Escrito por Luis Roca Jusmet
Platón y Aristóteles subordinaron el placer al bien. El placer como experiencia sensorial y el bien como un bienestar diferente, pero que en todo caso también podríamos considerar un placer más amplio. Para Aristótteles si no actuamos bien es porque no somos libres, porque estamos encadenados a las pasiones, que nos producirían un placer negativo. Habla por tanto de un placer purificado, que limita los excesos. Epicuro, en cambio, identificará bien con placer aunque le dará a este un sentido más cualitativo, en el sentido que el placer debe ser algo que asumimos racionalmente, serenamente. Es otra forma de placer purificada. Los estoicos, en cambio, contrapondrán el deber al placer, en una tradición que continuará Kant. Spinoza y la tradición empirista-utilitarista seguirán planteando que el placer es el bien. Spinoza lo llamará alegría para señalar que es un bienestar más interno que sensorial. Spinoza planteó que el odio hacia uno mismo o hacia los otros era un efecto de la tristeza. El ser humano, decía, busca la alegría y la alegría conduce el amor. La tristeza sería consecuencia de las ideas inadecuadas. En todo caso todos los planteamientos se orientan a la búsqueda de la satisfacción interna, a la que también podríamos llamar felicidad. El porqué realizamos actos que nos conducen a la infelicidad, a la trsiteza, al dolor estaría en la falta de voluntad, en el dominio de las pasiones, en las creencias erróneas, en la cobardía.
¿ Porqué entonces nuestras acciones no nos conducen a la felicidad ? ¿ porqué los humanos somos tan infelices ? Hay, evidentemente cuestiones externas, pero estas no me interesan aquí porque plantean otro problema, que es el de como encajar lo que nos produce infelicidad y no depende de nosotros.Aquí si hay mcho que aprender del estoicismo. Pero el que decidamos cosas que no contribuyen a la felicidad sino a la infelicidad, sí es una cuestión problemática. Una causa posible puede ser el error : nos equivocamos cuando optamos por lo peor creyendo que será lo mejor. Otra pueden ser las adicciones, las dependencias que nos esclavizan y no nos dejan decidir. Están también las pasiones, que nos encadenan como placeres negativos : la soberbia, la envidia , la ira, de la vanidad. Finalmente tendríamos la falta de voluntad, la acidia que decían los antiguos, la indolencia o incluso el miedo que nos paraliza. Mill diferenció la felicidad de la pura satisfacción animal, hablando de placeres superiores y de placeres inferiores. Incluso planteó que el altruismo solo sería posible cuando produjera un placer. Esto quiere decir que actuaremos bien cuando nos proporcione una satisfacción hacerlo. Para ello se ha de crear lo que llamaba el deseo de virtud, lo cual es posible a través de la educación, siempre partiendo de la base de que los humanos tenemos una tendencia innata a la empatía.
Todo parece relativamente claro hasta el siglo XX, en que aparece la primera publicación del psicoanálisis : "La interpretación de los sueños", publicada el año 1900 por Sigmund Freud. Introduce un nuevo concepto de
deseo como búsqueda de algo imposible y por tanto incapaz de proporcionar el placer buscado. Antes, un filósofo llamado Schopenhauer ya había señalado que el humano se mueve entre la ansiedad del deseo y el aburrimiento de la satisfacción. El deseo es así la diferencia entre lo que buscamos y lo encontramos.
Freud introdujo también la noción de
pulsión como expresión de un instinto descabezado, sin objeto natural. Tenemos entonces este objeto perdido que busca y nunca alcanza el deseo. La primera idea que esboza Freud en sus primeros escritos sobre el
placer es claramente falsa. La extrae de la física y del
principio de inercia y considera que el placer es la disminución de la tensión, de la excitación. Pero es evidente que los humanos, en muchas ocasiones, buscamos la excitación y no el reposo. Se dió cuenta enseguida que la teoría era incompleta. De todas maneras el hombre busca el placer y el
principio de realidad no es su contrario, sino la adaptación del principio del placer a las exigencias de la realidad. Quedaba solamente el
superyo como las normas interiorizadas, que cumplimos de manera compulsiva. Más tarde escribió un libro muy polémico, al que puso como título
Más allá del principio del placer. Allí hablaba de la pulsión de muerte como una pulsión que tiende a la repetición de lo doloroso. Lo explicó con una hipótesis especulativa poco creíble, la de la tendencia a cero de todo lo viviente, lo que llamó
principio de nirvana. En todo caso fue una nueva intuición genial de Freud, el de la existencia de los impulsos destructivos y autodestructivos del ser humano. Es la violencia, totalmente diferente de la agresividad animal. Lacan introdujo la noción de
goce como una especie de búsqueda de placer oscuro, de satisfacción en la tensión y el dolor. ¿ Dolor consciente y placer inconsciente ?
Freud se interesó también por el sadomasoquismo, esta extraña pulsión en la que se mezclan el placer y el dolor. Consideraba el sadismo como un masoquismo invertido. Es decir el placer que se experimenta con el dolor, padeciéndolo más que ejerciéndolo.
El ser humano es un animal extraordinariamente complejo que no puede explicarse en términos exclusivos de búsqueda del placer. Hay algo que está más allá de este principio, algo oscuro en el ser humano que le empuja a la violencia y a la destrucción. Si es algo estructural del ser humano, como plantea Freud, o una reacción delante de la frustración como plantea la psicología humanista es una cuestión polémica.
Unas cuantas piezas para un difícil puzzle. Pero hay algo que nos empuja a la violencia, sea contra nosotros mismos o contra el otro, que es contrario al principio del placer, o por lo menos lo experimentamos como tal.