Escrito por Luis Roca Jusmet
Sptephen Hessel, el último superviviente entre los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos ya nos recordó que los que formaban parte de la comisión eran como él, luchadores por la libertad. Que se escribieron con sangre para evitar los nuevos desmanes del totalitarismos. Para fundamentar un Estado de Derecho cuya legitimidad le venía de ser capaz de garantizar a través de leyes los derechos de las personas, de los ciudadanos.
Aunque es cierto que la genealogía de la declaración viene básicamente por línea europea lo cierto es que recoge los mejores valores que ha generado la historia humana, muy bien expresados en los principios de la revolución francesa : libertad, igualdad y fraternidad.
Por una parte el valor central de la dignidad. Después de leer el estremecedor relato autobiográfico de Primo Levi "Si esto es un hombre..." entiende más lo que quiere decir despojar a un indidviduo de su dignidad humana. Pero constantemente nos enfrentamos a conductas que vulneran la dignidad, a través del machismo, del racismo, del clasismo o de la misma pobreza en que viven millones de personas. Porque la dignidad tiene unas exigencias materiales : alimentación, viviendam educación, sanidad.
Ernest Tugendhat busca una fundamentación más moral de la D.U.D.H y Habermas/Rawls, se orientan hacia más política. En el primer caso es a partir del respeto humano que debemos requerir su cumplimiento , tanto a los individuos como a los Estados. No sólo Rawls o Habermas critican este planteamiento, sino también gente más radical como Jacques Rancière, que ven el peligro de transformarlos en un simple humanitarismo. La cuestión, dicen, es política, y es el
demos político, la mediación entre iguales, el que debe garantizarlo. Quizás el debate no es excluyente y podemos considerar que la D.U.D.H tiene a la vez un fundamento moral y es una exigencia política. La justificación político-moral la podemos encontrar tanto en la teoría del contrato social ( con base en Spinoza, en Locke y en Rousseau , actualizada por Rawls) como en la racionalidad práctica ( con base en Kant y desarrollada posteriormente por Habermas y por Apel). Habría que añadir también el sentimiento de humanidad ( en Hume pero también en Confucio ). En todo caso, como plantea Paul Ricouer, se trata de enlazar el deber ( racional) con el deseo ( sentimiento) no de contraponerlos. Mill podría ser una buena referencia en este sentido. Me parece que vale la pena insistir en la necesidad de los tres aspectos : el acuerdo, la argumentación y la vinculación afectiva. También recoger la idea de Rorty de que
el reconocimiento del otro no es una tendencia natural, sino un producto histórico, siempre muy frágil, que hay que consolidar y potenciar.or el contrario. Me parece que son los términos éticos como
reconocimiento y como
respeto los que nos permiten una buena aproximación a lo que es l
a dignidad y no los centrados en el yo, como la autoestima,lamentablemente tan omnipresente en nuestra sociedad narcisista.
Los grandes adversarios de la D.U.D.H son el totalitarismo y el relativismo. El relativismo pretende que la D.U.D.H es un invento y por tanto una imposición occidental. Aquí deberíamos plantear un
universalismo universal en contra del
universalismo europeo, tal como plantea Wallernstein. Hay que reivindicar, por tanto, como bien plantea el libro, la universalidad como un proceso y no como un sistema cerrado, debe ser una universalización a partir de muchas aportaciones. Amaryrta Sen dos ha dado muchas pistas en este sentido.
No hay que considerar que la declaración tenga una base religiosa. Históricamente podemos constatar la resistencia que ha planteado la Iglesia Católica a la D.U.D.H., similar a la de las autoridades islámicas. La universalidad no es abstracta, debe entenderse de manera concreta, como un proceso abierto a todas las culturas y a todos los ciudadanos, a la heterogeneidad
cultural. Hay otra idea que me parece imprescindible, que es que los derechos no deben entenderse nunca al margen de los compromisos y de las obligaciones colectivas, ya que si no los condenamos a ser la expresión disolvente de una sociedad narcisista en la que sólo hay demandas. Esta es la crítica del comunitarismo al atomismo liberal, centrada en el individuo y no en la comunidad. Pero también las identidades culturales son peligrosas, por lo que me parece que hay que salir de la falsa dicotomía entre liberalismo y comunitarismo y buscar en el republicanismo de ciudadanos libres una tercera alternativa a desarrollar. Otra cuestión fundamental, también abordada, es la de la relación entre la D.U.D.H y la democracia. Aquí hay desde opciones que defienden una concepción muy particular de la democracia ( y completamente diferentes entre sí, como la de Karl Marx y Carl Smidt) a partir de la cual critican el liberalismo ( los autores dicen la D.U.D.H, que me parece totalmente diferente). Otros consideran que la D.U.D.H es prioritaria, ya que la democracia puede llevar a gobiernos totalitarios. Hay, finalmente, los que los consideran complementarios, que me parece la opción correcta.
La aplicación coherente de los derechos humanos es incompatible con la lógica del capitalismo, no con la economía de mercado. Porque el capitalismo es una economía-mundo en la que el Estado está al servicio del gran capital. A través de la dependencia económica, de la alianza entre oligaqarquías económicas y políticas, de puertas giratorias entre cargos importantes de instituciones y grandes empresas. Los derechos socioeconómicos son fundamentales y van contra los intereses del gran capital. La lógica del capitalismo es la acumulación indefinida del capital en oligopolios y aquí no entran derechos contrarios a sus intereses
La D.U.D. H. han de ser el modelo a seguir por todos los gobiernos ( dimensión política) y personas ( dimensión ética). Cuando se consigan aplicar podremos hablar de emancipación humana, entendida esta como la creación de una comunidad de ciudadanos autónomos que se constituyen como sujetos de derechos ( y de las obligaciones que comporta el reconocimiento de los derechos del otro). Seguramente una socialdemocracia ética y políticamente renovada será el camino más efectivo para lograrlo. En un planteamiento de la libertad entendida como no-dominación, es decir como un ejercicio de la libertad solo limitado por la garantía de que la igualdad de derechos sea efectiva.