Octubre de 1982. Tengo 28 años y estoy a punto de empezar cuarto de filosofía. Hacía tres años que retomé los estudios que había abandonado hacia años. Era un punto de anclaje ya que personal, afectiva y laboralmente estaba muy colgado. Trabajaba en un trabajo pesado y mal pagado, pero bueno había ahorrado para el viaje.
La India era para mi una especie de viaje iniciático porque era una especie de itinerario místico hacia la espiritualidad real. Me acompañaba C., de 27 años, tan colgado como yo, pero empleado de Banca Catalana. El viaje lo fuimos madurando entre los dos y al final se apuntó M. que era más joven que nosotros, tenía 23. Dominaba el inglés y era un punto porque tanto C. como yo, a pesar de los intentos de aprender algo de inglés, casi no sabíamos articular una frase coherente.Teníamos dos billetes de avión con una diferencia de un mes y nada más. Esto quería decir que todos los viajes internos los haríamos con tren ( por la India) o autocar ( India-Nepal y por el interior del Nepal). En aquella época no existía para la gente como nosotros tarjetas de crédito por lo que llevábamos unos cien dólares en metálico cada uno de nosotros para todos los gastos del mes. Entre ellos comprar ropa y otras cosas que enviaríamos a Barcelona para luego venderla y recuperar algo de lo que habíamos gastado en el viaje. La compañía,
Air India, salía de Barcelona y aterrizaba en Delhi.
Una vez en Delhi ( después de unas catorce horas de viaje y era la primera vez que yo cogía un avión) nos recogió una especie de caminoneta que nos trasladó desde el aeropuesto hasta el centro de la Vieja Delhi, que era donde íbamos. Había seleccionado un itinerario que era Delhi-Jaipur-Agra-Benarest-Katmandú-Delhi. Y en cada ciudad habíamos escogido a partir de un libro de viajes sitios baratos, de batalla porque si no el presupuesto no cubría. La llegada al Viejo Delhi fue impresionante, aparte de el calor que ya soportábamos desde la salida del avión y que era casi insoportable. Cantidad de sensaciones visuales, olfativas y auditivas. Muchos colores, mucho bullicio, muchos olores por las calles. El tránsito, que veíamos como caótico, agrupaba vacas, pocos coches, bicicletas y taxis-bicicletas y todo lo que se movía lo hacía de manera espontánea e instintiva, sin reglas visibles.La pensión era cutre : sábanas sucias y cucarachas. Pero bueno, estábamos contentos. El calor nos hizo invertir el viaje : empezaríamos por el Nepal, donde no hacía tanto calor, después bajaríamos hasta Benarest, seguiríamos por Agra y acabaríamos en Delhi pasando por Jaipur. Comíamos picante en cualquier pequeño bar-restaurante, donde nos sorprendía ver que habían más empleados dispersos que clientes. Todo muy sucio pero muy vivo, que siempre es mejor que la limpieza aséptica de lo muerto en vida. El ambiente exterior era totalmente absorbente y la gran cantidad de estímulos junto con el calor agobiante nos dejaron exhaustos.
Hicimos rápidamente las gestiones para ir al Nepal pero en estos países todo es muy lento. Pasamos una semana en Delhi paseando y paseando, comiendo con los ojos todo lo que veíamos. La gente era pobre pero en Delhi no vimos auténtica miseria. A pesar de nuestro aspecto de hippies tirados la gente nos acosaba constantemente ofreciendo cosas pero sin llegar nunca a la violencia. De hecho es un país tranquilo donde te sientes seguro ( recuerdo que yo llevaba siempre encima, colgados de una bolsita todos mis dólares sin preocupación. Bebíamos
lashi, que era una bebida de iogourt con agua y azúcar fría y muy refrescante. No cogimos ninguna enfermedad intestinal, milagrosamente, sobre todo por el agua. Al cabo de una semana fuimos al Nepal, hacia la capital, Katmandú. De Delhi hasta la frontera fuimos en tren. Unos trenes abarrotados y viejos, donde la mitad de la gente bajaba a la primera expulsión expulsada por los revisores porque no tenían billete. Hacía mucho calor, había mucha gente y el único consuelo era el té hervido que vendían en cada estación y que podías comprar desde la ventana del tren. C. y yo, que siempre habíamos tenido una buena relación y habíamos hecho algún viaje juntos, empezamos a discutir y discutíamos por todo. Era una manera de descargar la tensión y suerte que M. apaciguaba los ánimos. Lo realmente duro fue el viaje en autocar desde la frontera hasta Katamandú. Las carreteras no estaban asfaltadas, el autobús era muy rudimentario, estaba lleno de gente y el viaje fue larguísimo. Katmandú era una especie de ciudad asiática acondicionada para el público hippie americano y europeo. Los hoteles, los bares, los restaurantes, todo al gusto hippie. La ciudad me gustó mucho pero no estuvimos mucho porque luego nos fuimos a Pokhara, un pueblo cercano que tenía un inmenso lago y todo de hotelitos alrededor. Nos instalamos en uno, cuyo nombre recuerdo : Arco Iris. Alquilamos una barca para pasear por el lago y participamos en una excursión a una montaña ceracana. Pero allí nos perdimos entre los arrozales. Encontramos un niño que a cambio de dinero nos orientó pero que rápidamente desapareció. La verdad es que nos acojonamos porque no encontrábamos el camino de vuelta, cosa que finalmente conseguimos. Conocimos a otro niño, de unos ocho años, vivo y espabilado que siempre venía con nosotros. Lo recuerdo muy bien. En realidad los días en Katamandú, exceptuando el susto de la excursión, fueron como un bálsamo : no hacía casi calor, el ambiente era tranquilo, no había tanta gente ni tantos estímulos.Luego fuimos con otro trayecto de autocar-tren hasta Benarest. Benarest era casi el centro del viaje, referencia del hinduismo con el Ganges de fondo. Nos instalamos en un hotel y pronto nos dimos cuenta de lo que era realmente : un inmenso bazar, un mercado omnipresente de todo tipo de productos. Todo también muy vivo, muy sensorial. El Ganges impresionante pero tan sucio que no nos atrevimos a bañarnos. En el hotel conocimos a un par de amigos que viajaban juntos : uno era de Mallorca y el otro de Madrid. Con ellos empezamos el otro viaje, el de la droga. Aquí hay que recordar el imaginario hippie que nos influenciaba, dentro del cual la droga era una experiencia que “abría las puertas de la percepción” como decía Aldous Huxley. En Delhi ya habíamos comprado marihuana nos ofrecieron un camino más seductor : el del opio. Yo había probado el LSD hacia años y tenía el recuerdo de una experiencia impresionante. Quería probar el opio y así lo hicimos. A M. no le sentó demasiado bien pero a C. y a mí, que teníamos mucha debilidad por las drogas, nos encantó. El efecto era sedante, y pasabas de manera inmediata a un estado de absoluta tranquilidad, en la que te sentías muy bien y nada te importaba: todo estaba bien. Un atajo rápido y fácil ( como falso, claro) para llegar al nirvana.Eramos bastante irresponsables y la droga nos acompaño el resto del viaje.Fuimos luego a Jaipur, que es una ciudad encantandora de influencia musulmana y luego a Agra, donde pudimos contemplar esta maravilla que es el Tat Majal. Finalmente volvimos a Delhi y allí pasamos los últimos días de nuestro intenso viaje.
¿ Conclusión del viaje ? Una intensa experiencia y al mismo tiempo la caída de un mito.