Escrito por Luis Roca Jusmet
En la biografía que el historiador Paul Veyne hace de su amigo, el malogrado Michel Foucault, un capítulo se titula "Retrato de un samurai". Veyne no explica el porqué del título, hace una asociación libre. Este hombre solitario, calvo, con una presencia clara y sólida, que parece tener un perfecto autodominio, bien podría parecer un samurai.
Samurai, artes marciales japonesas, budismo zen. un universo que parece atraer a Foucualt. Fréderic Gros, editor de los últimos seminarios de Foucualt, apunta en
La hermenéutica del sujeto un dato interesante. Foucault tuvo durante sus últimos años como libro de cabecera el libro El zen en el arte del tiro del arco. Este texto es un clásico escrito por el alemán Eugen Herrigel. En él nos narra su experiencia trasnformadora del tiro al arco. únicamente cuando se desprende totalmente de sí mismo o del objetivo de acertar es capaz de entregarse totalmente al acto. Un duro aprendizaje de años con un maestro zen del tiro al arco le acabará enseñando la lección. Frederic Gros apunta que fue Daniel Defert, compañero de Foucault el que le proporcionó el dato. Es en la clase del seminario citado del 10 de febrero de 1982 ( primera hora) donde Foucault desarrolla el tema. Aquí nos habla del ejercicio espiritual como una práctica que no consiste en centrarse en las propias debilidades para descifrarlas sino en un olvidarse de uno mismo. Hay que poner toda la atención en el acto. hay que pensar en el gesto preciso, en lo que hacemos. Aquí cita explícitamente el tiro del arco de los japoneses como ejemplo, aunque esté hablando básicamente de las propuestas de Marco Aurelio.
De hecho Foucault ya buscó años atrás, en su visita al Japón, lo que podía aprender de la práctica zen. En el seminario citado Foucault apunta tres prácticas diferentes del cuidado de sí o transformación interna. Por un lado la que apunta Platón, la que señala el helenismo y la que propone el cristianismo. Son tres tipos de ejercicios espirituales. Para Platón se trata de reconocer la ignorancia, mirar al interior y recordar para salvar el alma. Los cristianos siguen, en cierta manera, este planteamiento. La Verdad está en los Textos sagrados pero a partir de ellos uno debe mirar su interior, descifrarlo para reconocer los propios pecados y renunciar a uno mismo y así salvarse. En el caso del cuidado de sí en el helenismo es diferente.No se trata de descubrir sino de construir. Uno debe construir su yo, es decir su propia vida.
Como nos cuenta Didier Eribon en la biografía más aceptada de Foucault, el filósofo francés hizo a finales d elos setenta un viaje al Japón buscando experimentar los ejercicios espirituales de la práctica zen.
En abril de 1978 visita el monasterio de Seionji para que el maestro zen Omori Sogen le inicie en la meditación zazen. Foucaul le explica que siempre le ha interesado el budismo pero que lo que quiere aprender es la práctica del zen. Le interesa porque ve en ella lo contrario del cristianismo : no el buscarse a uno mismo sino el olividarse del yo. La experiencia resulta fallida. El zazen es un ejercicio que necesita años de práctica. El propio cuerpo debe adaptase en un lento proceso para poder acomodarse a la postura. Foucault solo puede satisfacer su curiosidad pero e sun camino que no etá dispuesto a seguir. la experiencia le resulta interesante. El Japón continua siendo, para él, de todas maneras,un enigma.
Quizás la práctica del zen pueda englobarse en este tercer cuidado de sí que Foucault ve en el estocisimo, el epicureísmo y el cinismo. Yo más bien lo situaría como un cuarto camino : ni salvar al yo ni construirlo : eliminarlo. Pero hay similitudes que valdría la pena trabajar.