Escrito por Luis Roca Jusmet
Vivimos unos tiempos complicados para la paternidad, como he expresado y analizado en otras ocasiones. No me refiero a todos los padres, por supuesto, sino a quienes quieren asumir de manera consciente el papel que les corresponde. Puedo afirmar que la paternidad consciente está hoy ligada a la angustia. Angustia que viene determinado por la combinación de dos factores. El primero es la crisis de la autoridad del padre. Gerard Mendel sostiene una hipótesis radical, al afirmar que el fenómeno es consecuencia de la caída del patriarcado. Según este sociólogo y psicoanalista, el patriarcado es la clave de la familia burguesa nuclear. La emancipación de la mujer y posteriormente del niño, deja a la familia sin autoridad. De hecho ya lo advirtió Platón. Mendel afirma que es el precio de una sociedad democrática. Es posible. pero la autoridad en la democracia debe sostenerse en algo y este algo es el reconocimiento. La autoridad existe, entonces, cuando es autorizada. De esta manera al padre no le queda otra opción que ser reconocido por el hijo. Esto supone un esfuerzo y una angustia.
El problema se combina con otra cuestión, que es la de la ideología imperante que considera que los hijos son el resultado de lo que los padres y las madres han hecho con ellos. Los padres se consideran así como totalmente responsables de lo que luego serán y harán los hijos.
Como profesor de instituto me encuentro constantemente con el comentario que la conducta de los hijos se entiende a partir de la de los padres/madres. Como si fuera una relación de causa-efecto. Pero ¿ son realmente los padres los responsables de la conducta futura de sus hijos ?
El tema no es nuevo. Hace ya unas décadas el psicoanalista Bruno Bettelheim escribió un libro para tranquilizar a los padres y a las madres ( y aquí entendía por padres a ambos) . Le puso como título
No hay padres perfectos y en el libro defendía que debíamos aspirar únicamente a ser únicamente padres aceptables. Pasamos de lo perfecto, que como sabemos es un ideal imposible, a lo aceptable, que se presenta como ideal posible. La cuestión es quién determina este ideal.
Pero la cuestión es que los padres y madres no somos tan importantes. O mejor dicho, somos importantes pero en un ámbito que supera totalmente nuestra acción voluntaria. Woody Allen, en su película
Delitos y faltas le dice a su sobrina que no haga nunca caso a lo que le dicen sus padres. Que lo único que debe hacer es observarlos. Ciertamente es nuestra presencia lo que es importante. La manera como nos presentamos cotidianamente, frente a la vida, frente a la pareja, frente a los hijos, frente a los otros. Pero si hablamos de la influencia a nivel de valores y de hábitos, de normas, entonces los padres somos una de las cinco influencias básicas. La segunda es la escuela, en una sociedad donde somos escolarizados prácticamente desde que nacemos. La tercera son los iguales, los amigos, que son realmente claves en lo que piensan, sienten y hacen. No hay que subvalorar el valor del mimetismo. La cuarta es la sociedad y esto no es algo abstracto sino concreto. La sociedad es hoy internet, la televisión, lo que ocurre en el entorno en que nacemos y crecemos. La quinta es el temperamento. El temperamento es genético, o mejor dicho epigenético. Actualmente no se entiende la genética como algo totalmente determinado sino como algo modificado por el entorno. Lo genético cristaliza de una determinada forma. El temperamento son las pautas reactivas configuradas biológicamente. Pautas que se acaban de determinar no sabemos cuando, pero quizás los primeros días o semanas de nuestra vida, tras el trayecto, también importante, de la vida intrauterina.
Es la interacción de estos cinco elementos la que determinara cual será nuestra conducta. Pero no es algo mecánico, ya que de esta interacción emerge algo nuevo que es la subjetividad. La subjetividad es algo complejo que genera la experiencia propia, la experiencia singular de cada cual. Esta experiencia es la que determina nuestros actos. La responsabilidad viene de que cada cual ha de cargar con sí mismo, es decir con su propia subjetividad y a partir de ella con sus actos y sus consecuencias. Evidentemente es algo progresivo, que tiene un final convencional que es la mayoría de edad. Los padres hacemos lo que podemos, seguramente, por lo menos los que nos planteamos la cuestión de la responsabilidad de lo que serán y harán nuestros hijos. Pero lo que podemos está tan limitado por nuestra propia subjetividad como por las otras influencias a las que están sometidos nuestros hijos y que no controlamos. Ni más ni menos.