Escrito por Luis Roca Jusmet
El otro día ví un documental en el que se describía un hecho insólito que sucede en la India : parejas de enamorados, mayores de edad, viven clandestinamente huyendo de sus familias, que son capaces de matarlos si los encuentran. ¿ motivos ? parejas de diferentes castas o de diferentes religiones. la notícia me impresionó, al igual que lo hizo las notícias de hace no mucho tiempo sobre la violencia sexual en el mismo país en forma de violaciones múltiples.
Pertenezco a la generación de los europeos que, de jóvenes, estuvimos fascinados por la India. los ecos de la contracultura made in USA influenciaron a unos jóvenes nacidos en un franquismo axifixiante y un catolicismo caduco. La India parecía un mundo espiritualizado y enigmático : el yoga, el hinduismo, el budismo, el Ganges purificador. Un viaje iniciático como el que nos explicaba Mircea Elíade. El año 1983 viajé a la India con dos amigos. Fuímos en avión hasta Delhi, nos hospedamos en pensiones cutres, viajamos en tren. Ni hoteles ni aviones. Hicimos una inmersión en la India real, dentro de lo que cabe. Me impresionaron los colores, los olores, el cambio de paisajes y costumbres. pero no descubrí la espiritualidad que buscaba. Benarés, la ciudad sagrada, más bien me pareció un inmenso mercadillo. Una experiencia interesante pero también decepcionante. Cayó un ídolo.
Posteriormente leía algunos textos tradicionalistas, como los el inclasificable René Guenón o el sociólogo Louis Dumont, que reivindicaban la nobleza de las castas frente al individualismo moderno. Todo idealizaciones.
Las castas son una brutal diferenciación social que se justifica en una ideología religiosa. la identificación con una religión funciona como un fundamentalismo sectario. la identidad única, como nos enseñó Amaryrta Sen,conduce a la violencia. El Ideal, los Valores, como el del Honor, que guiaba a las familias, actúa como una máquina infernal contra la felicidad y la libertad humana. El multiculturalismo basado en el relativismo cultural acaba considerando homogéneas a sociedades que no lo son en las que las minorías o los individuos no tienen ninguna libertad. Aunque me llamen eurocentrista prefiero reivindicar a Mill en su defensa de la libertada individual y de una moral al servicio de la felicidad general. Lo cual no quiere decir que no siga admirando aspectos del hinduismo ( no la división en castas) o deseando volver a este país que., a pesar de todo me maravilló, que es la India.
Lo que quiero decir, en definitiva, es que los que creemos en la emancipación humana hemos de defender el derecho de cada cual a decidir sobre su vida. En Barcelona, en Túnez y en Delhi. Sin caer en la trampa del multiculturalismo y criticando sin piedad lo que tiene de insoportable cualquier tradición cultural, propia o ajena.
Las tradiciones no tienen en sí ningún valor. Las valoramos en función de los valores y la libertad individual, siempre que se respeten los derechos del otro, me parece un valor innegociable. Igual que el camino singular hacia la felicidad.