Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia Quentin Meillassoux
Prefacio de Alain Badiou ( Margarita Martínez) Buenos Aires : Caja Negra, 2015
Escrito por Luis Roca Jusmet
Nos encontramos aquí con un libro de lo que podríamos llamar de filosofía pura. Y filosofía pura quiere decir filosofía dura, no nos engañemos. Dura quiere decir difícil, porque las problemáticas que plantea y en las formas que lo hace Quentin Meillassoux, implica estar bien iniciado en el lenguaje filosófico. No es un ensayo de lo que podríamos llamar filosofía mundana, accesible a cualquier ciudadano ilustrado. Deberíamos situarlo dentro de la filosofía académica, pero en el sentido más noble del término. No trata de cuestiones que solo interesen a especialistas, ni mucho menos. Plantea un problema que puede interesar a cualquier ser pensante: ¿ Hasta que punto podemos conocer la realidad ? A partir de aquí aparecen otras, como hasta que punto la ciencia muestra las cosas tal como son o solamente como las vemos nosotros, Para tratar el tema Meillassoux se dirige a los clásicos de la filosofía moderna : Descartes, Leibnitz, Hume y Kant. A Descartes para criticarle, porque representa para él la metafísica dogmática, el intento de fundamentar un Absoluto, que no sería otro que un Ser perfecto al que acostumbramos a llamar Dios. A Leibnitz para cuestiona su axioma del
principio de la razón suficiente, es decir la idea de que todo lo que existe ha de tener una razón para hacerlo. A Hume para reivindicar la actualidad del problema que lleva su nombre. El problema de Hume es el de la incapacidad de justificar el principio de causalidad y, por lo tanto, las leyes necesarias en la naturaleza. ¿ Cómo podemos saber que lo que ocurre siempre seguirá ocurriendo ? ¿ Cómo podemos saber que hay una conexión necesario entre los dos hechos que llamamos causa y efecto ?. Hume era un escéptico que criticaba el sueño dogmático de los racionalistas como Descartes o Leibnitz. Pero Kant dió la vuelta al asunto al plantear la salida trascendental. Se trataba de considerar el principio de causalidad como la única manera que tenemos los humanos de ordenar los hechos en forma de conocimiento. Esto estaba enmarcado en un planteamiento radical. El sujeto del conocimiento y el objeto se constituyen mutuamente. Lo cual quiere decir que es el sujeto, con sus formas "a priori" ( dentro de las cuales el principio de causalidad es una de ellas) el que constituye el mundo que conocemos. Esto no quiere decir, como planteaba el idealismo de Berkeley, que es nuestra mente la que se inventa un mundo. Quiere decir que hay un ser que se manifiesta a los humanos como fenómeno. Lo que conocemos es el fenómeno y la objetividad no es el conocimiento del ser sino el conocimiento universal del fenómeno. Conocimiento universal quiere decir que los humanos podemos establecerlo de una manera común. Esto es la ciencia, lo que la comunidad intersubjetiva puede contrastar de la misma manera.
Meillassoux plantea a partir de aquí otra cuestión, que es la que él llama de
los enunciados ancestrales. Estos son los enunciados científicos que dicen cosas sobre realidades anteriores o posteriores a la existencia del hombre. Si el hombre solo puede hablar de lo que se le manifiesta ¿ cómo puede afirmar lo que son las cosas al margen de su existencia ? En realidad todo ello le lleva al filósofo francés a plantear una contradicción muy clara : la ciencia que se constituye en Europa en los siglos XVI-XVII, lo que se ha llamado la ciencia galileana parte de la revolución copernicana que desplaza a la Tierra del centro del Universo. Cuando algo más tarde, en el siglo XVIII, Kant intenta fundamentar la filosofía que justificará la ciencia matemática, es decir la galileana, dirá que él hará también una revolución copernicana, que es la que situará al sujeto como centro del universo. Pero esta revolución, dice Meillassoux, no es copernicana sino todo lo contrario, es ptolemaica. Porque coloca al hombre como sujeto, en el centro del Universo. La teoría de Kant, ampliamente aceptada, es la que Quentin Meillassoux llama l
a teoría correlacional del conocimiento. Lo que afirma es que si no hay sujeto no hay objeto de conocimiento, por lo que el conocimiento es relativo. No es relativista porque no depende de cada individuo o de cada cultura, hay un criterio de objetividad, pero es relativo al hombre. A partir de aquí o consideramos que el único Absoluto es el sujeto, como hace Hegel, o que hay un Absoluto que no podemos pensar. Y si es así entonces se abre la puerta al fideismo, es decir a la mística, como acaban haciendo Wittgenstein o Heidegger. Quentin Meillassoux abre un camino renovador en el panorama filosófico contemporáneo, a una forma de metafísica crítica. Ya hace tiempo que lo abrió porque el libro lo escribió en el 2006 y ya ha dado lugar a muchos debates. Pero en España, que a veces va de sobrado, no nos hemos enterado. Ni siquiera se ha traducido el libro. Nos llega en traducción española desde Argentina, con la dificultad que supone algunos términos que no suenan exactamente igual. De todas maneras es una buena oportunidad para conocer a este importante discípulo de Alain Badiou ( que aporta un prefacio interesante). La propuesta es sugerente. Intentar conocer al ser desde la finitud, desde la contingencia. Reflexionar desde una nueva perspectiva sobre el azar y sobre la necesidad. Acercarnos al absoluto de la finitud y de la contingencia, lo cual es para el autor una paradoja peor no una contradicción. Otra cosa es si el camino lo deben marcar las nuevas teorías matemáticas, como parece sugerir. Pero se abre un horizonte que puede ser filosóficamente interesante, que no es poco. Quentin Meillassoux lo llama realismo especulativo.