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... y el "Lucky Sperm Club".
Einstein publicó en 1905 un artículo titulado "Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento" en el dibujaba las bases de la Relatividad Espacial, y tras algunos tantos en 1916 publicaba la Teoría general de la Relatividad (aunque recibiese el Nobel en 1921 por el efecto fotoeléctrico, publicado también en 1905). Era algo novedoso, rompedor y difícil de comprender, pero por suerte actualmente siempre hay alguien con facilidad y recursos suficientes para hacerlo más sencillo
Anna Martí, Las Teorías de la Relatividad, explicadas de forma sencilla en estos 8 vídeos, xataka.com 28/09/2020
Sostengo que no hay nada más humano que una máquina, cuando todo el mundo tiende a pensar en las máquinas como lo opuesto a lo humano. Los robots son artificiales, fríos, desalmados, incapaces de sentir y de actuar moralmente… ¡Son lo inhumano por excelencia! Pues no, esa es una visión romántica y contrailustrada, que nada tiene que ver con la realidad. El ser humano, siguiendo la filosofía de Ortega y Gasset, se caracteriza por su capacidad de ensimismamiento, es decir, por su capacidad de dejar de hacer lo que está haciendo, para adentrarse en su mundo subjetivo. Eso le ha permitido imaginar realidades diferentes a la real, planificar alternativas, diseñar herramientas, contar historias… Lo propio del hombre es estar fuera del mundo para volver al mundo y modificarlo, es decir, para realizar en él tareas técnicas. El auténtico mundo del hombre no es el natural sino el artificial, y huir de eso apelando a una roussoniana vuelta a la naturaleza no sería más que una ridícula vuelta a las cavernas. Muchos movimientos ecologistas terminan por negar completamente al hombre al afirmarse en posturas tecnófobas que, yo creo, nadie se cree del todo. Las máquinas son nuestra mejor apuesta en el mundo, y si hay máquinas que se han usado mal, la solución no es, desde luego, renunciar a ellas, sino corregir, enmendar, reparar… pero de nuevo usando máquinas. Me gusta mucho la famosa cita de Asimov que dice: “No me dan miedo los ordenadores. Lo que temo es la falta de ellos”.
Santiago Sánchez-Migallón (entrevista), De humanos y máquinas, La nueva Ilustración evolucionista 19/09/2020NOCILLAAAAA QUE MERENDILLAAAA NOCILLAAA QUE MERENDILAAA NIÑOOO LA NOCILLAAA QUE VA A CERRAR EL QUIOSCOO
Jacques Derrida, ¿Qué es la deconstrucción?
La esencia del asunto es que normalmente pensamos que ser inmoral es malo y que ser una persona moral es bueno. La realidad es que la moralidad es una fuente de graves problemas sociales, que impide el progreso y aumenta las divisiones, y que muchas de las grandes barbaridades que se han producido a lo largo de la historia las ha cometido gente que pensaba que estaba haciendo el bien y que se creía en posesión de la verdad.
La moralidad es el eje del buen funcionamiento social. Nuestra brújula moral mantiene nuestros instintos egoístas más básicos al servicio del bien del grupo y favorece la cooperación y el altruismo dentro de la comunidad. Los individuos que comparten unos valores morales cooperan mejor y gracias a los códigos y normas morales se resuelven mejor los conflictos que puedan surgir en la población.
La moralidad tiene una serie de características que la diferencian de forma muy importante de otras capacidades cognitivas o de otras actitudes humanas:
1- Las convicciones de que ciertas cosas son buenas y otras son malas se experimentan como universalmente aplicables y como “objetivamente ciertas”. Son indiscutibles y se asocian a emociones muy fuertes y poderosas (miedo, ira, amor, compasión, culpa, vergüenza y asco).
2- Las convicciones morales motivan a la acción, dictan lo que un individuo debe y no debe hacer.
Las reglas morales del individuo pueden dar lugar a unos valores sagrados o protegidos, que han sido definidos en la literatura como “cualquier valor que la comunidad moral implícita o explícitamente trata como poseedor de un significado infinito o trascendental que excluye cualquier comparación, compromiso o, de hecho, cualquier otra mezcla con valores limitados o seculares”. Un individuo que tiene unos valores protegidos tenderá a negar la necesidad de compromisos y se enfadará simplemente con pensar que tiene que entrar en esos compromisos o compensaciones a los que se llama “compromisos tabú”. Esto resulta en una falta de ganas de aceptar cualquier compromiso porque los valores sagrados están por encima de cualquier otro y son los que motivan la toma de decisiones. Cuando los individuos sienten que sus valores sagrados están en peligro, los individuos responden de una manera intolerante y peligrosa, por ejemplo con indignación moral y con limpieza moral.
La indignación moral supone que el individuo siente ira y desprecio por la persona que amenaza sus valores sagrados y reclama un castigo de esa persona; y todo aquel que no pida ese castigo debe ser castigado también. La limpieza moral consiste en que cuando un valor sagrado ha sido profanado o violado, esto evoca un sentido de contaminación personal, lo que requiere algún tipo de limpieza para eliminarlo.
Como decía más arriba, los valores y creencias morales se diferencian de otras actitudes porque se experimentan como universales y como objetivamente correctos -nuestras convicciones son hechos- y porque mueven a la acción. Pensar que el 13 es un número primo es correcto pero no mueve a la acción. Si algo se considera inmoral hay que luchar contra ello y hay que combatirlo, hay que pasar a la acción, no se puede permitir que otras personas lo hagan. Otro problema es que hay datos de que cuando la gente tiene razones para una venganza por razones morales, les preocupa muy poco cómo se consiga esa venganza, el fin justifica los medios. Por ejemplo, cuando la gente cree que un acusado es culpable antes del juicio, consideran que el castigo es obligatorio moralmente y no tienen en cuenta la presunción de inocencia, ni un juicio justo ni la necesidad de condenar en base a unas pruebas más allá de una deuda razonable.
Una de las formas en las que la moralidad puede ser perjudicial es por su rechazo de la ciencia y la tecnología. Cuando los individuos ven que los hechos o avances científicos suponen un desafío para sus convicciones morales, pueden interpretar de forma sesgada estos avances, pueden rechazarlos directamente por violar sus valores sagrados o pueden reinterpretarlos de manera que encajen con sus creencias morales. La educación y la formación científica predicen sólo débilmente las actitudes hacia la ciencia. El rechazo público de hallazgos científicos está motivado en gran medida por el razonamiento moral más que por los datos. Aportar más información a la gente sobre un tema (las vacunas o los alimentos transgénicos, por ejemplo) no consigue cambiar su opinión. Si la gente tiene que elegir entre moral y ciencia, elige moral.
Pablo Malo, Los problemas de la Moralidad, especialmente para la Democracia, Evolución y Neurociencias 22/09/2020
No es por un vano ejercicio de erudición que nos planteamos acudir a tópicos como el de la filosofía estoica y en particular las Meditaciones de Marco Aurelio para abordar la reflexión pedagógica y la mejora educativa, sino que por el contrario nos estimula un afán de incidir en lo más vital y práctico que concierne a la educación. Es justo este el sentido de las Meditaciones, el de un pensamiento que ya de vuelta de todo el tráfago erudito propio de su siglo, decíamos en la entrada anterior, escoge la senda de lo que Hadot (y Foucault) denominan unos “ejercicios espirituales” que consisten en una suerte de diálogo del escritor consigo mismo, que a través de su escritura y de la maduración que va haciendo de sus lecturas, se constituye ardua y silenciosamente. Se trata de un nuevo nivel de relación con la tradición escrita que funda un nuevo modo, que llamaríamos íntimo o subjetivo, de entender el conocimiento y la escuela, la memoria y el aprendizaje, que nos conduce a la forja de sí en un diálogo interior mediado por la escritura. Estamos ante un proceso educativo que presupone la escritura, la filosofía, la academia pero que responde de manera novedosa a todo ello tratando de darle un giro interno, el de unas confesiones, que habría de tener una larga repercusión en la historia de la pedagogía y de la cultura. Es el diario, las memorias, lo que ya se había desarrollado en las cartas, el viejo género literario y filosófico llamado epistolar (desde Plinio el Joven a San Pablo), que se prolonga como manera de encarnar y particularizar el ya ingente bagaje de la alta cultura que se había acumulado en las bibliotecas y la memoria de la intelectualidad.
Pero además, centrarnos tanto en la escuela estoica como en las Meditacionesnos evoca una cuestión fundamental: la relación entre filosofía y pedagogía. Porque las relaciones entre filosofía y pedagogía no son fáciles ni reductibles a un solo camino. Si, por ejemplo, como señala la tesis del fundador de la sociología de la educación en España, el prematuramente fallecido en los años ochenta del pasado siglo Carlos Lerena, en su controvertido libro Reprimir y liberar, toda pedagogía es autoritaria, como lo es la de la Repúblicade Platón (totalitaria incluso, la llamó Popper, aunque esto se ha discutido mucho), la filosofía, que pretende justamente combatir los dogmas y los prejuicios habría de oponerse a ella. ¿Puede conciliarse el librepensamiento con la pretensión de conducir a los demás para que sean de un modo concreto, como hacen las utopías fuertes en el sentido de la república platónica expuesta en el que Rousseau considera en su Emilioel mejor tratado de educación de todos los tiempos? ¿No resulta, antes bien, del filosofar un efecto demoledor y disolvente que al propio ilustrado dieciochesco se le fue de las manos y que hoy reverbera con mil matices sobre la iridiscente superficie del siglo? ¿No puso Grecia la semilla de la disolución de todo lo sólido mucho antes de nuestra dichosa condición postmoderna? Y tenemos, supuestamente, a la pedagogía como lo contrario, como un saber fuerte, positivo, normativo, regulador que Lerena asocia con una forma sutil o abrupta de coacción, donde estaría incluido, según ello, otro falso filósofo más atento a fabricar que a deshacer, como fue Rousseau. Pero por otro lado, ¿ha de entenderse necesariamente toda pedagogía como una pretensión teórica o práctica invasiva de naturaleza autoritaria? ¿Ha de sostenerse que le caracteriza fatalmente un estilo dogmático?
Yo, en mis interpretaciones de cómo han sido las cosas, he procurado ser menos extremista y mantener una mirada menos polarizada. A partir de la idea de que pensar es ya de por sí una actividad que pone en marcha lo más concreto e histórico de la existencia, como resaltó el existencialismo, he visto conexiones entre quienes cuidan la causa del pensamiento y quienes cuidan la causa de la existencia, es decir, entre filósofos y educadores (que lo son, estos segundos, de los demás y de sí). Tal vez, sea mejor emplear la palabra “educación” que “pedagogía”, pero en realidad no importa mucho, si entendemos que la pedagogía es el cuidado de la persona en proceso, del ser que ha de hacerse, siempre que esa “conducción del niño” se tome como vela y cuidado, acaso forzando un tanto el significado real que tuvo el término griego original. Aquí, cuidarse como filósofos de que afinemos con lo bueno, con lo correcto, con lo verdadero (al menos, si seguimos ahora el modo en que pensaban los estoicos, que siguieron en gran medida la senda metafísica platónica), es también cuidarse de nosotros, las personas, los que hemos de pensar esas cosas. Y si el problema es el platonismo, baste decir que ni un filósofo ni un pedagogo está obligado a ser platónico.
Pues bien, el modo en que el estoico enlaza filosofía con educación es este: el de una armonización de toda la persona, de sus deseos, representaciones y comportamiento (ética) con aquello que descubre en el corazón de todas las cosas. Para él subyace algo capaz de captarse como algo múltiple pero uno, de manera que en el torbellino de las metamorfosis hay el consuelo paradójico de que las cosas son una misma cosa o vorágine (el buen estoico querría decir “organismo”, pero a veces al propio Marco Aurelio se le desliza un “ y si fuera azar o átomos como creen los epicúreos”), lo que a su vez siempre me pareció, y espero no errar en exceso, que aproximaba bastante al estoicismo con algunas corrientes orientales como el budismo. En este, toda gota se acaba fundiendo en el océano del nirvana. Marco Aurelio no cesa de apelar con alivio y gratitud al Todo que podemos apreciar y comprender en cada una de sus partes y ver así, además, la eternidad en cada uno de los instantes de nuestra vida, como momentos de la gran transformación, por más baladíes que parezcan.
Hay que matizar que esta gran transformación y movimiento cósmico no es, ya lo señalamos en la entrada anterior, el de una filosofía de la historia. Para el antiguo, la historia no existe como para nosotros, o por lo menos así lo resalta Hadot en el libro que me traigo entre manos. Herodoto cuenta la historia porque saber lo que él cuenta es ya saberlo todo (“saber el pasado para que no vuelvan a repetirse los mismos errores”). La historia sucede idéntica, no hay cambio real ni evolución en la historia humana. Se da una suerte de transformación universal pero todo en el fondo sigue siendo siempre lo mismo. El hombre nunca cambia. Por lo menos, para el estoico, existía este fatalismo por el cual vivía en el eterno retorno, pero sin que ello quiera decir que su sistema se asemeje en nada al radicalmente opuesto pensamiento nietzscheano.
Las Meditaciones de Marco Aurelio son un compendio magnífico del pensamiento estoico, al que exponen de un modo que lo define en su esencia más clásica e intemporal, pero además poseen una maravillosa belleza, cosa que queda probada por su enorme éxito desde el Renacimiento. Con sorpresa, en una librería seria, pude comprobar hace poco que hasta cinco ediciones de las Meditaciones casi se agolpaban en la sección de literatura antigua donde ya pocos autores resisten y cuando en medio de la pandemia el movimiento de ediciones y volúmenes casi se ha paralizado. Justo ahora, se reedita y parece que entre los clásicos resurge esta hermosa colección de pensamientos. En especial, como destaca el precioso libro de Hadot que me ha retrotraído a mis anteriores lecturas de las Meditaciones, la fuente es el gran Epicteto, pero, por supuesto, es toda la Antigüedad quien habla en el compendio de aforismos, reflexiones, recuerdos, resúmenes, comentarios, propósitos, que son las Meditaciones. Estas atraen porque tienen para nosotros este halo de aquellos siglos, aquel lejano esplendor, pero al mismo tiempo hablan un lenguaje cercanísimo, muy directo. Es decir, mezclan lo actual con lo intemporal. Son universales pero dan también la sensación de estar cerquísima de uno, de hablar al propio momento. Y es que, precisamente, esa es la esencia del estoicismo, la clave de su ética, la conexión de lo singular de cada existencia con lo más universal, con lo común que arraiga en cada uno. Su lema es la invitación a elevar la existencia a un modo lúcido, o sea, filosófico, de vida capaz de entrever dicha universalidad.
Lo universal a que podemos aspirar es ese logos o razón que dota de un íntimo orden y sentido al Todo del que formamos parte, lo que el estoico siente a veces como una suerte de comunión, como la integración en un cuerpo místico. Esto es lo más cerca de lo religioso que puede estar un estoico, pues a mi juicio, la moral y la filosofía estoica son completamente ateas y puramente inmanentistas, ya que no hay más trascender que el de ese Todo que se contiene a sí mismo sin otra exterioridad o afuera de sí. Es ese Todo integrado lo que justifica a cada una de sus partes y en cada momento se hace presente si el filósofo vive con lucidez, es decir, emplea su razón para “no dejarse mover como una marioneta” (dice textualmente Marco Aurelio en uno de sus aforismos). Eso le basta y por eso, en la hora de la muerte, es suficiente saber que el momento postrero no es más que uno de los momentos del gran flujo de las metamorfosis. La conciencia lúcida, filosófica, es capaz de mirar este torbellino cósmico cuyo orden es para el estoico lo sagrado, a veces llamado naturaleza, logos o Dios por Marco Aurelio, pero, de nuevo, de ningún modo creo que estemos en una teología, aunque sí en una metafísica. Se desprende de las Meditacionesque su autor puede vivir y morir sin Dios, en la más pura inmanencia de lo que es sin más, en lo que meramente trasciende en cuanto se religa a un Todo que en última instancia obedece a su propio orden y eso es lo que puede dotar a la vida y a la muerte de una especial serenidad. Serenidad es precisamente, resalta Hadot, la última palabra de las Meditaciones, con ella quiso Marco Aurelio o el copista que terminara el libro.
Esta serenidad se obtiene mediante un ejercicio constante de la razón que se esfuerza en dominar las representaciones que nos hacemos a partir de las sensaciones y pasiones, junto con un cierto dominio de los deseos y la acción meditada, todo lo cual tiene el efecto de un leve distanciamiento o elevación sobre lo que sucede, como si Marco Aurelio tratara de ver todo, incluido lo horrible, como si sucediera en un teatro. Es decir, se esfuerza en resaltar la naturaleza efímera e intangible de las cosas, su carácter mudable. Muchas de las reflexiones consisten en recordárselo a sí mismo. Los tópicos que tan a menudo recogería la literatura del memento mori, tempus fugit, carpe diem, son evocados casi página tras página pero sin el menor dramatismo y, contra lo que a menudo se dice de las Meditaciones, sin pesimismo ni resignación. De nuevo debo insistir que es, sobre todo, una bella serenidad lo que prevalece, lo que tiñe esplendorosamente todo el texto. Y fue escrito en malas condiciones. A orillas del Gran, señala el emperador filósofo. Es decir, en territorio enemigo, más allá del Danubio, rodeados de ejércitos hostiles, en medio de epidemias e incertidumbre, parando una invasión que se cernía sobre el norte del Imperio, lleno de incomodidades, anciano y enfrentándose a la fastidiosa política y a los hombres llenos de defectos, como él mismo, tan lejos de los filósofos que amaba, tan imperfecto… todo esto acompañaba a una escritura fragmentaria pero de gran unidad, paradójicamente personal pero muy fiel a una longeva tradición culta y retórica.
Es esa elevación o perspectiva distanciada que decía la que salva al pensador que escribe las Meditaciones. Justamente estar tan cerca, tan fastidiosa y peligrosamente cerca, como al fin y al cabo estamos todos, de la muerte, la enfermedad y el cambio más inesperado, tener conciencia lúcida de ello, le salva. Ese es el mayor servicio que la razón le puede hacer al filósofo o, mejor dicho, al ser humano, a la persona que decide vivir una vida cabal. Pero no quiere esto decir que la vida racional sea vida solitaria, sino que la razón en seguida es religación, pues religa a los demás, mostrando el nexo profundo que nos une incluso con quien nos apalea (y la imagen de que hay que amar incluso a quien nos apalea no es solo de los Evangelios, sino que aparece así mismo expresada en uno de los discursos del muy venerado por Marco Aurelio, Epicteto). Nace en cuanto asumimos la lucidez la conciencia moral, ese hondo misterio que decía Kant que el hombre alberga, como un íntimo infinito, en su seno.
Ese es el Norte que orienta el ethos del filósofo: el bien. En las Meditaciones no se detalla mucho sobre ello, simplemente se insiste en el actuar con coherencia, en ser fiel a la propia conciencia, en no hacer daño al otro, y en que eso baste, en que eso procure satisfacción por ser, casi al modo kantiano, un fin en sí mismo. Imaginamos así al autor de este bello texto de la Antigüedad plenamente satisfecho cuando camina orientado por esta brújula moral que lo liga a los demás del mismo modo, insisten sus pensamientos, que lo liga al Todo, como cada instante se liga a la eternidad. Aquí digamos que la Antigüedad, por lo menos en la escuela estoica, llega a una conclusión práctica, a una derivación fundamentalmente ética del socratismo-platonismo, que realza lo que en aquellos tiempos siempre fue obvio, que el pensador debe hacerse notar no solo por sus razonamientos sino por su comportamiento. El esfuerzo de Marco Aurelio es el de un filósofo menor que no obstante cree hondamente en la seriedad de la tradición que ha cultivado y que ha forjado su carácter y que sabe que es lo que le acompañará hasta la muerte, hasta el punto de que la forja cotidiana de sí es el último sentido que para él ha asumido lo que había aprendido. La filosofía se ha tornado en magisterio, en pedagogía, y ha devenido incluso en, por seguir el término de su lengua y tradición griega, su propia “alma”.
La intel·ligència de certs ocells, com els corbs de Nova Zelanda, fa temps que ha estat estudiada, com exemplificàvem fa temps. Ara Science publica un estudi que suggereix que uns còrvids europeus tenen consciència. On anirem a parar!
Ya personarán ustedes mis ausencias de este café, pero hay veces en que lo que no puede ser, no puede ser. En todo caso, para compensarlas, aquí les traigo la página que firmé el sabado pasado en El Mundo:
La felicidad es una canción de verano
Cuando defiendo ante los maestros que no hay sustituto tecnológico a los codos, no es raro que alguno me objete con firmeza que el único propósito noble de la educación es hacer felices a los niños. Ya no me sorprende el convencimiento dogmático con que me lo dicen y me limito a responder que es más sabio educar en el aprecio del sabor agridulce de la vida que en la aspiración edulcorada a una felicidad que, si se concibe como huida de la habitual inquietud acaba conduciéndonos a atajos aún más inquietantes (en estos tiempos la felicidad es accesible en las farmacias) y si se concibe como búsqueda, resulta que no se encuentra, sino que es algo que la memoria descubre como ya vivido. Por algún lugar he leído que Joaquín Calvo-Sotelo comenzó así su último artículo: “Nunca le perdonaré a la felicidad no haberme hecho saber que era feliz cuando lo era...” Es cierto que a veces nos encontramos conscientemente en el dulce estar estando de la satisfacción, pero lo sorprendente es que suele bastarnos muy poca cosa. Pienso en el final de una comedia de Aristófanes, La paz. Un campesino ve caer mansamente la lluvia desde su casa y siente que no hay nada mejor que este espectáculo. No puede ni podar, ni cavar la viña porque la tierra está empapada, así que llamará a sus vecinos. Su mujer tostará habichuelas y granos de trigo y cubrirá la mesa de higos secos. Unos traerán tordos y pinzones y otros, calostro y algún pedazo de liebre y todos disfrutarán mientras llueve, porque “estas horas son bellas” ya que “el cielo trabaja por nosotros y favorece nuestros campos.”
Creo entender a esos maestros imbuidos de pedagogía New Age. En nuestro tiempo se ha extendido la idea de que la felicidad es un derecho que alguien tiene el deber de garantizarnos, por lo que resulta cada vez más arduo defender la vida como la aventura de armarse del zurrón y la escopeta de caña y salir, como animaba Pla, a la caza de las melodías del mundo. Es habitual encontrarse con gente que repite inconscientemente lo que aquel monstruo hecho de retazos de esperanza le recriminaba a su creador, el doctor Frankenstein: “Si no soy feliz, ¿cómo voy a ser virtuoso?”
Los que tenemos una cierta edad aprendimos con Palito Ortega, mucho antes de la aparición del Prozac, que la felicidad es una canción de verano. Por eso asistimos perplejos a la creación del Viceministerio para la Suprema Felicidad Social en Venezuela en octubre del 2013, hecho que convirtió a Maduro en un personaje escapado de un cuento de Felisberto Hernández. Dadas las condiciones del país, la imaginación nos forzaba a pensar en aquel Ministerio de la Abundancia de Orwell, que tenía la misión de repartir cartillas de racionamiento. Orwell, por cierto, fue quien nos enseñó que la libertad y la felicidad circulan en direcciones opuestas. Los corifeos del chavismo alegaron que si Coca Cola puede anunciarse como una bebida que proporciona felicidad y McDonals da a uno de sus menús el nombre de Happy Meal, con más razón Maduro podía crear el Viceministerio para la Suprema felicidad Social.
Pero Maduro no era original. En 1972 Jigme Singye Wangchuck, cuarto rey de Bután, se sacó de la chistera el concepto de Felicidad Nacional Bruta (FNB), intentando superar espiritualmente el materialista Producto Interior Bruto (PIB) de Occidente.
En el 2005, Lord Layard of Highate, economista del ala aristocrática del laborismo, publicó Happiness: Lessons from a New Science. Dos años después, el Govern de la Generalitat de Cataluña quiso medir la felicidad de los catalanes. Finalmente, en el 2011, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución conocida como Happiness: Towards a Holistic Definition of Development, que dio lugar a diferentes fórmulas matemáticas de la felicidad que andan por ahí como gallinas sin cabeza, pero haciendo perfectamente inteligible lo que Baudelaire le escribió a un conocido: “Dice usted que es un hombre feliz. Me da pena, señor, por ser tan fácilmente feliz.”
Si algo nos ha demostrado la búsqueda de la fórmula matemática de la felicidad es que para su resolución exacta ayuda mucho ser tonto y tener trabajo. Para que la felicidad colectiva quepa en una fórmula, la inteligencia individual estorba.
Me produce un gran desasosiego la posibilidad de un gobierno empeñado en hacerme feliz, porque eso sólo es posible estabulando las almas y nivelando aspiraciones para que sea fácilmente llevadero esto de ser un hombre. Así que estoy dispuesto a defender mi infelicidad a cualquier coste, porque es lo más mío, como aquel buitre Pensamiento que atormentaba a Unamuno.
A los gobernantes que planifican la estabulación emocional les diría lo que aquella buena señora le contestó con firmeza a su hijo, Presidente de Argentina, cuando le preguntó qué podía hacer por ella: “Con que no me jodas, ya basta.” Pero no estoy seguro de cuál sería el resultado de un referéndum que nos animara a elegir entre una estabulación satisfecha, como una sinecura, y una vida libre, pero a la intemperie.
Maeztu creía que “el primero de los deberes de todo hombre que se dirige al pueblo para prometerle una sociedad mejor, es el de prevenirle que tampoco será feliz en ella.” ¿Qué futuro tendría un político así entre nosotros?
La finitud humana no tiene cura y quien pretenda sanarla con medios políticos, pretende curar nuestra humanidad. Una felicidad que ignore la finitud no deja de ser una siesta de la razón. Si el hombre hubiera nacido preprogramado para ser feliz, no hubiera nacido programado para la muerte. Quizás no haya otra manera de acercarse a la felicidad posible que la de una cierta compasión con nuestra finitud y con la belleza que florece tenaz y efímera entre las cosas que la muerte ha tocado, acompañada de la reivindicación de cuanto nos ayuda provisionalmente a remontar el curso del tiempo, como la fidelidad a la palabra dada y el perdón. Aquello que no lleva la huella de la muerte puede ser bonito, pero dudo que pueda ser cabalmente bello. Con razón, a medida que nos vamos acercando al encuentro con la muerte, le exigimos menos a la felicidad a la hora de abrirle de par en par la puerta de casa.
Somos mortales y no estamos especialmente bien diseñados para resistir las inclemencias de la vida, pero precisamente por eso estamos abiertos, al mismo tiempo, a la seducción de lo efímero y de lo eterno.
Freud nos animaba a perseguir lo segundo en la escala de los bienes. Si, a su parecer, la salud, la educación y el buen gobierno eran cosas imposibles, deberíamos ensayar la convivencia entre lo que somos y lo que razonablemente podemos llegar a ser. ¿Pero es acaso posible negarle al hombre la imaginación de lo irrealizable en su añoranza de lo absoluto? ¿No forma este empeño parte esencial de su destino?
Si se es feliz cuando no se sienten vacíos en el alma, admitamos que tenemos un alma llena de agujeros, un alma de Gruyère.
¿Se puede ser feliz si carecemos de los bienes que son fuentes inevitables de dolor? Es decir, ¿se pude ser feliz si carecemos de bienes caducables como la belleza, la salud, el bienestar, la buena compañía, la buena reputación y cosas semejantes? ¿Quién está dispuesto a renunciar a todo esto? ¿Y se puede ser feliz intentando proteger su caducidad de la erosión del tiempo?
Algunos se han empeñado en confeccionar listas de lo imprescindible para ser feliz. Valoran una larga vida, un claro entendimiento, ciencia, hermosura, salud, robustez, bienes de la fortuna, tranquilidad de espíritu, una conciencia limpia de culpa... Es decir, un conjunto de cualidades imposibles de encontrar en un solo hombre.
Termino con lo que escribió proféticamente Aldous Huxley en el prólogo de 1946 para Un mundo feliz: “Los más importantes Proyectos Manhattan del futuro serán vastas encuestas patrocinadas por los gobiernos sobre lo que los políticos y los científicos que intervendrán en ellas llamarán el problema de la felicidad; en otras palabras, el problema de lograr que la gente ame su servidumbre.” Es decir, su estabulación emocional.
Siempre me ha parecido que dar clases es un poco como hacer teatro. Uno entra todos los días en las aulas, como un actor en escena, para intentar provocar que allí, más allá del tiempo, pase algo ilusionante, catártico, liberador, creativo… No siempre lo consigues, claro. Es difícil evitar la impostación, el simulacro, la tabarra, el cansancio a veces, pero de vez en cuando pasa, brota un atisbo de verdad, un rapto de comunicación, algo vivo alrededor de lo cual reconstruir la trama, el texto, el cuento que hay que contar… ¡Y es entonces que dar clases parece convertirse en la representación de una vibrante escena dramática, un diálogo auténtico, un descubrimiento, un encuentro memorable e irreversible! ¿No es eso lo que debería ser la educación?
Tal vez, pero no es sencillo, insisto. Cuenten ustedes, de entrada, con que nuestros alumnos acuden a la “función” obligados, sin consciencia de que son parte esencial de la obra, por lo que, por defecto, se limitan a aguantar con lo que “toque”, con tal grado de desesperación y aburrimiento a veces (tras horas de tostón) que, a la que te descuides, te montan ellos mismos el espectáculo.
Hay otras diferencias a favor del teatro: el actor no tiene que hacer cinco funciones al día (como el profesor), ni escribirse sus propios “textos” al llegar a casa, ni corregir las “actuaciones” de los alumnos, ni reunirse con sus familias, ni decenas de otras tareas entre “bastidores”. Además, y sobre todo, el actor no tiene al empresario poniendo palos en las ruedas a su propia producción, mientras que el profesor…
Desde hace cinco o seis leyes educativas, nuestro mayor empresario (la administración) anda empeñado en acabar con nuestro arte y convertirnos, progresivamente, en un engendro mezcla de administrativo, técnico-facilitador, psicopedagogo, vigilante jurado y trabajador social (últimamente, también, productor digital y asistente telemático) …
De momento, resistimos como podemos. Hemos aprendido, por ejemplo, a tomar como lo que es – simple retórica huera –, y a procurar olvidar en cuanto entramos en clase, la infumable farfolla de decretos y programaciones, de objetivos (de ciclo, etapa, curso, área, materia, unidad, sesión…), estándares de aprendizaje, criterios de evaluación, competencias, contenidos mínimos, no mínimos, procedimentales, actitudinales, transversales, y todo el resto de restos de naufragios de tantos brillantes y revolucionarios legisladores más decididos a pasar a la historia que a pasarse por un aula.
Hacemos, también, todo lo posible para seguir creyendo y haciendo creer que somos profesores, entusiastas transmisores de valores y conocimientos, y no porteros, vigilantes de pasillo, guardianes de niños, mediadores familiares, o simples policías que han trocado los viejos gestos teatrales del maestro por la mueca administrativa del funcionario pasando lista, registrando ausencias, chequeando rúbricas, llamando a padres, rellenando informes, clasificando alumnos y tomando, a cada paso, las medidas oportunas…
Pese a todo, no sé si estamos tocando fondo. Como viejos cómicos nos reconvertimos hace tiempo, y con esfuerzo, al lenguaje audiovisual. Ahora se nos pide que nos hagamos “youtubers”, expertos en podcasts, peritos en redes, profesores y asistentes on-line. Todo por cuenta propia, claro (nuestros propios recursos, nuestro escaso tiempo, nuestra necesaria inventiva…). Y que, mientras tanto, prosiga la función, a treinta actores por clase, recitando con una mascarilla pegada a la cara, sin movernos ni relacionarnos, y todo con la misma vocación por insuflar vida, provocar, despertar, encender y hacer crecer a los alumnos…
Saben, ay, nuestros astutos mandarines, que esa vocación rebrota siempre frente a los ojos como candilejas de los chicos. Esa mirada, renovada y milagrosamente expectante, de los que, sin arte ni parte, hemos traído a este destartalado circo, son la última trampa, el chantaje definitivo por el que, pese a todo, salimos de nuevo a escena cada día, con las mismas ganas y nervios del actor primerizo, a hacer lo que haga falta para que el espectáculo continúe. Al menos, hasta que se nos desplomen encima la ilusión y el teatro. Vae victis.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Las veladas de San Petersburgo (1821).
Joseph de Maistre, "Retrato del verdugo", El mayor enemigo de Europa y otros textos escogidos, El Paseo Editorial 2020
Los ciegos desean ver,
oír desea el que es sordo,
y adelgazar el que es gordo,
y el cojo también correr;
sólo el necio veo ser
en quien remedio no cabe,
porque pensando que sabe
no cura de más saber.La persona se autodefine sometiéndose a regularidades como algo que llevara programado, como si la adecuación a un orden en el margen donde vive y muere, donde es cuerpo, se nutre y respira, donde piensa o ejerce las funciones más elementales, fuera una ilusión que deben compartir quienes han de habitar el mismo jardín. Es decir, el hombre es ser que no solo capta y gusta de las simetrías y regularidades, sino que las necesita, para responder, precisamente, a toda asimetría y accidente en el medio; lo que seguramente caracteriza desde su observación más sensorial hasta las razones más elevadas de su lógica. Su búsqueda, a menudo ha sido la búsqueda de lo constante en lo inconstante, de la regularidad, de la regla, pretendiendo arreglar lo que el tiempo, la guerra, la enfermedad, la muerte, destrozan. Vana pretensión porque, como se adivina desde nuestra primera frase, todo orden no es más que una apariencia conseguida en el universo a costa de una reducción, de un proceso de filtrado y alquimia en pos de ámbitos de aséptica pureza. Lo que hoy impera en la ciencia, aunque hay discusión (y desorden) en la física para rato, es que las cosas no acaban de cuadrar como por ejemplo le cuadran al matemático puro. El universo no encaja. Y si todo, a primera vista, parece encajar, es porque dejamos de ver gran parte de la realidad, porque se nos oculta la mayor parte de lo que está sucediendo.
Sin embargo, el hombre quiere ser jugador en un campo deportivo con reglas y se sabe jugador que juega. Sabe que tiene que seguir unas reglas para prosperar en su juego y que su triunfo en la caza o la agricultura depende de que logre una mejor disciplina, de que se entrene para ello, de que adopte y encarne a la perfección su papel. Con su razón se supo una suerte de porción emergente de la naturaleza capaz de distinguirse y de darse a sí mismo una forma.
Mirando a su alrededor, vio orden y caos. Son estos dos estados de las cosas los que se polarizan en las dos grandes perspectivas de la filosofía helenística. Para el epicúreo el mundo, que se reduce a un conglomerado de azar y átomos, es puro caos, mientras que para el estoico, el mundo es orden, pues se encuentra penetrado de logos, de razón, de sentido, de proporción, de justicia. Lo interesante para nuestra perspectiva, para lo que deseamos destacar en estas letras, es que sea en medio del caos o del orden, el ser humano que piensa es una suerte de piloto que se rige a sí mismo en medio de su navegación, que se sabe navegante y que debe atinar para no zozobrar con su nave. Este ejercicio que lo es de razón y de ciencia, para el filósofo antiguo y más en particular para el filósofo estoico, es un ejercicio que también obra sobre sí mismo, que afecta a su propio ser, a sus costumbres, a su moral y a su cuerpo, de manera que abarca toda una dimensión que los antiguos llamaron paideiay que nosotros hoy llamamos “educación”. Pensar transforma. Al mismo tiempo que se toma distancia respecto de lo que uno es y se es capaz de pensar en lo que se es, ya uno se encarrila en la tarea de hacerse, de tener que hacerse.
El caso estoico es particularmente bello y conmovedor. Frente al fiero estupor de Dionisos, su éxtasis es el éxtasis de los astros y de la música de las esferas que seduce como mansas sirenas estelares. El arrobo de los hijos de Zenón hasta el soliloquio serenísimo de Marco Aurelio es el de la paz hallada en un mundo veteado de orden. Pero, señala el atinado estudioso Hadot a quien creo que debió mucho Foucault en su lectura de la filosofía helenística, lo que importa es no tanto que el mundo esté en orden, sino que este orden, real o imaginado, se contagie o impregne, da igual, a esta isla que emerge en el océano del mundo, a esta ciudadela, que es el ser que se educa, el sujeto que se crea, el, en los términos estoicos, “principio rector”. La contemplación del orden cósmico consuela porque en la inmensidad de un orden universal uno a la vez se sabe nada pero también se sabe todo, y como parte de un Todo, anónimamente inmortal. De ahí que, llegado el caso, el estoico muera sin mover un músculo de la cara, aun amando la vida al modo en que se ama lo que hay, lo que le llega a uno, lo indiferente. El estoico no necesita morir ni estar vivo indefinidamente, un tiempo infinito, para vivir la eternidad, pues su modo de ser eterno, puede leerse en las Meditacionesdel emperador filósofo o en los discursos del esclavo filósofo (Epicteto) es vivir el instante presente, el punto inagotable en que desaparecen futuro y pasado para concentrarse todo el orden, todo lo existente, todo el ser. En esa plenitud se puede vivir serena y felizmente. Esa es la forma de beatitud estoica que viene dada por, herencia socrática, una estricta disciplina obrada por la lógica y la razón que modulan las representaciones que nos hacemos de las cosas, del deseo y de las acciones.
Respecto a lo primero, las representaciones, la física estoica y, hoy diríamos, la ciencia, es el camino. La ciencia enseña a mirar el mundo en sus límites, a exorcizar prejuicios, temores y fantasías. Cumple una función semejante al tamiz insobornable y severo del pensamiento disolvente para el escéptico de la vieja escuela helenística, es decir, nos cura de espantos, nos sana. Se debe recetar a todo el mundo. Y con gran dedicación los estoicos escribieron numerosos volúmenes de física y lógica. Algo que se justificaba en sí mismo, como un conocimiento necesario, pero que además tenía, pues, un fin moral, pues no carecía de consecuencias para la construcción del sujeto y de sus hábitos felices.
Martha Nussbaum habla, además, de la terapia del deseo, acudiendo en su memorable libro sobre filosofía helenística, al gran maestro Séneca. Para el estoico, aquello que seamos, puede desordenarse, es decir, puede desintonizarse respecto a ese orden cósmico que decíamos que para él permeaba el Todo. Es como si al enfermar dejáramos de ver el Todo en el instante, el Cosmos en el presente y nos dejáramos tensar por imágenes de entidades inexistentes como, por ejemplo, pasado y futuro. Ante esto, el pensamiento ha de reubicar la existencia en su lugar presente y por tanto ha de educar, acostumbrar, a dicha reubicación. Hay que arreglar lo desarreglado, hay que regularse, y regularse será, nos guste o no el concepto, sinónimo de pedagogía, como no sin animadversión señalará en su polémico libro el sociólogo Carlos Lerena. La pedagogía, tanto en su vertiente “dura” como “mansa” o amable rousseauniana es regula, regla, disciplina. Y, si tomamos el asunto desde una perspectiva foucaultiana e incluso para esta interpretación, como el autor francés, acudimos a los tiempos de la filosofía estoica, puede afirmarse sin problemas. Como estamos describiendo, el empeño de la filosofía estoica es el de un ajustarse del sujeto que se realiza ejercitándose en la constante refriega con la vida, que de ese modo toma conciencia de sí y adquiere su forma, logrando entidad como lo que se dirige a sí mismo, como principio rector y pretensión de regular y redirigir la vorágine de los deseos.
En Marco Aurelio esta pedagogía de sí adquiere un bello tono de diálogo consigo mismo de serena intimidad, en el que el escritor se va modelando mediante la asimilación del pensamiento que ha ido aprendiendo de sus maestros a lo largo de su vida, que se esfuerza no tanto en fijar en el texto, sino en ir fijándolo en su mente. Sus Meditaciones fundan un modo de escritura similar a las Confesionesagustinianas que eluden la usual escritura erudita y acumulativa tan propia de su época, para buscar un estilo de sobria sinceridad, aunque no exento de literatura. Es decir, en el fondo, pone de relieve Hadot, sigue Marco Aurelio también una tradición de escritura y de producción creativa e intelectual, pero opuesta a la profusión erudita y enciclopédica del momento que acaso él mismo había cultivado gran parte de su vida. Hoy día, que vivimos tan inmersos en la ingente cantidad de información que nos anega por todos lados, nos es difícil imaginar que también en el siglo II una persona culta pasaba horas llenando su tiempo de palabra, de texto y que entonces todo ello estaba en la memoria individual, porque hasta no hace mucho, las memorias de las personas cultas estaban rebosantes de citas, de datos, de anécdotas y hechos, que brotaban después en la escritura. El mundo de los intelectuales del siglo II era también un mundo complejo y muy rico, lleno de textos e ideas con bibliotecas cuantiosas en las que muchos pasaban horas y días leyendo en voz alta o dictando o escribiendo. Acaso así, recibiendo lecciones, pasó gran parte de su juventud Marco Aurelio. Lección viene de Lectioque se relaciona con “lectura”, es decir, es la parte de una clase en la que se leía el texto, para a continuación disertar sobre él y dialogar. El texto, claro, había que leerlo en voz alta para todos, o dictarlo, porque casi nadie disponía del mismo, de ahí la necesidad de escucharlo o de tomar apuntes.
Cuando Marco Aurelio escribe las Meditaciones ha superado todo esto. Se encuentra en otro nivel caracterizado por la madurez e incluso ya la vejez. Y otro factor aun más relevante: la presencia de la muerte. Se halla en campaña, en la guerra. Solo al límite, cuando todo brilla con el esplendor de lo auténtico, de lo que solo admite la verdad, un decir veraz, se pueden escribir pensamientos como los hondos, bellos y conmovedores asertos del filósofo romano. A ese nivel no puede haber engaño. Ahí se dice la verdad. Pues, como todos los estoicos, Marco Aurelio guarda una silenciosa relación con la muerte. Para todos ellos, la puerta que siempre aguarda para abrirse en el momento oportuno, que dice Séneca, aquello que resulta indiferente cuando llega, que forma parte de la justicia del mundo, que no es más que una parte del Todo y que ha de contemplarse como se contemplan los astros, acogiéndose como se acoge el hecho de que los propios astros seguirán girando como giraron mucho antes de nuestro nacimiento, inmutables, hermosos, perfectos, no puede temerse.
El estoico no es, por supuesto, insensible. Está, de facto, en el proceloso océano de las pasiones. Pero trata de perfilarse o dibujarse, en cuanto ser que piensa y que decide su acción, como una suerte de ciudadela interior, en palabras del estudioso Hadot, capaz de resistir las tempestades. El estoico llora, pero sabe que, en el fondo, ese llanto y la causa de su llanto son nada. Del mismo modo, ríe y goza, pero sabe que esa risa y la causa de esa risa, en el fondo, son nada. O, mejor dicho, son nada porque son Todo, forman parte de un Todo con el que están estrechamente religados. Su fe materialista es la de una religación universal, una íntima conexión de las cosas que se basta a sí misma y en la que cada instante se justifica y tiene sentido. Frente a la ansiedad, pero también frente a la esperanza o al más allá, vive en lo que algunos han considerado maliciosamente resignación, pero que es solo aceptación de aquello que no podemos cambiar. Su orden no es el de una filosofía de la historia ni el de una espectacular teleología o apocalipsis, donde la muerte puede convertirse en martirio, sino el orden de la naturaleza, de la physis, donde se muere sin más, como según María Zambrano, cabe suponer que murió Séneca.
Nota didáctica: Puede resultar curioso entrever algunas de estas nociones de la escuela estoica, que como toda la Antigüedad ligó pensamiento y pedagogía, en la película Gladiator.
Hemos tenido presente ideas expuestas, entre otras fuentes, en:
Pierre Hadot, La ciudadela interior. Introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio, Alpha Decay, 2012 (edición original 1992)
Marcos Santos Gómez
Què podem dir sobre la ira, la primera passió d’Europa? Repassem algunes coses que s’han dit sobre ella.
Igual que Aristòtil a la Retòrica, Clément Rosset destaca el vers 109 del llibre XVIII de la Iliada
És mel més dolça que la mel destil·lada gota a gota, quan creix en els cors humans
Segons el pensador francès, allò que avui en dia anomenem ira o còlera no està massa allunyat del que els grecs anomenaven hybris. Ambdues són com dues ventades apassionades que tenen en comú el fet que alhora són irreprimibles i agradables i que són, a més, la causa de les pitjors calamitats per a la humanitat.
Els europeus, diu Rosset, som deutors dels grecs dels segles VI i V de les virtuts de la mesura (res en excés) i la denúncia del seu contrari, la desmesura (hybris). Tot allò que es fa sense els límits que ens recomanen la mesura i allò raonable està abocat al fracàs i al desastre.
Sèneca, coherent amb els seus antecessors grecs, va afirmar que la ira, la “més ombrívola i incontenible” de totes les passions, anava inseparablement unida a l’instint destructiu de la naturalesa humana i insistí contra l’autoritat de de Plató i d’Aristòtil, que res de bo podria edificar-se sobre ella. La ira desafia la impertorbabilitat del savi considerada com la virtut suprema, desafia la raó entesa com la facultat superior i desafia la concòrdia civil, l’estat natural de la societat humana, segons el filòsof romà.
En la modernitat, l’opinió sobre aquesta passió canvia. En el liberal Locke la ira és el desencadenant del desig de castigar a l’ individu (en l’estat natural) o al govern (en l’estat civil) que ha transgredit les lleis naturals. O són els individus particulars o és el poble els encarregats en cada estat d’administrar el càstig, o el que és el mateix, la ira.
La ira és en els grecs allò que vulnera l’ordre. En els moderns, en canvi, és el component punitiu que ajuda a prevenir els actes que posen en perill l’ordre natural o el que és el mateix, el dret natural a gaudir de les nostres possessions: la propietat privada, la salut, la vida … La ira esdevé la passió justiciera d’aquell que tem perdre-ho tot. Els westerns del segle XX van anar forjant la imatge cinematogràfica de la ira moderna en les nostres ments: la venjança del que ha estat desposseït de tot quan no hi havia representant de la llei, el representant de la llei escollit a corre cuita per un poble atemorit que s’enfronta tot sol als bandolers, el que es rebel·la quan el representant de la llei s’ha convertit en un corrupte.
En l’actualitat, hi ha una mena de replantejament del que significa la ira. La ira entesa com a indignació, per exemple, està en la base de bona part de la teoria moral: no hi ha pensament moral sense indignació segons Ernst Tugendhat.
Cal reconèixer la grandesa de la ira política, ens demana Daniel Innerarity. Gràcies a ella descobrim el desordre darrera de l’ordre aparent de les coses. Sense ella no existiria la voluntat de canviar allò que és inacceptable. Tanmateix, també el politòleg basc reconeix les seves limitacions. A aquesta passió li manca reflexivitat, molt sovint les còleres majoritàries s’equivoquen a l’hora de localitzar l’enemic: l’estranger, l’islam, la casta, la globalització. Generalitzacions injustes dificulten la imputació equilibrada de les responsabilitats. El problema actual, continua Innerarity, és com traduir al llenguatge de la ira en política, és a dir, convertir aquesta barreja plural d’irritacions en projectes i transformacions reals.
El que resulta paradoxal és que just en el moment en què aquesta passió és rehabilitada, és quan ens adonem de les dificultats d’administrar-la d’una manera sàvia. A aquesta incapacitat dels moviments socials per formular alternatives a l’estat de coses present, alguns com German Cano l’anomenen “crisi de la indignació”.
Aquest fenomen no ha passat desapercebut a pensadors que ocupen l’altre extrem de l’espectre ideològic. Malgrat que les desigualtats entre classes socials creixen, que el malestar es desborda, que vivim en societats aïrades, el que més els sobta és que el sistema roman estable i la resistència al sistema tot i que en alguns moments és sorollosa de seguida s’esvaeix.
Segons Peter Sloterdijk, els partits d’esquerra ja fa temps que han deixat de representar el paper de bancs de la ira tal com ho van fer de forma eficaç en el segle XIX i bona part del segle passat. Els perdedors del sistema no troben avui en dia qui reculli les seves frustracions i es presenti amb un programa més o menys seductor que els ompli d’esperança.
Per la seva banda, en opinió de Byung-Chul Han, el neoliberalisme, la nova mutació del capitalisme, ha inventat un subjecte que és alhora treballador i empresari, explotat i explotador. Tan bon punt l’oposició de classes ha estat dissolta les condicions necessàries perquè es produeixi una revolució desapareixen. Només queda l’opció de descarregar la ira contra un mateix. Amb un exèrcit de deprimits, conclou Han, no hi ha manera d’iniciar una revolució.
Manel Villar
Al teatre la Gleva, Barcelona 17 de setembre de 2020
BIBLIOGRAFIA
ROSSET, Clément (2018), “La guerra y la paz”, El lugar del paraíso, Barcelona, Anagrama 2020
HAN, Byung-Chul (2014), “¿Por qué no es possible la revolución?”, El País 03/10/2014
SLOTERDIJK, Peter (2006), Ira y tiempo, Madrid, Ediciones Siruela 2014
LOCKE, John (1689), Assaig sobre el govern civil, Barcelona, Laia 1983
ARISTÒTIL (336 a. C), Retòrica, Barcelona, Laia 1985
CANO, Germán (2011) “La política paralitzada por el miedo”, El País13/05/2011
INNERARITY, Daniel (2016), “Sociedades exasperades”, El País12/06/2016
SÉNECA, Lucio Anneo (41 d. C), De la ira,
Reseña aparecida en "Me sé cosicas" que dice cosas como estas: "Posiblemente estemos ante el ensayo más valiente y desenmascarador que se haya escrito sobre educación en los últimos lustros."
Filosofar es más fácil de lo que uno cree. Consiste en pararnos a pensar en lo que pensamos. Esto es: en hacernos una idea cabal de las ideas que nos bullen en la cabeza. Estas ideas no son cosa de poca monta. De manera más o menos vaga o consciente, son ellas quienes nos informan de lo que somos, de cuál es nuestro papel en el mundo, de qué sea el mundo mismo, o de qué debamos creer, hacer o esperar de él.
No obstante, mucha gente tiene la peregrina idea de que las ideas importan poco, y de que su vida se rige, antes que nada, por la experiencia sensible. ¿Será verdad? Miren, por ejemplo, en aquello que miran. ¿Podrían ver en ello algo de lo que no tuvieran ni idea? En absoluto. Si carecieran, no sé, de la idea de cerrojo, o de la idea de neurona, jamás verían cerrojos o neuronas. Y si, por el contrario, fueran cerrajeros o neurólogos, verían cerrojos y neuronas por doquier. Vemos según las ideas que tenemos. Por eso hay tanto conspiranoico: si se te mete en la cabeza la idea de que todo es un complot de Bill Gates, veras “pruebas” de ese complot (y a Bill Gates) allí donde pongas el ojo.
Lo mismo cabe decir de las emociones y los sentimientos. Sentimos tal como pensamos. Si usted, por ejemplo, mantiene las casposas ideas de su abuelo con respecto a lo que es la “hombría”, es muy probable que sienta indignación y furia ante las demandas feministas. Y si cree que los desharrapados que vienen en patera a ganarse el pan son “invasores que vienen a acabar con nuestra cultura – y nuestros privilegios –”, sentirá, seguramente, miedo y odio hacia ellos. Y así con todo. Lo siento por los románticos, pero la cabeza es la que manda. Y cuando manda que nos dejemos llevar por el corazón, no hace más que dar patente de corso a las ideas más inconscientes y prejuiciosas. De ahí que a fanáticos y manipuladores de todo tipo (populistas, nacionalistas, publicistas, predicadores…) les mole tanto apelar a nuestras emociones.
También los anhelos, intenciones, propósitos y todo lo que rige nuestra voluntad dependen de las ideas que albergamos. Incluso los deseos más primarios. Así, aunque tengamos muchas “ganas” de comernos un buen filete, si nos convencemos de que, para lograr nuestros ideales, es preciso hacer una huelga de hambre, o cambiar de dieta, acabaremos por no tener las mismas ganas. Todos tenemos amigos vegetarianos, antaño incisivos carnívoros, que, en virtud de sus nuevas ideas, han acabado por coger asco a los chuletones…
Todo es, pues, cosa de ideas. También su cuerpo, su cerebro o la ciencia lo son. Pruebe, si no, a pensar algo que no sea una idea, o a refutar esta misma tesis sin usarlas. Es imposible. Por eso, porque estamos hechos de ideas, es tan necesario descubrirlas, detenernos a dialogar con ellas, enfrentarlas unas a otras, y especular hasta… romper y – como la Alicia de L. Carroll – atravesar los espejos, esto es: las apariencias.
Ir más allá de los espejos o apariencias, de los efectos, buscando las causas o ideas últimas, es la misión (tan imposible como necesaria) del filósofo. También, más modestamente, del científico (aunque este pocas veces repara en la naturaleza ideal de sus teorías y sus fórmulas). Conociendo las ideas que nos mueven y mueven la sociedad y el mundo, podremos cambiar o, al menos, prever sus consecuencias, y, así, adueñarnos de los hilos que, como a marionetas, nos animan y manejan. En la medida de lo posible, claro, pues las ideas son muy suyas (sobre todo las que parecen ciertas) y, a veces, nos poseen a conciencia.
Pero, incluso para esto último tiene la filosofía solución: el diálogo con los otros, es decir, con las ideas que no tenemos (nada que ver con el monólogo polifónico de los adeptos o los “camaradas”). Cuando el diálogo es honesto (¿para qué, si no?), y tenemos la fortuna de topar con un alma grande y generosa, estaremos en situación de lograr ese catártico y salvífico estado en que se funda toda esperanza de libertad y crecimiento: el de no estar de acuerdo con nosotros mismos. O, como dirían los antiguos griegos, el de empezar a dejar de ser un pobre idiota.
Este artículo fue originalmente publicado en El Periódico Extremadura
Luis Roca Jusmet ( artículo publicado en la revista Grand Place )
La gran pregunta, por tanto, es por qué de la existencia de unos rasgos culturales diferenciados debemos deducir que al grupo humano portador de tales rasgos ha de corresponder la gobernación del territorio en el que habita.
José Álvarez Junco (2016)
Pienso que el verdadero problema es que cuando a la gente le preocupa ante todo su nacionalidad o identidad étnica particular, empieza a examinar cada pronunciamiento político y cada acontecimiento local en busca de las implicaciones para dicha identidad. Con ese estado de ánimo, todos los debates sobre impuestos, o sobre líneas de trenes de alta velocidad, o sobre adjudicaciones del agua, o sobre derechos de gestión de costas, o sobre subvenciones a los museos de arte o las salas de conciertos, etcétera, se convierten automáticamente en debates que implican a "nuestra cultura" y a "nuestra identidad"[…] No tengo ni idea del porcentaje de personas que, como yo, piensan que su identidad consiste en sus creencias políticas y morales, en sus preferencias estéticas, en sus gustos y aptitudes acumulados y en las muchas imágenes de sus primeros años de vida que han establecido esos principios y esos gustos, la mayoría de los cuales no tienen nada que ver ni con la raza ni con la nacionalidad. Probablemente el porcentaje será muy pequeño. De otro modo, los nacionalismos no tendrían ni remotamente la fuerza que tienen. Pero, a menos que exista algún elemento de nacionalismo oculto entre los componentes de mi identidad personal, tengo que insistir contundentemente en que no todos somos nacionalistas de algún tipo.
Gabriel Jackson (2000)
Mi hipótesis es que tanto el nacionalismo y el populismo son movimientos modernos de carácter reaccionario. Lo son porque van en contra de lo más progresista de la modernidad, que es la potenciación de un sujeto emancipado en una sociedad democrática. Es decir, contra el presupuesto de que cada ciudadano tiene la capacidad de gestionar su vida en relación con los otros. Es la doble dimensión de la autonomía personal y de la exigencia de la convivencia social, que supone el respeto al otro como un igual. Ello nos lleva al reconocimiento de la conquista histórica de los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que hoy se concretan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo cual se concreta políticamente, a mi modo de ver, en la puesta en marcha del Estado democrático y social de derecho. Es decir, a la creencia de que somos ciudadanos en un territorio en el que el Estado garantiza el cumplimiento de los derechos civiles, políticos y sociales, a cambio del cumplimiento de las leyes y obligaciones sociales. Justamente la función de la política es hacerlo posible. Estos son, para mí, los presupuestos de la izquierda democrática. Cornelius Castoriaidis señalaba además que la gran aportación de Grecia y de la Europa moderna es la idea de que cada sociedad tienen autonomía para transformar sus leyes y sus instituciones.
Esto se contrapone a la sacralización de la tradición y a las concepciones esencialistas de la sociedad. Cada sociedad puede cambiar lo que decide en cada momento, siempre y cuando respete los principios de igualdad de derechos. La idea de la Constitución es que se recojan estos principios, que deberían ser universales, y que este ha de ser el único límite para los cambios.
Tanto en el caso del nacionalismo como en el del populismo, podemos decir que son reacciones contra esta defensa complementaria de la autonomía individual y del Estado de derecho. Son reaccionarios porque se basan en lo identitario, en lo tribal. Este aferrarse a lo propio del grupo (en el sentido que compete solo a una parte de los humanos), se opone tanto a la autonomía singular como a los principios universales de igualdad de derechos. Por una parte, quiere mantener la homogeneidad, la uniformidad interna, lo cual le lleva a oponerse a la crítica y, menos aún, la disidencia de un sujeto que forme parte del grupo. Por otra opone también al universalismo de lo humano, porque, al igual que incluye a unos (el “nosotros”) también excluye y separa a los otros (el “ellos”). En sus peores manifestaciones, segrega y, en el límite, quiere eliminar al otro, al que ve como un adversario a destruir. Fácilmente el nacionalismo se convierte en una cultura del odio. Amartya Sen ha escrito un magnífico ensayo denunciando todos los discursos basados en la identidad única. Hay una tendencia tribal en los humanos que hace que esta doble conquista, la de las dimensiones singular y universal, de la emancipación sea tan difícil. Por una parte, tenemos el miedo a la libertad, que nos hace buscar un líder, un guía, que nos dirija, un grupo que nos proteja. Es lo que se ha llamado la servidumbre voluntaria. Su otra cara es la del rechazo del diferente, la del racismo o la xenofobia. La mejor definición de nación la dio, a mi modo de ver, Benedict Anderson, al definirla como “una comunidad imaginada”. Es decir, que se basa en la identificación con una serie de elementos simbólicos y culturales que conforman un grupo supuestamente homogéneo, No es el que el Estado moderno se construya sobre la base de una nación preexistente. Es que Estado se inventa la nación. Esto no quiere decir que sea imaginario, en el sentido de irreal. Simplemente lo que se hace es potenciar la identificación particular, de grupo, sobre la base con una serie de elementos que pueden ser más o menos comunes, más o menos importantes. Anne-Marie Thiesse lo precisa: “El verdadero nacimiento de una nación es el momento en que un puñado de individuos declara que existe y se empeña en probarlo. Esta voluntad política se logra cuando se tiene el plebiscito del “Pueblo”. El culto a los antepasados (la tradición), desde el Mito fundacional de la nación, es el que debe mantenerse a través de un relato histórico que continua hasta el presente y le da sentido. Hay que crear un patrimonio cultural y difundir el culto. Es un trabajo de bricolaje: reconstruir de manera más o menos fiel el pasado, distorsionarlo si hace falta, inventarlo incluso si es necesario. Fabricar una identidad colectiva, una ficción a la que hay que adherirse. ¿Para qué? Para convertirse en un “dios útil” al servicio del poder. O para los que ya lo tienen o para los que lo quieren tener. Los ciudadanos se identifican con la nación en términos emocionales. Slavoj Zizek ya planteó que el nacionalismo es la patología de la democracia liberal. Porque la democracia formal es un sistema formal en que los ciudadanos son sujetos sin atributos. Cualquiera que vive en un Estado y es reconocido como formando parte de él es un ciudadano al que se le reconocen unos derechos y que debe cumplir unas leyes. Es la invención de la sociedad civil, la de los ciudadanos que, en un marco de igualdad, deben decidir sobre sus vidas. Pero, como nos enseñó Spinoza, los humanos nos movemos, sobre todo, por pasiones más que por sus razones. El ciudadano ideal que definió Kant, el del “sapere aude”, capaz de tener un criterio y pensar por sí mismo, capaz de construir un proyecto propio de vida, compartido por los otros, es difícil.
El término populismo se ha puesto de moda y lo hace de una manera muy ambigua, englobando movimientos que son heterogéneos. Hay, por tanto, que intentar precisar al máximo el término sino queremos perdernos en la confusión. Algunos de estos movimientos proceden del fascismo (Frente Nacional) y otros del marxismo (las conceptualizaciones de Ernesto Laclau), junto a los que revindican la “antipolítica” (Movimiento cinco estrellas) o la irrupción de los no políticos en la política (Trump). ¿Qué es lo que hay en común en este populismo del siglo XXI?. En primer lugar, la oposición "pueblo"/antipueblo”. El “antipueblo” se presenta como la oligarquía, que se identifica básicamente con la élite política. Hay a veces un chivo expiatorio (diferente del “antipueblo”) que es el que se ve como causa de todos los males: en el populismo de derechas son los inmigrantes. Se busca un líder carismático que moviliza a partir de un mensaje demagógico basado la configuración de una contradicción “pueblo/antipueblo”. Busca la movilización en la calle y defiende las propuestas plebiscitarias, en contra del pluralismo democrático y del valor y de la autoridad de las instituciones y las leyes. Su demagogia está en que reduce y simplifica la complejidad de intereses y conflictos sociales a la de un grupo que llama "pueblo" que se opone a una casta política, culpable de todos los males sociales que sufre este pueblo. Se distorsiona por tanto la descripción de lo real para adecuarlo a la coherencia de una narración que tiene un objetivo político. Se dice también lo que la gente quiere hoy, a nivel de propuestas, sabiendo que no es posible. Los populismos comparten una lógica narrativa que se basa en una idealización de una comunidad imaginada, a la que se llama pueblo, Se da aquí lo que Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. que no coincide nunca con el colectivo heterogéneo al que se refiere. Por otra parte, la oligarquía, el “antipueblo”, es otra simplificación, basada en este caso en una idealización negativa. Y no digamos cuando buscan un chivo expiatorio. El análisis político es totalmente reduccionista y, por tanto, falso. Nos movemos en la postverdad, en la negación de una exigencia de veracidad. Cuando hablamos de sus propuestas nos encontramos con su imposibilidad. No hay nunca en el populismo un conjunto de propuestas concretas y realizables sino unas vaguedades que nunca se llevan a la práctica pero que recogen las aspiraciones de aquellos a los que se dirigen. Se crea un imaginario muy cerrado basado en lo emocional, en imágenes primarias que crean identificaciones y rechazos.
El nacionalismo catalán ha sido política y culturalmente hegemónico en Cataluña desde la instauración de un régimen democrático en España. Jordi Pujol tenía, desde el principio, un proyecto de “catalanización” de la sociedad. Esto quería decir una voluntad política construir una nación, dentro de España, sobre bases étnicas, es decir, culturales. En primer lugar, y como tema básico, el de la lengua como marca de identidad cultural. Bajo la retórica de “normalizar el catalán” (con la justificación de que era una lengua minoritaria oprimida). En realidad, lo que quería hacer era sustituir el español por el catalán. En segundo lugar, la creación de unos medios de comunicación al servicio de la causa nacionalista. En tercer lugar, la de construir una escuela catalana en la que se hablara únicamente catalán (el castellano se daría con el inglés, como lenguas extranjeras), en la que se refiriera siempre a Cataluña como un país, en la que se montara una historia de Cataluña separada de España y en la que se tratara a esta como un Estado opresor. En cuarto lugar, el proyecto de potenciar a base de subvenciones públicas todo lo que se pudiera considerar como diferencial de la cultura catalana: sardana, castellers, fiestas tradicionales. Hacer del 11 de septiembre la fiesta nacional y el símbolo de la libertad catalana frente al dominio español. En definitiva, ir transmitiendo de manera subliminal el mensaje clave: Cataluña es una nación soberana oprimida políticamente, colonizada culturalmente y explotada económicamente por el Estado español. Generaciones de catalanes se han formado con este mensaje. Crear un sentimiento identitario en el que ser catalán quiere decir hablar catalán e interiorizar este relato nacionalista. Para conseguir este objetivo utilizó todos los recursos y fondos públicos directa o para conseguirlo. Consiguió concesiones de los gobiernos del PSOE y del PP a cambio de su apoyo. Lo único que le faltaba era el reconocimiento de la soberanía de Cataluña y de que una nación tiene derecho a un Estado. Pujol era un corredor de fondo y sabía que no podía precipitarse. Cuando se dice que Pujol no era independentista se incurre en una confusión. Pujol era nacionalista, y por tanto soberanista, y como tal aspiraba a un Estado propio. Un largo camino que debía seguirse sin prisas, pero sin pausas.
El tema de la soberanía es aquí central. Porque soberanía quiere decir que se considera que Cataluña es una nación. Esto supone implícitamente reconocer que si Cataluña es una nación tiene derecho a un Estado propio. Pero esta nación únicamente puede formularse en términos identitarios: una lengua, una cultura, una historia. La nación se convierte entonces en el significante-uno del que derivan todos los demás. Este significante se basa en una identificación imaginaria (“yo soy catalán”) que está por encima de cualquier elemento singular (me diluyo en el grupo) o universal (nosotros contra ellos. Pujol se convierte en el líder carismático del proceso. Los hijos políticos de Pujol (Mas, Oriol Pujol) aceleran la propuesta hacia el soberanismo y se alían con ERC, mientras sus nietos (CUP) mezclan este ideal con consignas antisistema. Las torpezas del PP solo son pretextos para ir avanzando en el proyecto. Martín Alonso, en los tres volúmenes de su preciso y riguroso libro “Catalanismo: del éxito al éxtasis” lo explica muy bien. Se consagra “el derecho a decidir”. Y por un mecanismo de mimetismo poco a poco una gran parte de la sociedad catalana interioriza esta propuesta. Se va instaurando lo que Alexis de Tocqueville consideraba el peligro de la democracia: “La tiranía de la mayoría”.
Poco a poco el movimiento va adquiriendo cada vez un carácter más populista y antidemocrático. Aparecerán otros líderes que se pretenden carismáticos ( como Puigdemont y Torrà) ) como representantes únicos, directos, del “pueblo catalán”, sin mediación ni de las instituciones ni de la legalidad. Con una idea de la “democracia” totalmente identitaria y plebsicitaria. Se pasa a hacer política en la calle y se crean organizaciones de masas (ANC Omnium Cultural) y para enfrentarse al dominio del Estado español.”De esta manera el ciudadano ya no es un sujeto universal, un sujeto vacío de derechos, sino el que se identifica con un relato. El que no lo hace, es un “botifler”, un traidor a su pueblo. Hay un cierto supremacismo, en el sentido de lo que Freud llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”.
Lo básico del populismo se cumple. Por una parte, la reducción simplificadora pueblo/antipueblo se cumple. El pueblo es entonces "el poble catalá," que es una idealización de una entidad que realmente no existe, por lo que acaba identificándose con los que se identifican con ella. El “antipueblo” es entonces "España" que viene a ser una idealización negativa absolutamente confusa: El Estado español, el gobierno del PP, Madrid, los andaluces. Hay cada vez más más una movilización en la calle que se considera más representativa que los votos, aunque también se utilicen cuando interesa. La propuesta es igualmente ilusoria. Primero por plantear una independencia que no es posible y segundo por la imagen que se da de una Cataluña independiente. El relato es cada vez más distorsionado y el discurso más demagógico. Esta es, precisamente, la fuerza hipnótica del nacionalismo como populismo. Todo ello llevó al delirio que estaba en la base del movimiento, dirigidos por políticos irresponsables ( primero Mas, después Puigdemont y Oriol Junqueras) que condujo al desastre de la declaración unilateral que todos conocemos. Y hoy Torra, aunque en un proceso en el que se quiere convertir cada vez más a Puigdemont en este líder carismático tan necesario para el populismo. En la figura que encarna la idea con la que se identifican las masas, como bien nos explicó Freud.
Resulta especialmente penoso la manera como este movimiento ha fagocitado a la izquierda en Cataluña. Esto teniendo en cuenta que los valores de la izquierda democrática son claramente incompatibles con los planteamientos del nacionalismo y del populismo. Pero en el caso de España se ha dado una perversa alianza ente los partidos que se reclaman de la izquierda
Debemos referirnos a la lucha antifranquista para entender las dinámicas con respecto “al problema catalán” de los que fueron inicialmente los grupos más importantes de la Cataluña postfranquista: el PSUC y el PSC. Empezaré por el PSUC, claramente hegemónico en la lucha antifranquista. Fue un partido creado el año 1936 a partir d la fusión de cuatro partidos de ámbito catalán: la federación catalana del PSOE, el Partit Comunista de Catalunya, la Unió Socialista de Catalunya y el Partit Català Proletari. Ya tenía, de entrada, un carácter catalanista, aunque no nacionalista. Jugó, en el franquismo, un papel integrador de los obreros procedentes de otras partes de España y los integró en la exigencia de reivindicaciones catalanistas, como la exigencia del estatuto de Autonomía o la normalización del catalán. En las tres primeras elecciones los resultados fueron buenos (sobre el 18%) pero dese 1982 hasta su disolución bajó en picado. Del PSUC surgieron ICV y EUiA (antes se había escindido el PCC). La postura, frente al nacionalismo hegemónico del pujolismo, fue de un cierto seguidismo. Aunque criticaban la política derechista de Pujol y sus acólitos fueron cediendo a sus continuas reivindicaciones nacionalistas y presentándose como partidos “nacionales” catalanes, aceptando que el catalán era la lengua propia de los catalanes, que Cataluña era una nación y reduciendo a España a un Estado ajeno. Todo ello propìciado, básicamente, por dirigentes procedentes de familias catalanas y con unos cuadros y unas bases obreras que, poco a poco, iban asumiendo esta dinámica como natural para ser plenamente integrados en Cataluña. Al disolverse ICV e integrarse en els Comuns este discurso nacionalista se fue acentuando, sobre todo al ir identificando cada vez a España con el gobierno del PP y la defensa del Estado de derecho con un rancio nacionalismo español. Al aparecer el famoso “derecho a decidir” impulsado por los nacionalistas catalanes lo que se pretendía consolidar era la soberanía de Cataluña. Tanto ICV como EUiA y luego los Comuns defendieron este soberanismo sin entender lo que estaba en juego, que era establecer la soberanía de un pueblo definido en términos étnicos. El Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) , por su parte, se había formado a partir de la fusión del PSC-Congrés con la Federación Catalana del PSOE. El primer grupo era el claramente mayoritario y había surgido de la fusión de diversos grupos socialistas catalanistas. El PSC-PSOE cada vez se presentaba más como el PSC, tenía Congresos propios y se definía como un partido catalanista. Cuando se forma el gobierno Tripartito del PSC-ICV y ERC como alternativa al pujolismo lo que se plantea es un cambio del eje izquierda-derecha, no un cuestionamiento de su línea nacionalista. No podía ser de otra manera, si ERC estaba en el gobierno y los dirigentes del PSC y de ICV había interiorizado tanto el discurso nacionalista que sentían pavor por ser tildados de “españolistas” o “anticatalanistas”. La propuesta de nuevo Estatut fue un tremendo error, ya que hablaba de Cataluña en términos claramente soberanistas. El PSC se apuntó así al soberanismo, en la medida que aceptaba la necesidad de un referéndum vinculante, es decir la soberanía catalana. De hecho, siempre se había hablado de las “dos almas” del PSC con respecto al problema catalán, aunque la hegemonía la tenían los catalanistas. A medida que la situación se polarizaba el PSC tuvo dos escisiones. Una primera en que algunos cuadros y dirigentes fueron a Ciudadanos. Y una segunda en la que dirigentes, cuadros y militantes acabaron en la órbita abiertamente nacionalista. Pero el PSC, finalmente optó por una posición soberanista y defensora de una España Federal. Otra cosa es que el discurso dominante del PSC no haya roto totalmente de las influencias del nacionalismo catalán a partir de su definición como catalanista. Pero está claro que dentro del espacio institucional catalán es la única referencia, si se quiere imperfecta, de una alternativa socialista democrática al nacionalismo que ya ha presentado su verdadera cara, la secesionista. Respecto a lo que podríamos llamar extrema izquierda hay que decir que se mueve en el espacio soberanista. La influencia de Jaime Pastor, histórico dirigente troskista y férreo defensor del derecho de autodeterminación de las naciones periféricas del “Estado español”.
Tenemos finalmente el caso de las CUP, grupos asamblearios que adoptan una retórica izquierdista radical pero que en realidad solo funcionan como una opción nacionalista radical, por lo tanto extremadamente dogmática y sectaria.
Ciudadanos apareció en el 2006 como una posible alternativa. Yo mismo escribí en la revista el Viejo Topo un artículo titulado “¿Una nueva alternativa de izquierdas en Cataluña?”. Se trataba de saber si este movimiento cívico, transversal que criticaba al nacionalismo catalán podía tener una orientación progresista, ya que se definía en un espectro que iba del liberalismo igualitario a la socialdemocracia. La historia desmintió esta posibilidad y Ciudadanos ha tenido una deriva cada vez más clara hacia la derecha liberal e incluso el nacionalismo españolista.
Hay que señalar que se han dado en los últimos años algunos intentos de crear una izquierda no nacionalista, más allá del PSC y els Comuns. Se formó un pequeño grupo que quiso coordinar estos esfuerzos, llamado ASEC/ASIC (Asamblea social de la izquierda en Cataluña), se intentó montar un partido( Izquierda en positivo) pero que no cuajó en una alternativa consistente desde el punto de vista electoral. Me parece más razonable y realista buscar en la unión del PSC, en los Federalistas que están en Común y en alguna plataforma que pueda reunir todos estos pequeños grupos, una alternativa de izquierda no soberanista en Cataluña. Que ha de ser federal pero cuestionando conceptos que no tienen nada que ver con el discurso de la izquierda como “derechos históricos”. Un federalismo que ceda competencias pero que se base en una idea clara de lealtad. No en una profundización de la lógica de los reinos de taifas ni en un planteamiento nacionalista-populista que, para mí, es la negación del federalismo democrático de izquierdas. Ni tampoco en la interesada confusión entre federalismo y confederalismo. Por muy compartidas que sean hoy las soberanías la referencia siempre es el Estado de derecho, que decide ceder competencias a nivel interno y llegar a acuerdos a nivel externo. Y este Estado de derecho es al que le corresponde, en sentido cívico, el nombre de nación.Nación cívica que es culturalmente plural, por supuesto. Pero por una diversidad heterogénea, no porque esté formado por supuestas comunidades culturales homogéneas que solo existen en la ideología de los nacionalistas. Estado democrático y social de derecho que sea capaz de garantizar los derechos cívicos, políticos y económicos a la ciudadanía.
BIbilografía:
ALONSO, Martín (2014) El catalanismo, del éxito al éxtasis: I: La génesis del problema social Barcelona: El Viejo topo.
ALONSO, Martín (2015) El catalanismo, del éxito al éxtasis. II: La intelectualidad del “proceso: Barcelona: El Viejo Topo.
ALONSO, Martín (2016) El catalanismo, del éxito al éxtasis. III: Impostura, impunidad y desestimiento Barcelona: El Viejo Topo.
ÁLVAREZ JUNCO, José Álvarez Dioses útiles. Naciones y nacionalismos
Barcelona : Galaxia Gutenberg.
ANDERSON, Benedict (2007) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo México: FCE.
BLANCO VALDÉS, Roberto L. (2012) Los rostros del federalismo Madrid: Alianza editorial.
CANDEL, Miguel y LÓPEZ, Salvador (2017) Derechos torcidos. Conversaciones sobre “el derecho a decidir”, la soberanía, la libre determinación y la España federal Barcelona: El Viejo Topo.
JIMENEZ VILLAREJO, Carlos Catalunya. Mitos y resistencias Barcelona: El Viejo Topo.
Recibí recientementente dos traducciones de un mismo texto de los 5, de Enid Blyton. La primera era de una edición de los años 80 y la segunda, actual. Era tan escandalosamente evidente el empobrecimiento lingüístico del segundo texto que, inmediatamente, me puse a escribir un artículo cargado de furia e indignación contra la miseria lingüística de nuestros alumnos. Se titulaba "Si su hijo no es tonto, no permita que lo traten como tal". Estaba realmente muy enfadado y el artículo me iba saliendo fiero, pero redondo, y de ambas cosas me sentía orgulloso.
Pero esta mañana mi daimon se ha empeñado en que comparase las dos traducciones con el original inglés, para comprobar exactamente en qué consistían las variaciones. Al hacerlo me he dado cuenta de que la traducción que yo consideraba empobrecida era la más fiel al original y la que consideraba más rica era el resultado del afán del primer traductor por enriquecer con sutilezas y barroquismos el lenguaje de Blyton.
Como la verdad obliga, he roto el artículo.
¡Con lo majo que me estaba quedando!
¡Qué difícil es poner en cuestión los datos que parecen corroborar nuestras hipótesis!
Otra cosa. Hoy se pone en venta este volumen de la nueva edición de las obras esenciales de la Bernat Metge.
Les aseguro que pocas cosas me han hecho más ilusión (intelectualmente hablando, claro) que escribir el prólogo.
Juan Arnau Navarro, Leibniz: la mente se crea un cuerpo, El País 15/09/2020
Resulta que hoy es el Día Internacional de la Democracia y a varios colaboradores de El Subjetivo nos pidieron que le dedicáramos un artículo. El mío se titula Una promesa imposible de cumplir.
Esta mañana me ha traído un mensajero "Mi familia es bestial", libro escrito a 4 manos con mi nieto Bruno (10 años). Sin duda, uno de los acontecimientos de mi vida de abuelo y -siendo humilde- el acontecimiento editorial de la década:
Se lo confieso: apenas uso el término "equidad", tan de moda en el vocabulario político actual. Más aún, su uso indiscriminado me molesta. No entiendo lo que se quiere decir con equidad si no me especifican cuál es el criterio que nos sirve para medirla. Durante años hemos sido uno de los países educativamente más equitativos de la OCDE por la sencilla razón de que los resultados de nuestros alumnos eran equitativamente mediocres. Para mí, hacer bandera de una equitativa mediocridad es estúpido.
Si todos tenemos que sacar un 4 para garantizar la equidad, prefiero que no haya equidad y que todas las notas estén diversamente repartidas por encima del 4.
Por otra parte, ¿hasta qué punto los poderes públicos están en condiciones de garantizar la equidad?
Imagínense ustedes un país en el que la mayoría de habitantes presenta problemas de diverso tipo en los ojos, desde miopía hasta las enfermedades que quieran. El gobierno puede poner un oftalmólogo en cada esquina de manera que todos puedan mejorar su salud visual. Puede, incluso, regalar gafas a todos los que lo necesiten. Pero una vez garantizado que todos están en condiciones de ver bien e, incluso, que todos tienen la misma agudeza visual, lo que ningún gobierno podrá garantizar es el interés sobre el que se centrará la mirada de cada ciudadano. La igualdad de las condiciones de partida no puede garantizar una igualdad de intereses finales.
Un gobierno justo deberá, ciertamente, hacer lo posible para proporcionar los medios adecuados para garantizar la salud visual de toda la población, pero debería también estimular las aspiraciones de todos aquellos a los que les gusta mirar lejos.
Hemos dicho que la filosofía corpuscular está de moda en el Trinity College de Dublín, donde ingresa nuestro filósofo con 15 años. Su planteamiento es sencillo. Todo, cualquier sensación o intuición, debe explicarse en función del tamaño, la masa y el movimiento de unos corpúsculos (que nadie ha visto) y que se mueven en un vacío ilimitado. Cualquier otra explicación queda fuera del ámbito de la ciencia. El mundo es una compleja mesa de billar con bolas de diferentes tamaños. Conforme se desarrolla la partida surge diversos efectos y apariencias: olores, sabores e impresiones visuales cuya explicación debe buscarse en dichas colisiones. La coreografía mecánica de los átomos produce las sensaciones. Incluso la gravedad o el magnetismo, que parecen actuar a distancia, deben explicarse mecánicamente. Así lo aseguran los más ilustres hombres de ciencia de Inglaterra. Así lo cree Voltaire, que cree pocas cosas. La explicación es legítima si es mecánica. Y Berkeley se pregunta: ¿qué tipo de colisiones explicarían el sabor de una manzana?, o ¿cómo dividir un olor?, o ¿cuánto pesa la impresión de una melodía? Colores y sabores pasan a ser apariencias producidas por seres imperceptibles (aunque sólidos y compactos) que constituyen lo único real. ¿Cómo se ha obrado esa inversión del sentido común? ¿No hay aquí una usurpación de la experiencia? Los nuevos científicos prefieren experimentar con ratones a hacerlo consigo mismos, viven como extranjeros en su propio país. Las cualidades inalienables (que llaman primarias) no pueden ser la solidez, la impenetrabilidad o el movimiento, lo inalienable (que llaman secundario) son los colores, las melodías, el frío y el calor, las alegrías y las penas y, en fin, todo aquello que experimentamos en nuestra propia carne. ¿Qué sabemos de la impenetrabilidad de esas criaturas que nadie ha visto? ¿Por qué llamar primario a lo que no es sino una conjetura inaprensible? La filosofía corpuscular invierte el sentido común y es todo menos empírica: cae en la contradicción de empezar con lo imperceptible: el átomo insensible y compacto.
Juan Arnau Navarro, Las puertas de la percepción, El País 10/09/2020
El liberalismo es una cultura política que, sin renunciar a la verdad y el bien como aspiraciones humanas, diseña la vida pública de manera que nadie pueda representarlos absolutamente. La verdad y el bien son entendidos más como aspiraciones que como propiedades.
La verdad en política es una aspiración compartida, no una propiedad privada o un arma arrojadiza. La democracia es un régimen de opinión, que no se puede desarrollar sin respeto a las evidencias, por supuesto, pero en la que nadie ostenta el privilegio de representar a los hechos verdaderos. Hay hechos palmarios sin cuya aceptación el diálogo sería imposible; uno de los más básicos es, por cierto, nuestra tendencia a calificar como hechos evidentes lo que no son más que opiniones personales. John Rawls recordaba que cierta concepción de la verdad (“toda la verdad”) es incompatible con la democracia porque en una democracia la verdad posible es parcial, limitada, compartida, provisional y discutible. No tenemos democracias para encontrar verdades absolutas, sino para decidir los asuntos comunes sobre la base de que nadie —mayoría triunfante, élite privilegiada o pueblo incontaminado— tiene un acceso privilegiado a la objetividad que nos ahorrara el largo camino de la pública discusión. Si incluso en la ciencia, que cuenta con instrumentos de verificación, protocolos rigurosos, datos contrastados y evidencias, la verdad es algo construido cooperativamente, qué decir de la dimensión de verdad de la política, que es un arte práctico basado en el contraste, el equilibrio de las fuerzas contrapuestas y la negociación continua.
Seguramente en el origen del tensionamiento actual de nuestra vida política hay una hipermoralización de los discursos; enseguida recurrimos a la condena moral cuando hubiera bastado el rechazo político. La democracia moderna se configuró en paralelo con los procesos modernos de secularización y de ahí ciertos parecidos formales: se privatiza la concepción del bien y se desmoraliza la vida pública, no en el sentido de que los asuntos comunes carezcan de reglas, sino de que las normas políticas no pueden ser remplazadas por normas morales. No hace falta que consideremos a nuestros adversarios políticos como unos malvados, ni es necesario calificar de ilegítimo al gobierno que detestamos cuando basta que los critiquemos por sus malas políticas. De quien echa mano con demasiada frecuencia a descalificaciones morales podemos sospechar que le faltan argumentos propiamente políticos.
La democracia es una realidad dinámica, que se revitaliza por el cambio y la transacción, ampliando los acuerdos e incorporando a nuevas generaciones, mientras que se anquilosa cuando evita cualquier transformación, para lo cual una de las más eficaces estrategias es suponer las peores intenciones en quienes proponen su actualización constituyente.
Daniel Innerarity, La democracia y la verdad, El País 10/09/2020
Una Noche de insomnio.
Entré por la puerta de acceso de urgencias. Encima un cartel enorme que señalaba : HOSPITAL PARA TRISTEZAS INCURABLES.
Aquí estoy -le dije a la coliflor de la entrada- que agazapada parecía desinteresarse por mi. Ella muy presuntuosa me señaló con sus evidentes protuberancias hacia el infinito irreal ...y moviendo su tamaño de hortaliza regordeta me dirigí hacia el fondo donde estaba la mar salada . En la mar donde habían camillas de todo tipo de colores perdidos , no se estaba mal pero como siempre lleno a rebosar . Sólo buscar un lugar que apearse fue una auténtica proeza.
Un caballito de mar lloraba desconsoladamente y la señora Rebeca andaba melancólica pensando en recuperarse del día que le abandonó el gazpacho. Mirándome me dijo: “Un día se fue en el tren del olvido ” Ahora ella lo recordaba desde entonces sin saber donde ir a llorar .
Más allá me fijé en unos pupitres que crujían entre madera y madera como si esperasen el turno para ser rescatados del lugar de donde provenían ; allí en el subsuelo con unos apuntes secuestrados. . Todo me sonaba a estar solitario y deprimido , ausente, desconcertado y por eso pensé : ¿Qué le ocurre a mi vida? .
En un único rincón encontré entre de los incontables lugares sin nombre que hay en el mundo hospitalario , un objeto que acababa de morir . Pregunté a la mopa de mi lado si sabía que había sido .Ella sin girar su pelusa dijo : “ seguramente lleva una eternidad y eso la desesperó” .
Así las lágrimas de tantos pacientes y rumiantes que se pasan los días en esas inmensas salas para curar , sea el cuerpo o el alma , acostumbran a regar las pocas plantas que habitan en el lugar . Todo suena a pena, una pena muy grande que se nota y se palpa en las miradas , los gestos , en las cabezas . Como si de sus ojos nacieran las sombras más oscuras de cierto dolor inmenso , o el baile más lento y repetido una y otra vez de forma automática o los pensamientos más lejanos de este mundo absurdo y sin sentido en esta vida de corazones rotos, desalmados que suspiran a ratos vacíos con agujeros negros.
Por el megáfono se escuchaba un tango: La cieguita.. Nada que pensar , nada que hacer, nada que esperar esperando , nada que hablar ...
La sala se llenaba cada vez más de caídos, de sostenidos, de derrumbados , de defraudados , de desahuciados .. Y llego la caída de la noche más larga . Ya no se aceptaban más calabazas, tomates o zanahorias ni tan siquiera un conejo simpático o una bruja pirula . Tomarse en serio la tristeza no podía acabar con este hospital de prestigio y solera porque uno o una casi siempre se acababa muriendo .
La música contagiaba en el público en espera la nostalgia eterna de un pasado que añoraban y puede que fuese ese principio de una gran amistad . Un cartel da consejos con un slogan luminoso que ahora si ahora no se iba encendiendo y apangando señalaba; NO RIA; NO HABLE EN VOZ ALTA, NO MIRE A LOS OJOS, NO HABLE CON DESCONOCIDOS, NO ESCUCHE A NADIE , NO SIENTA NADA, Y SI PUEDE NO SE ATREVA A RESPIRAR ,
Me dirigí al fin a una sala del fondo más fondo cuando escuché mi nombre : Piedad. La cortina que ligeramente tapaba la camilla de verde campanilla tenía grabado un nombre : pi . Esperé una y otra vez , más de más .
Descansando un largo rato en paz, apareció una buena enfermera que conocía mi nombre : ¿Cómo estas piedad ? ¿Qué te ocurre ? Le agarré la mano y no la quise soltar ni un momento . Entendí así que nada ni nadie sabía lo que me pasaba y nunca lo podría remediar . Me acarició para que se calmase mi estado. Luego llamó auxilio por el interfono. ¡¡Vengan , es un caso de extrema gravedad se nos está marchando ya !!!
Ha quedado congelado mi rostro, mis cejas caídas, mis ojos semi cerrados, mis labios mirando el suelo, y una mirada perdida. Se me deslizan las saladas lágrimas sin más por las comisuras de mis labios y resbalan por mi cuello .
Oigo la voz del doctor Patata :” Directamente en vena 100 miligramos de phenobarbital . Y yo callada, me alejé de este mundo . Acabé con todo . Y luego tapada por la sábana hacia los sótanos de la morgue a menos 2 grados bajo cero . Que final ¡!
En ese lugar seguramente ya no habían tristezas porque se comparten entre los muertos las heroicidades que la vida a una le dio y a otros les quitó , y se ríe bonito , se baila junto de las manos y no hay carteles publicitarios que anuncien nada . Por eso me puse a reír a carcajadas enormes que han despertaron a todo el depósito lleno de las almas tristes que se pusieron a cantar de madrugada. Oh sole mio
Che bella cosa e' na jurnata 'e sole,
n'aria serena doppo na tempesta!
Pe' ll'aria fresca pare già na festa.
Che bella cosa e' na jurnata 'e sole.
Ma n'atu sole, cchiù bello, oje ne'
'o sole mio sta 'nfronte a te!
'O sole, 'o sole mio,
sta 'nfronte a te, sta 'nfronte a te!
Quanno fa notte e 'o sole se ne scenne,
me vene quase 'na malincunia;
sotto 'a fenesta toia restarria
quanno fa notte e 'o sole se ne scenne.
Ma n'atu sole, cchiù bello, oje ne'
'o sole mio sta 'nfronte a te!
'O sole, 'o sole mio
sta 'nfronte a te, sta 'nfronte a te!
Luceno 'e llastre d'a fenesta toia;
'na lavannara canta e se ne vanta
e pe' tramente torce, spanne e canta
luceno'e llastre d'a fenesta toia.
Ma n'atu sole, cchiù bello, oje ne'
'o sole mio sta 'nfronte a te!
'O sole, 'o sole mio
sta 'nfronte a te, sta 'nfronte a te!
Según la última entrega del Education at a glance, de la OCDE, tenemos en educación primaria una ratio de 14 alumnos por profesor y en la primera etapa de secundaria, de 12.
Yo no dudo que esta es una verdad estadística. Pero la realidad fáctica y la verdad estadística se relacionan de tal forma que con frecuencia dejan fuera de juego a la experiencia individual del ciudadano normal y corriente.
Cuando vea estos datos un profesor de primaria o de secundaria inmediatamente nos dirá que su clase está muy lejos de esos números. Cosa que es verdad. ¿Pero entonces, de dónde surge esta disparidad entre la estadística y la experiencia?
Cuando se suma el total de profesores para dividirlo por el total de alumnos, hay que tener en cuenta que entre los primeros incluimos a todos aquellos que, en número creciente, se dedican a tareas burocráticas y a los sustitutos que cubren bajas de profesores.
Esta semana veremos cómo todo aquello que en los centros educativos tenía más que ver con la educación (expresarse y comunicarse libremente, experimentar, convivir, elegir por uno mismo, cultivar amistades y afectos…), y que solo sucedía en la periferia de las aulas – pasillos, recreos, excursiones… – o, excepcionalmente, en la clase de algún profesor “raro”, se acaba por esfumar del todo. Alumnos adolescentes, de entre doce y dieciocho años, no podrán, este curso (ya veremos hasta cuándo), salir al pasillo entre clases, levantarse, acercarse a sus compañeros o su profesor, saludarse o contactar físicamente, hacer actividades en grupo, compartir objetos, ir de visita a otras aulas, usar bibliotecas o laboratorios, tocar instrumentos, realizar actividades extraescolares, abandonar el centro durante el recreo, jugar al balón, salir del sector asignado en el patio, apoyarse en la pared, pararse a charlar en las entradas y salidas…
Como le leí el otro día a un amigo y experto docente, se ha prohibido todo aquello que enmascaraba y dulcificaba el proceso educativo, haciendo que este se muestre, de forma descarnada, como lo que realmente es: un enorme engranaje disciplinario destinado fundamentalmente a perpetuar las estructuras sociales, y un colorido (o grisáceo, según edad) almacén en el que depositar a los niños mientras trabajan sus padres.
Para este viaje no hacían falta alforjas. La educación presencial es preferible a la digital, sí, pero no a un coste educativo tan alto. Ni con un presupuesto tan bajo. Aunque desengáñense: solo con inversión económica no se soluciona nada. Autoridades, docentes y buena parte de la sociedad, ya venían contagiados (y embozados), desde antes de la pandemia, por una sustanciosa cantidad de virus ideológicos y prejuicios. De hecho, a no pocos profesores les va a parecer de perlas tener a sus alumnos (¡al fin! – dirán –) sentados y amordazados durante las seis horas diarias de clase.
En la insolación de este extraño y reconcentrado verano he soñado, a ratos, con que las administraciones, en un ejercicio insólito de cooperación, a la luz nimbada de un solemne pacto político, sistemáticamente asesorada por verdaderos expertos – no gurús de saldo – y miembros destacados – no mansos y enchufados – de la comunidad educativa, decidían aprovechar la crisis para dar un vuelvo definitivo a la situación. No solo para garantizar ese mínimo y mítico 5% del PIB, o los profes necesarios para que las ratios de alumnos fueran, valga la redundancia, razonables, sino para fijar una ley de educación estable, transformar el sistema de selección y formación de docentes, abrir y airear currículums, impulsar una necesaria renovación pedagógica, y dar un giro sustancial a lo que, por simple rutina, todavía creen muchos que es la educación.
Luego despertaba y empezaba a temer que, más que una oportunidad, la crisis pudiera ser el pretexto perfecto para recoser la misma ley educativa con cuatro o cinco modificaciones biensonantes, recortar o congelar fondos, mantener ratios (para subirlas conforme vaya pasando la pandemia) y dejar todo como estaba o, peor, como una versión simplificada y básica de lo mismo: más orden, más disciplina ciega, más adiestramiento para el mercado, más control, y más mascarillas para el pensamiento crítico, la autonomía personal y el genuino deseo de saber. Ojalá me equivoque, pero, más allá de coyunturas sanitarias, la mascarilla en la boca y la disciplina cuartelera siguen siendo un símbolo de cómo muchos siguen entendiendo la educación. Con bozal.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico ExtremaduraEl día 8 de septiembre se celebra el día que genéricamente se conoce como "de las vírgenes aparecidas". Pero en cada lugar, la suya es la virgen que les hizo el don de aparecerse allí y sólo allí. Por eso el 8 de septiembre son las fiestas en mi pueblo, Azagra, porque festejamos a nuestra Virgen del Olmo, que es nuestra y sólo nuestra. Sólo se nos apareció a nosotros y en un olmo de la ribera del Ebro.
Una tarde de junio de hace muchos más años de los que quisiera, un muchacho del pueblo, con las luces de la inteligencia mermadas, vino a sentarse a mi lado en la puerta de casa. Me preguntó si era verdad que mi madre se moría. Le dije que sí. Me volvió a preguntar a dónde se iban los que se mueren. Le dije que la cielo, con Dios. Se levantó, muy enfadado, y me pidió que no consintiera yo semejante cosa. "¿Qué es Dios para nosotros? ¡A ver! ¡Dios no es nada para nosotros! ¡La nuestra es la Virgen del Olmo!". Tenía cierta razón.
Teológicamente, la Virgen de Montserrat y la del Rocío, son la misma. Pero si esta noche cometiéramos la fechoría de cambiarlas, mañana tendríamos un conflicto de primera magnitud, porque la Virgen será de todos, pero la del Rocío es andaluza y la de Montserrat, catalana.
Sacar en procesión a la patrona del pueblo, a la Virgen del Olmo, no es una cosa cualquiera. Es sentir una comunión colectiva en un amor y una esperanza que ninguna otra cosa puede provocar. Nada es más nuestro que nuestra virgen recorriendo al atardecer, entre flores y jotas, las calles del pueblo y por eso nada nos hermana más. Nada despierta en nosotros, individual y colectivamente, más intensas emociones, de esas que brillan a flor de piel. Ninguna otra cosa es capaz de superar por un rato todas las divisiones, enfrentamientos y mezquindades que podamos arrastrar en nuestras vidas cotidianas.
Cada año al anochecer del 7 de septiembre en mi pueblo se produce un milagro que es sólo para nosotros.