Escrito por Luis Roca Jusmet
El eneagrama es un sistema de conocimiento y de trabajo interno para liberarse de las cadenas internas. Dejar de ser, como decían los antiguos, un esclavo de las propias pasiones. No es, evidentemente una teoría científica ni puede serlo. Ninguna teoría sobre la personalidad puede ser científica y, si alguna lo intenta, hay que calificarla de pseudocientífica, que es una descalificación porque pretende presentarse como lo que no es. No me parece tampoco una teoría conceptual si entendemos esto en el sentido fuerte spinozista. No son conceptos que agrupen a individuos con propiedades comunes. Son signos que significan algo imaginario, en el sentido que clasificamos de una manera convencional, aunque no arbitraria. Esto quiere decir que lo que hacemos es agrupar características de una determinada manera, no necesaria sino contingente. Lo podríamos hacer de otra. El eneagrama es una clasificación y, como tal, es peligrosa. No lo es si le damos un sentido de instrumento, de orientación, y lo es si nos sirve para etiquetar. Sirve como instrumento porque tiene un elemento intuitivo de psicología poderoso.
Lo que hace el eneagrama es dividir en tres centros : el visceral, el emocional y el mental. Cada uno de los nueve tipos, que utiliza un número justamente para no etiquetar ( en general se hace lo contrario y se les pone un nombre) está en uno de los tres centros. En principio cuesta ver la relación pero he llegado a un planteamiento que me parece fecundo.
Los que están en el centro visceral son los que necesitan afirmarse en un terreno hostil. Esta es la experiencia infantil, que es donde se construye la máscara social como elemento defensivo. Los que necesitan afirmarse o lo hacen con la pulsión agresiva o simplemente se someten para que les dejen tranquilos en su pequeño espacio. Los dos primeros son el uno y el ocho, que se caracterizan por la ira y la venganza. El uno se afirma a través de un sistema normativo con el que se identifica y desde donde canaliza su agresividad, de una forma retenida pero firme. El ocho se afirma a través de la violencia, la venganza contra los otros en cuanto que afirmarse a uno mismo quiere decir negar al otro. Es la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana. Vencer o morir. El nueve, en cambio, se somete. No quiere provocar ni molestar al otro, quiere que le dejen tranquilo. Frente a las pautas activas de los dos primeros, la del nueve es pasiva. Es la pereza, la indolencia.
Tenemos luego los que están en el centro emocional. No buscan afirmarse sino ser reconocidos. El dos quiere ser reconocido como necesario por los otros. No acepta nada, solo da. Pero lo hace porque quiere que los demás estén en deuda con él. Es la pasión del orgullo, de ser imprescindible. El tres quiere ser reconocido como el mejor, quiere ser admirado. Es la vanidad del que solo puede sostenerse en el éxito y no soporta el fracaso. Es un autoenegaño. El cuatro tiene complejo de inferioridad, siente que le falta algo que tienen los otros. Es la envidia. Quiere ser afirmado a partir de la diferencia, de considerarse especial.
Los que se mueven en el centro mental no tienen como problema central el de tener un lugar o se reconocidos sino el de la seguridad. Los otros se le presentan como un peligro. El cinco se refugia en su mundo. Es la pasión de la avaricia, quiere dar y recibir lo mínimo. El seis vive dominado por el miedo. Es el que presenta más variedades. Porque puede manifestarlo en forma de inseguridad, de indefinición. O puede defenderse atacando o sometiéndose a unas normas. El siete se evade del dolor, no mira el peligro que le acecha. Se refugia en fantasías, en adicciones, en lo lúdico, en la diversión.
Es decir, que sin plantear que exista el eneagrama como entidad real, digamos que es una ficción fecunda, basada en intuiciones psocológicas muy fecundas. Incluso podríamos decir que los caminos que señala entre un número y otro también son sugerentes.
El uno avanza cuando coge el aspecto positivo del siete, que es la relajación, el tomarse las cosas menos en serio. retrocede cuando coge lo peor del cuatro, el sentimiento de inferioridad, de impotencia.
El dos avanza cuando es capaz de coger lo mejor del cuatro, que es conectar con el propio deseo. Retrocede cuando ve a los otros como ingratos y pasa a la violencia del ocho.
El tres avanza cuando pasa a la humildad y lealtad del seis y retrocede cuando se no acepta su fracaso y pasa a la indolencia del nueve.
El cuatro avanza cuando es capaz de salir de sí mismo y se somete a unas normas que le hacen salir del circulo vicioso de su interioridad.Retrocede cuando se vuelve dependiente como el peor dos.
El cinco avanza cuando sale al ruedo a luchar, como el ocho. Retrocede cuando se encierra en su mundo, fantasioso o adictivo como lo peor del siete.
El seis avanza cuando deja de defenderse, se vuelve más fluido, más relajado, se deja ir, como lo mejor del nueve. Retrocede cuando se defiende compitiendo de manera compulsiva, como lo peor del tres.
El siete avanza cuando se encuentra consigo mismo, en soledad, como lo mejor del cinco. Retrocede cuando se vuelve rígido, como lo peor del uno.
El ocho avanza cuando empieza a sentir empatía por el otro, como lo mejor del dos. Retrocede cuando se encierra, como lo peor del cinco, porque se siente derrotado.
El nueve avanza cuando empieza a competir en el buen sentido del tres, el de la eficacia. Retrocede cuando su indolencia lo vuelve totalmente inseguro, como lo peor del seis.
¿ Un juego ? Tomémoslo así. Pero un juego que, bien utilizado, puede servirnos para aprender mucho. De nosotros mismos y de los otros.