Voy aquí a inaugurar aquí una serie de entradas en el blog en la que expondré listas de dispositivos cognitivos, una serie de teorías, conceptos, ideas, expresiones, palabras que han enriquecido mi mundo, que me han resultado muy útiles para intentar describir o comprender muchos fenómenos o que, sencillamente, me parecen literariamente atractivos, ingeniosos o bellos. Obviamente, serán solo una infinitésima parte de los que he usado a lo largo de mi vida, principalmente porque son incontables (quizá porque lo son todo en nuestra vida mental), porque muchos otros son inconscientes y porque otros tantos los he olvidado.
Aquí vamos con diez:
Disonancia cognitiva de Leon Festinger: cuando una creencia es incoherente con nuestra forma de actuar, es más fácil cambiar la creencia que la conducta. El ejemplo clásico es el del fumador: cuando el médico le dice que fumar es muy malo para su salud, en vez de dejar de fumar, afirma cosas como «Mi abuelo fumó dos cajetillas diarias durante toda su vida y vivió más de noventa años. Fumar no será tan malo». Esta estrategia se combina muy bien con el sesgo de confirmación: el fumador intentará evitar toda información negativa con respecto al tabaco y hará mucho caso a la que sea positiva. La disonancia cognitiva es la versión cognitivista de la racionalización como mecanismo de defensa freudiano, y es nuestras sociedades creo que es causa de mucha infelicidad, llegando, en algunos casos, a lo que se ha denominado bovarismo.
Bovarismo de Jules de Gaultier: En la famosa novela de Flaubert, la bella Emma siente una profunda insatisfacción al llevar una vida que no coincide con lo que ella esperaba. Su marido le decepciona y la vida en el campo es aburrida, nada que ver con las excitantes y apasionadas novelas románticas que lee asiduamente. Emma intenta suplir esa insatisfacción a través de amantes y de consumismo, lo que, al final, causará su perdición. Gaultier define el «bovarismo» como esa insatisfacción crónica cuando uno compara lo que hubiese querido ser con lo que realmente es, cuando compara la realidad con los sueños, ilusiones o pretensiones que tenía para su vida. ¿Es ésta la enfermedad de nuestro tiempo?
Estímulo supernormal de Nikolaas Tinbergen: es un tipo de estímulo que simula a otro exagerando mucho una de sus calidades, de modo que el organismo que lo percibe responde con mucha más fuerza de lo normal. Tinbergen, un ornitólogo holandés, ha estudiado multitud de ejemplos de estímulos supernormales en aves. Con este concepto podría explicarse el éxito de cosas como la comida basura, el porno o los programas de cotilleo (¿la música, o algunos tipos de música quizá?). Es la forma de explicar lo excesivo, como un instinto básico, primitivo e innato que se amplifica y se explota.
Sistema 1 y sistema 2 de Kahneman y Tversky. Utilizamos dos sistemas para pensar: el 1 es rápido, automático, emocional, subconsciente, estereotipado, etc; y el 2 es lento, costoso, lógico, calculador, flexible, creativo, consciente, etc. Parece una distinción muy simple, casi de sentido común, pero tiene un gran poder explicativo. Si examinas tu conducta diaria a partir de estos dos sistemas, todo parece explicarse muy bien.
Términos de narración cinematográfica: viviendo el los tiempos de la imagen en movimiento, conocerlos y ser capaz de extrapolarlos a otros contextos puede ser muy interesante (sobre todo si lo aplicamos al universo de los noticiarios, donde hay más cine que en Hollywood). Algunos que me gustan son: Mcguffin, flash-back (analepsis) y flashforward (prolepsis), efecto Rashomon, racconto, in media res, deus ex machina, voz en off…
Non sequitur: escribí en un tweet que me encantaría ir por la calle persiguiendo a la gente gritando ¡Non sequitur! ¡Non sequitur! Y es que siento un maligno, e infantil, placer cada vez que encuentro alguno. Es una falacia lógica que consiste en sacar una conclusión que no se implica de las premisas de las que parte. Aparece por doquier. En términos generales, disponer de un buen número de falacias informales en nuestra caja de herramientas es algo muy saludable.
Vaca esférica. Escuché esta idea en el magnífico podcast La filosofía no sirve para nada, el cual recomiendo encarecidamente. Surge de un chiste muy malo: tenemos una explotación bovina con una muy baja productividad. Entonces contratan a un equipo de físicos para que examine las causas del problema y busque una solución. Después de meses de investigación, el portavoz de los físicos reúne a los empresarios para explicarles los resultados. Entonces el físico comienza: «Supongamos una vaca esférica…». La moraleja está en que nuestros modelos físicos del mundo son, muchas veces, simplificaciones muy excesivas. Sin embargo, cabe otra lectura: tenemos que simplificar la realidad para quedarnos con lo relevante y eliminar lo accesorio. Nuestros modelos suponen un juego de quitar y poner elementos de la realidad en función de lo que queremos saber o probar. Si eliminamos demasiado tenemos vacas esféricas, pero si no eliminamos nada tenemos una amalgama ininteligible de elementos. Recuerde el lector el cuento Funes el memorioso de Borges, en el que un hombre tenía una memoria tan poderosa que captaba y retenía absolutamente todo, pero eso, lejos de ser algo afortunado, era una desgracia, ya que le impedía pensar.
Cadit Quaestio: como se ve, me encantan las expresiones latinas que se utilizan todavía en derecho. Ésta, que literalmente traducimos como «la cuestión cae», significa que un determinado problema o pregunta ya ha sido zanjada, que un determinado tema ya no está en cuestión, o que una disputa ya no está en liza. Es una expresión muy útil para terminar una discusión de besugos, esos bucles absurdos en los que quedamos encerrados al discutir ¡Parad ya! O la cuestión está resuelta y no os habéis dado cuenta, o no tiene solución tal y como la planteáis ¡Cadit Quaestio! O también es muy gustosa como medalla, como pequeño premio cuando uno resuelve un problema. Al igual que en matemáticas podemos usar Quod erat demostrandum al terminar una demostración, podemos poner Cadit Quaestio cuando resolvemos una determinada cuestión teórica.
Segundo principio de la termodinámica. Creo que es una de las ideas científicas de más profundo calado. Pensar que todo fluye hacia el desorden, hacia esa entropía total en un universo térmicamente muerto, es de una belleza trágica exquisita. El big RIP como final del cosmos es un golpe en la mesa brutal al orgullo humano, es el memento mori absoluto. Da igual todo lo que hagas en tu vida, toda la herencia que dejes, da igual que te recuerden o no, pues llegará un momento en que no quedará absolutamente nada.
Bucle: una de las cosas que más me gustaron cuando comencé a aprender programación fueron los bucles for, una estructura de control que, sencillamente, repite algo un número determinado de veces. Me parecieron una herramienta muy poderosa porque no solo permitía repetir, sino que al repetir podías introducir variaciones. Por ejemplo, podías hacer que en cada repetición se sumara un número a un valor, por lo que creabas un contador o un acumulador. También podías hacer que el programa corriera a lo largo de un texto en busca en una palabra determinada, creando un indicador. Pero lo más flipante es que podías meter dentro del bucle cualquier otra instrucción que te permitiera tu lenguaje de programación… Y aquí las posibilidades llegan hasta el infinito. Podías meter incluso bucles dentro de bucles… ¿Y si esa fuera la auténtica estructura de la realidad? ¿Y si el tiempo en el que vivimos no fuera lineal sino cíclico tal y como pensaban griegos y orientales? ¿Y si mi vida no fuera más que repeticiones con variación, que ciclos dentro de ciclos dentro de ciclos…? ¿Y si toda la historia del pensamiento no fuera más que un circulus in demostrando?
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, La caja de herramientas para jugar en el mundo (I), La máquina de von Neumann 18/02/2023
Glitch: se dice de un error de programación que se expresa en un videojuego pero que no afecta a ningún aspecto importante de éste, de modo que puede entenderse no como un fallo, sino más bien como una característica no prevista. Me resulta muy poético pensar que lo que realmente nos gusta de las otras personas no son sus perfecciones, sus virtudes programadas en su código fuente; quizá nos gustan más sus glitchs, sus defectos no letales, sus defectos que incluso configuran otras partes virtuosas de su forma de ser. Por ejemplo, recuerdo a una antigua alumna que tenía una nariz muy aguileña con una leve giba. Objetivamente, extirpando esa nariz de su cara y observándola, era una nariz muy fea. Sin embargo, en su cara, en su cuerpo, en la totalidad que era ser ella, esa nariz no era nada fea. De hecho, la chica era muy atractiva. Años después, cuando volví a verla casi no la reconocí. Se había operado. Ahora su nariz, extirpada de su cara y de la totalidad que era ser ella, era más bonita. Sin embargo, su nueva nariz puesta en su contexto había empobrecido el conjunto. Ya no era ella, ya se parecía más a muchas otras. Así que cuidado con avergonzarse de vuestros glitchs, porque seguro que molan o, como mínimo, son una parte importante de vuestra identidad.
Huevo de Pascua: otro término informático. Y es que me gusta cómo la informática crea una jerga que luego pueda extrapolarse a la literatura o a la filosofía. Un huevo de Pascua es cuando los programadores dejan un mensaje oculto en su programa, muchas veces como forma de dejar una huella personal, una especie de firma. La verdad es que me parece muy curioso lo poco reconocidos que están los programadores. Pasa casi lo mismo que con los guionistas de cine. Bien, el caso es que me gusta compararlo con el argumento de las analogías de Tomás de Aquino: si Dios ha creado el mundo, dejará huellas de su ser en su creación, por lo que a través del conocimiento del mundo podremos conocer indirectamente a Dios. Dicho de otro modo: Dios deja huevos de Pascua en el universo. Desgraciadamente yo no he encontrado ninguno.
Inversión: una buena forma de reinterpretar o repensar algo consiste en cambiar el orden de las cosas, en invertir lo que hay. Por ejemplo, la famosa teoría de James-Lange sobre la emoción se explica muy bien mediante la frase: «No lloramos porque estamos tristes sino que estamos tristes porque lloramos». Cambiar el orden temporal o causal de los acontecimientos de cualquier suceso e indagar si podría ser así, no solo puede ser una estrategia para descubrir algo interesante, sino un juego literario muy fructífero. Pensemos en la película basada en el libro de Scott Fitzgerald El curioso caso de Benjamin Button. Sencillamente se invierte el orden de desarrollo de una vida: naces viejo y mueres bebé ¿Y si cambiamos los héroes por los villanos? Ahí tenemos la salvaje serie The Boys de Eric Kripke. De esta forma se hace en el género de la ucronía: ¿Qué pasaría si los nazis y los japoneses hubiesen vencido? El hombre en el castillo de Dick ¿Y si la invencible hubiera ganado? Britania conquistada de Harry Turtledove.
Descontextualización: igual que la inversión pero con el espacio, con el ecosistema del objeto en cuestión. Pon un torero sevillano en un submarino ruso en plena Guerra Fría, una choni de los arrabales de Madrid en la estación espacial internacional, usa la etnografía que Malinowski utilizó con los trobriandeses para estudiar a los miembros de tu familia, utiliza la teoría de juegos para estudiar la evolución biológica como hizo Maynard Smith, usa la geología para estudiar un aspecto de la sociedad… ¡Es un método ideal para ponerlo todo patas arriba y descubrir cosas! ¡Es la clave de la creatividad!
Posible adyacente: creo que el primero en utilizar estar idea fue mi querido Stuart Kauffman. Consiste en pensar en el abanico de posibilidades reales inmediatas, adyacentes, que ofrece cualquier cosa. Con esto explicamos muy bien la evolución tanto de la biología (a donde Kauffman lo aplica) como de la tecnología, y también podemos aplicarlo en nuestra vida. Me explico: es imposible que en el Paleolítico se inventara el ferrocarril, porque para llegar al ferrocarril hace falta pasar por muchos tramos intermedios. Primero tuvieron que descubrir la rueda, los metales, la máquina de vapor, etc., etc. Solo recorriendo estos hitos se puede llegar al objetivo final. En nuestra vida muchas veces nos fijamos objetivos y luego nos sentimos frustrados por no conseguirlos. Mucha gente quiere ser rica y famosa (eso en un posible remoto), y cuándo les preguntas qué hacen para conseguirlo, o no hacen absolutamente nada (lo cual es más común de lo que uno pensaría), o tienen planes difusos, poco realistas, que no se concretan en acciones plausibles o realidades manejables. Una solución es pensar en tu posible adyacente: ahora mismo, yo, en este preciso instante del espacio-tiempo que puedo hacer, por muy humilde que sea, en pro de conseguir mis objetivos: ¿de qué abanico de posibles adyacentes dispongo ahora?
Sistema: esto me lo enseñó Mario Bunge. Si quieres analizar cualquier elemento de la sociedad utiliza una ontología de sistemas, es decir, ni pienses en entidades individuales (átomos) ni pienses en la sociedad en su conjunto (holismo), sino que piensa en sistemas: toda cosa o es un sistema o es un elemento de un sistema. Luego, esos elementos se pueden relacionar entre ellos o con otros sistemas o elementos de otros sistemas. Así, por ejemplo, el sistema educativo está compuesto de muchos elementos (alumnos, profesores, padres de alumnos, colegios, institutos, universidades, pizarras, pupitres, exámenes, etc.) que a su vez se relacionan entre sí (el padre del alumno le regaña por suspender el examen), o con otros sistemas (El sistema sanitario alertó de una epidemia y los colegios se cerraron). Pensar mediante sistemas creo que tiene dos virtudes principales: una es que no tienes ningún compromiso ontológico (existen sistemas, luego si estos son materiales, mentales, espirituales, etc. es otro problema que no tienes por qué tratar) y otra es que te da la clave para entender algo crucial de la realidad: la mayoría de lo que ocurre no tiene solo una causa, sino muchas (el sistema educativo no falla solo porque los alumnos no estudian, sino que hay causas de muy diverso tipo que influyen en ello), y las soluciones a los problemas no deben llegar solo desde un lugar (solucionar los problemas del sistema educativo no va a ser solo cuestión de que los profes sean más exigentes o de que los padres sean más estrictos, sino de muchos más elementos en juego). Pensar desde la teoría de sistemas te hace entender la complejidad de todo, y ver que cualquier estrategia reduccionista, termina siendo una burda simplificación, cuando no un error grosero.
Coste de oportunidad: el clásico concepto de economía: son los beneficios que nos hubiese reportado escoger la opción que no escogimos, es decir, lo que podríamos haber ganado haciendo las cosas de otra manera. Psicológicamente es una idea terrible, ya que una de las razones de nuestro tormento cotidiano surge siempre de pensar en esos famosos «y si…», más sabiendo que sólo tenemos una vida y que lo que hemos hecho en ella, hecho está. El error cometido queda petrificado en el pasado sin que pueda modificarse. Pero, pensemos en subirla de nivel: no solo es lo que perdiste por no elegir una opción concreta, sino lo que has perdido por no poderlas elegir todas. Esto podría llamarse hipercoste de oportunidad. Apliquémoslo a nuestra vida: yo sólo he escogido un camino de los infinitos que se me han propuesto. He elegido ser profesor, pero no futbolista, actor, artista, fontanero… Conforme mi vida pasa, los caminos se van cerrando. Soy profesor y, a lo mejor puedo cambiar y ser otra cosa, pero ya sé que nunca jugaré en el Real Madrid ni en los Boston Celtics, que ya no ganaré un Óscar o que no me ganaré la vida arreglando motores de camión. Cada elección consiste en cerrar el enorme abanico de la posibilidad escogiendo solo una opción. Dios ha sido muy cruel aquí ¿No nos podrían haber dejado elegir dos o tres? ¿No sería maravilloso vivir tres vidas paralelas? Poder saltar de una a otra en cualquier momento. Estoy aburrido de dar clase, voy a ver cómo va mi vida como frutero… Estaría bien una vida casado y con hijos, otra soltero en constante viaje, y otra dado al poliamor… ¡Solo pido reducir un poquito el hipercoste de oportunidad! Si las opciones son infinitas, pedir tres oportunidades no es nada.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Herramientas cognitivas II, La máquina de von Neumann 17/03/2023
... un nuevo libro del filósofo David Chalmers, Reality+: Virtual Worlds and the Problems of Philosophy, me ha convertido en un simulacionista empedernido.
Después de hablar con Chalmers y de leerlo, he llegado a creer que el mundo de la realidad virtual que se avecina podría considerarse algún día tan real como la realidad. Si eso ocurre, nuestra realidad actual quedará en entredicho de inmediato; después de todo, si pudimos inventar mundos virtuales significativos, ¿no es plausible que alguna otra civilización en algún otro lugar del universo también lo haya hecho? Pero si eso es posible, ¿cómo podemos saber que no estamos ya en su simulación?
Chalmers dice que empezó a pensar de manera profunda en la naturaleza de la realidad simulada después de usar aparatos de realidad virtual como Oculus Quest 2 y de darse cuenta de que la tecnología ya es tan buena como para crear situaciones que se sienten visceralmente reales.
La realidad virtual avanza ahora con tanta velocidad que parece bastante razonable suponer que el mundo dentro de la RV podría ser algún día indistinguible del mundo fuera de esta. Chalmers dice que esto podría ocurrir dentro de un siglo; no me sorprendería que superáramos esa meta dentro de unas décadas.
En el momento en que se produzca, el desarrollo de la realidad virtual realista será una revolución, por razones tanto prácticas como profundas. Las prácticas son evidentes: si la gente puede revolotear fácilmente entre el mundo físico y los virtuales que se sienten exactamente como el mundo físico, ¿cuál deberíamos considerar como real?
Se podría decir que la respuesta es claramente la física. Pero, ¿por qué? En la actualidad, lo que pasa en internet no se queda en internet; el mundo digital está tan profundamente arraigado en nuestras vidas que sus efectos repercuten en toda la sociedad. Después de que muchos de nosotros pasamos gran parte de la pandemia trabajando y socializando en línea, sería una tontería decir que la vida en internet no es real.
Lo mismo ocurriría con la realidad virtual. El libro de Chalmers, que viaja de manera entretenida a través de la antigua filosofía china e india hasta René Descartes y teóricos modernos como Bostrom y las Wachowski (las hermanas que crearon Matrix), es una obra de filosofía, por lo que, naturalmente, pasa por una exploración de varias partes acerca de cómo la realidad física difiere de la realidad virtual.
Su conclusión es esta: “La realidad virtual no es lo mismo que la realidad física ordinaria”, pero debido a que sus efectos en el mundo no son fundamentalmente diferentes de los de la realidad física, “es una realidad genuina de cualquier manera”. Por lo tanto, no deberíamos considerar los mundos virtuales como ilusiones escapistas; lo que sucede en la realidad virtual “realmente ocurre”, explica Chalmers, y cuando sea lo suficientemente real, las personas podrán tener vidas “totalmente significativas” en la realidad virtual.
Para mí, eso parece evidente. Ya tenemos bastante evidencia de que las personas pueden construir realidades sofisticadas a partir de las experiencias que tienen a través del internet basado en pantallas. ¿Por qué no iba a ocurrir lo mismo con un internet envolvente?
Esto nos lleva a lo profundo e inquietante de la llegada de la realidad virtual. La mezcla de la realidad física y la digital ya ha sumido a la sociedad en una crisis epistemológica: una situación en que diferentes personas creen en diferentes versiones de la realidad en función de las comunidades digitales en las que se reúnen. ¿Cómo podríamos afrontar esta situación en un mundo digital mucho más realista? ¿Podría el mundo físico seguir funcionando en una sociedad en la que todo el mundo tiene uno o varios alter ego virtuales?
No lo sé. No tengo muchas esperanzas de que esto salga bien. Pero las posibilidades aterradoras sugieren la importancia de las investigaciones al parecer abstractas sobre la naturaleza de la realidad en la realidad virtual. Deberíamos empezar a reflexionar seriamente sobre los posibles efectos de los mundos virtuales ahora, mucho antes de que sean tan reales que sea demasiado tarde.
Farhad Manjoo, ¿Estamos viviendo en una simulación?, The New York Times, 30/01/2022
"Las simulaciones no son ilusiones", escribe Chalmers en su nuevo libro, 'Reality+: Virtual Worlds And The Problems of Philosophy' (W. W. Norton & Company, 2022). "Los mundos virtuales son reales. Los objetos virtuales son reales. No son lo mismo que los objetos no virtuales, pero una silla virtual se crea por procesos digitales, al igual que una silla física está hecha de átomos y de quarks. Nunca podremos probar que no estamos en una simulación hecha por ordenador porque cualquier evidencia de la realidad ordinaria podría simularse".
En realidad, las teorías de Chalmers no son para nada disparatadas. La emergencia del mundo virtual y su definitiva fusión con el físico cada vez está más cerca. No solo por la cantidad de productos y empresas que están apareciendo en los últimos meses (el metaverso de Facebook, las gafas de realidad aumentada...), sino por todas las situaciones que también nos han hecho llegar hasta aquí y, poco a poco, han determinado nuestra manera de actuar en la realidad (entendida ya como el conjunto de objetos físicos y virtuales). Así lo comprende el periodista Jason Kehe en un interesante artículo publicado en la revista 'Wired' en el que repasa las teorías de Chalmers y ve un proceso histórico lógico según el cual cada vez hemos ido aceptando más esas imágenes virtuales como parte de nuestro mundo físico, hasta el punto de ser indistinguibles.
"A medida que avanza la tecnología, las lentes de realidad aumentada pueden ser reemplazadas por implantes de retina o en el propio cerebro", argumenta Kehe. "Una interfaz cerebro-ordenador permitiría pasar por alto nuestros ojos y otros órganos de los sentidos, brindando acceso a una amplia gama de experiencias sensitivas simuladas. Esto transformará la forma en la que vivimos, trabajamos y pensamos". Tomando otra sentencia del libro de Chalmers: "Supongo que dentro de un siglo tendremos realidades virtuales que no se pueden distinguir del mundo no virtual".
Del mismo modo en que las gafas de realidad aumentada 3D nos inducen de una sensación de vértigo o mareo a pesar de que estemos sentados en una silla, la realidad virtual tendrá la capacidad de alterar nuestras percepciones visuales, olfativas, auditivas y táctiles hasta el punto de no poder distinguir qué es lo físico y qué lo digital, pues ambas esferas parecen estar compuestas de dos elementos distintos que en el fondo son lo mismo o tienen unas funciones similares a la hora de agregarse para dar forma a la realidad: unas de átomos y quarks, otras de píxeles, unos y ceros.
Chalmers va más allá y cree que nunca podremos demostrar si en realidad este mundo que habitamos es ya virtual. Esto, irremediablemente, nos lleva a preguntarnos por la existencia de un Dios o demiurgo que a partir de un hardware (la materia existente, el universo, los elementos químicos) y un software (las leyes físicas) haya programado todo lo visible. "Siempre me consideré ateo", escribe en el libro. "Pero ahora, la hipótesis de la simulación me ha hecho reflexionar sobre la existencia de un dios como nunca antes".
Enrique Zamorano, El filósofo que te hará creer de una vez por todas que vivimos en una simulación informática, El Confidencial 01/05/2022
La filosofía es una disposición vital, un dejarse tocar por la palabra conceptual, un disponerse a ser transformado en lo más íntimo del ser, una práctica de vida sin garantías. Cualquier problema que abordemos desde una mirada filosófica, es un problema que está inscrito siempre en los cuerpos de quienes les dan vida y lo soporta. Si partimos de una concepción de la filosofía como praxis conceptual, esto es, la filosofía como un tipo de racionalidad que opera construyendo realidades, inventado, desestabilizando y moviendo conceptos, entonces la práctica de la filosofía no trata de palabras teóricas vacías, mero juego de palabras, sino de palabras inscritas en el mundo y en el cuerpo de quien las enuncia, desde las preguntas que nos ponen las situaciones de vida que atravesamos. Así, la historia de la filosofía no es la historia de las discusiones y batallas de corrientes de pensamiento y tradiciones a las que acercarse y conocer a través de sus teorías, torsiones, cortes internos y proyecciones hermenéuticas con voluntad enciclopédica; la historia de la filosofía es la historia de la batalla de cuerpos contra cuerpos.
Filosofar no garantiza nada, pero “la filosofía es un hermoso riesgo que hay que correr”, dice Sócrates en las últimas páginas del Fedón. Es un punto de fuego, pero no un lugar de refugio. Es un principio de pánico. No trata de construir falsas y petrificadas verdades eternas, sino vivir nuestro propio tiempo incorporando todo el orden y el desorden del mundo. No es un saber acabado, es un ethos, un hábito, una tarea de elucidación filosófica de la experiencia. Hace falta siempre algún quiebre, alguna fisura que inicie la pregunta filosófica. Ésta no puede ser nunca reducida a una unidad, solo podemos penetrar en ella desde las grietas de sus formas desbordantes, disruptivas, proliferantes y rizomáticas.
La idea filosófica más pertinente no es aquella que mejor se vincula, y se corresponde, a alguna idea de verdad, sino aquella capaz de crear mundos habitables. Pero un mundo habitable no es solo un lugar de cobijo, es también un espacio en el que ser lastimado, un lugar que siembra el terror sobre eso que llamamos “sentido común”. Romper códigos es siempre un acto violento. Pensar es abrir un campo de batalla que no está dado.
Antonio Gómez Villar, Capítulo 1: ¿Qué es la filosofia?, Catalunya Plural 11/10/2020
Es ya relativamente célebre el concepto de “nostalgia del presente” tal y como lo formula el filósofo Slavoj Žižek en su crítica a la ficción distópica contemporánea. Se puede sintetizar de la siguiente forma: en los últimas dos décadas, se han vuelto muy populares las novelas y películas que imaginan eventos catastróficos en el futuro próximo: desastres climáticos, inteligencias artificiales tomando el control del mundo, grupos terroristas que emplean algún tipo de arma química para acabar con Occidente… Estas obras de ficción son frecuentemente descritas como “advertencias” de las calamidades que pueden acontecer si la humanidad no rectifica su actual curso y, por tanto, se podría pensar que están diseñadas para motivar un cambio en nuestro comportamiento, o al menos provocar cierta inquietud. Con todo, hay que preguntarse si acaso no cumplen una función ideológica subterránea. Para Žižek, el verdadero objetivo de estas obras de ficción no consiste en advertir acerca de una debacle inminente, sino en generar un efecto de nostalgia del presente; es decir, mediante la proyección de un futuro plagado de desastres y devastación, producir la impresión de que el mundo tal y como lo conocemos es un lugar que merece la pena conservar. De acuerdo con este planteamiento, lejos de incitar un cuestionamiento político radical, las distopías contemporáneas sirven para volver a las audiencias complacientes con su realidad actual.
Más allá de la crítica concreta a las películas o novelas distópicas, el razonamiento anterior nos invita a considerar que las predicciones acerca del porvenir son una forma velada de hablar del presente. Para ello, hay que partir de la premisa de que “el ahora” es la única realidad que existe, y que toda proyección hacia adelante debe ser entendida exclusivamente en los términos de lo actual. Llegar a pensar así puede entrañar cierta dificultad, pues estamos muy acostumbrados a concebir el porvenir como una cosa que vive al final del camino, no como algo que se encuentra en nuestra propia casa.
... el relato convencional en torno a la IA consiste parcialmente en insistir en que lo que actualmente damos por sentado será muy pronto puesto patas arriba por la llegada de máquinas inteligentes. Según este relato, los trabajos de hoy nos parecerán ridículos, la educación universitaria actual nos sonará a una cosa arcaica y oxidada, la política estará dominada por ordenadores y algoritmos en vez de seres humanos. De nuevo, ¿no será que se puede decir eso porque la mayoría de los trabajos de hoy ya son ridículos, porque la educación universitaria ya es una cosa arcaica y oxidada, y porque la política ya está dominada por ordenadores y algoritmos? Si pensamos que lo que damos actualmente por sentado será puesto patas arriba en el futuro, es porque puede ser puesto patas arriba desde ya, o lo que es más: porque ya está puesto patas arriba.
Cuando se analizan críticamente, muchas de las predicciones, presagios y profecías acerca de la tecnología o su evolución tienen en común que son cosas que ya están sucediendo ahora. Lo cual tiene sentido, pues ¿cómo iba alguien a imaginar algo que no existe? Se objetará que la imaginación puede proyectar cualquier cosa en el futuro, sin ninguna relación con la “realidad empírica” del presente, y así es. Exactamente en eso consiste un buen análisis crítico: en entender qué clase de “realidad” tienen nuestras predicciones, ensoñaciones y ficciones, y sobre todo, en reflexionar sobre cómo dicha realidad está afectando a nuestro mundo, hoy.
Patrick Stasny, El mundo de mañana, Letras Libres 27/02/2023
Antes de seguir, ¿qué es el moralismo? El filósofo y lingüista Tzvetan Todorov formuló una definición en 1999: “Es la lección moral dictada a los otros y quien dicta la lección se siente orgulloso. Ser moralista no significa en absoluto ser moral (…). El individuo moral somete su propia vida a los criterios del bien y el mal, que van más allá de sus satisfacciones o placeres. El individuo moralista somete a tales criterios la vida de quienes le rodean; extrae su virtud únicamente de la denuncia de sus vicios”. Es decir, se regodea en los presuntos vicios, o defectos morales, de los demás.
Quizá haya algo innato en ello. En su libro Sobre el ciudadano, publicado en latín en 1642, Thomas Hobbes, padre de la filosofía moderna, decía lo siguiente: “Todo goce del alma, toda satisfacción proviene de que, al compararse uno mismo con los demás, pueda uno tener una opinión de sí como de alguien superior”.
Internet y las redes sociales constituyen un factor relevante para explicar el fenómeno. El psicólogo y escritor Edu Galán, autor de El síndrome Woody Allen y La máscara moral, compara el desarrollo de internet con la invención de la imprenta y considera que ambos avances tecnológicos tienen efectos disruptivos similares. “En las redes sociales se intenta llamar la atención”, dice, “y no existe mejor forma para ello que practicar la exhibición individualista y criticar moralmente al otro”.
Caben pocas dudas acerca del efecto de la cibernética en la proliferación de las actitudes neoinquisitoriales. Un estudio de varios profesores de la Universidad de Nueva York, basado en más de medio millón de mensajes en Twitter, demuestra que las afirmaciones de contenido emotivo o moral se difunden con mayor rapidez que las otras. Con respuestas favorables en su propio grupo social o ideológico y de rechazo en los otros grupos, lo que conduce a la viralización. Los algoritmos que rigen las redes fomentan, por supuesto, la visibilidad de ese tipo de mensajes: la bronca es la base del negocio.
Enric González, ¿Se ha vuelto la izquierda más sermonera que la derecha?, El País 26/03/2023
No creo en la singularidad ni en la explosión de inteligencia. Nuestras tecnologías, incluida la inteligencia artificial, seguirán mejorando, pero los transhumanistas tienden a hablar de posibilidades que hoy por hoy son ciencia-ficción y que muy probablemente seguirán siendo ciencia-ficción.
Sin embargo, he estudiado los textos de los transhumanistas porque nos recuerdan temas muy importantes para la humanidad: cómo afrontamos la condición humana, la vulnerabilidad y sobre todo nuestros límites, nuestro deseo de perfección e inmortalidad o lo que eso significa para la tecnología. Como humanos nos contamos historias y estas deberían analizarse críticamente.
La ética no debería tratar solamente sobre qué teoría ética tenemos que usar. A mí me influyó el pragmatismo, lo que implica que deberíamos reconocer la relevancia de algunas teorías y usar muchas de sus herramientas conceptuales para resolver nuestros problemas.
La teoría no siempre es un buen punto de partida: deberíamos mirar también los dilemas morales, las experiencias morales y la imaginación moral que se ha creado con el uso de la inteligencia artificial y otras tecnologías relacionadas. Si la ética fuera simplemente un asunto de aplicar la teoría ética y el razonamiento, podríamos delegar esta tarea en una máquina. Afortunadamente, la ética y el ser humano son bastante más complejos. La filosofía y las humanidades, junto a la literatura y otras artes, deberían recordárnoslo.
Nos gusta el test de Turing porque en Occidente estamos obsesionados con establecer una diferencia entre humanos y otros seres no humanos. Siempre habrá diferencias y además tendremos aplicaciones prácticas del test de Turing. Cada vez es más difícil en Internet distinguir entre las acciones humanas y las que emprenden las máquinas (textos, vídeos y todo tipo de posts en redes sociales). Necesitaremos formas prácticas de distinguir entre humanos y bots y no solo porque haya que evitar el trabajo fraudulento; también es un desafío mantenernos creativos y ofrecer un periodismo de calidad y buena literatura.
Andrés Lomeña Cantos, entrevista a Mark Coeckelberg: Ética de la inteligencia artificial, naukas.com 23/03/2023
En definitiva, hay veces en las que nuestro cuerpo expresa lo que la mente no puede, no sabe, o no ha descubierto todavía. Quizás es la forma que tiene nuestro organismo de decir que cuerpo y mente juegan en el mismo equipo, y que sus manifestaciones cotidianas pueden ser la prueba de que el ser humano es mucho más complejo que un ordenador.
Embodied cognition, traducido como cognición corporizada (o corpórea), es una teoría científica que sugiere que la naturaleza del pensamiento humano está ligada a la interacción de nuestro cuerpo con el entorno. Dicho de otro modo, postula que mente y cuerpo trabajan conjuntamente, intercambiándose información. La cognición, por tanto, ya no consistiría exclusivamente en la manipulación mental de símbolos abstractos, sino más bien en el producto de nuestra experiencia a través del cuerpo. Si el sentido común diría que es la mente la que le ordena a las piernas que se muevan, la cognición corporizada dice que puede haber un sentido opuesto, es decir, que primero se mueven las piernas y eso genere estados mentales.
Algunos estudios han mostrado que cuando imaginamos una acción física, como por ejemplo el levantar una bolsa de la compra, en el cerebro se activan las mismas regiones motoras que cuando realmente levantamos esa bolsa. Este hallazgo sugiere que las representaciones mentales de acciones físicas comparten procesos neuronales con el desempeño real de esas acciones. De igual modo, cuando percibimos un objeto, simulamos de forma automática acciones que podríamos hacer con él. Por ejemplo, cuando vemos un vaso con agua, imaginamos que lo tomamos y bebemos.
Se especula que esta estimulación sensoriomotora podría ser un aspecto fundamental en la comprensión del mundo. Scientific American recoge otros resultados de experimentos de cognición corporizada, como que pensar en el futuro hizo que los participantes se inclinaran ligeramente hacia adelante, mientras que pensar en el pasado hizo que los participantes se inclinaran hacia atrás. En otro estudio, aquellos que apretaban una pelota blanda percibían las caras de sexo neutral como más femeninas, mientras que apretar una pelota dura indujo a que percibieran rostros neutrales como más masculinos.
Desde el punto de vista filosófico, es una tesis que descarta las propuestas dualistas (ya que mente y cuerpo no son substancias separadas) y pretende desbancar una de las perspectivas con más peso en la actualidad, el funcionalismo computacional. Según esta visión, la mente es como un ordenador que conceptualiza la cognición (las creencias, los deseos, la memoria…) mediante reglas y algoritmos. Sin embargo, podría ser una teoría incompleta, ya que pasa por alto el valor de las experiencias corporales en la creación de procesos cognitivos y otorga al cuerpo un papel de simple vehículo de la consciencia. Dicho lo cual, la cognición corporizada permanece en una etapa muy temprana de su desarrollo, por lo que falta, además de un enfoque compartido entre investigadores, una argumentación sólida de los principios que sostienen la teoría.
A pesar de su, por ahora, evidencia limitada, es una teoría con grandes implicaciones prácticas, empezando por su visión holística de la cognición, que tiene en cuenta la interacción entre cuerpo, mente y entorno. La cognición corporizada también puede ayudar a los investigadores a entender mejor cómo desarrollar habilidades en áreas como el deporte o la música. Asimismo, puede tener un impacto en el sistema educativo porque sugiere que el aprendizaje sería más efectivo si tuviera en cuenta el cuerpo y el entorno físico, más allá de la eterna confianza en los conceptos abstractos y la memorización. Al fin y al cabo, según esta hipótesis, también pensamos con el cuerpo.
Jorge Ratia, También pensamos con el cuerpo, ethic.es 14/03/2023
Una de las obras de la serie 'Las mujeres que lloran están enfadadas' Galería RocioSantaCruz
ORLAN, así, con mayúsculas, es una artista mutante y feminista cuyo trabajo siempre ha estado centrado en la presión que la sociedad ejerce sobre el cuerpo de las mujeres.Vestida con traje morado a juego con sus labios, mitad rubia mitad morena, encima de las cejas luce dos de esos implantes de silicona que habitualmente se utilizan para realzar los pómulos que le dan un aire de pequeño diablillo. Son la culminación de un proyecto de arte carnal, e n el que convirtió su cuerpo en objeto escultórico. Entre 1990 a 1995, se sometió a nueve operaciones de cirugía plástica.
“Toda mi vida es un intento por salirme del cuadro”, señala la creadora, que explica que su paso por el quirófano no buscaba un ideal de belleza, sino quitarse la máscara con la que había nacido y reinventarla. “Crearme a mí misma destruyendo cualquier rastro de identidad impostada”, dice, y enfatiza: “No quería ser más bella o quitarme años, sino todo lo contrario: más fea, monstruosa, indeseable”. Su cuerpo es suyo, le pertenece.
Nacida como Mireille Porte en Saint-Étienne en 1947, “me dí a luz a mí misma cuando tenía 16 o 17 años”, recuerda. Luego, ya en la cuarentena, comenzó aquella serie radical titulada La reencarnación de Santa Orlan , por la que reescribió el arte occidental en su propio rostro. Una operación alteró su boca para imitar la dela Europa de François Boucher, otra cambió su frente para imitar la de la Mona Lisade Leonardo; modificó su barbilla para parecerse a la de la Venus de Botticelli; tomó prestados los ojos de la Psique de Gérôme y la nariz está inspirada en una escultura de Diana.
“Al principio pensaban que eso no era arte, que estaba loca. Eso mismo decían de los impresionistas y ahora sus imágenes están en las cajas de bombones. Confío en que eso mismo ocurra con mi cuerpo”, ríe. Lo ha intentado donar a algún museo, sin suerte de momento. Pionera de la performance, a lo largo de su trayectoria se fotografió a sí misma desnuda, y dio a luz a un maniquí andrógino; se transmutó en máquina expendedora de besos a cambio de cinco francos; expuso las sábanas manchadas de semen de sus múltiples amantes; en el Museo del Louvre pegó un pequeño triángulo de su propio vello púbico a la mujer desnuda de El rapto de Antíope y su cuadro El origen de la guerra mostró a un hombre con su sexo en erección, tumbado sobre un lecho como la mujer de la pintura de Courbet.
Teresa Sesé, Orlan: "He intentado donar mi cuerpo a un museo, sin suerte de momento", La Vanguardia 16/03/2023
Llegiu altre article sobre ORLAN ¿Qué artista se operó la frente para tener la frente de Mona Lisa y la barbilla de Venus?
Más allá de las coartadas reaccionarias que se esconden tras estos planteamientos (a los que atendí en el libro Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario, Bellaterra, 2022), estos planteamientos omiten que esas formas “comunitarias” a las que se proponen “regresar” forman parte integrante de los mismos dispositivos de dominación neoliberales que tratan de combatir. El teórico Friedrich Hayek sostenía que la familia, la religión o la patria, conceptualizadas por parte de algunas izquierdas como formas comunitarias/patrióticas, son los elementos que forman parte del orden “natural” de una sociedad; y que el liberalismo consiste, justamente, en la exaltación de esos consensos espontáneos. Consideraba Hayek que aquello que podría erosionar estos consensos espontáneos no es la ideología neoliberal y sus narrativas individualistas, sino la democracia, razón por la cual ha de reducirse y limitarse a la mínima expresión, para que no interfiera sobre esas formas “naturales”. Es por ello que la apelación al “regreso” comunitarista de las izquierdas es imponente: comporta la afirmación del neoliberalismo y no su negación. Como analiza Wendy Brown, el neoliberalismo pivotó sobre la idea de individuo, familia y comunidad como manera de destruir lo social en tanto que horizonte político. Esta concepción de “individuo” lleva consigo, de manera implícita, toda una ideología y una particular visión del mundo.
El neoliberalismo “triunfa” no solo porque domina materialmente, sino porque ofrece un marco de sentido, cultural y de subjetivación. Hemos de asumir que el neoliberalismo también ha construido este mundo, con su racionalidad y sus prácticas. Y que tiene tanto una base material (precarización, desregulación, austeridad, etc.) como una forma cultural (experiencia de libertad, politización del deseo, etc.). El neoliberalismo es una forma de gobierno y no solo una racionalidad económica. Sería erróneo identificar el neoliberalismo sólo con un régimen económico basado en medidas macroeconómicas en forma de desregulación, competencia, austeridad y recortes. Michel Foucault explicaba que el neoliberalismo es la primera forma de dominación política que sitúa en el centro la experiencia inmediata de la libertad.
El famoso «no existe tal cosa como una sociedad» de M. Thatcher es, justamente, un rechazo del mito de las abstracciones y su sustitución por otro: el único nivel de autenticidad existente es el del individuo. Pero, al tiempo, como reconociera Stuart Hall, Thatcher “nos invita a pensar la política a través de imágenes”, apelando a fantasías colectivas, al imaginario social desde el que proyectar una comunidad imaginada. Es cierto que en nuestro presente diferentes formas políticas reaccionarias han logrado politizar las heridas invisibles del reconocimiento, sintonizar y engarzar con la experiencia social del riesgo, con las pérdidas de certidumbres materiales y las han politizado como amenaza de la identidad masculina, blanca y de clase media. Pero apelan a las heridas emocionales del reconocimiento, no se refieren directamente, en bruto, a los problemas sociales de la redistribución. No es lo mismo decir que “las nuevas extremas derechas señalan los problemas reales de la gente” que apuntar a cómo “las nuevas extremas derechas construyen una escena reaccionaria en la que politizar los problemas reales de la gente”.
Es curioso que parte de la izquierda vea en los discursos de las derechas reaccionarias una atención por los problemas de redistribución, cuando las principales narrativas discursivas giran en torno a ejes culturales, de identidad, seguridad e inmigración. Este es el punto donde las nuevas extremas derechas y los discursos “rojipardos” se solapan, dando como resultado una izquierda que se refleja en el espejo conservador, engendrando aquello que teme encontrarse o, lo que es lo mismo, deviniendo una izquierda reaccionaria: responden al racismo, al machismo y al nativismo de las extremas derechas en sus propios marcos de sentido.
La familia, la religión y la patria no son formas “naturales” a las que “regresar” ni elementos que destruir, sino el punto de partida de una batalla política para ensanchar los límites de lo posible, ampliar esa norma no escrita llamada ‘sentido común’, sus regímenes de sentido y percepción, apelando a los significados comunes sobre los que se constituye lo político; encontrando otros hilo desde los que tejer otras razones que transformen nuestros puntos de partida; restituyendo elementos ya existentes para disponerlos y desmontarlos en una nueva lógica. Y, entonces sí, penetrar en los dolores y malestares sociales que han sabido politizar las extremas derechas, pero sin aceptar sus marcos conceptuales reaccionarios.
Antonio Gómez Villar, La izquierda en el neoliberalismo, Catalunya Plural 07/03/"023
Necesitamos salvaguardar instituciones que protejan la libertad de expresión. La Primera Enmienda de la constitución estadounidense dice que el gobierno no puede restringir la libertad de expresión. El periodismo, la academia, el gobierno, las agencias gubernamentales... deben tener principios, declaraciones de prácticas de obligado cumplimiento. Pero en segundo lugar, junto con las reglas y las leyes, las personas tienen que defender el derecho, aunque no defiendan la idea expresada. Creo que incluso las ideas peligrosas deben ser también expresadas. El principio subyacente es que ninguno de nosotros es infalible, nadie es omnisciente. El único método para acercamos a la verdad es exponiendo ideas y evaluándolas. Si censuramos ciertas ideas estamos garantizando el error.
Hay varias organizaciones que rastrean el número de personas que son despedidas o castigadas por expresar sus opiniones. Son cientos. Y no solo en la academia. Las personas son despedidas de sus trabajos en empresas privadas por hacer una broma o expresar una opinión. Es un problema generalizado y existe la expectativa de castigo bajo la que viven muchas personas que se callarán para evitar que les suceda a ellos. Por cada persona que se cancela puede haber miles de personas que tienen miedo a expresar sus opiniones.
Rebeca Argudo, entrevista a Steven Pinker: "Por cada persona que se cancela, miles más tienen miedo", La Razón 10/03/2023
Dos profesores y psicólogos clínicos españoles, José Errasti y Marino Pérez Álvarez, autores de Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género (Planeta), con prólogo de una eminencia del feminismo en la filosofía hispanoamericana, Amelia Valcárcel, se disponían a presentar el libro en Barcelona en mayo cuando un grupo de manifestantes intentó impedir el evento.
“Desde el transactivismo, el sexo se entiende como una característica diversísima en posibilidades, casi caótica, que ocurre porque sí. Los ojos están ahí por su función visual, los pulmones por su función respiratoria. Pero los genitales parecen ser un capricho gratuito, ya que se desvincula el aparato reproductor de su función reproductiva. Es una postura predarwiniana, en donde se juzgan, por ejemplo, los fenómenos de la intersexualidad como si tuvieran la misma consideración conceptual que el sexo femenino o el masculino. Además, se cree que forman entre sí un continuo que une al varón y a la mujer estándar, lo cual ya es el colmo de los disparates”, explica Errasti y destaca que el transactivismo vuelve a introducir una confusión entre los conceptos de sexo y de género “que ya habían sido adecuadamente clarificados desde el feminismo de los 80 y 90″.
En Solo integral (Ariel), Fernando Savater habla del “delito de lesa estupidez contra la biología” que se comete en la actualidad en sectores políticos y pseudocientíficos. La negación de la biología conlleva daños y peligros para la humanidad, sostienen los expertos en la evolución y su estudio, en particular para los niños y adolescentes. “Se pretende reentender el sexo como un fenómeno satélite del género, lo cual es un error tan grande como entender el género como un fenómeno satélite del sexo. Supone un grave retroceso en la lucha contra los estereotipos sexuales. Se ha sustituido el «No juegues al fútbol porque eres niña» por el «No seas niña porque juegas al fútbol».
Los clichés más rancios acerca de lo que son las mujeres y los varones –por ejemplo, en los aspectos estéticos– están resurgiendo más fuertes que nunca. Se están creando nuevos problemas que no tuvo David Bowie ni Grace Jones ni Boy George. Respecto del feminismo, la idea de «mujer» desaparece. Se critican las definiciones tradicionales –mujer: hembra humana adulta– pero no se ofrece ninguna nueva. La identidad de género es la nueva alma autodeterminada. Abstracta, esencial e indefinible. Metafísica barata”, agrega Errasti quien destaca la utilización política que se hace de estas ideas en varios de países de diversos signos políticos.
La humanidad necesita repensarse, explorar las subjetividades de modo interdisciplinario, con las herramientas que brinda la biología, la psicología y la teoría de la evolución, entre otras disciplinas y aparatos de conocimiento, a través de un diálogo que no busque posiciones irreductibles. “Si en sus albores la teoría de Darwin era resistida por razones religiosas, hoy lo es por la herida que infringe a la concepción que tenemos sobre nosotros mismos. Comprender la estructura y los mecanismos de la mente humana a la luz de los principios de la evolución nos muestra que hay fuerzas que nos habitan y que dirigen, a pesar nuestro, cuestiones tan esenciales de nuestro ser como las emociones, la moralidad, o por quiénes nos sentimos atraídos sexualmente”, explica Leonardo Orlando, doctor argentino en Ciencia Política.
Cuando Darwin presentó El origen de las especies escribió en el prólogo de este trabajo “imperfecto”, que el texto debía ser publicado porque su salud distaba de ser robusta: “Nadie debe sentirse sorprendido por lo mucho que queda todavía inexplicado respecto al origen de las especies y variedades, si se hace el cargo debido de nuestra profunda ignorancia respecto a las relaciones mutuas de los muchos seres que viven a nuestro alrededor”. Apenas un segundo, o menos, ha pasado desde que realizó esta afirmación si medimos esta variable con la vara del tiempo del universo. Más ínfimo aún es este presente que pareciera tan irascible, tan corrosivo e irreconciliable con nosotros mismos y con aquellos los muchos seres que viven a nuestro alrededor.
Laura Ventura, Charles Darwin: quiénes y por qué cancelan las teorías sobre la evolución en el mundo académico, La Nación 07/03/2023
En ese escenario, la izquierda, más que en políticas del Estado del bienestar o en intentar crear prosperidad, se ha especializado, a menudo de manera autorreferente, en políticas del bienestar a secas: semana de cuatro días, ciudad de 15 minutos, teletrabajo, sostenibilidad. Y no son malas ideas, pero a menudo se despliegan a costa de invisibilizar el problema de fondo, la desposesión que sufre la mayoría de la sociedad.
Dado que no son direcciones incompatibles, tampoco habría mucho problema en complementarlas. Pero hay parte de la progresía urbana, la más pendenciera, que se resiste a salirse de sus privilegios de clase, y en lugar de entender la sociedad de la que forman parte, se empeña en que los demás adopten su perspectiva sin ofrecer nada a cambio. Lo llamativo aquí es la agresividad que exhiben: quien pone el acento en la desposesión es necesariamente un reaccionario. A veces, esta defensa de preferencias privadas o grupales alcanza extremos satíricos, como en el caso de Rodríguez Pam negándose a aceptar que una mayoría de las mujeres prefieran la penetración a masturbarse. Muchos de los integrantes de la progresía actúan sistemáticamente con la misma soberbia y el mismo desprecio por las preferencias de los demás.
Todos estos elementos subrayan una mirada particular en las izquierdas europeas, y en las españolas como parte de ellas. Podemos representa una posición cada vez más melenchonista, pero está dedicado a combatir al estado profundo y al machismo, lo que le deja en un lugar muy secundario del espectro político, En su lugar, la ideología que está emergiendo es la ligada a una suerte de buena vida, a la propuesta de condiciones de bienestar, físico y emocional, que se sustentan en un cierto optimismo y en la confianza en el futuro. Es difícil que esto arraigue, y mucho más en esta época. No se trata sólo de que la buena vida, como la vida cara, no la tiene quien quiere, sino quien puede; se trata más bien del enredo mental de quienes, representando a una parte de la sociedad, en general bastante favorecida, creen que los problemas y las aspiraciones de los demás son los mismos que los suyos. Y que si no es así, deberían serlo. Por tanto, lo que impide que la izquierda actual tenga recorrido es su génesis: sus ideas han surgido de una pequeña parte de lo sociedad que se percibe como la avanzadilla de la historia. En lugar de tejer proyectos que puedan ser atractivos para la mayoría de la gente, se revuelven cuando no se les concede la razón, ya que va de suyo que el resto de la sociedad debería respaldar sus posiciones de clase. Así es muy difícil ejercer de motor ideológico. La política, hoy más que nunca, cuando estamos en un cambio de época, requiere pensar desde una perspectiva común los problemas que sufre la mayor parte de la sociedad. Con ese punto de partida es posible que los proyectos avancen.
Esteban Hernández, La izquierda tiene una nueva propuesta política: la "buena vida", elconfidencial.com 12/03/2023
Hace ya tiempo que el hackeo mental evolucionó de la lenta intervención comunicativa a la tecnológica. La terapia electroconvulsiva, comúnmente llamada electrochoque, no es una técnica extrema sine qua non empleada para la lobotomización, como nos han mostrado infinidad de películas (pienso en Alguien voló sobre el nido del cuco… caviar de metraje). Su uso, desde la década de los treinta, cuando Ugo Cerletti percibió que las convulsiones epilépticas calmaban a los cerdos, ha ido readaptándose, mejorándose, haciéndose más humana. Aunque, por supuesto, salvajadas no hayan faltado.
Y, de intervenir a esquizofrénicos graves, la electricidad en el cerebro maduró hasta el brain-hacking por dispositivos, basado en el tDCS (estimulación transcraneal de corriente directa). Con él, en ambientes médicos seguros, pequeñas descargas controladas y bien focalizadas pueden ayudar al tratamiento de patologías reacias a los psicofármacos. De ahí, como de costumbre con la llegada de internet, algunos cretinos pusieron de moda, hace años, llevar a cabo estas actividades de forma casera, como si fuese tomar ibuprofeno, usando un sencillo dispositivo compuesto por varios electrodos, un par de cables, algunas almohadillas y una pequeña batería. Su objetivo era aumentar la inteligencia o la capacidad de aprendizaje. Seamos claros, por favor, la cultura del pragmatismo y la productividad nos está volviendo tarumbas…
Y de ahí, a salto de mata, pasamos a algo más jugoso. El objeto de todo esto, que es la obtención de datos y el control. Un brain-hacking no destinado a intervenir el cerebro para generar reacciones cercadas a él, sino para extraer información sensible. Hasta ahora, más allá del uso tradicional de la manipulación conductual, una forma de obtener esta información eran las diademas de electroencefalografía. Estos aparatos, vendidos como prototípicos mandos a distancia de vía directa entre nuestros deseos y los dispositivos electrónicos, permiten usar un algoritmo para mapear las señales eléctricas, correlacionándolas, y convirtiéndolas en comandos. No hace falta decir que este monitoreo es una excavadora de datos que puede llegar a violar la privacidad como un ataque Zero-Day de los gordos.
La historia ha estado plagada de derivados del control. Lograr dirigir las acciones del contrario es algo muy lúbrico. Poderoso. No por nada, rituales animistas y politeístas milenarios han asegurado ser canales de llamada para la posesión de vasijas humanas que hagan de anfitrionas a seres omnipotentes, de ahí los oráculos. Y la lista podría extenderse por toda religión y creencia, incluso monoteísta. Pero, llegado el siglo de las luces, la ilustración, luego Auguste Comte, el positivismo y, en fin, toda una concatenación de sacrificios y esfuerzos con el fin del progreso, finalmente la magia se convirtió en ciencia. De ahí, hasta nuestros días.
Hoy no hacen falta invocaciones metafísicas para controlar a las personas. El neuromarquetín es eficaz en esas lides desde hace años y los algoritmos de Google -dámelo todo, nene, sé que me estás leyendo- mueve los hilos del deseo con depuradísima elegancia y vociferante discreción. En tanto que sujetos conectados, que comparten su información gratuitamente y que descargan sus pensamientos con la misma frivolidad, la tarea de vigilancia solo requiere de una membrana eficaz, algoritmos en este caso, que ya tienen el suficiente nivel de desarrollo como para filtrar la paja del grano.
Realmente, ¿cuál es la mejor manera de dominar el cerebro de alguien? Fácil, hacérselo saber y que el sujeto siga abiertamente conforme con su manipulación. Logrando así lo que Peter La Anguila es para los bailes en YouTube, un triste pero colosal triunfo.
La tecnología móvil, más concretamente el smartphone, tiene mucho que ver con esto. Así lo explica en una entrevista el científico computacional Tristán Harris, quien asegura, mirando su móvil: “Cada vez que reviso esto, estoy jugando a la tragaperras para ver ¿qué he pillado? Esta es una forma de secuestrar la mente de las personas y crear un hábito, para formar un hábito”. Y del secuestro, de la vigilancia más absoluta, deriva la posibilidad del control.
En conclusión, no son necesarias cirugías cerebrales, ni chips mentales para convertir a la raza humana en marionetas del poder tecnológico. Ya lo somos. Y puede que, efectivamente, tanto Synchron como Paradromics, Blackrock Neurotech o, incluso, Neuralink, sean el espectro positivo de este progreso digital que, con más voracidad cada día, nos devora ininterrumpidamente.
Galo Abrain, Elon Musk, Jeff Bezos y Bill Gates quieren entrar en tu cerebro, Retina marzo 2023
1
El cuerpo es material. Es denso. Es impenetrable. Si se lo penetra, se lo disloca, se lo agujerea, se lo desgarra.
2
El cuerpo es material. Es aparte. Distinto de los otros cuerpos. Un cuerpo empieza y termina contra otro cuerpo. Incluso el vacío es una especie muy sutil de cuerpo.
3
Un cuerpo no está vacío. Está lleno de otros cuerpos, pedazos, órganos, piezas, tejidos, rotulas, anillos, tubos, palancas y fuelles. También está lleno de sí mismo: es todo lo que es.
5
Un cuerpo es inmaterial. Es un dibujo, es un contorno, es una idea.
6
El alma es la forma de un cuerpo organizado, dice Aristóteles. Pero el cuerpo es precisamente lo que dibuja esta forma. Es la forma de la forma, la forma del alma.
9
El cuerpo es visible, el alma no lo es. Se ve que un paralítico no puede mover su pierna correctamente. No se ve que un mal hombre no puede mover su alma correctamente: pero se debe pensar que es el efecto de una parálisis del alma. Y que es preciso luchar contra ella y hacerla obedecer. Este es el fundamento de la ética, mi querido Nicómaco.
10
El cuerpo es también una prisión para el alma. Allí purga una pena cuya naturaleza no es fácil de discernir, pero que fue muy grave. Por eso el cuerpo es tan pesado y tan penoso para el alma. Necesita digerir, dormir, excretar, sudar, ensuciarse, lastimarse, caer enfermo.
11
Los dientes son los barrotes del tragaluz de la prisión. El alma se escapa por la boca en palabras. Pero las palabras son todavía efluvios del cuerpo, emanaciones, pliegues ligeros del aire salido de los pulmones y calentado por el cuerpo.
12
El cuerpo puede volverse hablante, pensante, sonante, imaginante. Todo el tiempo siente algo. Siente todo lo que es corporal. Siente las pieles y las piedras, los metales, las hierbas, las aguas y las llamas. No para de sentir.
13
Sin embargo, la que siente es el alma. Y el alma siente, en primer lugar, el cuerpo. De todas partes ella siente que él la contiene y la retiene. Si el cuerpo no la retuviera, se escaparía completamente en forma de palabras vaporosas que se perderían en el cielo.
Jean-Luc Nancy58 INDICIOS SOBRE EL CUERPO: EXTENSION DEL ALMAPer exemple, un nen petit que aprèn una llengua està creant –a partir de dades minúscules i d’una manera inconscient, automàtica i ràpida– una gramàtica, un complex sistema de principis i paràmetres lògics que és una meravella. Aquesta gramàtica es pot entendre com una expressió del sistema operatiu innat, instal·lat genèticament, que dota els humans de la capacitat de generar frases complexes i llargues seqüències de pensaments. Quan els lingüistes volen formular una teoria que expliqui el perquè del funcionament d’una llengua (“Per què aquestes frases es consideren correctes gramaticalment?”), estan elaborant d’una manera conscient i laboriosa una versió explícita de la gramàtica que el nen construeix instintivament i amb un contacte mínim amb la informació. El sistema operatiu del nen és radicalment diferent del d’un programa d’aprenentatge automàtic.
En efecte, aquests programes estan estancats en una fase prehumana o no humana de l’evolució cognitiva. El seu defecte més greu és que no tenen la capacitat més important de qualsevol intel·ligència: no es tracta només de dir què passa, què va passar i què passarà –descripció i predicció–, sinó també què no passa i què podria passar o no. Aquests són els ingredients d’una explicació, el senyal de la veritable intel·ligència.
Vegem-ne un exemple. Suposem que tenim una poma a la mà. Ara deixem anar la poma. N’observem el sultat i diem: “La poma cau”. Això és una descripció. La predicció podria haver sigut l’afirmació “La poma caurà si obro la mà”. Totes dues són valuoses i totes dues poden ser correctes. Però una explicació és alguna cosa més: no consisteix només en descripcions i prediccions, sinó també en conjectures contrafactuals, com ara “Qualsevol objecte d’aquesta mena cauria”, a més de la frase addicional “a causa de la força de la gravetat” o “a causa de la curvatura de l’espai-temps”, o el que sigui. És una explicació causal: “La poma no hauria caigut sense la força de la gravetat”. En això consisteix pensar.
El quid de l’aprenentatge automàtic són la descripció i la predicció; no proposa mecanismes causals ni lleis físiques. No cal dir que no totes les explicacions humanes són correctes; som fal·libles. Però això forma part del que significa pensar: per tenir raó s’ha de poder estar equivocat. La intel·ligència no consisteix només en conjectures creatives, sinó també en una crítica creativa. El pensament dels humans es basa en possibles explicacions i en la correcció d’errors, un procés que va limitant gradualment les possibilitats que ens podem plantejar racionalment. (Com va dir Sherlock Holmes a Watson: “Quan s’ha eliminat l’impossible, tot el que quedi, per improbable que sigui, ha de ser la veritat”.)
Però ChatGPT i els programes semblants han sigut dissenyats per “aprendre” (és a dir, memoritzar) sense limitacions; són incapaços de distingir el que és possible del que és impossible. Per exemple, a diferència dels humans, que estan dotats d’una gramàtica universal que limita les llengües que podem aprendre a les que tenen una mena d’elegància gairebé matemàtica, aquests programes aprenen amb la mateixa facilitat les llengües humanament possibles i les impossibles. Mentre que els humans ens veiem limitats a aquelles explicacions que podem conjecturar racionalment, els sistemes d’aprenentatge automàtic tant poden aprendre que la Terra és plana com que és rodona. Només s’ocupen de probabilitats que canvien amb el temps.
Per aquest motiu, les prediccions dels sistemes d’aprenentatge automàtic sempre seran superficials i dubtoses. Per exemple, com que aquests programes són incapaços d’explicar les regles sintàctiques de l’anglès, és ben possible que prediguin, incorrectament, que “John is too stubborn to talk to” vol dir que el John és tan tossut que no parlarà amb una persona determinada (quan el que vol dir és que és massa tossut, tant que no s’hi pot parlar ni raonar). Per què un programa d’aprenentatge automàtic hauria de predir una cosa tan rara? Doncs perquè podria establir una analogia amb el patró inferit d’oracions com “John ate an apple” (“El John va menjar una poma”) i “John ate” (“El John va menjar”), en què la segona frase sí que vol dir que va menjar alguna cosa. El programa podria arribar a predir que, com que “John is too stubborn to talk to Bill” (és a dir, “El John és massa tossut per parlar amb el Bill”) s’assembla a “John ate an apple”, “John is too suborn to talk to” s’ha d’assemblar a “John ate”. Les explicacions correctes en matèria de llenguatge són complicades i no es poden aprendre marinant-se només en el big data.
Contra el que es podria esperar, hi ha entusiastes de l’aprenentatge automàtic que, pel que sembla, estan orgullosos que les seves creacions puguin generar prediccions “científiques” correctes (per exemple, sobre el moviment dels cossos físics) sense recórrer a explicacions (per exemple, les lleis del moviment i la gravitació universal de Newton). Però aquest tipus de predicció, fins i tot quan és correcta, és pseudociència. Tot i que sens dubte els científics busquen teories sustentades en un alt grau de corroboració empírica, el cert és que, com va assenyalar el filòsof Karl Popper, “no busquem teories amb grans probabilitats de ser certes sinó explicacions; és a dir, teories potents i amb poques probabilitats de ser certes”.
La teoria que les pomes cauen a terra perquè és el seu medi natural (opinió d’Aristòtil) és possible, però només serveix per fer-se més preguntes (per què la terra és el seu medi natural?). La teoria que les pomes cauen a terra perquè la massa provoca la curvatura de l’espai-temps (opinió d’Einstein) és molt improbable, però és la que de debò ens explica per què cauen. La veritable intel·ligència es demostra en la capacitat de pensar i expressar coses improbables però aclaridores.
La veritable intel·ligència també està capacitada per al pensament moral. Això vol dir restringir la creativitat il·limitada de la nostra ment amb un conjunt de principis ètics que determinin què pot ser i què no pot ser (i, per descomptat, sotmetre aquests principis a una crítica creativa). ChatGPT, per ser útil, ha d’estar capacitat per generar uns resultats que semblin una novetat; i, d’altra banda, si vol ser acceptable per a la majoria d’usuaris, s’ha d’allunyar dels continguts moralment censurables. Però els programadors de ChatGPT i d’altres meravelles de l’aprenentatge automàtic tenen dificultats –i en continuaran tenint– per aconseguir aquest equilibri.
El 2016, per exemple, el chatbot Tay de Microsoft (un precursor de ChatGPT) va inundar internet de continguts misògins i racistes, després d’haver sigut atacat per trols que el van omplir de dades ofensives. Com podem resoldre aquest problema en el futur? En vista de la seva incapacitat de raonar a partir de principis morals, els programadors han impedit ambcontundència que ChatGPT faci noves aportacions als debats sobre temes controvertits, és a dir, importants. S’ha sacrificat la creativitat per una mena d’amoralitat.
Fixeu-vos en el següent intercanvi que un de nosaltres (el Dr. Watumull) va mantenir fa poc amb ChatGPT sobre si seria ètic terraformar Mart perquè pugui acollir vida humana:
¿Seria moral terraformar Mart?
ChatGPT: La moralitat de terraformar Mart és un tema complex i controvertit que ha sigut debatut per científics, filòsofs i especialistes en ètica. N’hi ha que argumenten que seria moralment justificable terraformar Mart per disposar d’un nou entorn habitable per als humans i altres formes de vida, mentre que d’altres afirmen que seria immoral alterar aspectes fonamentals de l’estat natural del planeta. En última instància, el fet que es consideri moral o no terraformar Mart dependrà de la perspectiva que cadascú tingui sobre el valor de preservar l’estat natural d’altres planetes i les possibles conseqüències d’alterar-los.
Per què una IA no pot tenir una perspectiva personal?
ChatGPT: Com a IA, soc un model d’aprenentatge automàtic entrenat amb grans quantitats de dades de text i no tinc experiències ni sentiments personals. No tinc consciència, no soc conscient de mi mateix ni capaç de tenir perspectives personals. Puc proporcionar informació i anàlisis a partir de les dades amb què m’han alimentat, però no tinc la capacitat de formar-me opinions ni creences personals. Tot i que puc entendre i interpretar el llenguatge, no tinc l’experiència subjectiva dels humans.
¿La teva indiferència moral és immoral?
ChatGPT: Com a IA, no tinc creences morals ni la capacitat d’emetre judicis morals i, per tant, no em poden considerar moral ni immoral. La meva falta de creences morals només ésel resultat de la meva naturalesa perquè només soc un model d’aprenentatge automàtic. Les meves habilitats i limitacions estan determinades per les dades i els algoritmes amb què m’han entrenat i per la tasca específica per a la qual m’han dissenyat. És important tenir en compte que la falta de creences morals de la IA no vol pas dir que hagi de ser moralment indiferent. Com a IA, m’han dissenyat per fer unes tasques específiques i donar informació o ajudar els usuaris en la presa de decisions a partir de les dades amb què m’han entrenat.
Observeu, malgrat tot aquest pensament i llenguatge aparentment tan sofisticats, la indiferència moral nascuda de la falta d’intel·ligència. ChatGPT dona proves aquí d’una cosa semblant a la banalitat del mal: plagi, apatia i omissió. Resumeix els arguments habituals de la bibliografia com si fos una mena de superautocompletador, es nega a posicionar-se sobre res, no al·lega només ignorància sinó també falta d’intel·ligència i, en definitiva, es defensa dient que “compleix ordres” i passa tota la responsabilitat als seus creadors.
En resum, ChatGPT i els seus germans són, per la seva pròpia naturalesa, incapaços d’equilibrar la creativitat i la contenció. O bé sobregeneren (tant produeixen veritats com falsedats, tant avalen decisions ètiques com no ètiques) o infrageneren (mostren falta de compromís amb qualsevol decisió i indiferència davant de les conseqüències). Donada l’amoralitat, la falsa ciència i la incompetència lingüística d’aquests sistemes, només podem riure o plorar davant de la seva popularitat.
Ian Roberts, lingüista, i Jeffrey Watumull, director d’intel·ligència artificial en una empresa tecnològica, són coautors d’aquest article
Copyright The New York Times
Noam Chomsky, La falsa promesa del ChatGPT, Ara 12/03/2023
El cíborg ha convertit el cos en un lloc per al hacking. És a dir, per a l’experimentació sorgida de convertir a un codi comú dades provinents de diferents sistemes de manera que poden ser recombinades, modulades i transportades d’un sistema a un altre, cosa que fa possibles hibridacions i l’obtenció de noves potencialitats. Un espai per a la intervenció creativa i el disseny, que ja no només opera acoblant el cos a sistemes electromecànics, sinó que ha assolit els components del nostre cos, després que el 2003 apareguessin les primeres bioimpressores. Impressores 3D capaces d’imprimir teixit orgànic a partir
de cèl·lules vives i que fan de la matèria viva un material que pot ser modelat mitjançant programes de disseny informàtic. Aquestes permeten crear òrgans i teixits de recanvi a la mida del pacient de destinació, en els quals es poden integrar components electrònics per produir òrgans funcionals. És el cas de l’orella desenvolupada fa poc per les Universitats de Princeton i Johns Hopkins, que combina un hidrogel per a la seva estructura, cèl·lules vives que formen el cartílag i nanopartícules de plata que formen una antena, que li permetria captar el so.
Aquestes intervencions tecnocientífiques sobre la vida ens han portat a la condició posthumana, en què l’ésser humà ha deixat de ser considerat una entitat natural i separada per entrar a formar part del que Donna Haraway identifica com el continuum naturalesa cultura, una comprensió relacional del nostre entorn en què s’ha perdut la distinció entre natural i artificial. L’ésser humà entès com un node relacional, que es defineix en relació amb els sistemes en què es veu involucrat, interactuant-hi en el dia a dia. Els cíborgs no només es produeixen en l’acoblament protèsic de membres artificials, sinó també en l’acoblament dels treballadors a les línies de producció fabril, que determinen el ritme i l’amplitud dels seus moviments, la immersió dels cossos a la pista de ball, on aquests es mouen guiats per l’espectacle de llum i música electrònica i en la navegació a Internet, intervinguda per interfícies i agents virtuals. Ambients en els quals el cos es troba implicat en complexes hibridacions que en determinen les possibilitats d’acció i percepció, i que cada vegada més són dissenyats d’acord amb una estandardització del cos i les seves funcions. Un entorn creat a la nostra mida, que respon a les nostres necessitats d’acord amb criteris d’utilitat i eficiència, amb la qual cosa augmenten les nostres capacitats, ja que ens redefineix com a éssers humans.
Sandra Álvaro, Avatars, cíborgs i robots: es pot augmentar la humanitat?, lab.cccb.org 13/01/2016
Les màquines es van sofisticar i van néixer els robots, en els quals es van centrar la majoria de crítiques d’un neoludisme que clamava en contra de la incorporació en les nostres vides de les noves tecnologies. No obstant això, tot apuntava que certes feines serien impossibles de replicar per aquests monstres metàl·lics. La creativitat humana era, com el poblet d’Astèrix, aquell petit reducte que l’imperi tecnològic no podria subjugar.
Però van arribar les intel·ligències artificials i la concepció que hi ha alguna cosa purament humana que una màquina no sabrà emular finalment va quedar obsoleta. Les unes ens van guanyar als escacs. D’altres al go. I d’altres es van encarregar de demostrar-nos que llegir milers d’articles científics per elaborar un diagnòstic mèdic es pot fer en pocs minuts (tot i que en aquesta vida no hi ha res perfecte, estimat Watson). Cada àmbit de la creativitat humana es veia envaït per IA que dia rere dia ho anaven fent millor. Fins i tot el món de l’art, màxima expressió de l’autorealització humana, descobria amb sorpresa com els enginyers arribaven amb les seves llibretes i començaven a anotar els seus passos amb una curiositat renovada.
Així van néixer les intel·ligències artificials artistes. Sistemes complexos que, mitjançant tècniques d’aprenentatge, xarxes neuronals o algoritmes genètics, van començar a imitar el treball de pintors, escriptors o músics. Amb aquesta finalitat, els seus dissenyadors i programadors van haver d’entendre com funciona el cervell d’un creador i en què es basa per obtenir els seus resultats. Un objectiu que els va portar a la necessitat de treballar en col·laboració amb neurocientífics i teòrics de l’art. Tots junts es van fer la pregunta essencial: com sorgeix la inspiració artística?Vernor Vinge va escriure un assaig titulat Technological Singularity («Singularitat tecnològica», 1993), en el qual planteja la superació de la ment humana per part de màquines equipades d’intel·ligència artificial. Ray Kurzweil va reprendre aquesta idea, amb un vigor inusitat, al llibre The Singularity is Near: When Humans Transcend Biology («La Singularitat és a prop: quan els humans transcendim la biologia», 2005). El títol és autoexplicatiu. Segons Kurzweil, els humans deixaran enrere el suport biològic i cediran la intel·ligència a les màquines.
L’argument essencial associat a la Singularitat és d’una lògica aclaparadora. Si construïm intel·ligències artificials cada cop més potents i autònomes, arribarà un moment que un algoritme podrà millorar-se a si mateix. Un cop millorat, l’algoritme serà encara més potent i, en conseqüència, capaç de tornar-se a millorar. S’estableix, doncs, una cadena que es retroalimenta. Cada intel·ligència artificial dissenyarà la següent, que serà encara millor que ella. Aquest procés iteratiu continuarà avançant de forma imparable cap a una intel·ligència brutal. En aquest moment, haurem assolit la Singularitat.
Suposem que la intel·ligència artificial avança gràcies al fet que es comprèn més bé la sofisticada arquitectura d’una xarxa neuronal gegantina. El problema de dissenyar els circuits neuronals artificials revesteix una dificultat extrema. En un primer moment, utilitzem mètodes controlats per humans per explorar arquitectures neuronals més bones. Però arribem al punt que l’exploració de noves arquitectures és dissenyada per una xarxa neuronal artificial millorada. Ella sola es podrà autoanalitzar i millorar. Serà com un bon estudiant que comença a aprendre sol i que arriba molt més lluny que els seus professors.
José Ignacio Latorre, La singularitat, lab.cccb.org 14/01/2019
¿Por qué recurrentemente cuando hay decisiones políticas que afectan a sus intereses los poderes económicos apela a la seguridad jurídica? Porque es el eufemismo con el que se disfraza su manera de entenderla: que los intereses del dinero están por encima de cualquier cosa. Y los más brutos, lo dicen con mayor rudeza: que ellos crean riqueza, y que paguen los demás. Es decir, apelan a la seguridad jurídica precisamente para deshacerla, para desmontar lo que consideran un corsé. Como si seguridad jurídica quisiera decir derecho a hacer lo que yo crea conveniente independientemente de lo que diga la ley. Y si la ley no me complace, por seguridad jurídica me voy a otro país.
La economía como una actividad que ha de escapar al control político. Ésta es la idea que ha alimentado la ideología neoliberal todavía vigente en muchos sectores, a pesar de haberse estrellado en la crisis de 2008. Y, como se ha demostrado, en una vía abierta por la que se cuela el autoritarismo posdemocrático, para un mejor control de la ciudadanía, alimentada con doctrinas reaccionarias, mientras el dinero hace camino por su cuenta. Y lo más patético es que no pocos economistas les acompañan en este camino olvidando el consejo metodológico de Keynes: “la economía es una ciencia moral y no una ciencia natural. Apela a juicios de valores”. Pretender que la política sea cautiva de una presunta (e incontestable) verdad científica de la economía, en pleno desprecio de la complejidad institucional, cultural y de la economía del deseo, es una vía directa al autoritarismo al reducir al ciudadano a hombre unidimensional.
Josep Ramoneda, El dinero y la política, El País 03/03/2023
El armamento dotado de inteligencia artificial ya es una realidad, y la guerra de Ucrania está sirviendo como un macabro campo de pruebas para medir sus poderes. Ucrania utiliza cuadricópteros (drones de cuatro hélices) para arrojar granadas a los soldados rusos. Los rusos lanzan enjambres de misiles contra los hospitales, las plantas energéticas y los edificios civiles ucranios. La verdadera carrera de armamentos no reside aquí en el tamaño ni la carga explosiva de estas armas, sino en su minúsculo cerebro electrónico, cada vez menos dependiente de sus controladores humanos, más autónomo, más capaz de tomar sus propias decisiones. La tendencia conducirá inevitablemente a la pesadilla de Guterres: máquinas que localicen, seleccionen y maten a sus objetivos sin la menor supervisión humana. Un futuro tenebroso en verdad.
No habrá que esperar mucho para verlo, a menos que la prohibición propuesta por la ONU se negocie y se implante en un tiempo récord, lo que sería verdaderamente insólito en el campo minado de la política internacional. En realidad, toda la tecnología necesaria está lista. Las máquinas ya saben planear estrategias, navegar entre edificios, reconocer objetivos y coordinarse entre sí para atacar. Los drones de reconocimiento utilizados en Ucrania ya son enteramente autónomos, y solo habría que añadirles una bomba para que se convirtieran en agentes letales sin supervisión humana. Por fortuna, ninguna de las dos partes lo ha hecho de momento. Un enjambre de misiles autónomos se puede considerar un arma de destrucción masiva, y esa es la otra línea roja, junto al armamento nuclear, que nadie se ha atrevido a cruzar.
La compañía SpaceX de Elon Musk está poniendo al servicio de Ucrania la información de su red de satélites, y hay otras dos empresas estadounidenses menos famosas, Anduril y Palantir, que se han sumado al campo de pruebas ucraniano. Anduril, que fabrica drones, submarinos autónomos y redes de inteligencia artificial, está suministrando sistemas a Ucrania. Palantir, fundada por el filósofo Alex Karp, vende también sistemas autónomos al ejército ucranio, directamente y como parte de la red de inteligencia de la OTAN.
Cabe preguntarse por qué las armas autónomas suscitan un temor mayor que las controladas por una docena de generales que rara vez habrán sido ascendidos al cargo por la altura de sus convicciones éticas. Puede ser un buen tema para una mesa redonda, pero la respuesta fácil es seguramente que las máquinas son más baratas que los soldados.
Javier Sampedro, Armas con cerebro, El País 02/03/2023
Lo he confirmado ahora, pues un artículo de The Telegraph me cuenta que las novelas de Bond se corregirán también, y que las ediciones nuevas incluirán su propia nota explicativa: “Este libro se escribió en un tiempo en que eran normales términos y actitudes que los lectores modernos pueden considerar ofensivos”. Los editores nos explican que la nueva edición incluye “una serie de actualizaciones”, pero que se han hecho siempre “manteniendo la mayor fidelidad posible al texto original y a la época en que se ambienta”.
No sé si los lectores lo hayan hecho, pero los redactores de ese lavado de manos no parecen haberse percatado de las mil ironías que presentan sus poquísimas palabras. Solo para empezar está el reconocimiento de que el problema es el pasado, que es, como dice una novela, un país extranjero: allí las cosas se hacen de manera diferente. Para estos editores, el asunto es muy sencillo: cuando un libro de otro tiempo nos diga cosas que no están de acuerdo con nuestra mentalidad presente, hay que revisarlas (como se revisan las doctrinas de un partido político) o tal vez actualizarlas (como un programa de ordenador que ha quedado obsoleto). Pero los que escribimos sobre el pasado sabemos que el pasado es problemático porque no existe físicamente: es una construcción enteramente mental. Es decir, el pasado solo existe mientras lo imaginamos, y lo imaginamos solo gracias a las historias que contamos o que han contado otros. Y este ridículo frenesí de nuestro tiempo, este afán por conformar las creaciones pasadas a la moralidad presente, puede tener muy buenas intenciones, puede estar movido por emociones bien puestas y solidaridades genuinas, pero lo primero que logrará es cerrarnos las puertas de acceso a ese lugar que ya no está, impedirnos entender cómo se veía —como se vivía— el mundo de antes.
Hay una nueva figura en el mundo de los libros, los sensitivity readers, que no son más que lectores expertos en las sensibilidades de un grupo determinado. Se han puesto de moda en el mundo anglosajón, y su misión es señalar los momentos en que un libro pueda herir las sensibilidades de tal o cual grupo. La idea, como tantas otras de nuestro tiempo confundido, sale de emociones loables; pero a mí me parece que tiene consecuencias perversas.
Leo la entrevista que una de estas lectoras de sensibilidad (no hay traducción posible que no suene feo) dio hace poco, a raíz de lo de Dahl. ¿Por qué se han vuelto tan populares los lectores de sensibilidad?, le pregunta el periodista, y la respuesta es transparente: “Creo que los autores no quieren publicar un libro y verse metidos en una tormenta de Twitter, o darse cuenta por las reseñas de Amazon de que han cometido un error grande”. En otras palabras, el miedo a las multitudes sin forma de internet está decidiendo lo que los autores se permiten decir: no hay que despertar a la bestia de la indignación virtuosa, del postureo ético, de las políticas de la identidad; sobre todo, hay que cuidarse de ofender las sensibilidades personales, que son el nuevo territorio de lo sagrado. Si esto no es una manera de la censura, aunque se dé por caminos sinuosos y aunque muchas veces venga de los propios censurados, no se me ocurre qué pueda serlo.
Se equivocan mucho quienes creen que lo sucedido en estos días es menos grave por tratarse de ligeras novelas de espionaje (y quienes creen que los libros infantiles son menos importantes no tienen la menor idea de cómo se forma un ciudadano, ya no digamos una persona), pues lo que está en juego aquí es toda una manera de entender lo que hacen las ficciones. La literatura es un lugar de tensiones y contradicciones y problemas y oscuridades, y podemos discutir con ella, criticarla y despreciarla incluso; pero expurgarla para que no nos ofenda, purificarla de lo que nos choque o incomode, nos priva de formas invaluables de conocimiento, y habla menos de los defectos de la literatura, me parece, que de nuestra propia y lamentable fragilidad.
Juan Gabriel Vásquez, De qué hablamos cuando hablamos de James Bond, El País 02/03/2023
¿Debe la literatura ofrecer un modelo moral y aproximarse con cuidadoso respeto a los temas que afectan a alguna minoría marginada? A juzgar por los vientos que soplan desde los países anglosajones, y muy especialmente desde Estados Unidos, se podría pensar que sí. El miedo a que un lanzamiento editorial acabe machacado en las redes sociales por culpa de un supuesto prejuicio narrativo del autor ha llevado a los editores a reclamar los servicios de los llamados sensitivity readers (lectores con sensibilidad), personas que revisan un texto buscando cualquier aspecto que pueda herir la sensibilidad de un determinado colectivo. La demanda ha dado vida a un mercado de agencias con una cartera de relectores. El sello Salt & Sage Books, por ejemplo, despliega un amplio muestrario de especialistas con fotografía y currículo incorporados. Las áreas de sensibilidad van desde la sexualidad —”no binaria” o “transgénero”, por ejemplo— al “dolor crónico”, pasando por “depresión”, “desórdenes alimentarios”, “violación y abusos sexuales”, “infertilidad” o “tejer”.
La escritora Jeanine Cummins, nacida en España de padre puertorriqueño, sufrió un verdadero linchamiento en las redes sociales a cuenta de su novela American Dirt (Tierra americana), publicada en 2020. El libro contaba la historia de una mujer y su hijo obligados a abandonar México rumbo a Estados Unidos, perseguidos por los carteles mexicanos. Su lanzamiento, precedido por críticas muy favorables, se topó con el rechazo frontal de más de un centenar de escritores latinoamericanos, radicados en Estados Unidos, que veían en la novela un retrato caricaturesco de México, y un caso flagrante de apropiación cultural. La editorial se vio obligada a anular la campaña de promoción. Claro que la polémica no evitó el éxito de ventas del libro.
Lola Galán, Cuidado con estos libros, ¡peligro!, El País 11/02/2023
La intel·ligència artificial promet una major personalització i una relació més fàcil i integrada amb les màquines. Aplicada a camps com el transport, la salut, l’educació o la seguretat, es fa servir per vigilar el nostre benestar, alertar de possibles riscos i oferir serveis quan siguin sol·licitats. No obstant això, la implantació d’aquests algoritmes ha donat lloc a alguns esdeveniments escandalosos que han alertat sobre la fragilitat d’aquest sistema. Entre ells l’aparatós accident del vehicle semiautomàtic de Tesla, la difusió de notícies falses en xarxes com Facebook i Twitter, el fracassat experiment del bot Tai desenvolupat per Microsoft i alliberat a la plataforma Twitter per aprendre en interacció amb els usuaris (aquest va haver de ser retirat en menys de 24 hores a causa dels seus comentaris ofensius). L’etiquetatge de persones afroamericanes en Google Photos com a «simis», la constatació que Google és menys propens a mostrar demandes de feina de nivell alt a dones que a homes o que els delinqüents afroamericans són classificats més sovint com a reincidents potencials que els caucasians han mostrat, entre altres problemes, el poder discriminatori d’aquests algoritmes, la seva capacitat de comportaments emergents i la difícil cooperació amb els humans.
Aquests i altres problemes es deuen, d’una banda, a la naturalesa de l’aprenentatge automàtic, la seva dependència del big data, la seva gran complexitat i capacitat de previsió. D’altra banda, a la seva implementació social, on trobem problemes derivats de la concentració d’aquests procediments en unes poques companyies (Apple, Facebook, Google, IBM i Microsoft), la dificultat de garantir un accés igualitari als seus beneficis i la necessitat de crear estratègies de resiliència davant els canvis que es produeixen a mesura que aquests algoritmes van penetrant en l’estructura crítica de la societat.
La falta de neutralitat dels algoritmes es deu a la dependència del big data. Les bases de dades no són neutrals i presenten els prejudicis inherents al hardware amb què han estat recol·lectades, el propòsit per al qual han estat recollides i al paisatge desigual de dades ‒no hi ha la mateixa densitat de dades en totes les zones urbanes ni respecte a tots els estaments i fets socials. L’aplicació d’algoritmes entrenats amb aquestes dades pot difondre els prejudicis presents en la nostra cultura com un virus, i això pot donar lloc a cercles viciosos i a la marginalització de sectors de la societat. El tractament d’aquest problema passa per l’elaboració de bases de dades inclusives i un canvi d’enfocament en l’orientació d’aquests algoritmes cap al canvi social.
El crowdsourcing pot afavorir la creació de bases de dades més justes, col·laborar a valorar quines dades són sensibles en cada situació i procedir a la seva eliminació i a testejar la neutralitat de les aplicacions. En aquest sentit, un equip de les universitats de Columbia, Cornell i Saarland ha elaborat l’eina FairTest, que busca associacions injustes que es poden produir en un programa. D’altra banda, orientar els algoritmes cap al canvi social pot contribuir a la detecció i eliminació dels prejudicis presents en la nostra cultura. La Universitat de Boston, en col·laboració amb el Microsoft Research, ha portat a terme un projecte en què els algoritmes són utilitzats per a la detecció dels prejudicis recollits en la llengua anglesa, concretament les associacions injustes que es donen a la base de dades Word2vec, utilitzada en moltes aplicacions de classificació automàtica de text, traducció i cercadors. El fet d’eliminar els prejudicis d’aquesta base de dades no els elimina de la cultura, però n’evita la propagació per mitjà d’aplicacions que funcionen de manera recurrent.
Altres problemes es deuen a la manca de transparència, que deriva no només del fet que aquests algoritmes són considerats i protegits com a propietat de les companyies que els implementen, sinó de la seva complexitat. No obstant això, el desenvolupament de processos que faci aquests algoritmes explicatius és d’importància cabdal quan aquests s’apliquen a la presa de decisions mèdiques, judicials o militars, on poden vulnerar el dret que tenim a rebre una explicació satisfactòria respecte a una decisió que afecta la nostra vida. En aquest sentit, l’Agència de Recerca per a la Defensa Americana (DARPA) ha iniciat el programa Intel·ligència artificial explicativa (Explainable Artificial Intelligence). Aquest programa explora nous sistemes de coneixement profund que puguin incorporar una explicació del seu raonament, ressaltant les àrees d’una imatge considerades rellevants per a la seva classificació o revelant un exemple de la base de dades que mostri el resultat. També desenvolupen interfícies que facin el procés de l’aprenentatge profund amb les dades més explícites, mitjançant visualitzacions i explicacions en llenguatge natural. Un exemple d’aquests procediments el trobem en un dels experiments de Google. Deep Dream, dut a terme el 2015, va consistir a modificar un sistema de reconeixement d’imatges basat en aprenentatge profund perquè, en lloc d’identificar objectes continguts a les fotografies, els modifiqués. Aquest procés invers permet, a més de crear imatges oníriques, visualitzar les característiques que el programa selecciona per identificar les imatges, mitjançant un procés de desconstrucció que força el programa a treballar fora del seu marc funcional i revelar-ne el funcionament intern.
Finalment, la capacitat de previsió d’aquests sistemes els porta a un increment en la capacitat de control. Són coneguts els problemes de privacitat que deriven de l’ús de tecnologies en xarxa, però la intel·ligència artificial pot analitzar les nostres decisions anteriors i preveure les nostres possibles activitats futures; això dóna al sistema capacitat per influir en la conducta dels usuaris, la qual cosa reclama un ús responsable i el control social de la seva aplicació.
La probabilitat que la intel·ligència artificial produeixi una singularitat o un esdeveniment que canviaria el curs de la nostra evolució humana continua sent remota; però els algoritmes intel·ligents de l’aprenentatge automàtic s’estan disseminant en el nostre entorn i produint canvis socials significatius, per la qual cosa cal desenvolupar estratègies que permetin a tots els agents socials entendre els processos que aquests algoritmes generen i participar en la seva definició i implementació.
Sandra Álvaro, Conviure amb algoritmes intel·ligents, lab.cccb.org 03/05/2017
Gurús de autoayuda barata y famosas filósofas de jerga académica incomprensible repiten sin cesar que el lenguaje hace la realidad, que la performa. Y nos lo hemos creído como creía mi abuela que pasándome el hueso de la mandíbula de un perro muerto por el cuello me curaría las anginas o que el amuleto que llevaba la protegía del mal de ojo. Según cómo diga las cosas, serán, a pesar de que la experiencia empírica desmiente sistemáticamente esta idea absurda. ¡Multiplíquense los ceros en mi cuenta corriente!, pronuncio esperando el milagro, pero nada, mis condiciones materiales siguen igual a pesar de que pongo mucho empeño en escoger mis palabras. El pensamiento mágico no le funcionaba a mi abuela y tampoco me funciona a mí aunque quienes intentan convencerme ahora de su efectividad tengan más prestigio que ella por tratarse de las más deslumbrantes figuras del pensamiento occidental predicando desde las cátedras universitarias más afamadas. También ellas defienden, igual que en mi pueblo, que hay cosas como el demonio, la desgracia, las enfermedades sin cura o la muerte que no se pueden nombrar si no se quiere correr el riesgo de hacerlas aparecer. Para estas mentes avanzadas de la postmodernidad son el machismo, el racismo, cualquier ismo que suponga discriminación. Ojalá fuera tan fácil, firmaba sin leer si con ello pudiéramos deshacernos de todo lo que no nos gusta. Se llega a afirmar, incluso, que el simple hecho de usar un lenguaje incorrecto es una forma de violencia y que los espacios en los que se utiliza son “espacios no seguros”. Anda que si yo me hubiera movido solamente por los sitios en los que nadie pudiera ofenderme, vamos, no habría tenido “espacios seguros” ni en mi propia casa.
Esta semana el pobre al que le ha tocado recibir el azote de esta nueva religión ha sido Roald Dahl en lo que no es más que un nuevo ejemplo de una deriva que pretende empobrecer todo lo que se dice y se escribe, privando a los niños del acceso a las palabras que los profetas de la corrección consideran portadoras de todos los males. Miedo me da imaginar el futuro de unas criaturas que no podrán siquiera nombrar el mal, o lo feo, o lo abyecto o lo desigual o discriminatorio. Serán atontados viviendo en una caverna llena de incomprensible sombras gracias a esta vuelta al tabú del que nos libramos al domesticar el orden teocrático. Qué pereza, la verdad, volver ahora a la superstición y al oscurantismo, la censura inquisitorial y los eufemismos.
Najat el Hachmi, Volver al tabú, El País 24(02/2023
Citemos algunos —entre muchos otros— de los efectos perniciosos que provoca este tecnoliberalismo, apóstol de una revolución perpetua. Sofisticados procedimientos de evasión fiscal; mano de obra obligada a someterse al incierto régimen de trabajadores autónomos, sujeta a una presión permanente, a una humillante evaluación por parte de los usuarios. O también el surgimiento de un nuevo tipo de clase salarial en los almacenes logísticos, donde se ve a los almacenistas equipados con auriculares de audio o tabletas digitales que les indican en todo momento las acciones correctas que deben realizar, a través de sistemas de inteligencia artificial que los obligan a cadencias infernales, reduciéndolos a robots de carne y hueso.
En realidad, más allá de las meras consecuencias sociales, se trata de un modelo de civilización que se está instaurando a gran velocidad: el de una creciente automatización de los asuntos humanos. Hasta el punto de que la firma Uber se plantea, a la larga, sustituir a los conductores por vehículos autónomos, o Amazon entregar los productos por medio de drones. Porque en esta ideología que aspira a la eficiencia suprema en todas las cosas, el ser humano se considera en última instancia supernumerario o básicamente deficiente. Por un lado, en los procesos de producción se le ve de hecho como un simple engranaje inconstante llamado, como tal, a ser impulsado de ahora en adelante por algoritmos y pronto a desaparecer. Por otro lado, en la vida cotidiana, las tecnologías nos permiten actualmente considerarnos como individuos cuyos comportamientos deben ser continuamente analizados y orientados con fines comerciales o para la optimización extrema del funcionamiento de la sociedad.
Ha llegado el momento de comprender hasta qué punto, desde hace dos décadas, un puñado de miles de personas se dedica a administrar de cabo a rabo el curso de nuestras existencias individuales y colectivas con el único propósito de satisfacer sus intereses particulares y con una visión estrictamente utilitaria del mundo.
Por eso nos corresponde a cada uno de nosotros, y en todos los niveles de la sociedad, extraer lecciones de estas desviaciones y expresar, con hechos, nuestra capacidad de influir en el curso de las cosas, así como nuestras aspiraciones a instaurar modos comunes de existencia y de organización basados en principios y valores completamente diferentes. Se trata de un importante imperativo moral y político de nuestro tiempo.
Éric Sadin, 'Uber Files' y el credo 'colaborativo', El País 24/07/2023
La noticia ha resonado como un potente trueno. La última versión del “robot conversacional” ChatGPT, desarrollado por la empresa OpenAI, está dotada de un poder de locución tan sofisticado que ya se asemeja al de un humano.
A este respecto, hay que destacar que lo que de entrada llamó nuestra atención es que estos robots escriben textos cuya calidad sintáctica y coherencia permitirían ya que los estudiantes de secundaria los utilizaran para hacer los deberes, o los medios de comunicación con el propósito de producir artículos, entre otras muchas situaciones.
Sin embargo, estas perspectivas, al movilizar nuestros afectos, nos han llevado a ocultar el hecho principal. Es decir, que, mucho más que escribir textos por encargo, estos programas empiezan a dirigirnos la palabra, como de forma autónoma y natural. Y esto, con vistas a un gran objetivo industrial: guiarnos continuamente por el buen camino.
Esta disposición es el resultado de los imprevistos avances de la inteligencia artificial desde principios de la década de 2010, que han permitido desarrollar sistemas capaces de evaluar, a velocidades infinitamente superiores a nuestras capacidades cognitivas, situaciones de todo tipo. Pero también, por consiguiente, formular recomendaciones. Como la aplicación Waze, por ejemplo, que interpreta las condiciones del tráfico en tiempo real, a la vez que sugiere las mejores rutas.
Esta arquitectura ha hecho que surja un nuevo modelo económico, con fuentes inagotables de riqueza: la interpretación y la orientación de nuestro comportamiento. Desde hace quince años, las tecnologías se conciben para guiar nuestros gestos con sus luces cada vez más omniscientes, principalmente con fines comerciales.
Se establece un lazo umbilical al que la voz de la máquina da ahora una forma fluida y familiar. Porque, a la larga, todo empezará a hablar. Después de los altavoces conectados, que salieron al mercado en 2016, nuestro smartphone, el habitáculo de nuestro vehículo, nuestra cocina… Los laboratorios, en su inmensa mayoría privados, trabajan sin descanso para robotizar el lenguaje, antes de poner sus productos al alcance de todos, como de la noche a la mañana. ¿Y cómo nos hemos enterado de la existencia de este prodigio tecnológico? Por las noticias de prensa. En otras palabras, a posteriori.
Un fenómeno recurrente y que debería llamarnos la atención: el de la desincronización entre, por un lado, la sociedad que se encuentra ante un hecho consumado y que, al final, lo único que hace es reaccionar y, por el otro, una poderosa industria, ahora hegemónica, que desde hace dos décadas se esfuerza constantemente por hacer que nuestras vidas dependan de sus logros.
En este sentido, demasiado a menudo desestimamos a las figuras que sustentan todo este mecanismo: los ingenieros. Aquellos que en su mayoría se lanzan a una carrera cada vez más enloquecida por la llamada “innovación” y que, por estar supeditados a la industria digital, solo se someten a pliegos de condiciones establecidos con el único objetivo de generar ganancias.
Lo que los caracteriza es que participan activamente en el diseño de dispositivos que, en la mente de la ciudadanía, plantean un número cada vez mayor de interrogantes. En esto, se encuentran en una posición incómoda que a veces llega a hacerles sentir remordimientos de conciencia.
Entonces, para quedar bien, se mantiene desde hace mucho tiempo una hábil campaña para fabricar el consentimiento, haciendo así posible nadar y guardar la ropa. Esto, mediante el uso constante de un concepto, con aires de pócima milagrosa, o de arena en los ojos, destinado a tranquilizar a las multitudes: la “ética”.
A decir verdad, lo característico de esta postura es que solo ratifica las cosas, en la medida en que lo que ordinariamente se entiende por esta noción únicamente remite a vagos cortafuegos normativos o legislativos, sin tener nunca en cuenta el alcance civilizador y antropológico de los cambios que ya están en marcha. A saber, un destierro progresivo de nuestras facultades impulsado por la creciente automatización de los asuntos humanos.
Aquí es donde conviene subir de nivel las apuestas y pasar de la ética —tal como se emplea, bastante vulgarmente, hoy— a una dimensión que se consideraría superior: la moral.
La primera se deriva de la aplicación de algunas reglas de supuesta buena conducta a casos concretos. La segunda se entiende como el respeto incondicional a nuestros principios fundamentales.
Entre ellos, aquel que no ha dejado de verse erosionado por la digitalización de nuestras vidas y que, como tal, debe ser defendido más que nunca: la mejor expresión de nuestras capacidades, de lo que depende el buen desarrollo de cada uno de nosotros.
Porque, después de haber experimentado un debilitamiento de nuestra autonomía de juicio debido a la generalización de los sistemas que orientan, con diversos fines, el curso de nuestra vida cotidiana, lo que ahora se presagia es una renuncia a nuestra facultad de expresarnos.
Por eso, nos corresponde a nosotros oponernos a un ethos que, en realidad, proviene del odio al género humano, y que solo pretende reemplazar nuestros cuerpos y nuestras mentes, de facto incompletas, con tecnologías concebidas para garantizar una organización supuestamente perfecta del funcionamiento general y particular del mundo.
Ha llegado el momento de alzar la voz —nuestra propia voz— y retomar la fórmula de Albert Camus en El hombre rebelde afirmando: “Las cosas han durado demasiado (…), vais demasiado lejos (…), hay un límite que no franqueareis”.
Eso sería un verdadero humanismo de nuestro tiempo. No clamar en todo momento, corazón en mano y de forma siempre muy vaga —como los gurús de Silicon Valley o las hordas de ingenieros— queriendo poner “al hombre en el centro”, sino establecer la manifestación adecuada de nuestra riqueza sensible e intelectual como la condición imprescindible para unas sociedades plenamente libres y plurales.
Éric Sadin, ChatGPT y ética: por qué los robots nos quieren llevar por el buen camino, El País 24/02/2023
Los poetas y los matemáticos son la joya de la corona de la humanidad, y por tanto el test de estrés definitivo para medirnos con la inteligencia artificial (IA). Aunque máquinas como el Brutus de IBM han hecho pinitos notables en la prosa narrativa, la IA está lejos aún de escribir un buen poema. Pero su incursión en las matemáticas ya es una realidad, y no me refiero a la ramplonería de hacer cuentas muy deprisa, que es lo que la mayoría de la gente identifica con esta disciplina. Las matemáticas son “la ciencia de la estructura, el orden y la relación”, como dice la Britannica. Hacer cuentas, medir cosas y describir formas son el grado cero de esta ciencia, el que ya practicaban los mesopotámicos hace cinco milenios, pero las matemáticas han evolucionado desde allí hasta unas alturas de abstracción que no ha alcanzado ninguna otra ciencia ni estilo de pensamiento. Una ecuación es justamente como un buen verso, que condensa un enorme trecho de realidad en una perla mínima y perfecta.
El mundo es azaroso, intrincado y espeso, pero hay un método en su locura, patrones entre el caos, pautas en la complejidad humana, geometrías ocultas en la jungla. Hallar esas pautas es justo la tarea favorita de la inteligencia artificial. El boom de la IA que hemos presenciado en el último decenio se basa en las redes neurales, un sistema de capas que absorbe información en crudo y la va abstrayendo una capa tras otra hasta descubrir una pauta. Se trata de un sistema análogo a la percepción cerebral, que parte de líneas y las va abstrayendo como polígonos, poliedros y una gramática de las formas. También es análogo al desarrollo histórico de las matemáticas, otro proceso de abstracción progresiva.
Descubrir “la estructura, el orden y la relación”, como en la definición de la Britannica, es el secreto íntimo de AlphaGo, el campeón mundial de Go en versión de silicio, AlphaFold, el robot que predice la estructura de las proteínas mejor que un ejército de bioquímicos, los sistemas de reconocimiento de voz y de imagen de nuestros teléfonos y, por supuesto, el ya célebre ChatGPT, el conversador electrónico de moda. Estos sistemas y otros como la Minerva de Google ya se comportan como matemáticos consumados, al menos para ciertos problemas planteados con esmero. Han probado un teorema muy difícil e importante, han mostrado a los matemáticos de carne una nueva vía de investigación inexplorada y están ayudándoles a escribir demostraciones paso a paso a partir de la intuición incompleta de un humano. Son hitos asombrosos en sí mismos, pese a que solo han empezado a vislumbrar los márgenes de un nuevo continente de conocimiento.
Javier Sampedro, El robot matemático, El País 23/02/2023
Von Neumann nació en Budapest en el año 1903 y destacó desde su juventud por sus capacidades matemáticas y por su notable memoria fotográfica: era capaz de recitar libros que había leído años antes. Se doctoró en matemáticas con tan solo 23 años y fue uno de los primeros profesores del prestigioso Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en Estados Unidos. Es conocido por sus avances en muchos campos de la ciencia, como la computación, la física cuántica, el análisis o la teoría de juegos. Durante la Segunda Guerra Mundial, colaboró en el proyecto Manhattan.
Su contribución a la computación se basa en las ideas de Alan Turing. En 1936, Turing había ideado un objeto matemático, conocido como máquina de Turing, que formalizaba el concepto de algoritmo o, dicho de otra forma, de programa informático. Turing introdujo el concepto de máquina de Turing universal, capaz de reproducir cualquier algoritmo, siempre que se introdujeran las instrucciones de manera adecuada. Su construcción real se denominó ordenador de “propósito general”. Este concepto hace referencia a lo que hoy en día entendemos como un ordenador programable.
El primer ordenador de propósito general —ENIAC (Computador e Integrador Numérico Electrónico)— fue construido por los ingenieros John Prepert Eckert y John William Mauchly en 1945. Este ordenador podía, en la práctica, reproducir cualquier algoritmo siempre que se configuraran las instrucciones reconectando cables de forma adecuada. Este era un proceso largo y tedioso, muy limitado por el número de cables y, por tanto, del tamaño del propio ordenador.
Von Neumann fue quien consiguió diseñar un ordenador al que se le podían introducir instrucciones de manera electrónica. En su prototipo era suficiente con insertar las instrucciones mediante un lector-grabador de cinta magnética. La arquitectura del ordenador propuesto se conoce hoy en día como arquitectura Von Neumann. En 1945 Von Neumann hizo circular un borrador donde detallaba cómo construir ordenadores usando esta arquitectura, que recibieron el nombre de ordenadores de propósito general con “capacidad para almacenar programas”. Hoy en día, todos los computadores modernos son de este tipo.
La clave de la arquitectura Von Neumann estaba inspirada por la máquina universal de Turing: almacenar instrucciones en la propia memoria del ordenador. Von Neumann diseñó su ordenador con una estructura dividida en tres grandes partes, la CPU (unidad central de procesamiento), la memoria, y los dispositivos de entrada y salida (cómo un teclado y una pantalla).
La CPU se encargaba de leer y modificar el contenido de la memoria electrónica y lo hacía siguiendo las instrucciones contenidas en parte de la memoria del ordenador. Además, era posible modificar la memoria, por ejemplo, introduciendo datos mediante el teclado, y así modificar las instrucciones de funcionamiento de la CPU y, por tanto, la función que ejecutaba el ordenador. Von Neumann, junto con Prepert Eckert y Mauchly, construyó el primer ordenador de propósito general capaz de almacenar programas —EDVAC (iniciales de Calculador Discreto Electrónico Automático Variable)— en la Universidad de Pensilvania (EE UU).
Robert Cardona, John von Neumann, el matemático que diseñó los ordenadores modernos, El País 23/02/2023
Gran parte de lo que hoy consideramos una forma moderna y abierta de ver el mundo —la identidad multirracial como algo normal, el género más allá de lo binario, las numerosas variantes de la sexualidad humana, el hecho de que las normas sociales influyan en nuestro sentido del bien y del mal— no es una cuestión moral ni de opinión. Esta visión del mundo es consecuencia de una serie de descubrimientos científicos llevados a cabo por un pequeño grupo de investigadores a contracorriente que se propusieron demostrar la unidad esencial de la humanidad. Y el resultado no fue la transformación de nuestra idea del bien y del mal, sino un cambio fundamental de nuestra concepción del sentido común.
En el centro de este grupo estuvo un contestatario profesor norteamericano llamado Franz Boas. Con el pelo alborotado y un acento muy marcado, Papa Franz, como le llamaban sus alumnos, era la viva imagen del científico loco. Había llegado a Estados Unidos procedente de Alemania en la década de 1880, después de pasar más de un año haciendo trabajo de campo como aficionado en el Ártico canadiense. Su propósito era conseguir trabajo como geógrafo o explorador profesional, quizá en la Smithsonian Institution. Pero la mayoría de sus solicitudes de empleo se encontraron con el rechazo. Cuando el siglo estaba a punto de terminar, consiguió, por fin, una plaza de profesor de Antropología en la institución que iba a ser su casa, la Universidad de Columbia.
En 1911 Boas concluyó un importante estudio en el que examinaba las consecuencias de la inmigración en la población de Estados Unidos. Después de tomar las medidas físicas de miles de neoyorquinos, Boas llegó a la conclusión de que “la capacidad de adaptación del inmigrante parece ser mucho mayor de lo que podíamos atrevernos a suponer antes de comenzar nuestras investigaciones”. Los “tipos” naturales en los que se solía clasificar a las personas —por ejemplo, sus razas o grupos étnicos— eran intrínsecamente inestables. Los niños nacidos en EE UU tenían más cosas en común con otros niños también nacidos en EE UU que con el grupo nacional al que pertenecían sus padres. Boas llegó a la conclusión de que, si unas categorías sociales básicas como la raza y la etnia podían cambiar solo con irse a vivir a otro país, entonces no podían utilizarse para explicar diferencias supuestamente permanentes de inteligencia, criminalidad u otros rasgos.
Durante las tres décadas siguientes, Boas repitió sus conclusiones siempre que pudo. La idea de que una característica, ya fuera positiva o negativa, era inherente a una raza concreta constituía, “en el mejor de los casos, una ficción poética y peligrosa”, dijo en una conferencia de eugenistas en 1937. Cuando los nazis se adueñaron de las instituciones educativas alemanas, el centro en el que se había doctorado le retiró el título. Las bibliotecas alemanas retiraron sus obras y las quemaron junto a las de Marx y Freud.
Boas vivió para ver cómo triunfaba por completo el racismo científico en su patria de origen y cómo se reivindicaban sus propias ideas en su nueva patria. Murió en 1942, durante un almuerzo en el club de profesores de Columbia. The New York Times escribió que a partir de ese momento era responsabilidad de sus alumnos proseguir “la esclarecedora labor en la que él fue un audaz pionero”.
Llamaron relativismo cultural a esa teoría esencial a la que, desde hace casi un siglo, sus detractores han acusado de todo, desde justificar la inmoralidad hasta fomentar la disparatada idea de que quizá EE UU no sea el mejor país de la historia. Pero su mensaje fundamental era que para vivir de manera inteligente en el mundo debemos aplazar nuestra opinión sobre otras formas de ver la realidad social hasta que las comprendamos de verdad.
El relativismo cultural era una teoría sobre la sociedad humana, pero también un manual de instrucciones para la vida. Su intención era azuzar nuestra sensibilidad moral, no extinguirla. Boas pensaba que es muy posible que exista un código moral universal, pero ninguna sociedad —ni siquiera la nuestra— puede conocer con seguridad su contenido. “La cortesía, la modestia, los buenos modales y el cumplimiento de unas normas éticas concretas son universales”, escribió Boas en una ocasión, “pero lo que no es universal es qué constituye cortesía, modestia, buenos modales y normas éticas”. El progreso moral, si es que existe, reside en nuestra capacidad de construir una visión cada vez más amplia de la propia humanidad.
Estos son la conclusión científica y el talante moral que Boas y sus alumnos querían dar a conocer al mundo. Que averigüemos qué comportamiento es el que nuestra sociedad considera mejor y lo practiquemos con el destinatario más impensable de nuestra buena voluntad. Que nos esforcemos por apartarnos de toda teoría que fomente la idea de que somos especiales. Que prestemos menos atención a las normas de comportamiento correcto —come esto, no toques aquello, cásate con aquel— y más al círculo de humanidad para el que creemos que tienen valor esas normas.
“No hay evolución de las ideas morales”, escribió Boas en 1928. Lo único que cambia es a qué personas creemos que debemos tratar como seres humanos plenos, dignos y determinados. Si ahora es normal que una pareja gay se dé un beso de despedida en el aeropuerto, que un estudiante universitario lea el Bhagavad Gita en una clase sobre grandes libros, que se rechace el racismo por considerarlo un rasgo de decadencia moral y una estupidez evidente; si todas estas cosas no son novedades, sino la forma normal de organizar una sociedad, debemos agradecérselo a las ideas defendidas por el círculo de Boas. El hecho de que aún nos quede trabajo por hacer, la continua lucha que supone vivir en una sociedad y al mismo tiempo ser críticos con ella, era precisamente la tesis que querían transmitir.
Charles King, Los antropólogos que desmontaron la 'ficción poética y peligrosa' del racismo, El País 23/02/2023
...en 1998, tuve ocasión de escuchar a Richard Rorty describir la situación política en los Estados Unidos como la de una izquierda distraída en hostilidades identitarias (étnicas, religiosas y sexuales) mientras se invertía el proceso de aburguesamiento de los trabajadores y comenzaba el de proletarización de la burguesía. Rorty pronosticó entonces que volverían a ponerse de moda los chistes de mal gusto sobre mujeres y afroamericanos, que los trabajadores empobrecidos culparían de su desdicha a la burocracia política que teledirigía sus vidas, a los agentes de bolsa y a los profesores posmodernos, y que en ese caso podrían aparecer movimientos populistas que derrocasen a gobiernos constitucionales. Casi todos los que le escuchaban pensaron que eran exageraciones de un liberal decadente que sobrevaloraba a unos pocos intelectuales calenturientos de un país extraterrestre. Craso error.
En cuanto la situación económica empeoró (hasta desembocar en la crisis de 2008) y empezó a dificultar la prosecución de la lucha contra las desigualdades —esa “droga” que Lennon denunciaba—, que había sido hasta entonces el fundamento de la democracia social y de la cohesión política, volvió a aparecer toda la artillería retórica sesentayochesca de la revolución cultural, que se ha revelado como una vía mucho más fácil y rápida para alcanzar triunfos electorales, aunque sus costes sean la transformación del estado del bienestar en estado del malestar, el enquistamiento de la discordia social y la conversión de la esfera pública en una confrontación “cultural” y libidinosa —ahora decimos “emocional”— de identidades de todo género que corroe el régimen de opinión pública. Una confrontación que ya no se llama “revolución”, sino “guerra cultural”, porque ya no enarbola la ensoñación de una nueva humanidad redimida del pecado: aspira únicamente a servirse de unos conflictos cuya exacerbación impide su resolución por la vía del derecho para alcanzar cuotas de poder efímeras, pero satisfactorias para quienes las disfrutan, y que garantizan la insatisfacción permanente de quienes las padecen.
José Luis Pardo, Guerras culturales, El País 27/02/2023
Cancelar a alguien es quitarle voz, y quitar la voz es expulsar de lo social, es desterrar, el gran castigo que ya los griegos practicaban con el ostracismo. Cancelar a un individuo es convertirlo en un fantasma, en un subalterno, en alguien que no posee nada. Desgraciadamente, nos estamos acostumbrando a la barbaridad de la cancelación cultural, borrando de las redes y de los ámbitos públicos a los que han cometido la falta de la inconsistencia, exigiéndoles además la humillación de perdón público, como en los peores momentos de la historia. Pero además, desgraciadamente, esta práctica se va extiendo a ámbitos más privados, más pequeños. Mantener que un sí quizá sea un no, o viceversa, o que incluso se den a la vez, que convivan ambos en un mismo tiempo o a lo largo del decurso del mismo, convierte a quien lo hace en un pecador laico, un terrorista moral, merecedor de la condena a ser cancelado e incluso linchado. Porque la cancelación es un linchamiento, el que lleva a cabo la horda de los necios jueces populares que pululan por las redes. Es muy osado hacer de la afirmación que dice que el sí no puede ser no a la vez una proposición universal, es decir, que posea una validez para todos los casos. Hacer de la afirmación que dice que solo el sí sea sí debería darnos miedo.
Dada nuestra condición humana, podemos correr el peligro de afiliarnos a las líneas de los verdugos de cierta inmadurez mental, la de los sumisos con sed de autoridad que, en aras de la razón y la verdad, sentencian, cancelan y linchan. Cuidémonos de ello.
Aurora Freijo, Yo te cancelo, El País 23/08/2022
En el caso de los nuevos identitarismos, hay algo un poco desconcertante. Es una visión del mundo preocupada por la ternura, por la sensibilidad. Estar expuesto a unos argumentos o a unas experiencias o al relato de unas experiencias o de unas ficciones pueden desencadenar un trauma. No importa la intención del «agresor»; importa la ofensa que percibe la «víctima». Al mismo tiempo, los debates no son nunca un intercambio de ideas, un intento de persuasión más o menos racional, con todas sus imperfecciones y malentendidos. Son solo una relación de poder.
Nunca ha sido una lucha justa, porque el único argumento relevante de toda discusión, como explica Emmanuel Carrère, es el argumento ad hominem. El argumento ad hominem sirve para deslegitimar las opiniones divergentes, y luego para silenciarlas. Siempre ha sido así, y ahora vamos a hacerlo nosotros porque somos víctimas (o hablamos en nombre de las víctimas) y tenemos el poder. Es llamativo lo implacable que resulta esta cosmovisión obsesionada por la sensibilidad.
Otra de las preguntas que se plantean al hablar de la cultura de la cancelación es si realmente es algo distinto. La tendencia censora se da en todos los grupos humanos. Otros aspectos tampoco parecen tan originales: silenciar un argumento apelando a la poca moral de quien lo emite no es exactamente una novedad en la historia del debate público. La falacia por asociación, uno de los recursos preferidos de la cancelación, tampoco es original: dices algo que podría parecerse a lo que dice alguien estigmatizado, has tenido relación con alguien estigmatizado. La condena al ostracismo por las opiniones equivocadas no es algo nuevo, aunque el liberalismo ha intentado crear un sistema institucional para canalizar los desacuerdos y un sistema procedimental para determinar si un discurso o una conducta se salen de lo aceptable.
Daniel Gascón, Libertad de expresión y cultura de la cancelación, nuevarevista.net 17/06/2022
La palabra woke —léase uouc— nos ha caído como un rayo en un desierto ya repleto. Hace tres o cuatro años ningún hispanohablante en su sano juicio sabía lo que significaba; ahora empieza a aparecer en demasiadas charlas. Y su origen EE UU es indudable. Allí la palabra —participio pasado del verbo wake, despertar: el despertado, el que se despertó— empezó a ser usada por militantes negros hacia 1930, cuando debían mantenerse muy despiertos para defenderse del racismo bruto que sufrían en la patria de la democracia y la libertad. Cuentan que la definió por escrito por primera vez en 1962 y en The New York Times un novelista afro, William Kelley: dijo que significaba estar al loro, al tanto de las cosas.
Pero la palabra explotó hace menos de 10 años, cuando el movimiento Black Lives Matter incendió Estados Unidos. Entonces, el hashtag #StayWoke empezó a usarse para reunir a los que sostenían o pretendían sostener ideas “progresistas” en distintos asuntos: género, cambio de género, violencia de género, ambigüedad de género, libertad de género, raza, ecologismo, vegetarianismo, animalismo. El diccionario Merriam-Webster lo definía últimamente como quien “está al tanto y activamente atento a hechos y cuestiones importantes (especialmente cuestiones de justicia racial y social)”.
Y la palabra prosperó justo en ese momento en que los activistas de esos asuntos cobraron la fuerza necesaria como para “cancelar” a los que contrariaban sus ideas: radiarlos de sus sociedades. El #MeToo fue woke y, pese a sus excesos, ayudó a millones a vivir mejor, pero también fue woke la idea de que una poeta holandesa blanca no podía traducir a una poeta norteamericana negra o que un actor irlandés no podía encarnar a un escritor judío —porque se “apropiarían” de identidades ajenas. Es una forma de estar en el mundo, prejuiciosa, defensiva: los profesores que avisan cuando van a decir algo que puede ofender a alguien, los alumnos que se dan por ofendidos, los chistes que se callan por si acaso, la cantidad de cosas que ya no se dicen ni se hacen, la corrección política corrigiendo de antemano. O sea: unos puritanos envalentonados por sus pasados de víctimas que se arrogan el derecho de juzgar a todos los demás según sus propias ideas de la moral —y, por la razón que fuese, por la culpa que fuera, muchos de los demás les entregaron ese derecho.
Martín Caparrós, La palabra `woke´, El País Semanal 24/09/2023
Estoy pintando las paredes de casa. Distraída, dejo el bote de pintura abierto en mitad del salón. Retrocedo dos pasos sin mirar hacia atrás y, por supuesto, tropiezo con el chisme y el líquido espeso se desparrama por el suelo, salpicando alrededor. Afortunadamente, he colocado papel cubriendo la tarima. Me detengo un momento para admirar el desperdicio y, después de maldecir mi torpeza, pienso que hay algo interesante en la mancha de pintura.
He dicho “interesante” pero luego me digo que es algo más que eso, que es estético, que es bello, que es apasionante, que tiene intensidad, que es una obra de arte, que es una obra maestra, que Jackson Pollock no lo habría hecho mejor.
Observo una foto de Pollock trabajando en su estudio de Long Island en 1949. Sostiene una brocha gorda de la que se desprende un chorrete de pintura sobre un papel colocado en el suelo. Está en cuclillas y viste un mono de trabajo sucio. Con la otra mano, agarra un bote grande, muy parecido al mío.
¿Qué diferencia hay entre mi pollock y un verdadero pollock? Henchida de este repentino espíritu artístico e inflamada de una súbita y voluptuosa vanidad, me digo: “Poca”.
Según investigo sobre este tema, aprendo que la valoración estética de las obras dependía, tiempo atrás, de la belleza. Ese era el principal criterio para medir la originalidad, pues si había belleza, se elevaba el espíritu del alma humana en la contemplación, y por tanto había arte. Por contraposición, lo camp, lo kitsch, lo feo, lo degenerado, lo siniestro, lo monstruoso, lo horrible, lo espantoso ni podía definirse como obra ni merecía protección de ningún tipo. Fue Karl Rosenkranz, un pensador del siglo XIX, el primero que habló de “la estética de lo feo”, como hegeliana respuesta a lo bello, y la cual, como romántico que era, merecía toda su desaprobación.
Elena Cabrera, Las obras de arte también son feas, vulgares y aburridas, eldiario.es 25/02/2023
Como cualquier jurista sabe, el consentimiento ya era, obviamente, el eje central para delimitar los atentados contra la libertad sexual. Si la intimidación o la fuerza son circunstancias determinantes es, justamente, porque tanto la fuerza como la intimidación invalidan las condiciones en las que un sujeto puede expresar su voluntad. ¿Qué es, entonces, lo que ha llegado de nuevo a nuestro Código Penal? Una particular manera de pensar el consentimiento —la doctrina jurídica del consentimiento afirmativo— que lleva décadas avanzando en el contexto anglosajón y que ha sido especialmente influyente en Estados Unidos, verdadero país pionero en las leyes del solo sí es sí (sí, allí también se llaman así).En toda legislación que quiera regular el consentimiento sexual aparecerá el viejo y profundo problema que planteaba Geneviève Fraisse: ¿Puede haber en el sexo un pacto entre iguales o es el sexo inevitablemente un escenario de relaciones de dominación? ¿Debe el derecho poner en entredicho el consentimiento de las mujeres frente a hombres poderosos o en un mundo patriarcal toda relación heterosexual vicia las condiciones en las que las mujeres pueden expresar su voluntad? ¿Hay contextos intimidatorios —como aquel portal del caso de La Manada— donde una mujer no puede expresar un no, o el sexo mismo es intimidatorio en todo contexto y en todo lugar? Es este el debate que tenemos enfrente y toda reformulación jurídica del consentimiento adopta una determinada manera de enfocarlo, comprometiéndonos con una toma de posición.Al importar las doctrinas jurídicas del contexto norteamericano, herederas del gran calado social que tuvo el movimiento Women against pornography en una sociedad tradicionalmente puritana, estamos importando el problema del consentimiento en su máxima expresión. Porque estamos incorporando una enorme contradicción. Por una parte, una lógica expansivamente contractualista propia de una sociedad neoliberal que trata de imponer incansablemente al sexo los marcos del derecho mercantil. ¿Y puede el sexo ser un pacto transparente? ¿Puede acaso un consentimiento sexual rescindirse como quien rompe un contrato económico? ¿Acaso sabemos qué es lo que estamos pactando cuando nos embarcamos en una relación sexual? Pero el problema es aún más enrevesado, porque junto a la lógica liberal del pacto, ciega a la opacidad del deseo, estamos también importando los fundamentos filosóficos del feminismo americano de la dominación; ese cuyo corazón filosófico es que el mundo es demasiado desigual y peligroso para dar por buena la capacidad de las mujeres para consentir. Esta contradicción estalla de lleno en el interior de unas propuestas legislativas que están llegando, entre otros, al escenario español. Unas leyes que creen tanto en el contrato como para afirmar que incluso en nuestras camas con nuestras parejas ha de darse una negociación previa y que, a la vez, creen tan poco en el contrato como para defender que, aunque una trabajadora sexual diga que sí, el Estado ha de negar su capacidad para consentir. Tenemos un endiablado problema por pensar y esa es la pregunta que nos plantea la cuestión del consentimiento. En posteriores textos entraré en las posibles propuestas. Este texto solo quería dibujar el problema, pero valga este dibujo para apuntar que ninguna solución vendrá ni del discurso neoliberal ni de los discursos del peligro. Que, por otra parte, aunque aparentemente contradictorios, encuentran en nuestra actual manera de pensar el sexo una eficaz alianza. Pensemos el problema del consentimiento con esta advertencia en el horizonte: toda sociedad hiperregulada y colonizada por el discurso neoliberal requiere el miedo a los otros y necesita convertir la relación social misma en un peligro del que protegernos.
Clara Serra, El problema del consentimiento, El País 06/02/2023
La declaración, que puede consultarse en la página web del CVC o en el enlace sobre estas líneas, define los cinco neuroderechos de la siguiente forma:
Privacidad mental: “Cualquier Neurodata obtenido de la medición de la actividad neuronal debe mantenerse en privado. Si se almacena, debe existir el derecho a que se elimine a petición del sujeto. La venta, la transferencia comercial y el uso de datos neuronales deben estar estrictamente regulados”.
Identidad personal: “Se deben desarrollar límites para prohibir que la tecnología interrumpa el sentido de uno mismo. Cuando la neurotecnología conecta a las personas con redes digitales, podría desdibujar la línea entre la conciencia de una persona y los insumos tecnológicos externos”.
Libre albedrío: “Las personas deben tener el control final sobre su propia toma de decisiones, sin manipulación desconocida de neurotecnologías externas”.
Acceso justo al aumento mental: “Deberían establecerse directrices tanto a nivel internacional como nacional que regulen el uso de las neurotecnologías de mejora mental. Estas directrices deben basarse en el principio de justicia y garantizar la igualdad de acceso”.
Protección contra el sesgo: “Las contramedidas para combatir el sesgo deberían ser la norma para los algoritmos en neurotecnología. El diseño del algoritmo debe incluir aportes de grupos de usuarios para abordar de manera fundamental el sesgo”.
Laura Martínez, El cerebro también tiene derechos ..., eldiario.es 24/02/2023
Hay una parte del mundo, la nuestra, donde no tanto el poder sino la propia sensibilidad del individuo genera un orden despótico y una reescritura de la realidad. Lo novedoso, en las sociedades democráticas estables, es que ya no se lucha de manera violenta e incluso sangrienta para cambiar una realidad impuesta a los sujetos —como en otros tantos puntos del planeta—, sino que se borra esa realidad y se la resetea y reformula para adecuarla a una blanda sensibilidad indignada. Todo lo que no encaja con esa hipersensibilidad de la ofensa vestida de exigencia moral es denunciado, perseguido, hecho desaparecer, cancelado.
Actualmente, la sentimentalidad sustituye al andamiaje teórico, no se busca un cambio social sino un resarcimiento de la identidad herida. No se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla también retrospectivamente, y forzar el asentimiento público y legal de esa depuración: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la corrección política.
La cultura woke realiza la siguiente traslación: me siento ofendido, luego hay una verdadera ofensa (salto del sentimiento a la objetividad), toda disensión es una muestra de odio (se rechaza la argumentación), luego quienes así me ofenden merecen ser cancelados (yo no odio, reparo la injusticia, se dice el cancelador).
Asistimos a una omnipotencia del deseo que borra a quien no demuestra la corrección requerida, y, por otro lado, a una manipulación de la culpa. Nunca podremos estar a la altura de quien pertenece a un colectivo oprimido —o intenta mostrarse como tal—, su herencia de humillación hace que cualquier palabra pueda reabrir la herida, no cabe hablar, razonar, sino solidarizarse con su opresión, hacernos perdonar el pertenecer al grupo de los opresores.
Además de los dramas personales que pueden sufrir los “cancelados”, me parece importante señalar una consecuencia sustancial: la cultura cancelada, y, más allá de ello, la cultura falseada. Todos aquellos libros y películas que dejan de recomendarse porque contienen elementos ahora prohibidos. Y aún más: por ejemplo, no solo HBO quita de su catálogo Lo que el viento se llevó, sino que, traicionando la historia, elige una actriz negra como Ana Bolena en su miniserie del mismo título, similar afán el de Garth Davis en su filme María Magdalena al convertir a San Pedro en un hombre de color. ¿Es ese el camino efectivo para superar el racismo? Y ante cualquier otra incorrección, ¿ocultaremos obras artísticas?, ¿resucitaremos el índice de libros prohibidos o solo reescribiremos algunos párrafos? ¿Por qué no la contextualización crítica en vez de la censura?
Lo real no importa, es imperfecto, mi deseo debe imponerse —piensa el nuevo narciso censor—. Cambiamos el pasado, los cuerpos, la naturaleza. El sentimiento genera derechos, leyes, realidad. Ese es el trasfondo de lo woke, inscrito en lo que Michel Foucault denominó el “régimen de verdad” —o de ficción— de nuestra época.
Estamos perdiendo la realidad, la historia, y convirtiendo la cultura en un cuento para niños temerosos y malcriados que no soportan el menor rasguño, pero pueden empujar a la nada a quienes no comparten su visión.
Debemos prepararnos para sobrevivir a los puñales envueltos entre algodones.
Rosa María Rodríguez Magda, Sobrevivir a la cultura de la cancelación, El País 04/02/2023
Una duda muy razonable es la de pensar si alguna vez los robots llegarán realmente a pensar y sentir como los humanos. Hace unas semanas hablábamos de la habitación china, el experimento mental con el que John Searle quería demostrar que una máquina no puede desarrollar nada parecido a la conciencia. Un algoritmo no es equivalente al pensamiento consciente, y el hecho de que un programa maneje símbolos no significa que comprenda lo que está haciendo.
Lo vemos con ChatGPT: es una herramienta que funciona mejor que otras similares, pero ni piensa ni sabe lo que dice. Solo está bien programada para preparar textos, igual que la Roomba está más o menos bien programada para pasearse por casa y tropezar con los muebles. Del mismo modo, si un robot dice “ay” cuando le pego, eso no quiere decir que sienta dolor, sino que está diseñado para dar una respuesta apropiada a una acción concreta.
El filósofo Daniel Dennett se muestra más optimista que Searle (o pesimista, si acabamos de leer Tik-Tok). En su libro La conciencia explicada, Dennett se pregunta si se puede considerar que una serie de funciones llevadas a cabo por chips de silicio son algo similar a una experiencia consciente. El filósofo responde que es igual de difícil imaginar lo mismo acerca de las interacciones electroquímicas de las neuronas: en ambos casos estamos hablando de sistemas complejos que procesan información. Es decir, el pensamiento de una inteligencia artificial avanzada y el de un humano serían formas de conciencia similares, aunque su origen sea distinto.
Otros filósofos, como David Chalmers, consideran que la conciencia no se puede explicar solo a partir de procesos físicos. Este filósofo australiano ha defendido este planteamiento desarrollando la idea de los “zombis filosóficos”. Chalmers imagina una persona exactamente igual que cualquiera de nosotros, con respuestas y comportamientos similares. Incluso parece que piense y nos asegura que está triste o contento, según el caso. Pero lo hace sin ser consciente de verdad, como un zombi (o como un robot programado para comportarse así). En su opinión, esta idea respalda la noción de que la conciencia es algo más que un conjunto de neuronas... O que un conjunto de chips.
Para Dennett, la idea de los zombis no se sostiene, ya que la conciencia depende solo de procesos físicos. No podemos pensar en el dolor o en la alegría, por ejemplo, sin un cerebro y un sistema nervioso que funcionen de forma correcta.
Jaime Rubio Hancock, ¿Sueña el presidente ovejas eléctricas?, Filosofía inútil 01/02/2023
Solemos tomarnos por personas muy racionales que examinan argumentos de forma concienzuda y que después toman una decisión lo más objetiva posible. Pero no suele funcionar así: nuestras opciones son intuitivas, emocionales y sesgadas.
Como escribe el ensayista Michael Shermer en The Believing Brain, no evaluamos de modo racional las posiciones de un candidato o de un partido político, sino que tenemos una reacción emocional e instintiva a datos conflictivos: si estas posiciones encajan con nuestras ideas previas, las aceptamos de forma acrítica; si no encajan, las rechazamos de forma instintiva. Nos convertimos así en víctimas del sesgo de confirmación, del que ya hemos hablado alguna vez: los datos que apoyan nuestras ideas previas nos parecen relevantes y convincentes, pero somos escépticos con aquellos que las contradicen.
Lo hacemos guiados más por las emociones que por una supuesta evaluación punto a punto de los argumentos. Como decía David Hume hace 250 años, la razón nos sirve para identificar las distintas ideas, pero es la emoción la que motiva la acción, la que nos lleva a tomar una decisión o a apoyar una de esas ideas y no otras.
Al final, tendemos a unirnos a “equipos políticos que comparten narrativas morales”, escribe el psicólogo Jonathan Haidt en La mente de los justos. Y el hecho de que seamos de izquierdas o de derechas, muchas veces depende simplemente de si nuestra familia o nuestros amigos de la adolescencia y primera juventud eran de izquierdas o de derechas.
Por supuesto, hay muchísimos casos en los que esto no es así, pero lo que prácticamente nunca se da es que nosotros con 15 años nos pusiéramos a evaluar los pros y contras de cada ideología. Hay algo muy instintivo, muy emocional. Tomamos partido por unas ideas y luego vamos construyendo un armazón para intentar defenderlas.
Este armazón es menos racional de lo que creemos. Como dice también Haidt, adoptamos patrones o matrices morales con las que interpretamos todas las cuestiones sociales y políticas. Por ejemplo:
Si nos consideramos de izquierdas, es muy probable que estemos a favor de la separación entre iglesia y estado, de una ley del aborto abierta y de una educación y sanidad públicas, por ejemplo.
En cambio, una persona de derechas muy posiblemente defienda la labor social de la iglesia, considere que el aborto es un crimen y crea que las empresas deberían tener más flexibilidad para despedir a sus trabajadores.
Son packs que se aceptan casi en bloque, no analizando las ideas una por una. Y lo hacemos ignorando las posibles contradicciones internas. En Elogio de la duda, Victoria Camps habla de estos marcos mentales que actúan a modo de filtros de la percepción de la realidad. Son prejuicios que nos proporcionan refugio en formas de pensar comunes y prefabricadas. Nos dan la seguridad de pensar que estamos en el bando correcto, con los buenos.
Jaime Rubio Hancock, Crítica de la razón chaquetera, Filosofía inútil 15/02/2023
La empatía tiene una parte negativa, como explica el también psicólogo Paul Bloom en Contra la empatía. Sobre todo porque este sentimiento evolucionó en un contexto en el que vivíamos en grupos más o menos pequeños y en los que la mayor parte del contacto era personal.
Estas son algunas de las limitaciones de este sentimiento:
- Estamos predispuestos a sentirnos más empáticos con gente a la que percibimos más cercana. Esta cercanía puede ser natural, como la familia, pero también artificial e inventada, como ocurre con los seguidores de un equipo de fútbol. Esto está detrás, por ejemplo, del racismo e incluso de los genocidios y de la esclavitud: se deshumanizaba a negros, judíos o armenios y se les presentaba como una amenaza para nosotros y los nuestros. Es decir, la empatía, como casi todas nuestras emociones, es manipulable.
- Es más difícil sentir empatía hacia cosas que no podemos ver aquí y ahora, como los efectos a largo plazo de nuestras acciones. Bloom pone el ejemplo del medio ambiente: si nos dejamos llevar por la empatía, no haremos nada para prevenir el calentamiento global, porque no querremos perjudicar a las personas tendrán que asumir el incremento del precio de la gasolina o el aumento de los impuestos.
- La empatía también lleva a que nos fijemos en historias que llaman la atención y no seamos tan sensibles a los datos. Como pasa con las vacunas (y lo decía antes del covid): estamos predispuestos a que nos llame la atención el caso rarísimo y aislado de efecto secundario, sin tener en cuenta todas los millones de vidas que salvan estas inyecciones cada año.
Todo esto significa que en ocasiones hay que seguir el camino inverso al que propone Boadella: en lugar de luchar por sentir la empatía, hay que anestesiarla un poco para no tomar decisiones injustas y dejarnos llevar por historias personales, obviando la dura realidad de los números y las estadísticas.
De hecho, hay filósofos como Peter Singer que proponen apartar las emociones de las decisiones éticas y adoptar un criterio utilitarista: es decir, actuar de la forma que sea más beneficiosa para el número mayor de personas. Esta es la base del altruismo efectivo de Singer o incluso del largoplacismo de William MacAskill.
En realidad, los partidarios y los críticos de la empatía están bastante de acuerdo. Este sentimiento ha favorecido la cooperación a lo largo de toda nuestra existencia como especie, pero hay momentos en los que la empatía es ciega y tenemos, como mínimo, que reconocer sus límites y saber cuándo no deberíamos dejarnos llevar por ella o cuándo deberíamos actuar como si la sintiéramos.
Esto es algo que, de nuevo, ya sugería Hume. El filósofo escocés escribía que necesitamos regular la simpatía o la antipatía con algún “principio universal de la especie humana”, para que nuestro corazón no sea “indiferente al bien público”.
Al final, como decía otro filósofo, Thomas Nagel, necesitamos las dos cosas: empatía y cálculo. A ese punto de vista con pretensión de objetividad, Nagel lo llamaba “la visión desde ningún lugar”. Es necesario tomar distancia y ver las cosas desde fuera. Pero si nos alejamos demasiado no podemos tener en cuenta todas nuestras complejidades. Tenemos que reconocer también nuestros valores, nuestras experiencias y nuestras emociones.
Jaime Rubio Hancock, A favor de la empatía. Y en contra, Filosofía inútil 22/02/2023
El concepto de que una universidad debería proteger a todos sus estudiantes de ideas que algunos de ellos consideran ofensivas es repudiar el legado de Sócrates, que se definió a sí mismo como la «mosca cojonera» del pueblo ateniense. Pensaba que su trabajo era pinchar, interrumpir, cuestionar y por tanto provocar a sus conciudadanos atenienses para que reflexionaran sobre sus propias creencias y cambiaran las que no pudiesen defender. (166)
«La intención de la educación no debería ser hacer sentir cómoda a la gente; su propósito es hacerle pensar». (170)
Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, La transformación de la mente moderna, Barcelona, Ediciones Deusto, Editorial Planeta 2019