Escrito por Luis Roca Jusmet
Los clásicos del pensamiento se definen, como bien dijo el gran filósofo francés contemporáneo Pierre Hadot, por su capacidad para presentar una experiencia intelectual que puede ser actualizada más allá del momento histórico en que fue escrita.
“Elogio a la locura”, libro escrito por Erasmo de Rotterdam en el siglo XVI, es un ejemplo singular. Por una parte porque, siendo la obra más conocida del autor. fue escrita por él en unos pocos días, como una especie divertimento para combatir el aburrimientol tiempo que estuvo recluido en casa de Tomás Moro. No es un caso único, porque algo similar le ocurrió con Freud respecto a su “Malestar en la cultura”. En ambos casos hay, por esta levedad en la escritura, una frescura y una fluidez que no tienen sus escritos más rigurosos. Pero lo más fuerte es que Erasmo, cuyo papel histórico fue el de la defensa de un humanismo equilibrado y racional, pase a la historia con un libro que no es un elogio de la razón, sino todo lo contrario. La palabra latina
stultia además, no es tanto lo que hoy entendemos por locura (
dementia) sino más bien la estupidez, la indolencia, la falta de criterio. Hay una razón, que podríamos llamar táctica que puede explicar el título. La crítica de Erasmo, que es muy radical y no deja títere con cabeza, podría desencadenarle serios problemas con el poder. Al hablar en nombre de la Locura ( entendida como tontería ) se cubre con un ropaje satírico que le protegerá de la ira de los poderosos, mientras el buen entendedor puede captar su mensaje sin problemas. Pero yo creo que el texto va más allá de esta motivación. Hay una especie de juego saturnal desesperado por parte de Erasmo, en el que se da cuenta de que tiene que dar la vuelta a su propio discurso para ser radical, para llegar al fondo de su crítica. Podríamos incluso decir que él hace alarde de la parrêshia, que defiende Michel Foucault como la posición crítica del filósofo que tiene el coraje de decir la verdad frente a los aduladores y los farsantes.
Lo que ocurre en su época es que nadie hace lo que dice, hay una impostura generalizada, la Iglesia utiliza el discurso del cristianismo para legitimar el poder, los privilegios y el cinismo de los que lo utilizan. El gran drama es que las palabras que debería utilizar para criticar a los impresentables de su época ha sido apropiada por estos.
Podríamos hacer una analogía entre la época de Erasmo y la nuestra. Si seguimos los planteamientos del gran sociólogo/historiador Immanuel Wallerstein ,l siglo XVI es el final de un sistema-mundo y el inicio de otro, el capitalismo como economía-mundo. Continuando con su planteamiento,la economía-mundo del capitalismo se está acabando y está empezando otra que no sabemos lo que será. Tampoco lo sabía Erasmo ni la gente de su época. Lo único que sabían es que el sistema estaba acabando y los poderosos mantenían sus privilegios como aves de rapiña sin importarles el futuro, que no sería el suyo. Hoy pasa lo mismo: sabemos que el capitalismo está llegando a su límite y que una minoría sigue expoliando a su costa. Pasa también que vivimos esta “crisis de palabras” (según la expresión de Daniel Blanchart en un texto muy recomendable que se titula así). No sabemos cómo expresar nuestra rabia, nuestra indignación, nuestra crítica. Socialismo, democracia, derechos humanos, izquierda, libertad, igualdad eran palabras contundentes que querían decir mucho, que expresaban movimientos reales por la emancipación. Hoy es este discurso es utilizado por los liberales que gestionan el sistema (sean liberales puros, liberales conservadores o socioliberales) y el estalinismo destruyó el sentido emancipatorio del término comunismo. El desaliento es el peligro inmediato que nos acecha pero hemos de ver la manera, difícil por supuesto, de recuperar esta ética de la verdad a través del discurso que en su momento Erasmo no pudo hacerlo de otra manera que elogiando la locura. Yo no sé cual es la solución pero si sé que los que queremos reivindicar la tradición de la izquierda hemos de evitar alimentar con falsas retóricas esta crisis de palabras que tanto daño está haciendo.
Vale la pena leer a este clásico, no solo por su valor literario sino porque algo nos puede enseñar en este ejercicio crítico del pensar.