Escrito por Luis Roca Jusmet
Al final de su vida, Gilles Deleuze, acompañado por su partenaire el psicoanalista Félix Guattari, escribe un libro sobre lo que es la filosofía. Deleuze dice que lo hace como aquel que, libremente, piensa al final de su vida sobre el oficio que ha realizado. El libro es muy sugerente, discutible pero estimulante.
Deleuze descarta , de manera lúcida y clara tres sentidos de la palabra filosofía :
En primer lugar la filosofía entendida como contemplación, como una metafísica capaz de captar las formas de la realidad más profundas y esenciales. Sería la filosofía como saber sustantivo. Deleuze es claro : es la ciencia la que describe el estado de las cosas, el mundo real. En segundo lugar la filosofía entendida como reflexión, que pretendería que la tarea de la filosofía es construir un lenguaje desde el que cuestionar los otros discursos: el de la ciencia, el del arte, el de la política. Mal lo tiene la filosofía, si esta es su función, nos dice irónicamente. ¿ Es que vamos a decirles a los artistas, a los científicos, a los sociólogos, que es lo que hacen y porqué lo hacen ?. Son ellos los que pueden y deben reflexionar sobre sus prácticas. Tenemos finalmente, la concepción de la filosofía como comunicación intersubjetiva, como el proyecto de establecer principios universales. Tampoco aquí saldría bien parada, ya que la sociedad no es ni será nunca un escenario de acuerdos racionales. Las relaciones de poder, las pasiones, los deseos son los que marcan el devenir de lo humano y lo social. Que unos cuantos filósofos discutan piadosamente para buscar un consenso no tiene ningún efecto interesante, ni filosófico ni político.
Pero criticar es fácil, más difícil es construir alternativas. Deleuze lo hace. La filosofía es creadora de conceptos. Es la práctica propia y exclusiva de los filósofos. Suena bien, pero veamos que quiere decir con ello. En primer lugar desmonta la idea habitual de concepto. El concepto no es una forma universal ( ni en sentido realista ni nominalista) porque lo que hace no es generalizar, abstraer sobre cosas concretas. El concepto construye lo real no para describir un estado de cosas sino para marcar acontecimientos. El concepto no es verdadero ni falso, es interesante o no lo es. Antes ha de marcar lo que Deleuze llama
un plano de inmanencia. Desde este
plano de inmanencia ordenamos lo real de una manera intuitiva para poder elaborar conceptos. Lo que es este plano de inmanencia no queda del todo claro, pero es una pista fecunda. Es como la mirada que adoptamos, como la posición desde la que intentamos ordenar el caos. Porque Deleuze tiene razón cuando dice que lo inmediato es el caos. Habitualmente nos libramos del caos con la opinión, con la ideología, con las creencias sociales establecidas.
La filosofía, como el arte y la ciencia, son las maneras creativas, rigurosas de cortar este caos para establecer un orden desde el que nos podernos orientar. Estas tres formas luchan contra la inercia conservadora, rutinaria, de la opinión establecida.
El concepto es una manera de construir lo real, de entender lo real. No es una proposición ni se elabora como elemento de ella. Es una posición delante del mundo, una manera de darle sentido. Pero
sentido no quiere decir
finalidad, quiere decir en todo caso
valor, en el sentido niezscheano.
Nietzsche y Spinoza son las dos grandes
referencias de Deleuze. Pero ojo, referencia no quiere decir guía. Deleuze, como formuló con mucha precisión su amigo Foucault, lo que hace es transformar, casi destruir, a sus maestros como materiales para una cocción propia. El concepto es singular desde el punto de vista que señala una manera diferente de entender las cosas. Entender la filosofía como un discurso es un error, nos dice. Porque un discurso es un encadenamiento de proposiciones, cada una de las cuales es verdadera o falsa, y cuya referencia es el estado de las cosas. Esto es la ciencia, no la filosofía. Consideremos entonces que el filósofo genera intuitivamente un
plano de inmanencia, una posición, desde la que elabora conceptos interesantes que permiten dar un sentido a lo real. Pero la filosofía no puede ser incompatible con la ciencia, porque esta nos describe el estado de las cosas. No lo hace con conceptos sino con funciones. Establece variables a partir de las cuales construye un modelo para contrastar con lo real. Pero hay que señalar que aquí se refiere Deleuze a las ciencias físico-naturales, matematizadas al máximo. Cuando intentamos presentar a la filosofía como proposiciones sobre el estado de las cosas es cuando fallamos, porque entonces podemos reducir la filosofía, como máximo, a un conjunto de opiniones más o menos verdaderas. Pero se me abren aquí dos interrogantes: uno referido al psicoanálisis y otro a las ciencias sociales. Para mí el psicoanálisis es algo serio, aunque polémico, sin duda. No comparto las posiciones de Deleuze y Guatari expresadas en el
Anti-Edipo. Pienso que el psicoanálisis tiene un estatuto particular, que no es el de la ciencia ni el de la filosofía. Con el planteamiento de Deleuze queda recluido a la ideología. Pero mucho más grave me parece el lugar donde quedan las ciencias sociales, que por lo que parece quedarían fuera del planteamiento de Deleuze. Punto y aparte merece el desarrollo que corresponde al arte. Me parece magnífica. Deleuze está plenamente inspirado en su análisis, en sus ejemplos, en sus matices. La idea es que el arte es un bloque de sensaciones producido por afectos que vienen de aquellos. Los perceptos se construyen con el material de las percepciones, pero no son percepciones. Lo que hace es construir universos posibles frente a los universos actuales de la ciencia. No me queda muy claro lo que quiere decir cuando afirma que los mundos de los que habla la filosofía son los virtuales. Hay también comentarios más puntuales, aunque muy incisivos. Como cuando dice que lo único que ha universalizado el capitalismo son los mercados.
Que los derechos humanos son sólo un axioma, que coexiste con la "vergüenza de ser hombre" de la que hablaba Primo Levi. Pero esta "vergüenza de ser hombre" , nos dice, no sólo se corresponde con las situaciones extremas como las de un campo de exterminio sino también con la insignificancia del hombre moderno ( aquí vuelvo a acordarme de la "insignificancia" de Castoriadis y del "último hombre" de Nietzsche).