Escrito por Luis Roca Jusmet
El dolor es algo que sentimos los humanos. Lo sentimos como emoción y lo sentimos como sensación. La diferencia entre sentimiento y sensación es que el primero es más interno y el segundo más externo. Pero como explica el gran neurocientífico Antonio Damasio en los dos casos los sentimos de manera consciente, como algo propio. Ambos son corporales, pero los transformamos en mentales en el momento es que se convierten en una idea consciente y en una expresión lingüística. No solamente sentimos dolor sino además somos conscientes de que los sentimos nosotros. Somos sujetos del dolor, a diferencia de los animales. A veces se confunde sufrimiento y dolor pero se puede marcar una diferencia radical. El dolor es punzante, grita. El sufrimiento es sordo, silencioso. El sufrimiento se soporta, el dolor puede ser insoportable por su intensidad.
El otro día vi una buena película sobre el dolor que se llama
Secretos del corazón. Trata del dolor provocado en unos padres el dolor de un hijo muerto, un niño de siete años. La madre de la protagonista también perdió a su hijo, un heroinómano de treinta años. La hija le pregunta a su madre si alguna vez el dolor desaparece y la madre dice que no, que nos acompaña hasta la muerte. Lo que cambia es la manera como nos acompaña, dice.
En los sueños de la
new age se decía que podíamos llegar a un estado, una especie de
nirvana, en el que ya no sentiríamos más dolor. El budismo serio dice algo muy diferente. No dice que se pueda eliminar el dolor. Los budistas más avanzados también exprimentan dolor, no se transforman en vegetales. Lo que consiguen es no identificarse con el dolor. Lo experimentamos, pero somos capaces de distanciarnos de él. Es lo mismo que dicen, dentro de nuestra tradición, los estoicos. Lo que podemos hacer es no identificarnos con el dolor. Ser sujetos que no nos identificamos con lo que sentimos, que lo aceptamos, pero lo dejamos pasar. Lo que sí plantean los budistas es que se puede eliminar es el sufrimiento, como estado emocional. Llegar a una serenidad interna en la que no existen estas pasiones tristes, como diría Spinoza. El drama, la queja y la lamentación forman parte de estas pasiones tristes. Aceptar el dolor, no luchar contra él, no identificarse con él. Esta es, quizás, la única salida. Porque Nietzsche ya vio muy claramente que apostar por la vida es aceptar la parte de dolor que comporta. No porque sea bueno, que Nietzsche nunca lo dijo, sino porque el placer y el dolor son manifestaciones de la vida y no puedes eleiminarlos, ni uno ni otro, sin eliminar la propia vida.