Escito por Luis Roca Jusmet
Ilsetraut Marten era una filósofa alemana, estudiosa de la filosofía antigua como forma de vida y cuyo trabajo más importante fue "Séneca y la dirección espiritual". Su matrimonio con Pierre Hadot fue un fecundo encuentro personal e intelectual. A partir de entonces adoptó el nombre de Ilsetraut Hadot.
En un libro publicado el año 2019 que recogía diferentes artículos y entrevistas de Pierre Hadot, ya fallecido, hay un postfacio muy interesante de Ilsetraut Hadot. Se llama "La figura del guia espiritual" en la Antiguedad, que es la traducción de una conferencia que dió en alemán el año 1989.
Voy a comentar la última parte del texto, que titula "La filosofía como guía espiritual". Nos explica que en el siglo IV y III a.C. aparece la figura del filósofo como guía espiritual. El guía espiritual debe ser a la vez un maestro y un amigo. El objetivo de la filosofía antigua, no hay que olvidarlo, no era construir un sistema teórico sino enseñar un arte de vivir. La finalidad era la buena vida, la vida feliz, que se entendía casi siempre como la vida virtuosa. En el caso de los cínicos y los escépticos ni siquiera había teoría- Si la había en Platón y en Aristóteles y, en la época helenista, en los epicúreos y los estoicos. Casi todos se inspiraban en Sócrates y todos consideraban que la comunicación oral, el diálogo, superaban con mucho la comunicación escrita. El guía es el que muestra la vía y los principios debían aplicarse a la vida cotidiana. Por ello era tan importante el autoexamen, matutino y vespertino, que muchas veces se compartía con el maestro. Era uno de los ejercicios espirituales que practicaban, sobre todo los estoicos. De estos ejercicios espirituales antiguos el cristianismo hizo la transformación que los convertiría en reglas monacales o en los formulado por el fundador de los jesuitas, Ignacio de Loyola.
La autoridad del filósofo como guía espiritual estaba, precisamente, en que vida ejemplificaba los principios que enseñaba. Los maestros no enseñaban en el mercado sino en los lugares elegidos y seleccionaban solo a los alumnos que mostraban un esfuerzo, una intención de progresar en la virtud.
Se trataba de interiozar, meditándolos, memorizándolos, los principios como dogmas que debían guiar la propia vida. La vida, y no otra cosa, era la prueba de su comprensión. Debían, por tanto, transformarse en hábitos.
Un breve pero denso texto que no hace sino complementar lo que plantea su marido, Pierre Hadot, de la filosofía como forma de vida. Ella, de alguna manera, fue su inspiradora.