Escrito por Luis Roca Jusmet
Michel Foucault habla, en su última etapa, del cuidado de sí. Dice que en la época del estoicismo romano, una de sus referencias, la figura es imprescindible. El maestro del que habla está ligado al ejercicio espiritual de la parreshía, que es la franqueza, el coraje de decir la verdad. Pero este maestro no es el pedagogo de los jóvenes sino alguien que se dirige a los adultos. Es el filósofo. Y el filósofo no transmite un saber que deben aprender los discípulos. Lo que hace el maestro filósofo es enseñar a desaprender, es decir desenredar lo que nos habían enredado. Porque lo que enseña el pedagogo es a socializarse, a normalizarse adaptándose al ideal de la época. Y este maestro-filósofo se dirige al discípulo para que cada cual sea autónomo, que cada cual sea él mismo. Pero ser uno mismo no quiere descubrir un yo oculto. Este yo oculto no existe. El yo es algo que se construye. Habíamos construido nuestro yo a partir del ideal que habíamos interiorizado por la influencia del Otro. Hay que saber encontrar el modo de vida que queremos, a partir de lo que realmente deseamos. Deseo que coincide con el conatus de Spinoza y con su idea de libertad como el hacer lo que realmente necesitas. El maestro es solo un simulacro provisional del Otro, porque será el Otro que se autodestruye para dejar que el otro realmente sea.
Lo contrario de lo que plantea M.F. es, como él mismo nos enseña, lo que hará el cristianismo con el trabajo que nos propone el estoicismo. Es el poder pastoral, que no es emancipador porque está ligado a la obediencia y a la obligación de decir la verdad, es decir a la confesión. El maestro es entonces la representación de un Otro, que es la Ley divina. El pastor quiere un rebaño y esto es lo que quiere el poder pastoral, rebaños. Todos los totalitarismos son formas de este poder pastoral. La Nación, la Historia, todo son Otros que nos someten. También los psicólogos pueden ser variantes de este poder pastoral que nos someten a la Ley de la normalidad.
Hay una cierta similitud entre este maestro-filósofo y el analista de Lacan, como sujeto de supuesto saber que debe caer con el ideal del analizado para que pueda atravesar su fantasía y encontrarse con su deseo inconsciente. También se me ocurre, salvando unas diferencias aún mayores, con el maestro zen.
El maestro libera, el pastor encadena. Esta es la radical diferencia.