Jurado de Instrucción civil de California número 1707
Una opinión puede ser considerada una declaración de hechos si dicha opinión sugiere que los hechos existen. Para determinarlo, debe considerarse si el oyente medio concluiría, en base al lenguaje y el contexto, que se estaba dando una declaración de hechos.
Aquí va una declaración de hechos: pocos entienden lo que acabo de decir. Incluyéndome a mí.
¿Qué pasa cuando dos personas perciben lo mismo de forma diferente? Si tu percepción de un hecho no coincide con la mía. ¿Qué percepción es la verdadera?
No estamos hablando de personas con problemas mentales. Esas personas necesitan tratamiento médico y psicológico. No asesoría legal.
Independientemente de si han sido heridos, demandados o acusados de un delito, el interés de vuestro cliente debe ser la mayor preocupación. Y su percepción de la realidad es la que importa. Así que, como su abogado, debéis descubrir hechos que apoyen esa percepción porque la percepción de vuestro cliente es su verdad.
Prestarles un servicio significa hacer lo posible para demostrar que su verdad representa la verdad definitiva.
Hay quienes consideran que la verdad es universal. Esos no son abogados litigantes. Tachad eso. Esas personas no son abogados de éxito. Los abogados exitosos buscan la verdad. La buscan pero, aún más importante ..., son los que definen la verdad. (Dan Broderich)
Dirty John T2 episodio 7 (The Betty Broderich Story)
Cada vez que usted paga con un billete se está dando un acto de confianza: usted confía en que ese papel de colores emitido por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre tenga un determinado valor. La persona que le cobra confía en lo mismo. Cada vez que usted lee una noticia y la da por buena está confiando en un medio de comunicación y en un periodista. Cada vez que usted toma un medicamento está confiando en la ciencia y en la industria farmacéutica. Cuando dejamos los asuntos públicos en manos de los políticos confiamos en que los gestionarán, al menos, con honestidad (cosa que no siempre ocurre). Aunque no reparemos en ello a menudo, la confianza es el pegamento invisible que mantiene en pie a la sociedad, a la democracia, a la economía… y hasta a la comunidad de vecinos. “Es la confianza, más que el dinero, la que hace girar el mundo”, señaló el economista Joseph Stiglitz. Pero, a veces, la confianza falla. Ahora está fallando.
¿Cuáles son las causas de esta creciente desconfianza? Son variadas. Por ejemplo, la corrupción política y la creciente desigualdad implican que la ciudadanía no se fíe de una política trufada de engaño o de un sistema económico que no parece ofrecer opciones vitales dignas para todos. La revolución tecnológica nos hace sentir en manos de fuerzas enormes que no llegamos a comprender. La precariedad laboral y las migraciones también nos hacen percibir un entorno demasiado cambiante e inestable. “Pero sobre todo la suscitan la frustración de expectativas y el reconocimiento de una vulnerabilidad creciente: pandemias, desempleo, etcétera”, señala el filósofo Carlos Pereda, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y autor de Sobre la confianza (Herder).
“Las frustraciones individuales”, continúa Pereda, “son las escuelas más eficaces de la producción de desastres. Las redes sociales, si bien ayudan a desconfiar de falsos prestigios y de monumentos con pies de barro, también multiplican la incredulidad sin argumentos, no pocas veces la incredulidad más boba”. El virus de la desconfianza se hace evidente a la vez que se propaga en plataformas como Twitter. Muchas personas encuentran difícil obtener información fiable en internet, al tiempo que crece la creencia de que las instituciones son proclives a difundir falsedades. Se desconfía de la “versión oficial” de los hechos.
La confianza social que, como se ve, ha de construirse de manera colectiva tiene muchas ventajas: allí donde se da hay mejor calidad de gobierno, mayor crecimiento económico, menores índices de pobreza y más robustos Estados de bienestar. “En líneas generales, las sociedades ricas en confianza social funcionan mejor porque cuando los ciudadanos confían unos en otros, se reducen costes de transacción, y la cooperación es más sencilla”, explica Herreros.
Y ser desconfiados no significa que seamos más avispados o autónomos, que debamos vanagloriarnos de que no nos den gato por liebre, como pudiera parecer. “La desconfianza en las instituciones no fortalece la autonomía individual. Por el contrario, es el caldo de cultivo de la desorientación social y de la razón arrogante, esos prólogos irresistibles del autoritarismo”, concluye Pereda.
Sergio C. Fanjul, ¿Quién se cree la versión oficial? Ya no confiamos en nadie, El País 28/11/2021
Fernando Broncano, Hacer y deshacer cuerpos, El laberinto de la identidad 27/11/2021
Sin embargo, no se trata de una indisponibilidad absoluta: por supuesto, con dinero, y también con entrenamiento, se puede influir en el juego; esto lo sabe todo deportista amateur, no solo los futbolistas, sino también los tenistas, los jugadores de baloncesto y quienes practican otros deportes. Uno puede mejorar sus posibilidades en la pista de tenis, por ejemplo, mediante buena preparación, entrena- miento mental y relajación; pero jamás podrá con- seguir a la fuerza la victoria ni el próximo punto.
Aún más: el mero incremento del esfuerzo no alcanza para lograr nada; cuanto más se intenta poner el gol o el próximo punto a disponibilidad, es decir, forzarlo, tanto menos se lo consigue. Por esta razón, muchos deportistas amateurs llevan a cabo todo clase de ritos aparentemente oscuros —por ejemplo, antes de impactar la bola— similares a prácticas mágicas para poner a disponibilidad lo indisponible; y son las luchas y tensiones en esta línea fronteriza las que mantienen el carácter fascinante del deporte.
Sin embargo, el interjuego entre la disponibilidad y la indisponibilidad no es solamente un rasgo constitutivo de muchos deportes, sino de los juegos en general: el ajedrez, los juegos de naipes, de mesa y de azar.
En el juego y el amor, en la nieve e incluso en la muerte: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental. Y cuan- do se pregunta acerca de la relación con el mundo de la Modernidad —es decir, acerca de la manera en que las instituciones y prácticas culturales de la sociedad actual se relacionan con el mundo, y, consecuentemente, acerca de cómo los sujetos modernos estamos colocados en él—, la manera en que entramos en relación individual, cultural, institucional y estructuralmente con lo indisponible parece constituir un foco cardinal del análisis.
En el juego y el amor, en la nieve e incluso en la muerte: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental. Y cuan- do se pregunta acerca de la relación con el mundo de la Modernidad —es decir, acerca de la manera en que las instituciones y prácticas culturales de la sociedad actual se relacionan con el mundo, y, consecuentemente, acerca de cómo los sujetos modernos estamos colocados en él—, la manera en que entramos en relación individual, cultural, institucional y estructuralmente con lo indisponible parece constituir un foco cardinal del análisis.
Mi hipótesis inicial es la siguiente: en la medida en que nosotros, los tardomodernos, apuntamos a poner el mundo a disponibilidad, este nos encuentra siempre como un «punto de agresión» o como una serie de puntos de agresión, es decir, como un conjunto de objetos a ser conocidos, alcanzados, conquistados, dominados o usados. Precisamente de esta manera parece escapársenos la «vida», aquello que constituye la experiencia de la vivacidad y el encuentro: aquello que posibilita la resonancia. Esto, a su vez, produce angustia, temor, ira e incluso desesperación; sentimientos que luego, entre otras cosas, se ven reflejados en comportamientos políticos impotentes y agresivos.
Harmut Rosa, Lo indisponible, Herder, Barcelona 2020
Lo que había de verdad en el mito del paso del mito al logos no es que apareciera el pensamiento conceptual, que estuvo con la humanidad desde que sus ancestros aprendieron a comunicarse con el lenguaje. Lo que probablemente ocurrió, tal como sospechan Havelock y otra gente que ha estudiado la emergencia de la escritura, es que los chamanes aprendieron a escribir y fue la escritura la que permitió el pensamiento conceptual separado del pensamiento basado en relatos. ¿Cuándo ocurrió este cambio? Muy lentamente y en Platón se nota claramente la tensión entre pensar en conceptos (que quizás reservaba para sus alumnos más avanzados) y pensar con mitos, que constituyeron el esqueleto de los diálogos, en los que aparecen trufados conceptos y relatos.
Es imposible para humanos normales pensar en conceptos sin pluma y papel. Un argumento medianamente complejo está más allá de las capacidades de la mayoría de las personas si no van escribiendo los términos y sus relaciones. El cuñadismo, con perdón, es la forma natural que tenemos de conversación porque la cabeza no nos da para más: elaborar un razonamiento es algo que exige el tiempo de la escritura. Es lo que los filósofos llaman reflexión, que básicamente es escribir para ir notando los pasos, las tensiones y contradicciones, e ir superando los estereotipos para encontrar más allá los límites conceptuales en otras prácticas y dominios.
Pero lo mismo ocurre con los relatos: el relato es primigenio en la mente. Es el modo en que la mente organiza el discurrir de las cosas. Frank Kermode en su "The sense of an ending" recuerda el que tictac de un reloj, representado así ya es un relato. La mente comienza pensando en metáforas o parábolas, que envían nombres de un lado a otro: así, narrativamente, comienzan también los conceptos, que son en cierta forma relatos congelados en los que nuestras prácticas cognitivas han delimitado bien condiciones normativas de aplicación.
Fernando Broncano, Mitos y logos, El laberinto de la identidad 16/11/2021
... estamos inmersos en una carrera por 'hackear' a la humanidad en general y a ti en particular. Y debes hacer el esfuerzo de estar un paso por delante de tus competidores: de las grandes corporaciones, de los gobiernos.
¿Hasta qué punto podemos modificar el cuerpo y la mente con ingeniería genética, o con cirugía, o con una interfaz cerebro-computadora? Pero las preguntas de fondo son las de siempre: ¿qué significa ser una persona?, ¿qué cualidades humanas son valiosas?
Si dejas que una compañía o un ejército decida cómo rediseñar al ser humano, lo más probable es que potencien las cualidades que a ellos les vienen bien, como la productividad o la disciplina, y desprecien otras, como la sensibilidad y la compasión. Y el resultado será que tendremos gente muy inteligente y disciplinada, pero superficial y espiritualmente pobre. Y esto no va a mejorar al ser humano, sino a degradarlo.
Estamos viendo como surgen nuevas maneras de organizar el mundo a través de la tecnología de vigilancia. Los chinos están probando herramientas para algo que podría convertirse en el peor sistema que ha existido jamás en la historia. Y, además, puede ser exportado a todo el mundo, como un pack. Incluso países que no tienen la tecnología para crear un sistema de vigilancia pueden comprarla a China. Así que el peligro es global.
Cuando pensamos en las posibilidades actuales de la ingeniería genética, deberíamos recordar que hemos estado criando vacas y cerdos durante miles de años. Los hemos domesticado buscando las cualidades que nos interesaban: que den más leche, que sean más obedientes... Y el resultado es que los animales domésticos no son una mejora de sus ancestros salvajes, sino un pálido reflejo de lo que eran. Y lo mismo puede sucederles a los humanos.
Antes casi toda la información que se reunía sobre ti estaba fuera de tu piel: qué compras, dónde vas, lo que ves... Ahora hay herramientas que pueden recopilar lo que sucede en tu corazón y en tu cerebro. Y no hablo de tecnologías invasivas, como implantes. Una pulsera que mide tu ritmo cardíaco o cámaras que observan tu cara son muy buenas ya para inferir tu estado emocional. Y, en manos de un estado totalitario, pueden ser muy peligrosas.
Los gobiernos siempre han querido manipularnos, pero no podían porque no solo necesitan información, sino capacidad para analizarla. Si un país tiene cien millones de habitantes, hacían falta cien millones de espías para seguir sus pasos. Y, aunque los tuvieran y alguien anotase todo lo que digo, se producirían cien millones de informes diarios. Nadie podría leerlos. Pero ahora es posible seguir a todas las personas durante las 24 horas. Tenemos al espía en la mano: el móvil... Y, por primera vez en la historia, se puede analizar esa información con inteligencia artificial. Ni tu madre te conoce mejor que el algoritmo.
Las diez compañías más importantes son americanas o chinas. Y esto es malo porque, de nuevo, la mayor parte de la riqueza y el poder se concentra en muy pocos lugares. Una Europa unida debería intentar convertirse en un contrapeso. No hay ningún país europeo que por sí solo pueda competir con Google, Baidu, Tencent, Facebook...
Carlos Manuel Sánchez, entrevista a Yuval Noah Harari: "Las grandes corporaciones quieren 'hackear' a la humanidad", abc.es 14/11/2021
Fueron los grandes pesimistas los que no olvidaron esta condición irredenta: Jonathan Swift, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Heidegger, Wittgenstein. Esta tradición de la filosofía contemporánea hereda según Mulhall[1] el marco que establece el mito de la caída y con él una cierta modalidad de antihumanismo. Recuerda este autor uno de los aforismos más esclarecedores de Wittgenstein de la frontera que separó el humanismo de la concepción religiosa de la existencia: “Los hombres son religiosos no tanto en cuanto se creen muy imperfectos sino en cuanto se creen enfermos. Cualquier persona decente se considera sumamente imperfecta, pero el hombre religioso se considera miserable”[2]. Wittgenstein acierta en esta distinción entre imperfección y enfermedad, o entre la descripción negativa de lo que los humanos han hecho y la descripción desolada de lo que los humanos son. Esta frontera, la que separa la idea de daño de la de pecado. Son dos maneras de entender la imperfección. Desde la primera mirada, cabe la posibilidad de cambio, emancipación, perfeccionamiento y, como propone el humanismo cultural, autorrealización a través de la cultura que, a su vez, es una realización de la creatividad humana. Desde la segunda, el humano está en una condición irredenta, en el sentido de que su posible salvación, si la hay, vendrá de fuera. Y no es posible no recordar la entrevista a Heidegger en Der Spiegel: “Solo un dios podrá salvarnos”.
Fernando Broncano, El mito de la caidaE, El laberinto de la identidad 21/11/2021
(La) falacia mereológica constituye la base conceptual de lo que el filósofo Carlos Moya califica como un nuevo (y paradójico) “dualismo materialista”. Una vez superada la concepción dualista alma-cuerpo (al modo cartesiano), se tiende ahora a pensar en un cerebro independiente o aislado del cuerpo. Este último parece, en cierto modo, prescindible. Esto no se ajusta a la realidad: el cerebro es solo una parte del sistema nervioso, que a su vez es solo una parte del cuerpo. Dicho cuerpo, además, se enmarca en un contexto social (no es un “cerebro en una cubeta”) que afecta decisivamente al desarrollo y la historia vital del individuo.
El lector estará de acuerdo en que sus pies no caminan, sino que es usted quien camina empleando sus pies. De igual forma, no es su cerebro el que piensa, recuerda, odia o ama, sino que es usted quien hace todo esto utilizando su cerebro.
Podría pensarse que la comparación entre cerebro y pies no resulta adecuada, pues el cerebro, a diferencia de aquellos, goza de una gran capacidad de control sobre las demás partes del organismo. Sin embargo, no debe olvidarse que el cerebro depende, a su vez, de otros órganos para su subsistencia y funcionamiento, en especial (aunque no solo) del corazón.
De ningún modo el cerebro es independiente y gobernador del resto del cuerpo, como demuestra la dinámica de su desarrollo: no es hasta la vigesimotercera semana de vida prenatal cuando aparecen las primeras sinapsis en el embrión humano, y no es hasta pasados los veinte años cuando el cerebro termina de desarrollarse por completo. De hecho, el cerebro sigue cambiando hasta el día de nuestra muerte. Sencillamente, sin cuerpo no puede haber cerebro, tanto funcional como cronológicamente.
Hasta cierto punto, resulta comprensible que científicos o divulgadores formados en neurociencia tiendan a transmitir, consciente o inconscientemente, la falacia mereológica. Después de todo, su conocimiento especializado puede conducir a sobredimensionar la importancia de una parte de la realidad.
Por eso, y al igual que se ha normalizado el hecho de que una “ciencia de la parte”, como es la neurociencia, impregne decisivamente la comprensión de las ciencias sociales y las humanidades que estudian al ser humano en su conjunto, debería normalizarse también el camino complementario: que estas “ciencias del todo” contribuyan a un entendimiento más completo (y realista) del sistema nervioso.
Para lograrlo, la neurociencia debería ser más receptiva al estudio y el diálogo genuino con otras disciplinas (psicología, educación, comunicación, derecho, filosofía). La colaboración interdisciplinar podría, así, contribuir a frenar la proliferación de neuromitos y visiones reduccionistas de lo humano que entorpecen incluso el avance de la propia neurociencia. El rigor metodológico no debería asociarse a una falta de rigor argumentativo. Comunicar el cerebro, después de todo, no implica limitarse al cerebro.
José Manuel Muñoz y Javier Barnácer, Nuestro cerebro no piensa (y el de usted, tampoco), Cuaderno de Cultura Científica 04/11/2021
¿Qué se puede hacer contra las noticias falsas? En un momento en el
Realización :
Philippe Truffaut
Invitado :
Dorian Astor
Etienne Klein
Presentación :
Raphaël Enthoven
País :
Francia
Año :
2021
Las personas piensan que sus normas morales personales deben aplicarse a todo el mundo. Si uno tiene la convicción moral de que la circuncisión femenina está mal moralmente, seguramente considerará que está mal en todo el mundo y que es algo que no se debe hacer. Las personas experimentamos las actitudes que sostenemos con una convicción moral como absolutas, como normas universales verdaderas que otros deben compartir de manera que, como decía, proyectamos nuestras convicciones morales en los demás. Tal vez podemos llegar a comprender que hay diferencias de opinión en lo que consideramos imperativos morales, pero probablemente estamos convencidos de que si pudiéramos explicar a esas personas que piensan diferente “los hechos” acerca de ese asunto en el que hay desacuerdo, esas otras personas verían la luz y aceptarían nuestro punto de vista.
De la misma manera, las personas experimentan sus creencias morales como algo observable, como propiedades objetivas de las situaciones o como hechos acerca del mundo. Si le preguntáramos a una persona que considera que la circuncisión femenina está mal por qué está mal, probablemente se quedaría algo confundido y respondería: “Porque está mal”. Que está mal es algo evidente, tan claro como que dos más dos son cuatro.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
Las personas consideran que las convicciones morales representan algo diferente, o algo independiente, de las preocupaciones de cada uno por ser aceptado o respetado por las autoridades o los grupos. En otras palabras, los mandatos morales son autónomos, no heterónomos. En las convicciones morales las personas piensan que los deberes y derechos se siguen de los propósitos morales que subyacen a las normas de grupo, los procedimientos y los dictados de las autoridades. Es decir, no es algo que hacemos porque lo dicen las autoridades o nos lo imponen desde fuera. No es que las creencias morales sean anti-grupo o anti-autoridad, y sirven de hecho para unir al grupo, pero la fuente de legitimidad no es la autoridad o el grupo y no depende de ellos, es algo que está por encima de la autoridad incluso. La gente se centra más en sus ideales, en lo que se debe o no se debe hacer y esto está por encima incluso de las autoridades. Tanto es así que las personas piensan que los mandatos morales obligan incluso a Dios. En este estudio se llevan a cabo dos experimentos y la conclusión es que la gente piensa que ni siquiera Dios puede convertir hechos morales que se consideran malos en moralmente buenos. Curiosamente, la gente cree que Dios puede hacer cosas lógica y físicamente imposibles pero los hecho morales no puede cambiarlos.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
La intensidad de las emociones que las personas experimentan en relación a las convicciones morales es mucho más fuerte que la intensidad de las emociones asociadas a cualquier otra convicción. La indignación que sentimos ante las transgresiones morales no tiene nada que ver con la que sentimos ante violaciones de preferencias o de convenciones. Puede que sintamos también malestar o ira ante la violación de convenciones normativas pero la magnitud de la reacción afectiva es mucho menor. La satisfacción y orgullo de cumplir con las normas morales es asimismo mucho mayor que la de cumplir con convenciones o normas que no son morales. Este componente emocional está relacionado con la capacidad de motivación que tienen las convicciones morales.
Las convicciones morales mueven a la acción. Reconocer un hecho es independiente normalmente de cualquier fuerza motivacional. Si yo reconozco que las moléculas de agua están formadas por dos partes de hidrógeno y una de oxígeno eso no supone ningún mandato para la acción. Pero si yo creo que el aborto (o, alternativamente, interferir con la voluntad de una mujer de proseguir o no un embarazo) es algo que está mal moralmente, esto lleva incorporado una etiqueta del tipo “se debe” o “no se debe” hacer que motiva la conducta posterior. Y las convicciones morales proveen también una justificación para nuestras respuestas y nuestras acciones. Que algo está mal -que es malo moralmente, incluso monstruoso- es la justificación para nuestra posición y nuestra conducta. Así que las convicciones morales se experimentan como una combinación única de algo objetivo, verdadero, que impulsa a la acción y que justifica nuestras acciones.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
Una implicación de las características tratadas hasta ahora es que la tolerancia de diferentes puntos de vista no tiene cabida cuando hablamos de convicciones morales: lo bueno es bueno y lo malo es malo, punto. La gente no quiere trabajar, ni vivir cerca ni siquiera comprar en una tienda de alguien que sabe que no comparte sus convicciones morales. Las personas mantienen una distancia física mayor con aquellos que no comparten sus convicciones morales e incluso los discriminan si tienen la oportunidad. Las convicciones morales se asocian con intolerancia.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
Este punto es una derivación del de la autonomía tratado más arriba pero conviene remarcarlo por separado. Cuando las personas tienen una certeza moral, juzgan incluso a las autoridades según su concepto de bien y mal y deciden si el sistema está bien o si está roto y no funciona como debiera. Es decir, la gente se guía por sus principios morales y si considera que las autoridades no los siguen, se pueden sentir liberados de su obligación de obedecerlas. Recordad que hemos comentado que ni Dios puede saltarse las normas morales así que de ahí para abajo ninguna otra autoridad puede tener legitimidad si se salta los mandatos morales. Pero no se nos escapa la trascendencia de lo que estamos estamos tratando, estamos hablando de la posibilidad de no cumplir leyes o normas promulgadas por esas autoridades con el riesgo de violencia y conflicto social que ello implica. Hay investigaciones que cita Skitka donde se observa que las personas rechazan a las autoridades y el gobierno de la ley cuando perciben que violan sus convicciones morales.
Sabemos que las personas son influenciables y tienden a mostrar conformidad con la opinión mayoritaria. Son famosos los experimentos de Asch o de Cialdini acerca del conformismo y de la influencia social donde se observa que la gente se deja llevar por la opinión de la mayoría. Pero cuando las personas tienen fuertes convicciones morales, no se dejan influenciar por los que las tienen diferentes y -como hemos visto- se distancian, se resisten a esas otras visiones y hasta se oponen. La gente mantiene sus puntos de vista y sus convicciones morales a pesar de las presiones para ceder y seguir a la mayoría y lo hace, como decimos, a pesar de que la presión provenga de las autoridades y las leyes.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
Diversos estudios han corroborado que si las personas tienen convicciones morales es más probable que voten y que participen y se impliquen activamente en la vida política, en buena medida porque viven como una obligación hacer algo al respecto del problema moral que perciben. Es más probable que la gente participe en manifestaciones, boicots a productos o que incluso sacrifique sus propios intereses para cumplir con lo que ordenan sus mandatos morales. Las convicciones morales motivan a las personas a votar o a implicarse en actividades políticas incluso cuando estas conductas pueden ser costosas para ellas. Parece que aportan a la gente el coraje y la motivación necesaria para implicarse en la creación de un mundo mejor. Por otro lado, las convicciones morales no admiten ser votadas y resueltas por mayoría, lo que entra en conflicto con las reglas del juego democrático. Por ello es letal para la convivencia moralizar las opiniones políticas.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
Cuando las personas tienen fuertes convicciones morales ponen los fines por encima de los medios para conseguirlos -su foco principal son los fines- y están dispuestas a aceptar cualquier medio que conduzca al resultado deseado, incluida la mentira y la violencia. El fin justifica los medios. Lo importante es que la autoridades tomen la decisión “buena” y eso es más importante que el camino por el que se llega a esa decisión. La moralidad es imperativa, la justicia es normativa y negociable. Por lo tanto, cuando la justicia y la moralidad entran en conflicto, no hay ninguna duda: las personas perciben las convicciones morales como universales psicológicos y verdades objetivas. La moralidad bate a la justicia. Por ejemplo, si una persona cree que un acusado es culpable y merece el castigo, está mas dispuesta a saltarse las garantías procesales y los procedimientos que garanticen un juicio justo y la presunción de inocencia.
Pablo Malo, La Psicología de las Convicciones morales, hyperbole.es 01/2021
El hecho de que lo posible se dirija a todos, más allá de una condición identitaria, lo que presupone es la igualdad. Aquí se vinculan universalismo e igualdad. Si la proposición universal se dirige virtualmente a todos sin condiciones, presupone que las identidades no implican forzosamente una desigualdad. Todos somos iguales ante una proposición universal.
… el universalismo auténtico que estamos tratando de definir aquí, no el universalismo formal por supuesto, el universalismo (que) anuncia una posibilidad nueva que vale para todos, es por naturaleza subversivo puesto que es igualitario. Es igualitario con respecto a las naciones, a la cuestión del saber, a los papeles sexuales, a la distribución de las formas, etc.
El mundo está estructurado por desigualdades, a menudo terribles, desigualdades de hecho. Y, sin embargo, todo universalismo exige la igualdad en el orden propio al que corresponde cada proposición. El universalismo no está dado en el mundo: es un acontecimiento. En cierto sentido, siempre es algo que se propone contra el mundo, regido normalmente por códigos desigualitarios. Por eso, tenemo una lucha, una contradicción y un conflicto entre el surgimiento de nuevas posibilidades universales dirigidas a todos y el mundo tal y como es.
Hay una idea fundamental, desarrollada por mi amigo y compañero Jacques Rancière en su obra filosófica y teórica, que dice que en el interior de una proposición universal se está obligado a plantear la igualdad como un axioma y no como un programa: hay igualdad”. Claro que hay desigualdades, pero la subjetividad se constituye en la afirmación del derecho absoluto de la igualdad. La igualdad es un principio, no un resultado. La proposición universal afirmala igualdad, aún constatando la desigualdad. Y cuando se constata la desigualdad, se constata como algo patológico, una inversión de la situación normal. Hay que considerar que el estado normal de las cosas es la igualdad, lo que hay en un principio es la igualdad. Y si no hay igualdad, se trata de algo anormal. Para quien trabaja en el interior de una proposición universal, la igualdad es la ley del mundo. (…) Esta es una ley general. Se va desde la igualdad a la desigualdad, nunca en sentido inverso. Se deba examinar a la desigualdad a la luz de la igualdad, de que lo que debe haber en una situación normal es la igualdad.
(Si la igualdad es la situación normal), la desigualdad es una situación patológica y como tal hay que tratarla: examinar las causas, los síntomas, aportar un diagnóstico y un remedio. Como si fuera una enfermedad del cuerpo colectivo. Un terrible virus que mina el cuerpo de la colectividad y que hay que erradicar para que la igualdad funcione absolutamente como principio en las relaciones personales y entre las distintas colectividades humanas.
Hay gente que está a favor de la igualdad y gente que está en contra, pero no es ésa la situación, se trata de algo más complejo. El problema no es saber si se está a favor o en contra, sino cómo se aborda el tema: ¿consideramos la igualdad como un principio que nos dice lo que es una sociedad normal o lo consideramos como un objetivo más o menos ilusorio y lejano al que quizá dentro de un millón de años podemos acercarnos mediante mil pequeños esfuerzos reformistas?
Alain Badiou, La potencia de lo abierto: Universalismo, diferencia e igualdad, Archipiélago 73-74, páginas 21-34, diciembre 2006
… la idea de que el surgimiento de lo universal significa que para romper el equilibrio conservador se necesita un acontecimiento. Algo tiene que ocurrir, algo que afecta a la colectividad, algo que remueve la identidad. No se rompe el equilibrio conservador a voluntad. No, ocurre algo, en condiciones históricas generalmente complicadas, que fragiliza y trastorna el conservadurismo. Siempre en torno a un acontecimiento, a algo que ocurre, no sólo que se piensa. Así se constituye la posibilidad de esta universalidad.
Afirmamos que hay algo universal en la identidad, más allá de la identidad, cuando el elemento creador prevalece sobre el elemento conservador. Y para ello es necesario un acontecimiento: no se trata de algo que sea fruto de una evolución natural, sino de una ruptura. La postura conservadora, ordinaria, normal y banal, es la dominante porque en el fondo todos queremos durar, continuar y conservar lo que tenemos, por eso los períodos conservadores son hegemónicos de manera incontestable en la historia. Para dar la vuelta y romper el consenso conservador hace falta un acontecimiento. Sólo así el elemento creador predomina.
Alain Badiou, La potencia de lo abierto: Universalismo, diferencia e igualdad, Archipiélago 73-74, páginas 21-34, diciembre 2006
Alain Badiou, La potencia de lo abierto: Universalismo, diferencia e igualdad, Archipiélago 73-74, páginas 21-34, diciembre 2006
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Se puede decir que la identidad es un conjunto de rasgos, o características si se quiere, por los cuales un individuo o un grupo se reconoce o se identifica con él mismo. (…) Pero, ¿qué es ese sí mismo? (…) La identidad es aquello que se reconoce como el sí mismo pero el sí mismo no es más que la identidad.
Hay que precisar: se puede decir que el sí mismo, para un individuo o un grupo, es lo que no varía, lo que permite reconocerse en el tiempo, lo que permite afirmar que hay una duración de esta identidad, que no es algo que aparece y desaparece, sino que tiene cierta solidez, consistencia, estabilidad. Por tanto, una identidad es el conjunto de rasgos que permiten a un individuo o un grupo reconocerse como sí mismo, algo que no varí, aunque esto nunca es absoluto.
Para un artista o un escritor, se puede hablar de cierta invariabilidad de su estilo. El estilo es precisamente el nombre que utilizamos para designar lo que siempre es reconocible de un autor (…)
Si aceptamos lo anterior, podemos ver que la identidad, es decir, la invariabilidad, en realidad está doblemente referida a la diferencia. Por un lado, lo que es invariable (…) es lo que no se hace diferente (…), lo que más o menos permanece en el tiempo (identidad dinámica). Por otro lado, lo que es invariable es diferente al resto (…) Ahí podemos hablar de diferencia estática.
La dialéctica filosófica que hay detrás es la de lo Mismo y lo otro, como lo vio muy tempranamente Platón, en el comienzo de la filosofía, cuando comprendió que se podía pensar esta cuestión de la identidad y la universalidad a través de la dialéctica de lo Mismo y lo Otro.
El derecho a la diferencia es fundamentalmente un derecho a la identidad, un derecho a seguir siendo lo que se es, a desarrollar la propia identidad y no verse obligado a convertirse en algo diferente de lo que se es.
Identidad dinámica: la identidad no es algo cerrado, pero yo puedo reivindicar el derecho a cambiar, a producir o crear en el interior de esa identidad. (…) … eres algo, pero tienes que convertirte en ello: la identidad no es asunto de repetición, sino también constituyente. (…) Puedo crear un poema nunca visto, pero en el interior de una identidad.
Diferencia estática: tengo derecho a afirmar que no soy el otro. Un derecho negativo a marcar mi diferencia con respecto al otro.
Por tanto, en esta cuestión de la identidad hay un empleo doble de la diferencia, muy claro: uno dinámico y otro estático. Pero también un empleo afirmativo o negativo.
El uso afirmativo es en el que (la identidad) se muestra en su propia potencia. (La identidad) posee una potencia propia -de creación, de producción- y tiene derecho a mostrarse en su potencia propia.
El uso negativo es en el que (la identidad) prohíbe la corrupción que viene del contacto con el otro.
Una identidad es siempre una mezcla de ambas cosas, creación y purificación.
La creación significa afirmar la potencia de sí mismo y la purificación significa separar a sí mismo con el otro, de la corrupción que proviene de la contaminación con el otro.
Por tanto, ¿qué es un conservador? Alguien que subordina la creación a la purificación, alguien para quien lo más importante es conservar la identidad. Y se conserva la identidad separándola contantemente del otro, aunque no se cree nada nuevo, eso es secundario. Lo importante es conservar la identidad.
Alain Badiou, La potencia de lo abierto: Universalismo, diferencia e igualdad, Archipiélago 73-74, páginas 21-34, diciembre 2006
En el año 1913, John B. Watson presenta en la Universidad de Columbia “La psicología tal como la ve el conductista”, conocido más tarde como el manifiesto conductista. En él, Watson expone una serie de ideas que consolidan y unifican las diferentes propuestas conductistas que se venían haciendo en los años precedentes, entre ellos los famosos experimentos de Pavlov.
Watson consideraba que la psicología era una ciencia natural cuyo principal objetivo debía ser la predicción y el control de la conducta. Inspirándose en otros grandes estudiosos como Wuntz o Darwin, Watson consideró que la mente debía ser ‘naturalizada’ negando su vertiente metafísica y dejando fuera conceptos como la conciencia o el alma: los sentimientos, las emociones o los recuerdos eran distintas formas de conducta y podían ser estudiados a través de “conductas aprendidas observables”.
Tal y como lo definió años después Jacob Robert Kantor, psicólogo naturalista, el conductismo renuncia a las doctrinas del alma, la mente o la conciencia para centrarse en “el estudio de los organismos en interacción con sus ambientes”. Y Watson tenía un plan para estudiar ‘un organismo en interacción con un ambiente’: un bebé de 8 meses llamado Albert.Pablo Malo, Morir por un dólar: ¿por qué a los seres humanos nos vuelve locos el estatus?, El Confidencial 24/10/2021
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La revolución industrial impone otra noción del tiempo, cuantificando de forma precisa los 1.440 minutos de cada día. Se generaliza el reloj de bolsillo y ese pequeño instrumento mecánico comienza a controlar la vida, marcando el comienzo y el fin de la jornada laboral.
Con la globalización, se han extendido las modalidades de trabajo nocturno en empresas de producción y logística, ajustando las cadenas de producción y circulación al just-in-time. “El tiempo es oro”: siempre que sea productivo para el capitalista. Antes que Marx, los economicistas clásicos ya habían explicado que el tiempo de trabajo era la medida del valor de las mercancías. Marx develó que los capitalistas se apropian de una gran masa de tiempo de trabajo excedente, muy por encima de lo que pagan a sus trabajadores mediante un salario. En ese robo se va la vida. Por eso, desde que existe el capitalismo, se ha desplegado una batalla por el tiempo de trabajo.
En el último siglo, la productividad del trabajo ha aumentado varias veces en los países más ricos, pero la jornada laboral se mantiene sin modificaciones. O peor, con las reformas laborales neoliberales, las patronales disponen del tiempo de trabajo como prefieren, mediante horarios flexibles, horas extras que ni siquiera se pagan, etc. Con el teletrabajo, la esfera laboral ha colonizado aún más el espacio de la “vida”, dejando muy poco tiempo libre, aumentando el estrés y la ansiedad. Marx escribió en los Grundrisse que, si bien el capital tiende a crear tiempo disponible, “lo convierte en plustrabajo”. Es decir, que los avances tecnológicos permitirían hoy reducir la jornada a unas pocas horas diarias, pero en vez de liberar a los trabajadores de la carga del trabajo, el capital los ata con cadenas más pesadas.
Josefina L. Martínez, Ganar la batalla por el tiempo, revolucionar la vida, ctxt 22/10/2021