Podemos ver a partir de esto que la filosofía no consiste en una adquisición de conocimientos, como la ciencia, sino en un cambio de toda el alma. El valor es algo que tiene relación no solo con el conocimiento, sino con la sensibilidad y la acción; no hay reflexión filosófica sin una transformación esencial en la sensibilidad y en la práctica de la vida, transformación que tiene el mismo alcance ya se trate de las circunstancias más ordinarias o de las más trágicas de la vida. Al no ser el valor sino una orientación del alma, poner un valor y orientarse hacia él no son más que una y la misma cosa; si pensamos a la vez dos valores, lo cual puede producir un desgarro, nos orientamos más hacia aquel al que otorgamos el primer rango. La reflexión supone una transformación en la orientación del alma a la que llamamos desapego; su objeto es establecer un orden en la jerarquía de los valores, por tanto también una nueva orientación del alma. El desapego es una renuncia a todos los fines posibles, sin excepción, renuncia que pone un vacío en lugar del futuro como lo haría la cercanía inminente de la muerte; por eso, en los misterios antiguos, en la filosofía platónica, en los textos sánscritos, en la religión cristiana, y muy probablemente siempre y por doquier, el desapego ha sido siempre comparado con la muerte, y la iniciación a la sabiduría contemplada como una especie de paso a través de la muerte. Esta idea se halla en los textos más antiguos que poseemos del pensamiento humano, los textos de Egipto, y es una idea sin duda tan antigua como la humanidad. Así, toda búsqueda de la sabiduría está orientada hacia la muerte. Pero el desapego del que se trata no está vacío de objeto; el pensamiento desapegado tiene por objeto el establecimiento de una jerarquía verdadera entre los valores, todos los valores; tiene pues por objeto una manera de vivir, una vida mejor, no en otra parte, sino en este mundo y en seguida, pues los valores puestos en orden son valores de este mundo. En este sentido la filosofía está orientada hacia la vida, tiene puesta su mira en la vida a través de la muerte. Pero el orden de valores establecido por la reflexión no se establece de una vez por todas; el alma se conforma a él en la medida en que lo piensa, y no lo piensa más que por un esfuerzo de reflexión. Así, la sabiduría es una pulsación continua de la muerte a la vida mejor y de la vida mejor a la muerte; sin esta pulsación habría decadencia.Simone WEIL:
Algunas reflexiones sobre la noción de valor.