Escrito por Luis Roca Jusmet
Como es sabido, Michel Foucault siguió una trayectoria política muy generacional : militancia en el Partido comunista francés, simpatías oboístas a partir del Mayo del 68 y desplazamiento final hacia el anticomunismo, sea por la vía del liberalismo o de la tercera vía del ala antiestatista del Partido socialista francés de Michel Rocard. Ciertamente que Foucault marca siempre una singularidad pero básicamente compartió este proceso. Sus aportaciones en la última fase fueron su concepción de la biopolítica y del coraje de decir la verdad ( parresia de los griegos). Su práctica política pasó de la defensa de los excluidos que no tenían voz ( presos, homosexuales, locos...) a los presos políticos de las Dictaduras, sobre todo de los países comunista del este.
Pero hay algo que sorprende en este proceso, que tiene una lógica interna, que es el apoyo entusiasta que de a la revolución iraní el año 1978, que parece totalmente al margen de su evolución política. En este sentido me parecen interesantes las reflexiones que el filósofo Slavoj Žižek hace sobre el tema en el capítulo tres de la primera parte ( "El estado de las cosas" ) de su libro
En defensa de causas perdidas. Al margen de los vicios ya convertidos en tópicos sobre Žižek ( un poco payaso, cierta pose de
enfant terrible, se repite mucho, es un dogmático lacaniano) sigo considerando que Žižek es uno de los pensadores más estimulantes de la filosofía contemporánea. Sobre todo porque siempre introduce un punto de vista novedoso. Esto es lo que ocurre en este caso. Žižek retoma en primer lugar la explicación habitual de esta posición política de Foucault. Esta sería la explicación de que los filósofos se sienten fascinados en muchas ocasiones por los estallidos populares violentos y su supuesta autenticidad ( revolución francesa, rusa, china...). O la fascinación por el Otro oriental ( marismo, budismo zen, islamismo...). Lo interesante en el análisis que plantea Žižek es que la opción de Foucault es por el acontecimiento revolucionario. Es decir, en la energía creativa desplegada en la revuelta, en el riesgo que son capaces de asumir las masas para no obedecer al tirano. Esto, efectivamente, tiene que ver con una serie que va de Kant a Rancière pasando por Deleuze. Kant se identifica con el entusiasmo desplegado en la revolución francesa, aunque no con el Terror que instaura. Deleuze habla de que hay que apoyar el devenir revolucionario aunque sepamos que todas las revoluciones acaban mal. Rancière identifica la democracia o política con el movimiento de los excluidos del poder para reivindicar su lugar pero reconoce que siempre acaba en un estado policial, que es cualquier restablecimiento del orden.
Foucault, en este sentido, reivindica la revuelta frente a la revolución. Hay revolución cuando este proceso se encuadra en un cálculo estratégico. En su reflexión posterior autocrítica, el año 1979, dirá que es antiestratégico en la medida que es respetuoso cuando una singularidad se levanta e intransigente cuando el poder transgrede lo universal. Posición que no es muy convincente, por cierto, teniendo en cuenta su crítica permanente a cualquier humanismo. Foucault defiende lo que hay en el movimiento de voluntad política colectiva y de cambio en la vida cotidiana. Una apuesta, en definitiva, por la transformación radical, que acaba mal porque está contaminada por ideologías excluyentes ( con las mujeres, con los impíos, con los homosexuales. El problema, dice Žižek es que no es que estas ideas contaminen el Acontecimiento, es que el acontecimiento adquiere su fuerza, en parte de estas ideas. Aquí Žižek plantea que Foucault no elige conceptualmente bien cuando explica esto a través de su idea de dispositivo, que sería lo que vincula el poder y un dterminado régimen de verdad ( en este caso el islamismo). Es mucho más productivo, considera la noción de Otro de Lacan. El Otro es una entidad simbólica, virtual. Es la manera como investimos a algo a alguien de Autoridad ( el islam, Jomeini).
Pero Žižek sigue matizando. Foucault podía tener esperanza en que el movimiento pudiera derivar en un contenido igualitario-democrático porque la rama chiita tenía algunos de estos aspectos frente a la rama más jerárquica de la rama sunnita. Pero Foucault se equivoca al considerar que era la contaminación de elementos reaccionarios en el movimiento el que le hace derivar en una salida negativa. No se trata de que los dirigentes traicionen el movimiento. Esto me recuerda mis años de lucha antifranquista. Los troskistas, que vivíamos de ilusiones, emplazábamos al PCE, dirigente del movimiento a que no lo traicionara. Como si el movimiento como tal conllevara unos objetivos revolucionarios. En realidad el movimiento obrera, en gran parte, luchaba por cosas mucho más prosaicas que el propio PCE. Lo que sí había era una resistencia a lo dictatorial del franquismo. A lo que Foucault llama "lo insoportable". Es una resistencia que en sí no conduce a una sociedad mejor. Zizek tiene razón cuando dice que, por ejemplo, la lucha obrera contra las dictaduras de los partidos comunistas en los países del Este no podían conducir a nada emancipador porque no había una utopía que inspirara el movimiento. El comunismo fue una utopía y detrás de la revolución rusa había el deseo y la esperanza de construir otra sociedad, más libre y más justa. Incluso en la lucha de los obreros británicos, al acabar la segunda guerra mundial, por una sociedad más justa llevó a las reformas que garantizar la sanidad pública, la educación pública, los derechos laboral. Por lo tanto Zizek tiene razón en decir que Foucault no se equivocó al apoyar la revolución iraní. Habían elementos emancipadores en su manera de entender el islam pero ganaron los elementos reaccionarios del movimientos. Sin tener objetivos políticos las revueltas pueden ser muy ricas como experiencia compartida. La lucha, la solidaridad, el debate. Todo esto forma en el camino de la emancipación pero hay que tener un horizonte político, de una nueva sociedad, un nuevo gobierno, un nuevo Estado. No podemos decir que todas las revoluciones acaban mal peo valen la pena. Este es un sueño romántico que Žižek critica de manera lúcida. Hay que mantener el entusiasmo, la energía para construir lo que vendrá después. La política no se transforma en policial, como dice Rancière, cuando lo hacemos. En este sentido Žižek está jugando un papel positivo al insistir, contra los resistentes ( Foucault, Deleuze, Rancière) en que hay que transformar la revuelta en revolución y darle una orientación política. O en reforma, como ha hecho el movimiento obrero cuando ha luchado por objetivos concretos y los ha conseguido.
Analicemos casos concretos. Los movimientos democráticos en los países árabes no seorganizaron políticamente, no tuvieron una orientación estratégica y todo el capital político acumulado en la experiencia se perdió en los resultados. En el caso de la India y Sudáfrica hubo un objetivo y un líder. En ambos casos se consiguió independencia y fin del apartheid pero solamente este objetivo. Surge aquí la pregunta de si hace falta un líder. Yo idría que hace falta un líder y un programa con el que identifique el movimiento. Otra cuestión es como evitar que este movimiento cohesionado por un líder acabe en totalitarismo, lo cual nos llevará a otra reflexión, relaciona con la reflexión que hace el mismo Zizek a partir de Heidegger y el nazismo,