley, en
Un mundo feliz (1932), introduce el consumo de soma, una especie de droga que genera estados de placer y felicidad en los ciudadanos de su distopía. El paralelismo con las drogas es inevitable. Podríamos hablar de máquinas de experiencias locales (LSD) o incluso de medios para alcanzar realidades más profundas (el peyote, según los estudios de Carlos Castañeda, justo en la época en que
Nozick debía escribir su libro, aunque luego el antropólogo reconoció haber inventado buena parte de su trabajo de campo).
Una máquina de experiencias aparece en una película de Woody Allen,
El dormilón (curiosamente, de 1973, un año antes de la publicación del libro de
Nozick), bajo el nombre de orgasmatrón, un artefacto que proporciona placer sexual de forma rápida y contundente. Quién sabe si le sirvió de inspiración, pero tengo la impresión de que
Nozick no era fan de Woody Allen, demasiado wasp para interesarse por las locas ideaciones de un judío neoyorquino.
El cerebro en una cubeta (Putnam)
Hay un enorme parecido con el experimento mental de
Hilary Putnam, llamado
el cerebro en la cubeta, descrito en
Razón, verdad e historia (CUP, 1981). Aquí hablamos de las dificultades que podríamos tener a la hora de querer verificar nuestro sentido de la realidad, a partir exclusivamente de nuestras experiencias, que no son más que estados mentales que podrían ser el producto de una interacción entre una máquina conectada a nuestro cerebro (que descansa y es mantenido con vida en una cubeta de laboratorio, envuelto en suero fisiológico). ¿Cómo podemos estar seguros de que no somos eso, un cerebro en una cubeta? Pregunta equivalente se hizo
Descartes cuando lanzó su argumento del sueño seguido de la posibilidad de estar manipulados por un genio maligno (el científico que nos tiene apresados en esa cubeta y nos envía experiencias que no son reales, sino virtuales).
The Matrix (1999), remite directamente a la máquina de experiencias de
Nozick, puesto que la cápsula donde yacen los cuerpos dormidos de los humanos es precisamente eso, un lugar conectado a una máquina que genera experiencias en ellos, con la intención de mantenerlos en ese estado letárgico mientras su energía bio-eléctrica es aprovechada por las máquinas. Precisamente hay una escena en la que el agente Smith explica que una primera versión del entorno virtual era demasiado hedonista, paradisíaca, y los programadores se encontraron con que los humanos rechazaban ese entorno tan idílico, y tuvieron que rediseñarlo para simular mejor la vida real, es decir, aquella en la que obtener el placer o la felicidad cuesta esfuerzo y el camino de la felicidad está lleno de obstáculos (cosa que viene a apoyar a
Nozick). Sin embargo, hay otro personaje, el traidor Cipher, que se entrevista en secreto con Smith y le pide que, a cambio de delatar a Neo, se le vuelva a conectar, pues prefiere regresar a la máquina de experiencias y llevar allí una vida vicaria pero placentera. Es muy probable que demos con algún idiota (cosa que viene a refutar a
Nozick).
APOSTILLA
Mi amigo
Félix Pardo me sugiere que este tema tiene cierto alcance pedagógico, dado que hoy se promociona desde la innovación pedagógica el uso de recursos didácticos basados en la informática. Innovación equivale hoy a enseñanza virtual frente a la presencial: jóvenes estudiantes pasan horas frente a la pantalla, recibiendo experiencias, para lo cual apenas tienen que hacer nada, salvo dar algunas consignas por el teclado. Así acceden a un conjunto de experiencias ya programadas desde fuera. No sé si ese es el futuro de la educación, ni sé si es una buena alternativa a las clases presenciales. Al fin y al cabo, la escuela, como aparato, es también una enorme máquina de experiencias, programadas desde fuera por gente que no conocemos, donde los estudiantes deben estar quietos y callados mientras reciben información. Todo en las antípodas de la vida intelectual activa, que se supone debería ser el motor de la formación vital de las personas jóvenes.
Por otro lado, creo que la máquina de
Nozick, ideada antes de todo el boom informático, nos debe hacer pensar en el desarrollo de nuestra cultura hacia el narcisismo: tener (recibir) experiencias es una forma de solipsismo, mientras que la alternativa de la vida activa para buscarlas, en la vida real, exige de la interacción con los demás. La preferencia actual por lo virtual es un signo del actual retraimiento del sujeto hacia sí mismo, a pesar de no haber descubierto por sí mismo, como hizo
Descartes (para su disgusto), que el sujeto está virtualmente sólo inmerso en experiencias que le llegan sin que él se las procure.
Descartes fue un tipo un tanto solipsista, parecido a nuestros jóvenes, que pueden pasar muchas horas en la su cama conectados a una pantalla. Descartes pasaba muchas horas en su cama, sí, pero pensando, es decir, no meramente recibiendo experiencias. Descartes no hubiera preferido la máquina de
Nozick.
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