Escrito por Luis Roca Jusmet
La editorial Sequitur recuperó hace unos años un breve estudio sobre
el conflicto de un clásico de la sociología, Georg Simmel, escrito en 1926. Lo cierto es que el tema del conflicto y de sus vías de resolución ha tenido un desarrollo teórico y práctico que hace que que el texto resulte, en cierto sentido, anticuado. Pero conceptualmente sigue teniendo mucho de aprovechable. El conflicto, para Simmel, aparece no sólo como un elemento indispensable de la vida social ( por la presencia inevitable del antagonismo) sino que puede tener un aspecto funcional y positivo.El conflicto es, en este sentido, una forma de socialización, ya que es una forma de relación que evita el dualismo, la separación. La unidad nunca es armónica, siempre presenta elementos de oposición y de vinculación, de atracción y de repulsión. Simmel, gran teórico de la ciudad señala que en la vida urbana tan necesario es lo que nos une como lo que nos separa, porque éste es el equilibrio que hace posible que la convivencia nos resulte soportable. La unidad es, por tanto, compleja y ambigua y no podemos entenderla en términos reales como contrapuesta al antagonismo. La concepción teórica que hay detrás es la ambivalencia del ser humano, tan lucidamente formulada por autores como Freud en
El malestar de la cultura. Entre las variadas cuestiones que nos plantea Simmel está la de las causas del conflicto. Aquí se atreve adecuadanente a mezclar la psicología con la sociología. Recupera la imprescindible noción de
pasiones humanas ( envidia, celos ), tan injustamente marginadas por los prejuicios de la sociología y psicología más positivista.
Actualmente el conflicto no se considera algo negativo porque expresa o manifiesta un antagonismo. Lo que se trata entonces es de saber como se resuelve y esto es lo que debe valorarse.La violencia es una mala resolución del conflicto porque es destructiva y está orientada en los términos absolutos de ganar o perder. La guerra es su forma más evidente. El perdedor queda destruido y el ganador a veces también, cuando la victoria es pírrica. La alternativa es el acuerdo y la negociación : los dos grupos o personas están dispuestos a ceder. Es un inversión en pérdidas. Perdemos para evitar la derrota y además ganamos parcialmente por la cesión del otro.
En ocasiones veces hace falta un tercero para desbloquear una situación que los implicados no tienen margen para resolver. En esta intervención del tercero se dan varias posibilidades. La primera es la legal, la intervención de un juez. Suele darse en conflictos por divorcio o en conflictos laborales. Otra opción es la intervención de un consejero, que intenta convencer a los contendientes del camino a seguir. Me recuerda al primer Lacan, que defendía lo simbólico como mediación, como el tercer elemento que pone distancia a la rivalidad del uno contra el otro.
Pero la opción más potenciada actualmente es la mediación. El mediador no es un juez que decide ni tampoco un conciliador que busca maneras de proponer soluciones aceptadas por los implicados. El mediador es un facilitador, que intenta que los oponentes se expresen y sean capaces de escuchar al otro. Que ellos mismos propongan soluciones y que se comprometan a llevarlas a buen término. En la institución escolar, por ejemplo, la mediación es un instrumentos útil para conflictos de baja intensidad. Pero es importante entender que la mediación es posible si la responsabilidad es compartida. No tiene sentido, por ejemplo, proponer una mediación cuando hay acoso escolar. Porque en este caso hay un verdugo ( o varios) y una víctima. Es necesario proteger a la víctima y sancionar al agresor. Aquí es la ley que interviene y no debe entenderse como un conflicto sino como una agresión. es una violencia unidireccional.
El conflicto existe y es inevitable. También, seguramente, la violencia. La cuestión es que más que intentar evitarlos lo que hay que hacer es encontrar la mejor manera de resolverlos. No hay fórmulas mágicas pero sí recursos indispensables. A veces son las leyes y su aplicación estricta, a veces la conciliación, a veces la mediación. Todo ello, claro, si falla la primera medida, que es el acuerdo a través de la negociación.
Ahora bien, es importante contextualizar la cuestión, no plantearla en términos abstractos. Hay que ir a lo concreto, que es lo histórico. Richard Sennett habla en su último libro, sobre la cooperación. O mejor, sobre la crisis contemporánea de las formas de cooperación. En un marco cooperativo el conflicto se plantea en unos términos diferentes de una sociedad individualista y competitiva. Es importante que el conflicto se pueda desarrollar en un espacio simbólico compartido, como comentaba antes refiriéndome a Lacan. En caso contrario la negociación no es posible y solo puede manifestarse como lucha a muerte con otro. En esta línea me parece muy interesante la propuesta democrática de Chantal Mouffé: hay que transformar el antagonismo en agonismo. Es decir, hay que hacer del adversario un amigo-enemigo porque compartes con él el espacio simbólico en el que el acuerdo es posible. No hay que plantearlo en términos de amigo o enemigo. Es más una sociedad de amigos en el que los conflictos básicos están resuelto solo es posible en una lógica totalitaria.
La imagen del principio es de un ejercicio de
tai chi chuan que se llama
empuje de manos. En él se da justamente esta paradoja del amigo-enemigo : un adversario con el que compartes unos principios básicos sin los cuales la práctica no sería posible.