Escrito por Luis Roca Jusmet
Últimamente está de moda criticar a los opinantes. En mi caso concreto me encontré hace unos meses con un individuo de cuyo nombre no quiero acordarme, miembro de la ultraizquierda, que me llamó despectivamente un "opinante", dándole a la palabra un sentido insultante. Me echaba en cara que opinara de la renta básica sin haberme leído sus libros de "experto" en el tema. No aceptaba que opinara sobre temas variados y que hiciera reseñas de libros sin ser un experto en los temas que trataba. Me parece muy fuerte que se intente privar a alguien de sus opiniones. Sobre todo porque la base de la democracia es que todos tenemos una capacidad de opinar, con unas mínimas bases formativas e informativas.
Lo cual no quita que podamos hacer una crítica justa que va dirigida a los "opinantes" habituales de los mass media. Pero ¿ Qué les criticamos ? Yo les criticaría que cobren por opinar y también que sus opiniones acostumbran a ser poco interesantes. Pero la primera crítica es la que vale. Podemos opinar, en cualquier lugar ( en casa, en un café o por televisión) pero no creo que nadie deba cobrar por opinar. En todo caso quizás solo debe cobrar un experto porque tiene un oficio detrás. Pagamos, en este caso, por un saber transmitido.
Kant delimita muy bien lo que es un saber, una creencia y una opinión. El saber es algo de lo que estamos convencidos y que además podemos probar. La creencia es una convicción subjetiva que no puede probarse. La opinión es una posición que mantenemos con argumentos, pero que no implica una convicción subjetiva. Hoy podemos situar el saber en el registro de la experiencia inmediata o de la ciencia. Yo sé que estoy escribiendo aquí y ahora. También el científico sabe lo que dice. Los saberes se inscriben, por tanto, en el terreno de lo real. Las valoraciones, que son de lo que tratan habitualmente los debates, son creencias u opiniones. Objetivamente son opiniones que se han de argumentar, subjetivamente importa que tengamos una mínima convicción, pero los excesos llevan al sectarismo, al dogmatismo y al fanatismo.
Louis Athusser tuvo una influencia muy fuerte en la izquierda francesa de finales de los sesenta ( y por mimetismo, en algunos círculos de la española). El que fue el libro de cabecera de de muchos militantes , "
Los conceptos elementales del materialismo histórico" de Marta Hanecker, era claramente althusseriano. Podríamos preguntarnos hoy, con la distancia del tiempo, cual fue el elemento que llevó a esta fascinación. Quizás es precisamente su formulación dogmática del materialismo histórico, presentada como ciencia y contrapuesta a la noción de ideología, lo que más nos sedujo por nuestra formación católica ( como la del propio Althusser). La definición de ideología, entendida como el sistema de representaciones, valores y comportamientos dominantes en una sociedad, tuvo un papel muy importante en la historia de las mentalidades y en las ciencias sociales posteriores. Otra cosa es que Althusser parte de una lectura muy dogmática de Marx cuando dice que
la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Muchos autores marxistas, como E.H. Thompson, han planteando críticas bien fundamentadas históricamente, que muestran que las clases dominadas también son capaces de construir una ideología propia. Althusser sostiene que el marxismo es la única teoría científica sobre la sociedad, que es la única portadora de la verdad frente a las concepciones ideológicas que la ocultan distorsionándola. Tuvo mucho atractivo para los militantes marxistas de origen católico, que quizás veíamos como podíamos invertir el mensaje de aquellas autoridades eclesiásticas que tanto rechazábamos. Ya teníamos unos textos sagrados, una escolástica y un catecismo alternativos y revolucionarios. Y todo ello envuelto en una retórica sugerente que también era capaz de satisfacer un cierto deseo de esnobismo que muchos teníamos y que nos hacía sentir diferentes frente a la mediocridad cultural del mundo establecido que nos asfixiaba. Lo que defiende Rancière , ex- discípulo de Althusser, es justamente lo contrario, la emancipación intelectual de los trabajadores como base de su capacidad política. Esto queda expuesto ( entre otros textos ) en dos libros complementarios que quiero comentar, que son
El desacuerdo ( y
El maestro ignorante. En el primero sostiene que la democracia no es esencialmente un sistema representativo sino la única propuesta política posible que no sea policial : cualquiera puede gobernar. Las otras concepciones plantean ( abierta o veladamente ) es que solo una élite ( social, económica, política ) puede gobernar; y esto plantea siempre el mantenimiento de una jerarquía o desigualdad en el ejercicio del poder. En este sentido toda propuesta que mantenga que solo una vanguardia puede gobernar sería una filosofía del orden ( como la de Althusser y todas las propuestas de la izquierda autoritaria que conformaron la casi totalidad del movimiento antifranquista).
El Maestro ignorante, que se publicó en francés en 1987 y pasó bastante desapercibido en nuestro país cuando se tradujo el 2003, merece una reflexión un poco más amplia. Rancière se inspira en un curioso profesor del S.XVIII llamado Joseph Jacotot que después de una experiencia inesperada llega a la conclusión que cualquier ser humano tiene la capacidad suficiente para entender y aprender una explicación clara. El Maestro tiene la función de dominar con su voluntad la inteligencia del alumno y esto no es otra cosa que animarlo a desarrollar su propia inteligencia para aplicarla a lo que quiere conocer. No es entonces el dominio de una inteligencia sobre otra, ya que esto sería manipular, como sucede en el diálogo socrático, donde el Maestro siempre lleva al interlocutor al lugar que le interesa. Lo que reivindica Rancière es la igualdad de las inteligencias, que lo único que necesitan es voluntad y atención. Y no como resultado de unas prácticas pedagógicas sino como punto de partida. La emancipación de la inteligencia es la única que puede garantizar que la población trabajadora, ilustrada o no, sea capaz de emanciparse políticamente.
La ciencia es, efectivamente, parte de la teoría como ya apuntaba Marx, pero su propuesta política, en contra de lo que decía Althusser, no es una propuesta científica. Lo que propone Marx es opinión sobre lo que es el sistema capitalista y lo que debe hacer la población trabajadora para emanciparse y crear una sociedad más justa y más libre. Y es una buena opinión, o una opinión portadora de una verdad moral que puede entender cualquiera que piense con la razón común. Volvamos ahora a las nociones de ideología y de ciencia. La ideología podemos entenderla ( y aquí sí que seguimos la pista althusseriana), como un sistema de representaciones que tiene como función ocultar los conflictos reales para justificar un estado de cosas. Desde la ideología se conforman opiniones que distorsionan la realidad y funcionan como prejuicios. Desde las ciencias sociales también se conforman opiniones más fundamentadas, más verdaderas. Y desde la capacidad humana de reflexionar sobre la propia experiencia, de pensar desde esta razón común de la que hablábamos también pueden conformarse opiniones que pueden ser verdaderas. El límite no son otra cosa que las identificaciones perceptivas verdaderas, es decir contrastadas entre sí de manera intersubjetiva. Dicho de otra manera, solo puedo saber que una identificación perceptiva es verdadera si la sitúo en un proceso que a la larga me dirá si lo es o no lo es, sea comparándoles con las propias o con la que tienen los otros. Esto es lo que cualquiera puede entender por experiencia y la razón humana está ligada naturalmente a ella. Esto y no otra cosa es alo que podemos referirnos cuando hablamos de racionalidad. Autores de la misma filosofía analítica como Quine ya criticaron en su momento el dogma positivista ( inspirado en Hume) de separar la lógica y la experiencia. Como decía Kant los conceptos sin experiencia son vacíos y la experiencia sin conceptos es ciega. Pero estas afirmaciones filosóficas, insisto, no son exclusivas de expertos sino que cualquiera que quiera pensar con rigor las puede ver por sí mismo o entenderla cuando se la explican. Pero de lo que hablamos cuando hablamos de ética o de política es siempre de opiniones y son estas las que no pueden situarse en la dicotomía entre ciencia o ideología. Por supuesto que siempre se refieren a una realidad social, de la que puede decirse que hay que conservar o cambiar, y el discurso sobre esta realidad debe basarse al máximo en la ciencia i/o la experiencia y combatir la ideología que siempre la distorsiona. Pero la posición es siempre una opinión que puede ser mejor o peor según la racionalidad y la humanidad que la sostenga. No hay aquí relativismo porque las opiniones se pueden comparar y hay que hacerlo. Slajov Zizek dice que la verdad está siempre del lado de la víctima, de los excluidos. Esta afirmación no puede tomarse al pie de la letra pero apunta una cuestión imprescindible que es la de escuchar siempre a aquellos que quieren y pueden hablar desde su experiencia de exclusión y a quién los poderes ideológicos niegan la palabra : hay aquí siempre una verdad moral. En el diálogo del sofista Protágoras con Platón el primero reivindica la democracia como defensa de la opinión, en el sentido que en política solo hay opiniones y que son todos los humanos y no los expertos en política las que las tienen. Otra cosa es que está capacidad puede quedar claramente adormecida cuando hay, como ahora, una planificación sistemática desde todo tipo de poderes para adormecerla. Todos podemos comprobar como la propia política se ha convertido en un espectáculo contra la inteligencia, sea desde las propias campañas electorales o desde programas de televisión que la trivializan. La inteligencia, decía Descartes es la facultad mejor repartida, solo hay que utilizarla bien. Y a nadie podemos dar la potestad de señalar el camino correcto.
Apoyemos la ciencia, por supuesto, pero no la dictadura de los expertos ni al dirigismo de las vanguardias, que conducen a la mayoría, como dice Rancière, al silencio. Todos podemos opinar y debemos hacerlo somos muchas cuestiones: sobre política, sobre religión, sobre el sentido de la vida, sobre valores, sobre educación. Es el ideal ilustrado del sapere aude, una de las manifestaciones de la emancipación humana, su emancipación intelectual.