Escrito por Luis Roca Jusmet
Si la alucinación se da en el terreno perceptivo, entonces podemos considerar que, por definición, es falsa. ¿ Qué es en realidad una alucinación ? Tanto Merleau-Ponty cuestionan la definición de que es una percepción sin objeto. Este planteamiento no es correcto justamente porque el sujeto que alucina tiene
una percepción de un objeto diferente de la de los otros. Entonces podemos afirmar que la percepción común es la que se corresponde con el sistema sensorial humano. Y aunque esta sea parcial, de alguna manera se corresponde con el mundo, es decir se adecua a él porque si fuera de otra manera no podríamos sobrevivir en él, puesto que la información que recibiríamos nos impediría adaptarnos al medio. Diríamos entonces que cualquier especie tiene un sistema sensorial que parcialmente capta el entorno en el que se mueve. Pero la percepción se da, como la alucinación, en el terreno de lo iamginario, al igual que el mimetismo que nos permite adaptarnos al entorno. Lo compartimos con los animales.
En el caso humano tenemos
otro registro, que es el simbólico. Es el que nos convierte en un
ser parlante y es por tanto el que convierte su percepción en una proposición. Una proposición que en la que afirma o niega algo, es decir en la que se formula un juicio. Esta es la concepción de verdad que heredamos de Aristóteles, o como mínimo de sus intérpretes, que van de la escolástica al positivismo. Y esta proposición, para considerarse verdad, la comparamos con la percepción común. Percepción común que quiere decir la percepción de cualquiera, no de un grupo concreto que podría estar atrapado en una alucinación colectiva. El que alucina, aunque su sistema sensorial le da la misma información que a los otros, sustituye este objeto por otra imagen que produce su mente y que colocaría en el lugar del objeto de la percepción. Por lo tanto la alucinación no sería un error, porque para hablar de error deberíamos considerar coordenadas comunes. Tampoco una falsedad porque no hay una intención de engañar. La alucinación es una locura perceptiva, por decirlo así.
Cerramos entonces el circulo sobre la verdad. Lo cerramos porque como decía Frege la idea de verdad es axiomática. Planteamos la verdad como adecuación porque consideramos que aquello de lo que tenemos percepción, es decir experiencia, es verdadero. Pero es que no tenemos otra salida.
No la tenemos porque el camino opuesto sería el de Nietzsche, que es el de considerar toda verdad como ficción.
El delirio opera en el registro simbólico. En el del discurso.
Un discurso es un encadenamiento de proposiciones que sigue unas determinadas reglas si es un discurso argumentativo y ninguna si es un discurso informativo, en el que se van encadenando juicios de hecho de manera mecánica. pero esto solo es así superficialmente. Porque como dice Giorgio Agamben recogiendo la sugerencia de Émile Beneviste y el último Saussure, no hay un puente natural entre el signo y la palabra, Porque un signo se identifica pero una palabra se interpreta. Con ello entramos en el terreno semántico y por tanto en el de la interpretación. Un discurso argumentativo o informativo tiene sentido en función de lo que decimos, de su significado. Las reglas del silogismo o d ela lógica formal funcionan para muy pocos argumentos en la vida real.
Podemos recurrir también al hablar de discurso foucaultiano de
enunciado. Sería la función que posibilita una proposición y que dependería de la episteme
de un discurso. Es decir, que no hemos de entender que pasamos de una percepción a una palabra-concepto y de aquí a una proposición y de la proposición al discurso. No se trata del paso de la percepción al concepto y de éste a la proposición. Se trata de que esto es posible porque hay una lengua y esta es una estructura a partir de la cual es posible decir-pensar cosas de una determinada manera. Es decir que partimos de un significante, que como dice Lacan, no es un signo de la cosa sino, en cierta manera, su asesinato. Porque un significante se define por otros significantes. Pero un significante es un signo que tiene un significado, no un signo que representa algo. Y este querer decir nos conduce a la interpretación.Y desde un discurso hay una episteme, es decir una determinada manera de saber sobra el mundo, que define lo que hemos llamado enunciados.
Dicho todo esto podemos considerar que, en cierta manera, como planteará Lacan al final de sus escritos "Todos los hombres deliran" porque todos reconstruimos la realidad a partir de un lenguaje simbólico. Y lo que es un discurso verdadero o delirante depende, en cierta manera, de cada episteme, que aceptará uno determinados enunciados y excluirá otros.
Lo que acabo plantear implica, si lo llevamos hasta sus últimas consecuencias, que no podamos hablar de definir un delirio en términos clínicos ni tan como un discurso que no tiene nada que ver con la realidad. Freud diferencia el error, la ilusión y el delirio. El error es técnico, la ilusión hace referencia a un proyecto deseable, aunque sea improbable. Pero está orientado al futuro. Freud decía que el delirio debe romper el principio de realidad en su constatación del presente. Es decir que un delirio formula un discurso que no es real. Pero para hablar de que un discurso no es real hemos de volver a la teoría de la verdad como adecuación.Si esto es posible podemos establecer algún criterio para diferenciar un discurso delirante ( en el sentido clínico) de otro no delirante. En todos caso señalo algunos de los posibles:
- La certeza del delirio frente al margen de duda posible.
- El delirio no se refiere solamente al futuro sino al presente-pasado.
- El delirio tiene un carácter individual. Se opone a las percepciones de los otros.
- El delirio atrapa totalmente al sujeto, lo domina totalmente.
Pero vale la pena constatar que podemos hablar de delirios colectivos y en estos caso es una patología social. Estos son los realmente peligrosos porque detrás de todo totalitarismo hay siempre un delirio.
En este sentido la única terapia contra los delirios colectivos es siempre la distancia crítica y el abrirse al diálogo de los otros. Esta es, por tanto, mi conclusión.