La experiencia era un concepto central en la filosofía empirista y en las kantiana y hegeliana en tanto que base fundamental y fundamentante de la relación con el mundo y por ello de la constitución de la subjetividad. Las sospechas vinieron de múltiples frentes en el siglo pasado. Así, en la filosofía de la ciencia se argumentó sobre la “carga teórica” de la observación, para indicar que no hay observación o experiencia puras sin marcos teóricos en los que se interpreten los datos sensoriales; el giro lingüístico, que formó el núcleo básico de la forma anglosajona del posmodernismo, abogó también por la inutilidad de lo experiencial que no es expresado en un lenguaje público (como son todos los lenguajes); por último, el posestructuralismo, Foucault particularmente, y otras formas de constructivismo argumentaron sobre la construcción social del discurso, y por ello de la forma en que se expresa la experiencia. Todas estas críticas son básicamente correctas, pero llevaban a callejones sin salida cuando se trataban cuestiones de agencia, responsabilidad y normatividad. Fue sobre todo el feminismo filosófico el que notó lo peligroso de estas derivas que llevaban a dejar sin recursos argumentativos a quienes querían llevar al debate público y jurídico cuestiones como la violencia contra la mujer. Los estudios de raza llegaron a conclusiones muy parecidas al tratar de elaborar las contramemorias de quienes sufrieron esclavitud y marginación sistemáticas o padecen discriminación y violencia policial por razones de raza. Todas las críticas posmodernistas y posestructuralistas parecían llevar a un socavamiento de cualquier pretensión de estar hablando realmente de experiencia de algo cuando se hablaba de esas experiencias, regalando a los grupos dominantes y responsables el concluir que solo eran construcciones sociales, por más que fuesen producto de las conciencias colectivas producidas por los movimientos sociales respectivos.
Todas los relatos hablan también de la indefensión de la víctima al sentir que nadie la protege, que la sociedad que tendría que hacerlo no está y esta ausencia la convierte también en parte implicada en el daño. Esta presencia es mucho más notoria cuando las víctimas no son escuchadas o se siembra la duda y la sospecha sobre su testimonio, produciéndose lo que se ha llamado una “segunda violación” o segunda tortura cuando estos casos son tratados por los medios de comunicación o malatendidos por las autoridades que tienen que investigarlos.
La experiencia es densa porque depende del lenguaje y, a su vez, el lenguaje constituido por discursos, se relaciona con las prácticas donde nacen estos discursos y, desgraciadamente, tantas veces, por la falta de espacios de elaboración de estos discursos en fraternidades epistémicas que cooperen en la formación y reconstitución de subjetividades dañadas. Lo es también porque involucra el cuerpo, las emociones, la capacidad reflexiva y de auto-poiesis y autoformación. Y lo es, sobre todo, porque las experiencias no son meros constructos lingüísticos sino formas de estar en la realidad y de sufrirla o disfrutarla, porque son experiencias de algo.
Fernando Broncano, La densidad de la experiencia, El laberinto de la identidad 13/12/2020
La consciència és l’estat de la ment que ens permet adonar-nos de les coses que passen al nostre voltant i dins de nosaltres mateixos. Tots els animals amb cervell tenen un cert grau de consciència. Se sap que sorgeix de la interacció dinàmica de moltes xarxes neuronals, com les implicades en els sentits, la memòria o les emocions, i que hi ha tres zones del cervell que li són imprescindibles: el tronc encefàlic, responsable de mantenir el cervell actiu; el tàlem, que és el centre de l’atenció i marca el llindar entre les experiències conscients i les preconscients, i dues zones de l’escorça cerebral implicades en l’anticipació i la planificació. Ara bé, encara no se sap com la interacció dinàmica d’aquestes zones ens permet ser conscients del nostre entorn per relacionar-nos-hi de manera autodirigida.
L’autoconsciència és el procés cognitiu que ens permet ser conscients que som conscients, la qual cosa permet que puguem interpretar el món de manera reflexiva. Curiosament, és l’única característica mental que no perdem mai. S’han estudiat molts casos de persones que, a causa d’un traumatisme, un accident vascular, una operació quirúrgica o una malaltia neurodegenerativa han patit la pèrdua d’alguna característica cognitiva, segons la zona del cervell afectada. No obstant això, mai s’ha trobat cap cas en què una persona hagi perdut la capacitat de percebre’s com a subjecte individual diferenciat de la resta. Hi ha diverses àrees cerebrals implicades, totes necessàries però cap suficient per ella mateixa, de manera que aquesta facultat resideix en les connexions dinàmiques, passatgeres i fluctuants que s’hi estableixen. I és just aquí on resideix el misteri. Si l’activitat és dinàmica, fluctuant i passatgera i, per tant, aparentment làbil, per què mai no deixem de ser conscients de la nostra pròpia existència?
David Bueno, 10 coses que encara no sabem del cervell, ara.cat 12/12/2020
En general, el cervell interpreta la realitat mitjançant la comparació. Per això un cercle envoltat de cercles grans sembla més petit que el mateix cercle envoltat de cercles petits. Tot plegat fa que es parli de dos grans tipus d’il·lusions. El primer tipus d’il·lusions són les fisiològiques, associades a una estimulació excessiva dels ulls o el cervell, cosa que crea un desequilibri que altera la percepció. Les causes més habituals són la disposició de les imatges, l’efecte dels colors, l’impacte de la llum, distorsions de la grandària, la forma o la longitud de la imatge o canvis en la perifèria d’un objecte. L’estimulació repetitiva, la lluminositat, inclinació i color i el cansament de la retina són els principals factors.
Les segones, les cognitives, es produeixen quan la realitat interactua amb preconcepcions errònies sobre el món fixades d’alguna manera al cervell. La conseqüència és una interpretació errònia de la realitat. N’hi ha de paradoxals, quan el cervell ens retorna imatges impossibles; distorsionades, degudes a errors de percepció sovint causats per una mala interpretació d’una figura geomètrica; ambigües, quan el cervell opta per una interpretació de la imatge d’entre diverses de possibles; i fictícies o al·lucinatòries, quan no es confon la imatge sinó que es veu però simplement no existeix. Aquestes últimes solen coincidir amb trastorns mentals.
Xavier Pujol Gebellí, Quan la vista i el cervell ens enganyen, ara.cat 12/12/2020
Las pandemias de antaño podían ser consideradas como castigos divinos, así como la enfermedad en general durante largo tiempo fue exógena al cuerpo social. Hoy, la mayor parte de las enfermedades es endógena, producida por nuestras condiciones de vida, de alimentación y de intoxicación. Lo que era divino se ha vuelto humano, demasiado humano, como dice Nietzsche. La modernidad estuvo largo tiempo bajo el signo de la frase de Pascal: “el hombre supera infinitamente al hombre”. Pero se supera “demasiado” —es decir, sin elevarse ya a lo divino pascaliano—, así que no se supera en absoluto. Más bien se enreda en una humanidad superada por los acontecimientos y las situaciones que produjo.
Ahora bien, el virus atestigua la ausencia de lo divino, puesto que conocemos su complexión biológica. Descubrimos incluso hasta qué punto lo viviente es más complejo y menos comprensible de como lo representábamos. Hasta qué punto también el ejercicio del poder político —el de un pueblo, el de una supuesta “comunidad”, por ejemplo “europea”, o el de regímenes violentos— es otra forma de complejidad también ella menos comprensible de lo que parece. Comprendemos mejor hasta qué punto el término “biopolítica” es irrisorio en estas condiciones: la vida y la política nos desafían juntos. Nuestro saber científico nos expone a no ser tributarios más que de nuestro propio poder técnico, pero no hay tecnicidad lisa y llana, porque el saber mismo implica sus incertidumbres (basta con leer los estudios que se publican). Como el poder técnico no es unívoco, cuánto menos puede serlo un poder político que supuestamente responde a la vez a datos objetivos y a expectativas legítimas.
Por supuesto, de todos modos es una objetividad presunta la que debe guiar las decisiones. Si esa objetividad es la del “confinamiento” o del “distanciamiento”, ¿hasta qué grado de autoridad hay que ir para hacerla respetar? Y por supuesto, en sentido inverso, ¿dónde comienza la arbitrariedad interesada de un gobierno que quiere —no es más que un ejemplo entre muchos otros— preservar unos Juegos Olímpicos de los que espera diversos beneficios, expectativa compartida por muchas empresas y representantes de los cuales el gobierno es en parte el instrumento? ¿O bien el de un gobierno que aprovecha la ocasión para avivar un nacionalismo?
La lupa viral aumenta los rasgos de nuestras contradicciones y nuestros límites. Es un principio de realidad que golpea la puerta del principio de placer. La muerte lo acompaña. Ella que habíamos exportado con las guerras, las hambrunas y las devastaciones, ella que pensábamos confinada a algunos otros virus y a los cánceres (estos últimos en expansión casi viral), de pronto nos acecha en la esquina. ¡Vaya! Somos humanos, bípedos sin plumas dotados de lenguaje, pero con seguridad ni sobrehumanos ni transhumanos. ¿Demasiado humanos? O bien, ¿no habrá que comprender que jamás se lo puede ser?
Por cierto, y por si alguien lo duda: el pensamiento crítico no puede ser competencia específica de ninguna otra ciencia más que de la filosofía. La razón es que ninguna ciencia particular puede someter a crítica al mundo, al conocimiento o a los valores sin suponer un enorme punto ciego (el de su propia concepción de la realidad, de la verdad, y de lo que es –al menos, científicamente– valioso). Solo la filosofía admite (y transmite) una práctica íntegra del «pensamiento crítico», pues únicamente ella presume de actuar sin ningún presupuesto (ontológico, epistémico, axiológico) que no sea, a la vez, puesto permanentemente en duda.
Abandonar a los niños frente a la tele o el móvil y no darles, también desde el principio, y a su nivel, las herramientas críticas para defenderse de ese tsunami (des)informativo, es una irresponsabilidad gravísima. ¿Quieren algo mejor –e infinitamente más efectivo– que el control parental, las prohibiciones o la censura de lo que el Estado o las compañías entiendan como «nocivo» o «falso»? Enseñen a los niños a pensar de forma crítica, o lo que es lo mismo –pero mejor–: enséñenles a filosofar.
Víctor Bermúdez, ¿Qué es pensamiento crítico?, El Periódico de Extremadura 20/03/2019
Con ocasión de la pandemia los gobiernos democráticos han recibido una doble recriminación en sentidos contrapuestos: porque son demasiado fuertes o porque son demasiado débiles.
Las situaciones de excepción no suspenden la democracia, tampoco su dimensión deliberativa y polémica. El pluralismo sigue intacto y el normal desacuerdo social continúa existiendo aunque su expresión deba estar condicionada a facilitar el objetivo prioritario de la urgencia sanitaria. La democracia, incluso en momentos de alarma, necesita contradicción y exige justificaciones. Las situaciones de alarma no suspenden el pluralismo sino tan solo su dimensión competitiva.
Por otro lado, los regímenes autoritarios, al reprimir esa crítica, se privan de los beneficios de la libre circulación de la información y de la institucionalización del desacuerdo. La ausencia de libertad de expresión y los obstáculos a la circulación de información están en el origen de muchos errores políticos que, además, tienen una más difícil solución en los sistemas políticos autoritarios que en las democracias liberales. Tenemos un ejemplo negativo en la gestión que China hizo de la crisis sanitaria: las disfunciones inherentes al sistema no permitieron a la información circular eficazmente entre las escalas administrativas locales y el poder central. Esta es la razón de que las medidas contra la epidemia se hayan revelado caóticas y contraproductivas, especialmente cuando la policía de Wuhan prefirió arrestar y reprimir a los médicos que habían lanzado las alertas antes que escucharlas advertencias y prevenirse contra el riesgo epidémico.
El verdadero poder de las democracias frente al señuelo autoritario consiste en su capacidad de proteger la crítica y el desacuerdo, estimular el contraste y las alternativas. La inteligencia de la democracia (Lindblom) es el resultado de una larga experiencia que nos ha llevado a los humanos a que la aspiración de que las sociedades sean gobernadas con eficacia esté compensada por una limitada confianza hacia los que gobiernan y por la posibilidad, siempre abierta, de que haya otros que lo puedan hacer de otra manera.Las teorías de la Camarilla Mundial (Teorías de la Conspiración) arguyen que debajo de un sinnúmero de sucesos que vemos en la superficie del mundo un solo grupo siniestro está al acecho. La identidad de este grupo puede cambiar: algunos creen que el mundo lo dirigen en secreto los masones, las brujas o los satanistas; otros creen que son extraterrestres, reptilianos o varias otras pandillas.
No obstante, la estructura básica sigue siendo la misma: el grupo controla casi todo lo que ocurre, y al mismo tiempo oculta ese control.
Las teorías de la Camarilla Mundial se deleitan en particular con la unión de los opuestos. Por lo tanto, la teoría conspirativa nazi decía que, en la superficie, el comunismo y el capitalismo lucen como enemigos irreconciliables, ¿no? ¡Error! ¡Eso es precisamente lo que la camarilla judía quiere que pienses! Y tal vez creas que las familias Bush y Clinton son enemigos jurados, pero solo están aparentando: a puerta cerrada, todos van a las mismas fiestas del vecindario.
A partir de estas premisas, surge una hipótesis. Los sucesos en las noticias son una cortina de humo diseñada con astucia para engañarnos, y los líderes famosos que distraen nuestra atención son meros títeres a merced de los verdaderos gobernantes.
Las teorías de la Camarilla Mundial son capaces de atraer a grandes grupos de seguidores en parte porque ofrecen una sola explicación sin rodeos para una infinidad de procesos complicados. Las guerras, las revoluciones, las crisis y las pandemias todo el tiempo sacuden nuestras vidas. No obstante, si creo en algún tipo de teoría de la Camarilla Mundial, disfruto la tranquilidad de sentir que entiendo todo.
¿La guerra en Siria? No tengo que estudiar historia del Medio Oriente para comprender qué sucede allá. Es parte de la gran conspiración. ¿El desarrollo de la tecnología 5G? No tengo que investigar nada sobre la física de las ondas de radio. Es la conspiración. ¿La pandemia de la Covid-19? No tiene nada que ver con los ecosistemas, los murciélagos y los virus. Sin duda es parte de la conspiración.
La llave maestra de la teoría de la Camarilla Mundial abre todos los misterios del mundo y me ofrece una entrada a un círculo exclusivo: el grupo de personas que entienden. Nos hace más inteligentes y sabios que la persona promedio e incluso me eleva por encima de la élite intelectual y la clase gobernante: los profesores, los periodistas, los políticos. Veo lo que ellos omiten… o lo que intentan ocultar.
Las teorías de la Camarilla Mundial cometen el mismo error básico: suponen que la historia es muy sencilla. La premisa clave de las teorías de la Camarilla Mundial es que es relativamente fácil manipular el mundo. Un pequeño grupo de gente puede comprender, predecir y controlar todo, desde las guerras y las revoluciones tecnológicas hasta las pandemias.
Este grupo tiene una capacidad particularmente extraordinaria para prever los siguientes diez movimientos en el tablero del mundo. Cuando suelta un virus en algún lugar, no solo puede predecir cómo se propagará por el mundo, sino también cómo afectará la economía global un año después. Cuando desata una revolución política, puede controlar su curso. Cuando empieza una guerra, sabe cómo terminará.
Sin embargo, no cabe duda de que el mundo es mucho más complicado. Por ejemplo, consideremos la invasión estadounidense a Irak. En 2003, la única superpotencia del mundo invadió un país de tamaño mediano en el Medio Oriente, bajo el argumento de que quería eliminar las armas de destrucción masiva del país y terminar con el régimen de Sadam Husein. Hubo quienes sospecharon que tampoco le habría importado aprovechar la oportunidad para obtener hegemonía sobre la región y dominar los vitales yacimientos petroleros de Irak. En busca de estos objetivos, Estados Unidos desplegó el mejor ejército del mundo y gastó billones de dólares.
Si nos adelantamos unos años, ¿cuáles fueron los resultados de este esfuerzo tremendo? Una completa debacle. No había armas de destrucción masiva y el país quedó hundido en el caos. En realidad, el gran ganador de la guerra fue Irán, pues se convirtió en la potencia dominante de la región.
Entonces, ¿deberíamos llegar a la conclusión de que George W. Bush y Donald Rumsfeld en realidad eran espías iraníes encubiertos a cargo de ejecutar una ingeniosa conspiración diabólica que ideó Irán? Para nada. Más bien, la conclusión es que es increíblemente difícil predecir y controlar los asuntos humanos.
No es necesario invadir un país del Medio Oriente para aprender esta lección. Si has estado en una junta escolar o un consejo local, o tan solo has intentado organizar una fiesta sorpresa para el cumpleaños de tu mamá, es probable que sepas cuán difícil es controlar a los humanos. Haces un plan y te sale el tiro por la culata. Intentas guardar un secreto y al día siguiente todo el mundo está hablando de él. Confabulas con un amigo de confianza y en el momento crucial te acuchilla por la espalda.
Las teorías de la Camarilla Mundial nos piden que creamos que, aunque es muy difícil predecir y controlar las acciones de mil o siquiera cien humanos, es sorprendentemente fácil tratar como títeres a 8000 millones.
A veces una corporación, un partido político o un dictador logran reunir una parte significativa de todo el poder del mundo en sus manos. No obstante, cuando sucede algo así, es casi imposible mantenerlo en secreto. Un gran poder conlleva una gran publicidad.
De hecho, en muchos casos una gran publicidad es un prerrequisito para obtener un gran poder. Por ejemplo, Lenin nunca habría obtenido poder en Rusia evitando la mirada del público. Y al principio, Stalin prefería las maquinaciones a puerta cerrada pero, para cuando monopolizó el poder en la Unión Soviética, su retrato colgaba en cada oficina, escuela y hogar desde el Báltico hasta el Pacífico. El poder de Stalin dependía de este culto a la personalidad. La idea de que Lenin y Stalin eran solo una fachada para los verdaderos gobernantes que estaban tras bambalinas contradice toda la evidencia histórica.
Percatarte de que no hay una sola camarilla que puede controlar en secreto a todo el mundo no solo es correcto, sino que también te empodera, pues quiere decir que puedes identificar las facciones que compiten en nuestro mundo, y aliarte con algunos grupos en contra de otros. De eso se trata la política verdadera.
Yuval Noah Harari, Cuando el mundo parece una gran conspiración, La Vanguardia 07/12/2020
Frans de Waal habla del círculo de la moralidad de la siguiente manera (aunque en realidad prefiere la imagen de una pirámide flotante como vamos a ver). Afirma que la moralidad surgió evolutivamente para tratar primero con la propia comunidad, después con otros grupos; más tarde, con los humanos en general y finalmente, ha englobado a los animales no humanos. Al decir de De Waal, el círculo de la moralidad se extiende más y más solo si está garantizada la salud y la supervivencia de los niveles y círculos más internos. Cuando los recursos se reducen, el círculo se encoge y las conductas morales se pliegan hacia lo más íntimo, algo que está en consonancia con la afirmación de Peter Singer de que un aumento de la riqueza entraña un aumento de las obligaciones para con los necesitados.
Daniel Innerarity, El poder democràtico, El País 03/12/2020
Ninguna de las figuras de esta imagen se mueve de su sitio: las escaleras no suben, y los hombrecitos ni saltan ni caen, como se puede comprobar si tapamos parte con los dedos. El último monigote de la derecha sí mueve las piernas y los brazos, pero está parado en el mismo punto, sin desplazarse por la pantalla.
Cuando vemos transiciones de luz clara a luz oscura (o al revés), las interpretamos como movimiento.
Esta ilusión te hace ver movimiento donde solo hay cambio de color, Verne, El País 24/11/2020
El mundo sufre un choque de demanda. La gente no puede darse el lujo de comprar mucho y, además, teme por sus deudas e ingresos, por lo que restringe sus gastos. Esto conduce al desempleo y al crecimiento del precariado. Un ingreso básico estimularía la demanda de bienes y servicios básicos.
La renta básica universal es una política de transformación. Y creo que este es un momento en el que podríamos tenerla de forma global. Podría ser una forma de salvar o transformar al capitalismo. Retendría algunas de las características beneficiosas de la economía de mercado.
Ninguna política por sí sola puede eliminar la pobreza. Sin embargo, una renta básica actuaría para disminuir la pobreza de ingresos y, si se diseña adecuadamente, reduciría la desigualdad.
Una renta básica mejoraría la libertad personal. No puedes ser libre si eres desesperadamente pobre, inseguro o dependiente de otros para sobrevivir con dignidad. Y da seguridad. Sin eso, la inteligencia de las personas disminuye y su capacidad para tomar decisiones racionales se deteriora. Daría resistencia personal en una pandemia.
Las personas que tienen seguridad básica trabajan más, no menos. Pero en cualquier caso, la pandemia nos está mostrando que algunos de los trabajos más valiosos son aquellos por los que no se paga, como el trabajo de cuidados. Un ingreso básico permitiría a más personas realizar ese trabajo. ¿Qué hay de malo con eso?
Óscar Granados, entrevista a Guy Standing: "No puedes ser libre si eres pobre", El País 22/11/2020
¿Cuál sería, pues, la especificidad de este acto de transmisión del saber? La especificidad radica, de entrada, en el hecho de admitir – es decir, una consideración ética – que uno no es maestro de un alumno si no es reconocido como tal para este. Inversión, pues, de la aproximación actual donde el profesorado como colectivo es instituido de entrada como trabajador con una función a ejecutar. Esto es válido desde un prisma legal, pero no desde la pedagogía. ¿Cómo se produce, entonces, este proceso de reconocimiento por parte de cada alumno y que se reconoce en el maestro? La respuesta no es ni unívoca ni con pretensión de universalidad: encontrar en el discurso que encarna el docente un saber que le concierne, que impacta en su subjetividad, la que se encuentra en un momento de desestabilización profunda fruto de la salida del periodo de latencia sexual analizado por el psicoanalista vienés Sigmund Freud (1856-1939), al tiempo que se produce toda una resignificación y caída de los ideales familiares transmitidos a lo largo de la infancia . En medio de esta sacudida subjetiva, ¿qué saber puede encarnar el docente en el acto de transmisión dentro del aula? Un saber que haga pregunta, que plantee un enigma que anime, precisamente, la dimensión del sujeto que, tal como ya apuntó el filósofo GWF Hegel (1770-1831) y Lacan teorizó con todo detalle, es siempre insatisfecho por estructura: el deseo.
Tal como se puede apreciar, estoy planteando una paradoja: el docente puede encarnar, en su acto de transmisión de un saber, algo que despierte la atención del motor subjetivo que empuja hacia la vida, el cual, sin embargo, se ve siempre insatisfecho. ¿Por qué? La respuesta, a nivel sintético, es simple: si el deseo encontrara un objeto final que el saciado, se autodestruye, viéndose aniquilado por esta satisfacción que no permitiría continuar con su recorrido. Así pues, ningún docente no tiene ninguna garantía previa de poder encarnar este saber, elemento para el que hay un paso lógico y temporal previo: situar al alumnado en la pregunta, no en la certeza ni en la pura afirmación. He aquí el papel de la mayéutica socrática: a través de la pregunta movida por una dialéctica continua sin fin, hacer emerger un elemento que la mayoría de los alumnos ignoran: no saben que ya saben algo previo al trabajo conceptual de una cuestión. No saben que saben algo, es decir, se trata de un saber in-consciente. Es precisamente en este gesto mayéutico que se puede propiciar una conexión de cada alumno con su saber inconsciente donde el maestro puede adquirir una función primordial: renunciando a encarnar una versión estandarizada, enciclopédica o escolástica del saber, lo presenta como un enigma atractivo que puede operar de manera que interpele la singularidad de cada alumno. Se trata, pues, de presentar el saber como objeto agalmático, elemento que permite que se instaure el elemento fundamental para toda pedagogía y educación: un vínculo transferencial entre maestro y alumno.
Si se entiende que la Filosofía es, ante todo, la apertura de una pregunta que se sustrae a un supuesto sentido común y presuntos certezas, transmitir un saber filosófico es, ante todo, hacer un acto de amor (aquí encontramos el Philos griego) hacia rozar lo interroga y que no dispone de una respuesta definitiva. En este sentido, deploró el hipotético desprecio del alumnado de secundaria y bachillerato hacia la Filosofía es no querer hacerse cargo de que, para que un cambio tenga lugar, también hay que cambiar las reglas del juego que estructuran el vínculo entre maestro y alumno. No me refiero a una estéril disputa por la normativa curricular, sino a un viraje subjetivo de aquellos que encarnamos la figura del docente, lo cual, a su vez, es condición de posibilidad (sin garantía de necesidad) para que el alumnado entre en un deseo de saber que, para desplegarse,
¿Qué es, pues, transmitir la Filosofía? Subjetivar aquella máxima paulina que se encuentra en una de sus epístolas, el título de la que he (sintomáticamente) olvidado: «No soy yo, sino Cristo en mí» que, en términos laicos, se convierte en un «No soy yo el dueño del saber, sino mero canal para la pregunta que te permita pedirte quién eres tú «.
Andrés Armengol, La transmisión de la Filosofía desde el deseo de saber, catalunyaplural.cat 22/11/2020
Tener un pensamiento crítico es un estado mental, casi un rasgo de la personalidad, que engloba el afán de conocer la verdad, la necesidad de disponer de pruebas, la tendencia a imaginar varias explicaciones posibles y una cierta apertura a las ideas contrarias. Es lo que el investigador Kurt Taube denomina «factor de disposición». A partir de una serie de evaluaciones llevadas a cabo en 1995 con 198 personas, este psicólogo demostró que se explican mejor los resultados obtenidos con los tests de pensamiento crítico cuando se integra esta dimensión a la personalidad en lugar de analizar solo las capacidades de razonamiento.
En concreto, los investigadores identificaron tres características principales que promueven el pensamiento crítico: la curiosidad, el deseo de encontrar la verdad y la humildad. En 2004, Jennifer Clifford, de la Universidad Villanova, en Pensilvania, y sus colaboradores midieron de manera conjunta el CI, el pensamiento crítico y la personalidad de los una serie de personas. Hallaron una relación entre la apertura a las experiencias (rasgo de la personalidad que incluye la curiosidad y el afán por conocer cosas nuevas) y la puntuación del pensamiento crítico. ¡Y ello sin que importara el CI! Con otras palabras: usted puede ser poco inteligente pero estar dotado de un buen pensamiento crítico. Numerosos estudios, basados en un diseño similar, subrayan, asimismo, la importancia de este rasgo de la personalidad.
Más allá de la curiosidad, el ejercicio del pensamiento crítico, al exigir cierto esfuerzo intelectual, solo sucederá si la persona se centra en la búsqueda de la verdad. Se puede ser capaz de actuar con gran rigor, pero no poner en práctica esta capacidad a diario. En 2009, Kelly Ku e Irene Ho, de la Universidad de Hong Kong, valoraron el pensamiento crítico de 137 personas que habían sido interrogadas sobre su interés por la verdad a través de un cuestionario diseñado para ello. Por ejemplo, debían indicar su grado de acuerdo con cuestiones como: «Las soluciones correctas a los problemas deben ser determinadas por personas en función de la autoridad que tengan» o «La diversidad de puntos de vista crea confusión en vez de ayudar a clarificar las cosas». Cuanto más revelaba este test el deseo por la verdad (si se respondía, por ejemplo, que la autoridad sola no es suficiente para asegurar la pertinencia de una solución, o que la diversidad de puntos de vista no puede dañar la verdad, si es que existe), más aumentaba la puntuación de pensamiento crítico.
Si se da una vuelta por las redes sociales para curiosear sobre el debate en torno a la homeopatía, se percibe la potencia de este factor. Se hallarán numerosos comentarios del tipo: «No me importan los estudios. La homeopatía me parece bien. Creo en ella, y punto». Esta postura no es necesariamente la de una persona superficial o modestamente inteligente: revela, simplemente, una forma de estar con el mundo. Para algunas personas, la decisión de creer no es algo absurdo, porque en el fondo la verdad no les importa. Otras, en cambio, la aprecian y, en consecuencia, manifiestan una cierta «vigilancia epistémica» buscando pruebas en la medida de lo posible. Se trata de una de las bases del pensamiento crítico, independiente del CI. Se pueden desear pruebas, incluso si los medios disponibles para obtenerlas son limitados; y a la inversa, se puede estar muy capacitado para encontrar pruebas, pero no tener un deseo desmesurado de conseguirlas.
Finalmente, la humildad intelectual figura en lo alto de los factores que favorecen el pensamiento crítico. A quienes les falta, manifiestan una rigidez mental; ante pruebas adversas, no cambian jamás de opinión. Todo lo contrario que Mark Lynas, ambientalista y antiguo activista contra los transgénicos y ahora defensor de los cultivos genéticamente modificados. Después de sopesar ciertos aspectos científicos, renegó públicamente de sus afirmaciones iniciales. Se esté o no de acuerdo con él, debe reconocerse su modestia y coraje: para pensar de forma crítica se necesita dudar de sí mismo, no solo de los demás, y en ocasiones admitir que se está equivocado.
Entonces, ¿es la necesidad de ser «más inteligentes que los otros» lo que lleva a un médico como Montagnier a rechazar las vacunas o a un académico como Courtillot a negar el cambio climático? Solo ellos lo saben, o tal vez no, puesto que tal necesidad rara vez es consciente. Pero una cosa es segura: la ausencia de una o varias de las mencionadas características de la personalidad (apertura, ansia de verdad, humildad) puede desembocar en conductas irracionales en individuos con mentes muy ágiles.
Éléonore Mariette, Nicolas Gauvrit, Pensamiento crítico: más allá de la inteligencia, Mente y Cerebro, noviembre/Diciembre 2020
Charles Sanders Peirce |
... no todas las risas no-alegres (o joviales) son iguales. Umberto Eco siguió una distinción que ya estaba en Luigi Pirandello entre lo cómico y el humor: mientras que lo primero se basa en la percepción de lo opuesto, lo segundo se fundamenta en el sentimiento de lo opuesto. Esta distinción en abstracto tal vez no nos diga nada y nos resulte un tanto confusa. No obstante, la idea es sencilla: el humor llega al tuétano, nos involucra y nos hace sentir la incomodidad de la regla que está transgrediendo. El humor no es una válvula de escape, sino que es la constatación de que estamos presos de una norma y que no importa cual sea, siempre nos arrinconará. Por tanto, el humor no se regocija, no es alegre, ni busca el mero entretenimiento, pero hace reír, que duda cabe. El humor es lo serio que se halla en la risa.
Álex Mesa, El humor es algo serio, catalunya.plural 08/11/2020
La crisis en una sociedad desencadena dos procesos contradictorios. El primero estimula la imaginación y la creatividad en la búsqueda de soluciones nuevas. El segundo puede traducirse en el intento de volver a una estabilidad anterior o en apuntarse a una salvación providencial. Las angustias provocadas por la crisis suscitan la búsqueda y la denuncia de un culpable. Este culpable puede haber cometido errores que han provocado la crisis, pero también puede ser un culpable imaginario, un chivo expiatorio que hay que eliminar.
Edgar Morin, Necesitamos funerales para despedirnos, y otras lecciones de la pandemia, El País 05/11/2020
La gran filosofía siempre ha desconfiado de lo positivo. Hay razones para ello. El pensamiento neoliberal, en su nuevas máscaras de lo humano ha difundido el “tú puedes”, los pensamientos positivos y los deseos de felicidad como ideologías que esconden la destrucción de las subjetividades, la nueva sumisión a un capitalismo salvaje y la destrucción del mundo. Pero no basta denunciar lo falso de este mensaje. Lo que hay que preguntarse es por qué cala tanto. En un magnífico libro que publicará muy pronto Antonio J. Antón Fernández, El sueño de Gargantúa. Distancia y utopía neoliberal, recorre el pensamiento político de la modernidad para sustentar la tesis de que la utopía que realmente ha funcionado en el mundo moderno ha sido la utopía liberal, la promesa de una familia, una casa, un trabajo estable y seguro, una protección contra la invasión del estado a través de la propiedad privada. El pensamiento de la izquierda, organizado por la lucha contra los agravios, prohibiendo siempre toda imaginación utópica por peligrosa, no ha entendido nunca la fuerza de la utopía liberal y cómo se ha construido en ideología persistente entre los grupos y estratos de la sociedad que aspiran a una existencia humana.
Es por eso que las débiles llamas de las filósofas neo-spinozianas, que recuperan la otra tradición utópica de trascendencia de un presente desolado puede que sean la última esperanza contra la ceguera y la sumisión voluntaria. La utopía, nos enseña Fredric Jameson, se entiende mal si la leemos como un relato de fantasía social. La utopía es un método, una estrategia de trascendencia de lo real y de sus aparentes determinaciones a través de la fuerza del deseo y del amor. Spinoza nos enseña que el amor y el miedo son las dos pasiones que ordenan la vida en plazos largos, y que solo el amor que protege el deseo de otro mundo puede acompañar a la fuerza de la razón para defender la potencia de la vida.
Fernando Broncano, Hilando con Spinoza, El laberinto de la identidad 07/11/2020
La prensa conservadora lleva celebrando con alegría exhuberante que el voto latino en Texas y Florida haya ido mayoritariamente para Trump, dando por sentado que es el fin de las "políticas de identidad" que tanto molestan a conservadores y neoconservadores de derecha e izquierda. Muchos latinos de Texas llevan allí más tiempo que los blancos y otros son emigrantes atraídos por el sueño de una vida sin violencia, que dependa de su propio esfuerzo y del trabajo. La familia y la religión (católica o evangelista) cubre todas las necesidades de lazos comunitarios, y la política es un accesorio más poco interesante. Y es cierto que la utopía liberal, que más o menos coincide con este imaginario, ha calado profundamente en las conciencias de enormes capas de la sociedad, y especialmente en quienes aspiran sobre todo a ser ciudadanos más que parte de una minoría. Entender y repensar este imaginario es el primer problema de un pensamiento político contemporáneo que aspire a un mundo con menos desigualdades, más libertad y justicia. Entender un imaginario no es ni justificarlo ni apoyarlo, es, simplemente, ser realista respecto a la realidad humana. Los imaginarios son difíciles de desmontar: exigen a la vez un análisis cuidadoso y sociológico de los hechos y un impulso utópico que ilumine posibilidades reales y presentes que hay que permitir desarrollarse y que son superiores a los ideales de clase media que presenta la televisión. En Estados Unidos, en estas elecciones, una gran parte de la clase obrera, una gran parte de la población negra y una gran parte de la femenina han entendido que había mucho en juego y no han votado a Trump. Los latinos del sur han pensado de otro modo. No pasa nada. La historia es larga. La alegría neoconservadora no debería ser tanta. Y la izquierda demócrata debería pensar estas cosas.