Gestos frente al miedo.Irene Moreno Bibiloni(Prólogo de Eduardo González Calleja) Tecnos: Madrid, 2019
Escrito por Luis Roca Jusmet
Voy a empezar la reseña con dos preguntas: La primera es ¿Cuándo dejamos de hacer sociología del presente y pasado a hacer memoria histórica? . La segunda, ¿Es posible un relato objetivo de unos acontecimientos sociales recientes, cuando las heridas aún siguen abiertas? Creo que ninguna de las dos preguntas puede tener una respuesta absoluta. Las dos exigen una argumentación matizada. En el primer caso es evidente que el corte entre el presente y el pasado es arbitrario. Arbitrario no en el sentido de que es convencional, que depende del arbitrio, del acuerdo humano. El libro que nos ocupa se refiere a unos acontecimientos ocurridos entre 1975 y 2013. El inicio coincide con la muerte de Franco y a partir de aquí el inicio de la transición política que supone el paso del fraquismo a una monarquía constitucional de carácter democrático. Proceso complejo que no tiene un final que podamos precisar con exactitud, pero que se toma como referencia habitual el año 1982, año en el que sale elegido Felipe González como presidente del gobierno ; lo hace tras la victoria del PSOE, partido que no tuvo nada que ver con el franquismo. El final de la etapa estudiada (2013) se corresponde con el cierre de Gesto por la Paz. Es en este momento cuando la autora del libro, Irene Moreno Bibiloni, decide iniciar un riguroso estudio ( que le llevará cuatro años) sobre el movimiento ciudadano que en el País Vasco plantó cara al terrorismo de ETA. Dos años antes ETA abandona las armas. Podemos afirmar que “habían decidido dejar de matar” porque toda su actividad terrorista se correspondía con la decisión de matar para conseguir la independencia. Vale la pena señalar lo que acabo de decir para no caer en la ilusión que ETA era una organización armada que se creó para enfrentarse a una Dictadura. La propia historia de ETA desmiente esta idea: una vez acabado el franquismo continúan matando para conseguir su único objetivo: la secesión de España y la creación de un Estado propio. Volvemos a la pregunta inicial: cuando hablamos de la transición ¿estamos hablando del presente que todavía vivimos o de una historia ya pasada? No hay respuesta clara, ya que nos movemos en esta frontera ambigua entre la historia y la sociología. Aunque la solución quizás sea, como señaló el gran Immanuel Walernstein, en una sociología histórica capaz de integrar diferentes disciplinas en una misma visión de conjunto. La segunda pregunta es impertinente, lo reconozco. ¿Puede un historiador que bordea una situación que todavía está abierta pretender hacer un relato objetivo? O incluso podríamos preguntarnos si la expresión relato objetivo no es un oxímoron. El tema es complejo. ¿se dedican los historiadores a hacer relatos y estos pueden ser imparciales? Mi opinión es que es muy difícil, si no imposible, ser imparcial cuando son hechos de consecuencias trágicas frente a los que hay posturas muy polarizadas. Hay que elaborar un relato ciertamente porque se seleccionan y se relacionan hechos desde una determinada perspectiva. Pero lo que debe exigirse a este relato es que sea veraz. La veracidad es imprescindible en estos tiempos en que el relativismo cognitivo puede llevar a teorías tan disparadas como los de la post-verdad. Los hechos son lo que son y no pueden ocultarse ni distorsionarse En estas estamos. Irene Moreno Bibiloni no es imparcial. Ella se posiciona contra el terrorismo de ETA. Sin reservas, sin vacilaciones. Como una ciudadana indignada frente a lo intolerable. Aquí está su motivación, pero tenemos también a una historiadora rigurosa que quiere ser veraz. Y lo es. Nos quiere explicar, y lo hace muy bien, quienes fueron aquellos que tuvieron el valor y la dignidad de enfrentarse al terrorismo. Que superaron el miedo pero quizás algo más difícil todavía: el mimetismos social, el conformismo, la exclusión. La autora hace un recorrido que va empieza en la transición (1975-1982). Los años de plomo de ETA y el miedo, ciertamente, y esta percepción social tan terrible del “Algo habrá hecho”. Pero también el momento en que aparecen las primeras reacciones contra la locura terrorista, ahora que se había quitado la careta, tanto de partidos (está bien que nos recuerde que fueron de la izquierda: el PCE y el PSOE. Que continua, entre los años 1982-1985, con el inicio de movilizaciones ciudadanas y de los inicios del Grupo por la Paz a partir de grupos cristianos de base y de colectivos pacifistas. Después, entre 1986 y 1989, las primeras concentraciones silenciosas y la aparición de la Asociación por la Paz de Euskal Herria (“¿Por qué no la Paz? Un silencio contra la violencia. Entre los años 1989-1991 hay un salto cualitativo con el pacto de Ajurai Enea como unidad consensuada contra el terrorismo (sobre todo a partir del salvaje atentado de Hipercor). Por otra parte el crecimiento importante del Gesto por la Paz y la aparición de una crisis interna que daría lugar a escisiones, que fueron aprovechadas para desprestigiarles desde la prensa abertzale de Egin. Fue, de todas maneras, la época de consolidación del pacifismo vasco. La década de los noventa supuso la consolidación de los referentes morales del Gesto por la Paz: la separación del conflicto violento y el político ( que también dio lugar a una fecunda polémica), la defensa de la dignidad y el reconocimiento de todas las víctimas a partir de la aparición del GAL. En el año 1993 aparecerá el lazo azul como símbolo unitario de todos los que denunciaron el secuestro del empresario Julio Iglesias ( y todo lo que representaba la violencia etarra). La izquierda abertzale comienza, a partir del año 1995, su campaña de “socialización del sufrimiento” y el reforzamiento de la acción de la “kale borroka”, iniciada unos años antes. Los asesinatos, a finales de los noventa, de Gregorio Ordoñez y de Miguel Angel Blanco aumentaron el rechazo social al terrorismo de ETA. Al grito de “Basta Ya” el colectivo de este nombre consiguió una manifestación masiva de indignación, no únicamente en el País vasco sino en muchas ciudades españolas. Muchas cosas cambiaron, como la denuncia del nacionalismo y la radicalización del PNV, que rompió el consenso y buscó la alianzas de los partidos nacionalista a través del Pacto de Estella. Entre el 2008-13 sería el final de ETA y con él el del Gesto por la Paz.
El libro hace un recorrido preciso que es, sin duda imprescindible. A través de la historia de Gesto por la Paz visualizamos también su contrario : la historia del terrorismo de ETA desde la transición hasta su disolución. ETA se muestra como lo que es, no un grupo que se organiza militarmente para enfrentarse a una Dictadura sino una organización totalitaria que decide matar y secuestrar para conseguir su objetivo, que es la independencia. Es totalitaria porque no hay separación entre medios y fines. No es que tenga un objetivo justo (la independencia ) para el cual utiliza medios injustos ( el terrorismo). Es que la utilización del terrorismo como medio ya define los fines: los de una organización que se considera representativa de un supuesto “pueblo” (el que coincide con sus relato) y que se atribuye el derecho a matar a sus enemigos ( que convierte ideológicamente en “enemigos del pueblo”). La condena ha de ser radical, y es política y es moral. A la autora le interesa señalar, sobre todo, la evolución de la sociedad vasca frente al fenómeno del terrorismo. Como fue capaz de pasar del miedo a la movilización de protesta. Como ETA fue capaz además, de banalizar los propios actos terroristas y elaborar un relato que lo justificara. Como la hegemonía nacionalista contribuyó al silencio justificatorio de las acciones terroristas justificando sus objetivos y aceptando su relato. Irene Moreno Bibiloni rinde también un homenaje a los hombres y mujeres que se levantaron contra esta locura, creando organizaciones como Gesto por la Paz. No fueron los únicos pero su historia sirve como homenaje a todos los que fueron capaces de superar el miedo y el mimetismo y salir a la calle a decir no al terrorismo. Hay que agradecer a la autora este relato su trabajo, riguroso y paciente, capaz de dar testimonio de los hechos que deben contribuir a un relato veraz y alternativo al de los nacionalismos. Y también que algunas instituciones (Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo; Gógora : Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos; Mario Onandia Fundazioa ) ayuden a este tipo de proyectos. También vale la pena resaltar el excelente prólogo de Eduardo González Calleja.